Federico Valentini, a cargo de la Secretaría de Cultura municipal desde diciembre, habla de “humildad” al momento de librar la “batalla cultural” y expresa su visión sobre el Estado y el buen manejo de la cosa pública: “La discusión es cómo bajamos los niveles de desigualdad”, dice.
Por Andrés Maguna
Federico Valentini es un tipo joven que aparenta menos edad de la que tiene. A primera vista se lo percibe vital, dinámico, ejecutivo, eficiente, amable, serio, simpático, atento, sociable y cordial. Virtudes de su apariencia que acompaña con un vestir sencillo (jeans y remeras de algodón lisas de cuello redondo), sin portar anillos, collares, relojes o anteojos. Además, cuando conversa con alguien lo mira a los ojos, y si le preguntan algo se concentra en responder evitando circunloquios (no es de esos que “te quieren meter la palabra” o “te comen la oreja”) al mismo tiempo que planta silencios para practicar, sin apremios, la escucha. En resumen, en el trato cara a cara parece un hombre franco, sin dobleces ni “escondedor”.
Lo conocí a poco de su asunción como secretario de Cultura de la Municipalidad de ciudad de Rosario, durante un show por los cuarenta años de democracia (actuaron algunas bandas y se proyectó 1985, en el Parque Nacional a la Bandera, en diciembre). Hacía muy poco se había entronizado Milei y, como no podía ser de otra manera, hablamos del tema, que en ese momento cursaba respecto del “miedo”, la angustia, los malos presentimientos de los que no lo habíamos votado. Luego volvimos a cruzarnos varias veces en los espacios públicos en los que Cultura organizó movidas, pero aquella primera charla fue la única “sobre política”, aunque todavía el Gobierno nacional no había delimitado abiertamente el campo de la “batalla cultural” ni se había estigmatizado mundialmente a la ciudad como “capital nacional del narcoterrorismo”.
Por eso, sabiendo que era un tipo amable que no le “esquivaba el bulto” a ningún tema, fuimos con mi hija Zoe (en calidad de fotógrafa) en busca de definiciones políticas, antes que intelectuales, sobre su modo de entender su papel de funcionario público, sus ideas, sus planes y las exigencias para con Cultura de los rosarinos y, por qué no (a nivel ejemplar), los argentinos todos.
Cuando nos recibió en su oficina del primer piso de la Secretaría, en el edificio que comparte con la Estación de Trenes Rosario Norte, le hice notar que hacía cuatro años había entrevistado, también para Revista Belbo, a su antecesor en el cargo, Dante Taparelli, en la oficina contigua a aquella en la que estábamos, y le pregunté si la elección de situar allí su despacho obedecía a cuestiones karmáticas, y me dijo que no, que había elegido esa oficina (austera en todos sus detalles) porque era más tranquila, y al estar un poco más alejada entraba menos el ruido del espacio más grande en el cual trabajan unas seis o siete personas en sus escritorios. Le pregunté en broma si aquello no era una forma de restar “disponibilidad presencial” ante el requerimiento de sus subalternos, y me retrucó: “No, no, me hago cargo, de hecho yo sigo siendo el primero en llegar y el último en irme, y trabajo mucho acompañando a los equipos, y trato de estar en todos lados, pero entendiendo que es un lugar de paso, más allá de lo largo que se me ha hecho el camino. No tengo ni un cuadro mío acá, y para mí eso es fundamental; porque no hay que sentirlo, en lo público, como un lugar de uno. Es un lugar prestado en el mejor de los sentidos”.
–Llegás acá después de 7 años y medio laburando como subsecretario de Fortalecimiento Institucional de la Secretaría de Cultura, la encargada de la gestión cultural del Estado en la ciudad, y reconociéndote desde el vamos como “gestor cultural”, ¿qué pensás realmente de cómo se debe encarar dicha gestión?
– Con mucha humildad, en primer lugar. Con mucha escucha, con una necesaria autocrítica, que siento que muchas veces es lo que le falta a la función pública… Esa autocrítica falta. También es cierto que en Rosario hay una tradición cultural que me excede, que es única. Y que, en este momento, que es muy particular, lo que yo siento que se da, por un lado, es un posicionamiento ideológico en contra de la cultura, muy marcado, y que ha entrado en muchos sectores sociales. Pero también se da en Rosario algo que a mí a veces me preocupa, y me duele, que es que se naturaliza todo lo que sucede en Rosario, y que algunos lo niegan. Nosotros constituimos una Secretaría de puertas muy abiertas, y acompañamos mucho, tenemos mucho más el sí que el no. Yo te puedo asegurar que hay muchos sectores que a veces no reconocen el trabajo de los equipos de la Secretaría de Cultura, las decisiones políticas que se toman en esta Secretaría, siguiendo la tradición que tiene Rosario. Por ejemplo: entrar al Tríptico de la Infancia, o a muchas otras dependencias de Cultura, y aun siendo autocrítico, significa entrar a un lugar que está nuevo, después de 20 años. Un lugar cuidado que te recibe bien, y eso no es habitual.
– Sí. Y cumple un papel preponderante en el marco de aquello para lo que fue hecho.
– Sí, y sostiene un sentido. Pero Rosario tiene una tradición, la que se refleja en primera hora en su presupuesto. Rosario tiene un presupuesto de Cultura por encima de los promedios de los indicadores internacionales. Durante la gestión del gobierno anterior, tanto a nivel nacional como los provinciales, fueron del 0,28, 0,38 por ciento del Presupuesto, y muchas veces con subejecución presupuestaria.
– ¿Ahora en cuánto está el de acá, el de Cultura municipal?
– Nosotros estamos en un 3 por ciento, y hay que ver cómo fue el ejecutado del año anterior.
– ¿Incide en el actual la demanda manifestada a través del Presupuesto Participativo?
– Sí. Aunque el Presupuesto Participativo ha cambiado el formato… De hecho, nosotros el 1º de mayo vamos a inaugurar el Centro de Cultura Casa Alvear, que había sido un pedido del Presupuesto Participativo. Hay un “hacer” que es continuo y que a veces nosotros…
– ¿Un “azar”?
– No, no, un “hacer”: hoy transitamos la Biblioteca Argentina con 6, 7 pisos nuevos. Yo no sé cuál ha sido la inversión de Cultura en esa escala. Nosotros vamos a inaugurar la Casa de Cultura Alvear, reinauguramos el Estévez, hicimos una Escuela de Diseño, los Galpones. Hay mucha inversión en la cultura, y en todas las gestiones que me ha tocado ser parte… El techo en el Anfiteatro… No tengo las cosas anotadas para rendir cuentas, pero a medida que voy hablando se me vienen obras a la cabeza, y sobre todo mantenimiento, que a veces en el Estado falta ese sostenimiento. Y hoy vos vas al cine Lumière (yo estuve el sábado,) y es petite, es gourmet. Hay mucho de eso en la ciudad de Rosario, hay equipos con mucha tradición, hay equipos muy comprometidos con lo público, y a veces siento que eso se desconoce bastante, y creo que en eso cometemos un error, porque cuando no ponemos en valor lo público –sea de donde sea–, lo ponemos en cuestionamiento.
– ¿Puede ser que parte de esa tradición sea que se trabaje atendiendo más a lo contemporáneo por sobre la vanguardia?
– Y está bien que así se plantee, en el sentido de renovación natural que nosotros estamos llevando adelante con una visión del “todo”. Nunca es algo por encima de lo otro. Y todo es todos los públicos. Es intergeneracional. La cultura es interbarrial. Aunque a veces terminamos creyendo que la cultura pertenece a un lugar, a una expresión. Y no, la cultura está en todos lados, y el gran desafío es acercar esa cultura.
– Fácil de apropiar pero imposible ser el dueño…
– ¡No! ¡No hay que ser el dueño de nada!
– Por eso te digo: está bueno que se apropien pero no que sean dueños…
– Lamentablemente en este país tenemos una tradición de adueñarnos de lo público que ha sido muy perjudicial. Uno es gestor: yo antes de como un militante político me defino como un laburante, y me ha tocado en esta ciudad, desde que tuve la posibilidad de venirme a vivir (N. de la R.: Valentini proviene de Hughes, una pequeña localidad del sur de Santa Fe), de tener todos los trabajos imaginables. Y en todos los trabajos traté de tener siempre la misma responsabilidad. Eso es lo que a mí esta ciudad me enseñó, y me enseña hoy siendo secretario de Cultura. Me lo enseñó cuando me tocó trabajar de mozo, o de cadete: es un trabajo, y lo voy a hacer lo mejor que pueda. Voy a intentar cuidarlo, porque la verdad que en estos tiempos tener un trabajo como el que yo tengo… no puedo perder el registro de eso. Para mí, sobre todo, esto es un trabajo. Tengo la suerte de trabajar de lo que me gusta, y de poder poner mucha energía acá y de sentirme gratificado, porque la verdad que cuando uno va a ciertos lugares se vuelve a la casa con una sonrisa en la cara. Es un trabajo que te gratifica, aunque a veces también cuesta mucho… Pero por sobre todas las cosas es un trabajo. La gestión pública es un trabajo de servicio.
– Ya planteado un escenario de “batalla cultural”, ¿cómo evaluás la potencia del “poder político” de la Secretaría de Cultura, en el campo de encaminar otras voluntades políticas, al momento de dar pelea?
– Más que del poder político, se trata de la humildad necesaria. Me parece que estamos en un tiempo en que la batalla cultural no la vamos a dar si no somos lo suficientemente humildes y autocríticos. Primero, para reconocer propiamente qué es lo que hacemos; segundo, para contarles a los otros qué es lo que hacemos. Lastimosamente ahora escuchamos que “el Estado deber ser cada vez menos Estado”. ¿A dónde te lleva menos Estado? En el campo cultural te lleva a menos imaginación. Y vos decís: la cultura queda en el lugar del poder adquisitivo de la gente. Cada vez van a ser menos los que puedan disfrutar del cine, de la música, del teatro, y yo no tengo ninguna duda –porque la experiencia lo demuestra– de que la conciencia de vida, y la expectativa de vida, y el sentido de vida, se construyen a través de la cultura de los pueblos. Entonces si destruimos esta cultura difícilmente podamos construir ese sentido de vida. La batalla cultural no es sólo especular política con relación a un gobierno. La batalla cultural también es llegar a donde no hemos llegamos, porque si un pibe de 15 años tiene un arma en la mano es porque ha perdido el sentido de vida, entonces ahí es más cultura y más educación. Más Estado presente y, nos guste o no, se verá su asunción en mediano, corto o largo plazo. Pero la discusión de este país es cómo bajamos los niveles de desigualdad, y eso es con un Estado más presente. Yo no soy de los que a veces se sacan y gritan… Porque en este país no se discute, se grita. Y creo que si hoy tenemos el presidente que tenemos es porque el Estado ha fallado mucho.
–¿El Estado debería ser más solidario, más compasivo?
– Más solidario, más eficiente… También digo “más eficiente” en el sentido de llegar hasta el punto en que agarramos a alguien en su infancia, le igualamos posibilidades y lo acompañamos hasta su desarrollo. Porque tampoco sirve el “Estado tallerista”, el Estado que te ofrece continuamente capacitarte y después no te ofrece una salida en el mercado laboral. Entonces hay mucho que replantearse con relación a aquello que tenemos como responsabilidad de Estado. Nosotros tratamos de hacerlo. La verdad que como secretario de Cultura tengo un rol en el gabinete que me hace sentir importante, y nuestro intendente me lo hace sentir; y cada cosa que planteamos nos la habilita, y también nos exige, y nos marca un camino… El intendente nos ha acompañado en cada cosa que le hemos planteado, y él también nos marca tiempos y nos dice qué esperar. Creo que estamos a punto de llegar a donde no habíamos llegado con el poder de transformar. Y de volver a hablar con los que no hemos estado hablando, incluso los que hoy están enojados, indignados o lo que sea. Se trata de estar con la escucha, con el diálogo; con menos Estado la situación va a ser peor.
– Algo de lo que decís me suena a ciertos planteos de Grabois…
– Es una persona a la cual yo respeto mucho, más allá de ciertos modos de exageración de la forma. Yo creo más que nada en el mensaje de la Iglesia Católica, y del Papa Francisco. Sí, yo soy católico, y lo respeto mucho a Grabois, lo admiro intelectualmente. No comparto sus formas y me parece que últimamente tiene formas y declaraciones muy desacertadas. No obstante me parece que es una persona que en una mesa de trabajo y de consenso tiene mucho para aportar. Aunque creo que el desastre no lo organiza nadie, se organiza solo.
– Teniendo en cuenta que se avecinan tiempos difíciles en lo social y lo político, ¿qué se puede prever, planificar desde Cultura para la ciudad?
– Es difícil prever en este país, pero nosotros tenemos la definición de seguir en esta línea que hemos marcado con el inicio de esta gestión. Es una línea de activación cultural, de circulación, de cruces intergeneracionales. Pero también de construcción de políticas públicas. Nosotros hemos hablado acá mucho, con los equipos, en esto de preguntarnos qué venimos haciendo y qué vamos a hacer los próximos 15 años. Yo creo que Rosario se ha convertido en una ciudad que requiere –en relación con el sector cultural– tener reglas claras. La Pandemia mostró que hay mucha fragilidad del sector cultural en cuanto a las normativas y demás. Nosotros tenemos el compromiso del intendente de discutir la nocturnidad, y creo que es fundamental que se recupere cierta nocturnidad perdida. Eso también tiene que ver con una política de seguridad. Cuanta más gente andemos de noche más seguros nos vamos a sentir. Entonces lo que viene también tiene que ver con eso, no va sólo a la afectación presupuestaria. Después, si lo programado puede seguir sosteniéndose… a veces es difícil parar la pelota en una Secretaría que anda tan rápido y con tantas cosas. Pero bueno, ese es el trabajo que a uno le toca.
– ¿Cuántos empleados municipales, y en cuántas instituciones, trabajan bajo la órbita de la Secretaría de Cultura?
– Son 930 personas, en calidad de planta permanente, y 40 instituciones físicas. A veces alguno puede decir que 930 “es un número grande”. Es un número. Yo les digo que recorran nuestras instituciones, que vayan a la Isla de los Inventos, que vean cómo reciben a 4.000, 5.000 personas por fin de semana, que recorran las escuelas de formación artística que reciben a 2.000 chicos de todas las edades, que transiten nuestros programas de ajedrez… Los números nunca son juntos, a los números hay que ponerles la capacidad de transformación que tienen, y yo te puedo asegurar que todas esas personas que tenemos en esta planta son necesarias, son trabajadores que creen en el Estado, en su rol. Y obvio que también hay mucho para corregir, pero repito que se trata de una Secretaría a la que a veces se conoce poco con relación a lo que tiene, y se la critica demasiado con relación a lo que hace, que es muchísimo y en todos los barrios de una ciudad enorme. Por eso es una Secretaría muy grande, sí, y muy necesaria. Creo que nadie podría imaginarse esta ciudad sin una Secretaría de Cultura como la que tenemos. Y repito: todo lo que hacemos puede hacerse mejor, estamos en un buen momento de trabajo; sí, tenemos deudas pendientes, deudas en términos de lo normativo. Las deudas de los pagos son una realidad.
– Una realidad histórica…
– Es histórica. La hemos mejorado, y tratamos de mejorarla. Pero también aparece una dificultad de la burocracia sobre los tiempos de los trámites, pero es una realidad que a mí cada vez que alguien me escribe para cobrar (mi teléfono es accesible, lo puede tener quien quiera tenerlo) yo no hago ni más ni menos que pedirle disculpas por no saber resolvérselo. Pero sí, falta un sistema más ágil. Y digo: la verdad que si falta hay que mejorar, y ojalá podamos detener la pelota y que cada una de las instituciones pueda proyectarse para los próximos 10 ó 15 años.
– Para cerrar, ¿hay algo que te hubiera gustado que te preguntara y no te pregunté? ¿O algo más que quisieras decir?
– No, al revés. Aprovecho la oportunidad que me das y te pregunto a vos, en esta manera de autocrítica, qué ves vos de esta Secretaría, tanto en lo malo como en lo bueno; qué creés que podríamos hacer y no estamos haciendo, y te lo pregunto sin ningún compromiso, con total confianza, y digo que estamos habilitados a la crítica, porque la verdad que te veo, en el mejor de los sentidos, en muchos lados, y más que como un participante como un observador.
– Eeeehhh… (Largo titubeo y una respuesta un tanto confusa, porque me vi sorprendido en mi propio juego, que no corresponde que la transcriba, ya que pertenece a un género pariente, el de la contraentrevista, que Río Belbo intentará explorar en las próximas entregas).
Leí un poco Andrés. La seguiré en otro momento. Primero, me alegro que haya una nueva cara que no sea Dante Taparelli. Como otros que estuvieron antes. No entiendo qué es Casa de Alvear, centro también, macrocentro? En el Distrito Sur municipal, por ejemplo, son pocas personas que trabajan por pasión y la pasan mal, y hacen lo mejor que pueden. Desde recibir una muestra hasta colgarla. Distrito Sur!!! Uno de los barrios en los que la gente “también” necesita ver otro cosa. Voy a tirar un manto de piedad pero me falta confianza en todas las “autoridades” de este intendente. SAludos y nos vemos un día en la copa.