Con la puesta en escena de Ensayo Vania (una fallida representación sobre la felicidad), dirigida por Pablo Fossa, un grupo de actores se proporciona alegría y la transmite al público
Por Andrés Maguna
El jueves pasado cerca de las nueve de la noche, sentado en una silla de plástico en la segunda fila frente al escenario de La Orilla Infinita, a poco de comenzar la función de Ensayo Vania (una fallida representación sobre la felicidad), empecé a sentirme liviano, contento, congratulándome de haber tomado la decisión de arrancar en la moto hacia La Orilla Infinita, en el lejano límite entre la República de la Sexta y la Siberia, con el cielo cargado de amenazas de lluvia. Y la sensación se acentuó cuando Malena Contreras, una de las actrices (al entrar los espectadores ya había ocho actores en escena), se adelantó y explicó que encarnaba dos personajes de dos actrices: una, de la obra que estábamos viendo, sobre un ensayo de la obra Tío Vania, de Chéjov, y otra que es la que ensaya esa obra dentro de la obra que estábamos viendo. No me pareció difícil de entender (“bien, teatro dentro del teatro”, pensé), pero una señora mayor (de mi edad) que estaba sentada en la fila de adelante exclamó, a modo de divertida queja por la complicación discursiva, por el trabajo mental que se le exigía: “¡Ah, bueno!”.
La situación me resultó en extremo graciosa, y a partir de allí se me instaló una sonrisa hasta el final, unos 75 minutos después, mientras que con el rabillo del ojo comprobaba que dos chicas de unos 14 ó 15 años que estaban a mi izquierda también sostenían sendas sonrisas.
Luego se presenta otra de las actrices (Aylén Favre), que también interpreta a dos personajes de actrices teatrales, y un actor (Jorge Ferrucci) que hace de dos actores: el que ensaya Tío Vania (en el rol del médico rural Mijáil Lvóvich Ástrov) y el de Ensayo Vania. Completándose el número de los actores que permanecen en escena con una tercera actriz (María Laura Silva), que interpreta a la hermana de una de las actrices en cuya casa se ensaya Tío Vania, y cuatro actores sin parlamento (Aldo Villagra, Ariel Armoa, Pablo Tendela y Niche Almeyda, quienes salvo algunas pocas palabras susurradas, permanecen mudos los casi 80 minutos que dura la obra, siempre en escena), vestidos con monos overoles, como asistentes técnicos escenográficos.
También hay juegos de doble sentido con la cuarta pared, con la escenografía (planteada al estilo de Dogville, la película de Lars von Trier, notable ejemplo de teatro dentro del cine), con los objetos escenográficos, con las luces, con el sonido (artilugios explosivos incluidos), y con los diálogos como parte de un texto dramático en el que subyacen, y van aflorando, cobrando preeminencia, subtextos basados en las palabras de Chéjov y en las de extraordinarias citas de Macedonio Fernández, genio y figura del doble sentido (dicho esto en el mejor de los sentidos).
Transcurridos más de treinta minutos de acciones en las que se plantean la trama y la subtrama, aparece un disruptivo noveno personaje (Macu Mascía), la dueña de la casa donde se ensaya Tío Vania, madre de las dos hermanas, rompiendo todos los esquemas al no respetar los límites espaciales imaginarios de Ensayo Vania, terminando de derribar la cuarta pared dialogando con el público. Su entrada vigoriza el tono de comedia, y le agrega leña a la llama humorística que alimenta desde el inicio María Laura Silva con una máscara de impasibilidad muy a lo Buster Keaton.
Son precisamente Silva y Mascía sobre quienes descansa todo el gracioso andamiaje dramatúrgico de Ensayo Vania, destacándose en un elenco de nueve respecto del cual no hay nada que objetar desde lo actoral, puesto que en todo momento se percibe el disfrute que les otorga lo que están haciendo, así como la sinergia establecida con los espectadores.
¿De qué trata la obra? Poco importa, es teatro puro, y puro teatro. Son diez personas que están en escena (porque uno de los operadores de la técnica también permanece visible, al fondo, en el rincón a la derecha), más una en la cabina (en la técnica de luces) y el director Fossa sentado entre el público (ese jueves lo componíamos 30), gozando el momento, sintiéndose felices y contagiando ese sentimiento. Revelando su pequeño secreto de la felicidad.
Sé que soy un pequeño crítico teatral de una ciudad pequeña de un país pequeño actualmente sometido a los oscuros designios de un pequeño presidente con ínfulas de tirano con traumas de enano, y ser consciente de ello me ayuda a caminar por la calle Riobamba luego de salir de La Orilla Infinita hacia el Club Temperley, donde dejé la moto, pensando en esto del pequeño secreto de la felicidad que me fue revelado, y con la música de fondo de los petardos y los gritos de los hinchas de la primera de básquet del Temperley, cuyo equipo jugaba un importante play-off (contra San Martín de Marcos Juárez, en octavos de final de la Liga Federal). Planetas alineados para unas pocas almas en apenas una manzana de un barrio de Rosario, una noche de un jueves cualquiera, en otro de los ensayos existenciales que se dan cuando se dan y terminan siendo algo maravilloso porque inciden de manera tan amable y natural que cuando pasan allí se quedan sin que nos demos cuenta.
FICHA
Título: “Ensayo Vania (una fallida representación sobre la felicidad)”. Elenco: María Laura Silva, Jorge Ferrucci, Aylén Favre, Aldo Villagra, Ariel Armoa, Malena Contreras, Pablo Tendela, Niche Almeyda y Macu Mascía. Música: Claudio Logiudice. Escenografía: Niche Almeyda. Vestuario: Ramiro Sorrequieta. Construcción de objetos: Aldo Villagra. Asistencia: Ignacio Chazarreta. Dirección: Pablo Fossa.