
La obra unipersonal Molly Bloom que se vio en la sala del Parque España, el viernes 15 de agosto, funcionó como una criatura artística autónoma nacida del escritor irlandés y la actriz porteña, fruto de cierta alquimia experimental de teatralización de la literatura

Por Andrés Maguna

Dos historias y sendas creaciones de dos trabajadores perdidamente enamorados de su trabajo, ambos raras aves de inconmensurables vuelos y sinfónicos cantos de lenguaje, confluyeron en un producto artístico, una obra de teatro unipersonal inabarcable, que unas 300 personas pudimos apreciar el viernes 15 de agosto en el teatro del Centro Cultural Parque de España.
Porque James Joyce amaba su laburo de escritor tanto como Cristina Banegas ama su laburo de actriz. Sólo así se explica esa cosa nueva, extraordinaria, que se titula Molly Bloom y ya generó, desde su estreno en 2012, ríos de tinta digital sin que hasta el momento se arriesgue una definición de género artístico. Ahora que la vimos en Rosario podemos decir que Molly Bloom inaugura un tipo de teatro literario, de teatralización de la literatura, de la actuación del texto antes que del texto actuado, como nunca antes habíamos visto.
Me va a costar explicar esto que digo, pero lo intentaré: para Banegas leer Ulises, de Joyce, fue un antes y un después, y casi de inmediato pensó en traducir al lenguaje teatral el último capítulo de la novela, conocido como “el soliloquio de Molly Bloom” (en sus distintas ediciones en varios idiomas ocupa entre 80 y 90 páginas), empezando a trabajar en una traducción propia del inglés al castellano con la ayuda de Laura Fryd. Pero su ímpetu debió sosegarse porque los derechos de autor eran muy altos, debido a que aún vivía un descendiente de Joyce (su nieto Stephen, que murió en 2020, a los 87 años), hasta que en 2011 se cumplieron los 70 años de la muerte del genio irlandés (1882-1941), liberándose los derechos, y Banegas, nacida porteña en 1948, pudo dar rienda suelta a su proyecto, estrenando Molly Bloom en 2012, cosechando premios y ovaciones, elogios de la crítica, para luego, en 2014, hacer una pausa, volver a revisar el texto y la puesta en escena durante diez años, hasta regresarla a la acción el año pasado, retocada, volviendo a cosechar premios y ovaciones, elogios de la crítica.
Todo ese ingente y denodado laburo de dos artistas separados en el tiempo y el espacio (el de Joyce estirando los límites de la literatura, escribiendo y reescribiendo sin cesar, y el de Banegas ampliando las fronteras del arte dramático y el actoral, actuando al recontrapalo sin parar en teatro, cine y televisión), se unió en una voz, apenas acompañada por un máscara con forma de mujer, que durante 55 minutos tomó la atención de más de trescientas personas y la llevó a la conciencia parlante de Molly Bloom, el personaje de Joyce, en una noche de insomnio, en 1904, en Dublín.

Claro que no puedo hablar por los otros espectadores, pero sí puedo asegurar que por momentos me sentí como una mosca en la pared de la mente de Molly Bloom, incómodo en parte ante la desnudez de los más íntimos pensamientos, disparados hacia las alturas, de una mujer de la que olvidé por completo que era una personaje de ficción creada hace más de cien años por un reloco autor irlandés, como de a ratos olvidaba que esa voz provenía de una actriz argentina nacida hace 77 años en el barrio porteño de Constitución, no cabiéndome dudas de que la que hablaba era Marion, apodada Molly, nacida en 1870 y casada con Leopold Bloom en 1888.
También creo que nunca sabré a cuál de los dos artistas atribuir mayor responsabilidad por la invención (la corporización) de la Molly Bloom que estuvo, como un espíritu redivivo, aquel viernes en el teatro del Parque España. Porque si decimos que el tremendo obrero de la palabra llamado Joyce le dio vida, entonces sería como su padre y su madre original, y la enérgica obrera del gesto Banegas, haciéndola suya, adoptándola y dándole carnadura, también sería como su madre y su padre. Sí así fuera, esa mujer, la cantante lírica de “cierta reputación” en Dublín, la madre de la adolescente Milly, convertida en una voz y un relato sin filtro ni techo en una obra de teatro titulada con su nombre, sería hija de un mismo ser, el animal bicípite constituido por Joyce y Banegas.
Entonces Molly Bloom sería fruto de la partogénesis del “animal Cristina-James”, o, más bien, sería hija del “animal Cristina-leyendo a Joyce-en su casa-en Buenos Aires”. Por eso, creo, no estaría mal ponerle de apodo (o segundo nombre) a la Molly Bloom que se apareció en Rosario: Cristina Banegas Joyce Hija.
FICHA:
Título: Molly Bloom. Autoría: James Joyce. Adaptación: Ana Alvarado, Cristina Banegas, Laura Fryd. Traducción: Cristina Banegas, Laura Fryd. Actúa: Cristina Banegas. Diseño de Iluminación original: Verónica Alcoba. Colaboración en escenografía: Julieta Capece, Juan Teodoro. Asistencia de dirección: Matías Macri. Diseño de iluminación en gira y producción ejecutiva: Jorge Thefs. Productores asociados y distribución: El Excéntrico De La 18, De la tía. Dirección de arte: Juan José Cambre. Dirección: Carmen Baliero. Función del viernes 15 de agosto de 2025 en la sala Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España de Rosario, en el marco del ciclo En Obra. Teatro de otras latitudes, de la Comedia de Hacer Arte.
Maravillosa crítica Rio Belbo!! No me la pierdo!! Gracias