
Entramado de poder británico en Malvinas, Atlántico Sur y Antártida

Por Juan Facundo Besson
Nunca se encontrará un inglés que no tenga razón. Todo lo hace por principios: te guerrea por principios patrióticos, te roba por principios de comercio, te esclaviza por principios imperialistas, te oprime por principios de fuerza, sostiene a su rey por principios de lealtad, y lo decapita por principios republicanos.
George Bernard Shaw,
Hombre del destino, en Comedias agradables
Si algo ha demostrado el Reino Unido a lo largo de los últimos dos siglos es su admirable capacidad para exhibir, con la misma convicción con la que sostiene una taza de té, que el colonialismo ya no existe, mientras lo administra con la eficiencia de un contador veterano. La cuestión Malvinas es, en ese sentido, una muestra de laboratorio: un dispositivo geopolítico ensamblado con precisión quirúrgica, donde derecho, burocracia, explotación de recursos, despliegue militar, demografía y discurso público funcionan como engranajes de una máquina que Londres prefiere llamar “autogobierno local”, evitando cuidadosamente la palabra prohibida: dominación. Como recuerda Bouthoul (1962), la guerra es “un fenómeno social total que trasciende lo militar” (p. 45), y es precisamente en ese territorio ambiguo –ese lugar donde la diplomacia se mezcla con la cartografía, y la Constitución con la Royal Navy– donde el Reino Unido ha perfeccionado una arquitectura institucional destinada a lograr lo que la fuerza militar no puede hacer sin consecuencias diplomáticas: volver permanente una ocupación que se vende como un ejercicio de libertad.
Lo fascinante del andamiaje británico es su sutileza. A diferencia de los viejos imperios que marcaban sus territorios con cañones, buques acorazados y gobernadores uniformados, el Reino Unido contemporáneo prefiere un método más refinado: una combinación de tecnocracia, sentimentalismo imperial tardío y una extraordinaria habilidad para convertir decisiones de fuerza en gestos administrativos disuasivos. Lejos del estilo victoriano, Londres despliega hoy un dispositivo burocrático que opera con la pulcritud de un sistema de relojería. En lugar de exhibir directamente su poder, lo encapsula en oficinas ministeriales, reglamentos constitucionales, ejercicios militares, amenazas por medio de reportes, protocolos diplomáticos y un discurso de autodeterminación tan impecable en la forma como funcional en la práctica.
En el Atlántico Sur, esta estrategia no apunta a transformar al Estado argentino –maniobra demasiado burda para una potencia que prefiere la elegancia del control indirecto– sino a reconfigurar la apariencia misma del enclave colonial. La operación consiste en producir un territorio que parezca cada vez menos una colonia y cada vez más una minidemocracia modelo, un dispositivo institucional presentable ante la comunidad internacional, cuidadosamente maquillado para ocultar la estructura real del poder. Detrás de ese decorado normativo, de esa prolijidad administrativa y de esa retórica de “elección libre de los pueblos”, subsisten sin disimulo los intereses marítimos, ictícolas, energéticos y militares del Reino Unido, que se administran desde Londres con precisión quirúrgica mientras se proyectan hacia el Atlántico Sur bajo la apariencia de normalidad constitucional.
Análisis quirúrgico del entramado constitucional e institucional
La arquitectura constitucional e institucional que Londres ha diseñado para los llamados “Territorios Británicos de Ultramar” funciona como un laboratorio de ingeniería política donde la apariencia de democracia sirve para encubrir la centralización de la soberanía en la metrópoli. La estructura se sostiene sobre un entramado burocrático meticuloso que vincula los territorios dispersos por el mundo con Whitehall mediante oficinas, direcciones y representantes que actúan como válvulas de control político y comunicacional. En el vértice de esta pirámide se encuentra el Foreign, Commonwealth & Development Office1 (FCDO), cuya Overseas Territories Directorate2 supervisa de manera directa los territorios, definiendo políticas, aprobando presupuestos, regulando licencias de pesca y explotación petrolera y asegurando un flujo constante de información desde cada asamblea legislativa local hacia Londres (FCDO, 2020; FCDO, 2021). Esta coordinación es tan rigurosa que cualquier decisión de gasto superior a 5.000 libras requiere autorización expresa desde la metrópoli, y los proyectos de inversión extranjera se revisan exhaustivamente para garantizar que los intereses británicos permanezcan protegidos.
La Falkland Islands Government Office3 en Londres, que según su propia descripción “representa los intereses del Gobierno de las Islas Malvinas en el Reino Unido”, no es un mero canal de comunicación. Es un puente político estratégicamente diseñado para filtrar información, coordinar mensajes y garantizar que cualquier decisión sobre defensa, recursos estratégicos o relaciones exteriores se ajuste a la línea marcada por Londres. Desde 1833, cuando la administración británica se implantó militarmente en el archipiélago tras la expulsión de las autoridades argentinas, la gobernanza de las Malvinas ha alternado entre el control directo militar, la administración civil a cargo del Colonial Office4, el estatus de Crown Colony5 y sucesivas constituciones que modernizaron la retórica institucional sin modificar los resortes de tutela. Las constituciones de 1985 y la posterior reforma de 2008/2009 fueron elaboradas en Londres con la finalidad de proyectar una imagen de autonomía y derechos, mientras se preservaba la autoridad central. La British Nationality Act 1981 y la British Nationality (Falkland Islands) Act 1983 persiguieron un objetivo político evidente: integrar a los isleños a la comunidad política británica mediante la ciudadanía plena, reforzando su identificación con la metrópoli luego del conflicto bélico de 1982 (Freedman, 2005).

La Constitución de 2008, producto de la Falkland Islands Constitution Order 2008, modernizó la retórica de derechos y autodeterminación sin alterar la arquitectura básica de supervisión metropolitana. En términos jurídicos, el documento establece que “the executive authority in the Falkland Islands is vested in the King and is exercised on his behalf by the Governor” (Constitution of the Falkland Islands, 2008), lo que se traduce como que “la autoridad ejecutiva en las Islas Malvinas reside en el rey y se ejerce en su nombre por el gobernador”. Esta formulación, aparentemente formalista, encierra un mecanismo de control estratégico: el gobernador, nombrado por la Corona y responsable ante el secretario de Estado británico, conserva prerrogativas que exceden la gestión cotidiana, incluyendo la potestad de sancionar o reservar normas, disolver la Asamblea Legislativa y actuar en coordinación directa con el Ministerio de Defensa y el FCDO en asuntos de seguridad. Los juramentos formales y la autoridad amplia en materia de defensa y seguridad interna aseguran que, detrás de la fachada democrática, la metrópoli retenga la capacidad de decisión final, cumpliendo con la fórmula de “peace, order and good government”, es decir, “paz, orden y buen gobierno”.
El juego de la legitimidad performativa alcanza su máximo nivel en la organización electoral y en la retórica de autodeterminación. Referendos cuidadosamente diseñados, manuales de votación, campañas de participación y la insistencia en el “derecho de los isleños” a decidir son utilizados como instrumentos de política exterior. El referéndum de 2013, cuando una abrumadora mayoría votó por permanecer como territorio británico, fue presentado como prueba fehaciente de la voluntad popular; sin embargo, su legitimidad internacional es cuestionable, ya que no abordó la disputa interestatal de soberanía, ni permitió la participación de Argentina ni de la población desplazada por las sucesivas ocupaciones. La “voluntad popular”, lejos de resolver la controversia desde la perspectiva del derecho internacional, se convierte en herramienta diplomática para contrarrestar presiones externas.
La ciudadanía de los habitantes de los Territorios Británicos de Ultramar constituye otro engranaje de integración política y control simbólico. Antes del 26 de febrero de 2002, la nacionalidad se denominaba “ciudadanía de los territorios dependientes británicos”. Quienes nacieron antes del 1° de enero de 1983, si eran ciudadanos del Reino Unido y sus colonias (CUKC)6 y tenían vínculos con un territorio británico de ultramar, adquirieron automáticamente la ciudadanía de ultramar el 1° de enero de 1983. La British Nationality Act 1981 y la British Nationality (Falkland Islands) Act 1983 habilitaron también a cónyuges y descendientes para integrarse plenamente al cuerpo ciudadano. Posteriormente, el 21 de mayo de 2002, aquellos ciudadanos de los territorios calificados, como las Malvinas, obtuvieron automáticamente la ciudadanía británica, consolidando la identificación política y jurídica con Londres. Esta ciudadanía otorga derechos formales, como la posesión de pasaporte británico y asistencia consular, mientras que limita derechos residenciales y laborales en el Reino Unido para quienes no sean ciudadanos plenos, manteniendo así un control selectivo sobre la movilidad y la participación política de los habitantes.
Desde la metrópoli, la política económica y militar de las Malvinas es supervisada con una precisión burocrática extrema. El FCDO define los lineamientos estratégicos mediante la Overseas Territories Directorate, que coordina oficinas regionales y monitorea el cumplimiento de políticas sobre recursos naturales, pesca y explotación de hidrocarburos. Los contratos estratégicos, reservados para empresas británicas, y la supervisión de licencias garantizan que ninguna iniciativa local escape al escrutinio central. Desde Port Stanley, la administración local funciona como extensión de la soberanía británica: la oficina del gobernador concentra policía, aduanas, fiscalía y departamentos de planificación urbana y ambiental, consolidando un control que asegura que incluso la Asamblea Legislativa cumpla los objetivos trazados por Londres.
La historia institucional de las Malvinas revela que cada reforma constitucional o legislativa responde a necesidades estratégicas de la metrópoli más que a demandas locales. La constitución de 1985 introdujo una Asamblea Legislativa electa y ciertas garantías de derechos, mientras que la de 2008 reforzó retóricamente la autodeterminación, consolidó derechos civiles y modernizó procedimientos, pero mantuvo intactos los resortes de control central: la posibilidad de reservar leyes, la intervención mediante Orders in Council7 y la capacidad de Londres de reformar la arquitectura institucional sin consultar a Stanley. La flexibilidad del sistema constitucional británico, mixto y no codificado en un solo documento, permite estas reconfiguraciones vía Royal Letters Patent8 y Orders in Council (Freedman, 2005), lo que refuerza la primacía de la metrópoli sobre la autonomía local.
Más allá de las Malvinas, esta lógica se replica en los catorce Territorios Británicos de Ultramar, desde Anguila y Bermudas en el Caribe hasta Gibraltar y las Islas Pitcairn en el Pacífico. Cada territorio posee constitución propia, gobierno local y leyes internas, pero siempre bajo la representación de un gobernador o comisionado designado por la Corona. En el caso de las islas del Atlántico Sur, la administración de Georgia del Sur y Sandwich del Sur está unificada con la del gobernador de las Malvinas, consolidando un patrón de gobernanza centralizada y coordinada desde Londres, incluso para territorios sin población permanente.
La estrategia británica combina elementos simbólicos de democracia, control político directo y planificación estratégica de recursos. Desde la explotación petrolera hasta la gestión pesquera, pasando por la administración de licencias y permisos9, todas las decisiones se inscriben en un marco legal y administrativo que garantiza la supremacía de la metrópoli. Las oficinas locales actúan como extensiones del poder central, y la ciudadanía, la retórica de autodeterminación y los referendos se utilizan como herramientas de legitimación performativa que fortalecen la posición británica en el plano internacional, sin ceder efectivamente soberanía sobre los territorios.
En este contexto, la figura del gobernador emerge como eje del sistema: jefe del Ejecutivo local, representante del Rey y garante de que cada política, cada proyecto y cada ley sigan la línea de Londres. La Constitución de 2008 lo dota de amplias facultades en materia de defensa y seguridad, y la coordinación con el FCDO asegura que los intereses estratégicos británicos prevalezcan sobre cualquier iniciativa autónoma. Así, el entramado institucional funciona como un mecanismo híbrido: combina democracia local y participación simbólica con control centralizado absoluto sobre asuntos estratégicos, económicos y de seguridad, encapsulando en un solo territorio el modelo de gobernanza colonial moderno que Londres ha perfeccionado desde el siglo XIX.
El resultado es un sistema que presenta a los isleños como ciudadanos plenamente integrados y partícipes de su propio gobierno, mientras mantiene la autoridad última en la metrópoli. La apariencia de autonomía y democracia sirve para neutralizar críticas internacionales y consolidar narrativas de autodeterminación, pero en el fondo, la soberanía efectiva permanece concentrada en Londres. Cada reforma constitucional, cada reglamento y cada política económica son piezas de una maquinaria que combina legislación, administración y comunicación política para sostener un control colonial actualizado, donde la centralización y la planificación estratégica predominan sobre la autonomía real. La ciudadanía británica, la estructura legislativa y la retórica democrática no son concesiones de soberanía, sino instrumentos para reforzar el dominio metropolitano bajo un velo de legitimidad y derechos (Freedman, 2005).
En este entramado, cada institución que compone la gobernanza de las Islas Malvinas funciona como un engranaje preciso dentro de una maquinaria colonial cuidadosamente aceitada, donde organismos británicos, oficinas locales y marcos normativos importados se articulan para reproducir la supremacía metropolitana bajo la forma de una administración técnicamente moderna. Lejos de operar de manera aislada, estas estructuras conforman un sistema interdependiente en el que todos los organismos y actores actúan como nodos de una red vertical que garantiza que cada decisión –desde la asignación de licencias pesqueras hasta la definición de políticas de defensa, seguridad, educación, comunicación, migración o inversión– responda a prioridades estratégicas fijadas en Londres. El análisis detallado de cada una de estas piezas permite comprender cómo la arquitectura institucional no es un mero legado histórico, sino un dispositivo vivo que sostiene un modelo contemporáneo de control colonial, donde la apariencia de autonomía se combina con mecanismos jurídicos y administrativos que aseguran la continuidad del poder británico sobre el Atlántico Sur. Algo ya adelantamos, y a continuación vamos a analizar detalladamente cada uno:
I. La Asamblea Legislativa de las Islas Malvinas, ese escaparate cuidadosamente montado de participación democrática, revela en su composición institucional la esencia de un sistema pensado para perpetuar la subordinación colonial bajo la ilusión de autogobierno. Está integrada por ocho miembros elegidos –cinco por Stanley, la ciudad principal, y tres por el resto del territorio, conocido como “Camp”–, un Speaker, dos miembros ex officio –el Chief Executive y el Director of Finance–, y la participación sin derecho de voto del comandante británico de las fuerzas desplegadas y del Attorney General. Esa estructura, lejos de ser neutral o representativa, combina de manera explícita la administración civil y el poder militar en un mismo espacio deliberativo: la bayoneta y el expediente comparten mesa, mientras se simula autonomía local.
Formalmente, la Asamblea tiene potestad sobre ciertos asuntos internos –infraestructura, servicios, pesca–, pero todas las decisiones estratégicas que afectan la soberanía, la defensa, las relaciones exteriores y las concesiones de gran envergadura siguen dependiendo directamente de Londres o requieren la aprobación del gobernador, representante de la Corona. De esta manera, la administración local se limita a lo cotidiano y lo operativo, mientras que las verdaderas decisiones políticas permanecen bajo control imperial; se administra la rutina y se mantiene la apariencia de democracia mientras el poder de fondo permanece intacto, demostrando que la participación política es más una puesta en escena que un instrumento real de autodeterminación.
El régimen electoral de las Islas Malvinas, lejos de expresar un modelo de participación amplia, revela una arquitectura jurídica cuidadosamente diseñada para producir un cuerpo político homogéneo y controlado. Aunque la Constitución local enuncia la existencia de un sufragio universal, ese principio queda vaciado de contenido por la exigencia del Falkland Islands Status, una categoría jurídica que opera como llave de acceso –y a la vez como cerrojo– al electorado. Obtener dicho estatus no es un trámite neutro, sino un procedimiento selectivo que demanda probar residencia continuada por años, demostrar “vínculos sustanciales” con la comunidad y sortear un escrutinio institucional que evalúa la integración, la conducta y la aptitud del solicitante para ser considerado parte del “cuerpo estable” de la colonia. Este proceso, administrado por órganos locales pero siempre en sintonía con los lineamientos estratégicos británicos, excluye de forma automática a trabajadores temporarios, migrantes, personal rotativo y a toda persona cuyo arraigo no sea compatible con el molde sociocultural del poblador británico ideal. La promesa del sufragio universal se revela así como una ficción regulada: sólo acceden a la condición de electores quienes reproducen la identidad construida por el enclave, mientras los demás quedan recluidos a la categoría de población residente sin derechos políticos efectivos.
La ingeniería normativa que rige la vida política de las Islas Malvinas produce un electorado reducido, homogéneo y profundamente funcional a la continuidad del dominio británico. La exigencia del Falkland Islands Status como condición para votar y ser elegido configura un mecanismo de filtrado que selecciona a quienes pueden integrar el cuerpo político y excluye a quienes no encajan en la matriz cultural y política proyectada por Londres. Este requisito transforma el sufragio, en apariencia “universal”, en un privilegio restringido a un grupo previamente preformateado para reproducir el orden colonial. Así, la participación electoral deviene una herramienta para legitimar una estructura de poder cerrada, donde la retórica de la autodeterminación se emplea como “un dispositivo discursivo que oculta la verdadera naturaleza de un proceso político cerrado y excluyente” (Freedman, 2005, p. 112). En tal contexto, el voto ya no expresa una voluntad popular genuina, sino la continuidad del orden impuesto tras la ocupación de 1833, que nunca fue consentida por la Argentina.
La configuración de este electorado es el resultado de políticas demográficas deliberadas. Según el censo de 2012, solo el 70 % de la población tenía Falkland Islands Status, y dentro de ese universo apenas un 11 % eran extranjeros provenientes de 58 países, incluyendo a 18 argentinos. La mayoría del padrón estaba integrado por personas nacidas en el Reino Unido o por residentes asimilados al ethos británico, mientras que trabajadores temporarios, empleados extranjeros del sector pesquero y migrantes latinoamericanos quedaban automáticamente excluidos de toda participación política. Este patrón se reproduce en el censo de 2021, que muestra una población total de 3.142 habitantes, de los cuales solo 1.247 nacieron en las islas –es decir, apenas un 39 % del total–, mientras que 1.895 provienen del exterior, siendo 780 nacidos en el Reino Unido (Falkland Islands Government, 2023). La población nacida localmente cayó un 38 % entre 1946 y 2021, mientras que la población nacida en el Reino Unido creció un 475 %, confirmando que la base electoral es el producto de un proceso de colonización demográfica sostenida. Como advierte la bibliografía especializada, “las migraciones revisten un rol destacado, de modo que poco influyen la natalidad y la mortalidad” en la conformación poblacional (Peretti & Varisco, 2017, p. 8).
El sistema electoral, carente de partidos políticos y basado exclusivamente en candidaturas individuales y autofinanciadas, refuerza esta concentración del poder en una élite local de origen británico. El block voting favorece a los candidatos más conocidos dentro de un electorado diminuto y homogéneo, lo que se traduce en una representación política donde, durante las últimas dos décadas, cerca del 40 % de los legisladores nacieron en el Reino Unido. En 2021, apenas unas 1.500 personas estaban habilitadas para votar, un número que evidencia la extrema reducción del cuerpo electoral y que convierte cada elección en un ejercicio plebiscitario para ratificar la presencia británica. Los topes de gasto electoral –500 libras en Stanley y 600 en el Camp– impiden la formación de agrupamientos políticos o movimientos estructurados y aseguran que solo participen individuos con arraigo dentro de la comunidad implantada. En estas condiciones, cualquier propuesta que implique negociación con la Argentina o cuestionamiento del dominio colonial queda excluida antes incluso de ingresar al debate público.

La dimensión demográfica confirma, además, que la población residente en Malvinas no constituye un “pueblo” en el sentido del derecho de libre determinación. El censo 2021 revela que la población nació mayoritariamente fuera de las islas, que la base militar de Mount Pleasant –con 324 civiles– constituye el segundo núcleo poblacional del archipiélago, y que el 51 % de los habitantes son ciudadanos británicos, únicos con derechos políticos plenos. El resto de los residentes, especialmente chilenos, filipinos y trabajadores de Santa Elena, ocupan los empleos de menor remuneración y carecen de derechos políticos sustantivos (Peretti & Varisco, 2017, p. 22)
En términos históricos, esta composición no deriva de un asentamiento natural ni de un proceso de autodeterminación, sino de un acto de fuerza que “frustró la continuidad de la mayor empresa de civilización en las islas” para reemplazarla por una colonización planificada destinada a consolidar la presencia británica (Calabrese, 2013, p. 67). La historiografía demuestra, asimismo, que la supuesta “multinacionalidad” isleña es un artificio propagandístico reciente que pretende separar a la población implantada del hecho inicial de la ocupación de 1833.
En este marco, es evidente que una población predominantemente migrante, renovada de manera constante, dependiente de regulaciones estrictas de residencia y con un crecimiento demográfico artificial no configura el “pueblo” al que se refiere el derecho internacional para habilitar la libre determinación. Como señala la doctrina, “no importa cuántas generaciones lleven los isleños habitando las Malvinas sino las circunstancias en que las habitan” (Candioti, 2010, p. 144). La presencia británica se sostiene sobre un entramado jurídico, administrativo y demográfico que produce un electorado funcional al dominio colonial mientras mantiene excluidos a trabajadores temporarios, argentinos y migrantes regionales. Los habitantes de Malvinas, por supuesto, son titulares de derechos humanos –individuales y colectivos– que la Argentina reconoce expresamente en su Constitución, pero ello no los convierte en un sujeto autónomo de libre determinación frente a una controversia internacional entre dos Estados. El censo de 2021 demuestra que la población actual no es el resultado de un proceso histórico propio sino de una ingeniería poblacional deliberada. En consecuencia, a pesar de los esfuerzos británicos por inventar una identidad “nacional” isleña, una comunidad de estas características no constituye un pueblo separado en el sentido del derecho internacional, sino una población implantada destinada a servir como instrumento de legitimación de la soberanía británica.
Retomando la estructura institucional de la Asamblea, además, está diseñada para reforzar esta exclusión y concentración de poder. Los miembros ex officio –Chief Executive y Director of Finance–, aunque carecen de voto ejercen influencia decisoria mediante su participación activa en las deliberaciones y negociaciones, mientras que la voz del comandante británico y del Attorney General introduce una supervisión directa de los intereses militares y legales de la metrópoli. Esta configuración híbrida convierte la Asamblea en un órgano doblemente funcional: por un lado, administra los asuntos locales de manera limitada; por otro, legitima la presencia colonial, asegurando que ninguna decisión desafíe los intereses de Londres. Así, lo que se presenta como gobierno autónomo no es más que una fachada de deliberación, donde la realidad de la toma de decisiones estratégicas sigue concentrada en la Corona. El gobernador, con facultades para disolver la Asamblea y convocar elecciones a su arbitrio, refuerza este control; toda ley requiere su firma para entrar en vigor, mostrando que, más allá de la apariencia parlamentaria, la autoridad suprema reside fuera del territorio y no en el cuerpo legislativo local, en una versión moderna del Leviatán hobbesiano adaptado al Atlántico Sur.
El poder económico se concentra en la Falkland Islands Company (FIC), heredera de la South Atlantic Company10, que desde el siglo XIX controla tierras, logística, comercio minorista y servicios, y cuyos miembros históricamente han ocupado cargos en la Asamblea. Esta presencia corporativa asegura la continuidad de un modelo económico extractivo que explota licencias de pesca –negocio que supera los 60 millones de libras anuales– y depreda el ecosistema del Atlántico Sur, mientras la Constitución de 2008 faculta a la Asamblea a dictar leyes “para la paz, el orden y el buen gobierno”, traducción de la frase original “peace, order and good government”, lo que garantiza en la práctica la perpetuación de intereses corporativos y la subordinación de la comunidad local a la lógica extractivista británica, sin inclusión de la Argentina ni de la población originaria en la administración de los recursos estratégicos del territorio. La exploración de hidrocarburos sigue la misma lógica: contratos diseñados para beneficiar a Londres, bajo bandera británica, con la población local como observadora pasiva, confirmando que la “autodeterminación” proclamada no tiene sustancia, sino que funciona como mecanismo simbólico de legitimación colonial.
La Asamblea, en esencia, funciona como un directorio ampliado de la FIC y de los intereses británicos, y las elecciones son un mecanismo para refrendar ese modelo. Todos los candidatos se declaran “independientes”, pero coinciden en un consenso inquebrantable: defensa de la “autodeterminación” y rechazo a cualquier acercamiento con Argentina. Como lo resumió Dick Sawle en 2012, “Argentina tiene que respetar los deseos de los isleños”, afirmando que el hallazgo de petróleo “pertenece a nosotros”, excluyendo explícitamente a Argentina de cualquier participación. Esta “autodeterminación” está respaldada por la base militar de Mount Pleasant, con más de 1.200 efectivos permanentes y capacidad de proyección nuclear, mientras Londres instruye al electorado mediante manuales como el Candidate and Voter Handbook11, donde se afirma que “cada voto emitido refuerza nuestro derecho a la autodeterminación y demuestra nuestro compromiso con la gobernanza democrática”, traducción de “each vote cast reinforces our right to self-determination and demonstrates our commitment to democratic governance”, subrayando la función simbólica de la elección más que su capacidad de otorgar poder real.
Como ya señalamos, el filtro migratorio actúa como otro mecanismo de control: el estatus de belonger separa a los “propietarios de derechos” de los trabajadores temporales o migrantes, y quien no lo obtiene no puede votar ni ser elegido, aunque resida por años en las islas. Además, el gobernador mantiene facultades amplias en virtud del Emergency Powers Order in Council12 de 1939, que le permite suspender leyes, deportar o expropiar a discreción, confirmando que la democracia local es en realidad una vitrina detrás de la cual se ejerce un poder absoluto de la Corona y su delegado. En términos legislativos, la Asamblea opera como mecanismo de legitimación: cada proyecto de ley pasa primero por el Comité Ejecutivo, integrado por miembros designados por el gobernador, quienes pueden vetar o aplazar indefinidamente cualquier iniciativa que desafíe los intereses de Londres, asegurando que los debates y decisiones siempre se mantengan dentro de los márgenes aceptables por la metrópoli.
La disolución de la Asamblea en octubre de 2025 y la convocatoria a elecciones para diciembre de 202513 ejemplifican la dependencia de la institucionalidad local respecto del gobernador y la Corona, reafirmando que cualquier renovación política es controlada desde fuera y no surge de la comunidad. Las elecciones de diciembre, con 19 candidatos disputando los ocho escaños, mantendrán la dinámica histórica: candidaturas individuales, electorado reducido y homogéneo, sin partidos, sin ideologías alternativas, todo enmarcado en la defensa del vínculo con la metrópoli y la exclusión de cualquier negociación con Argentina. El control del registro electoral, con depuraciones periódicas, asegura que solo quienes cumplen con el perfil deseado participen en la legitimación formal del poder, reforzando la continuidad del colonialismo en clave contemporánea.
El análisis de este entramado muestra que la Asamblea Legislativa de las Islas Malvinas no es un espacio de representación genuina ni un instrumento de autodeterminación: es una herramienta de administración colonial, una vitrina democrática que oculta un poder concentrado y subordinado a Londres. La existencia de elecciones, sufragio restringido y debates sobre asuntos locales no cambia la naturaleza del control; lo que parece democracia es teatro, y la verdadera autoridad, la que decide sobre defensa, soberanía y recursos estratégicos, reside fuera del territorio. Es un ejemplo claro de cómo las potencias coloniales adaptan sus estructuras de dominación al siglo XXI: el colonialismo se disfraza de autogobierno, se maquilla de participación y se legitima mediante procedimientos que aparentan pluralismo, mientras el núcleo del poder permanece inmutable y las decisiones estratégicas continúan obedeciendo a la metrópoli.
II. La presencia británica en las islas del Atlántico Sur no puede entenderse como un mero accidente geográfico o como el resultado de disputas militares aisladas; se trata, en cambio, de un proyecto económico y político cuidadosamente estructurado a lo largo de casi dos siglos, cuyo núcleo estratégico ha sido siempre la Falkland Islands Company (FIC), fundada en 1851 y consolidada mediante carta real en 1852, hoy parte del holding FIH Group plc. Desde su origen, esta compañía no fue simplemente un emprendimiento comercial; se constituyó como un mecanismo de colonización económico-territorial, un híbrido entre corporación y autoridad de facto que combinaba propiedad de la tierra, control de la economía, influencia política y capacidad de manipular la población local. La FIC operaba en un contexto histórico en el que el Río de la Plata era escenario de disputas económicas y políticas entre los intereses comerciales británicos, aliados de sectores liberales porteños, y la defensa de un proyecto federal autónomo bajo Juan Manuel de Rosas. La llegada de Samuel Fisher Lafone, comerciante británico de origen hugonote, no puede leerse como la biografía de un simple empresario; se trata de un agente imperial que comprendió las debilidades de la organización política argentina, supo tejer alianzas estratégicas con actores opositores al gobierno rosista y desplegó una estrategia económica, social y propagandística destinada a socavar el proyecto nacional. Lafone, nacido en Liverpool, arribó al Río de la Plata en 1825 y rápidamente comenzó a desarrollar una red de comercio, bancos, saladeros y logística portuaria, consolidando una capacidad de intervención en la región que excedía con creces la de cualquier empresario privado, transformándose en un actor de poder paralelo al Estado, capaz de influir en decisiones políticas y económicas de alcance territorial y nacional.
La dimensión personal de Lafone, marcada por su matrimonio clandestino con María Felicia de Quevedo y Alsina, vetado por Rosas por motivos religiosos y políticos, ilustra cómo las tensiones coloniales se manifestaban también en el plano social y cultural. La reacción represiva del Estado, con prisión y orden de expulsión, no impidió que Lafone consolidara su posición desde Montevideo y Maldonado, reorganizando su aparato económico para financiar a sectores antirrosistas y proyectar su influencia hacia el Atlántico Sur, donde estableció las bases de lo que sería la colonización económica de las Malvinas. Su capacidad de combinar operaciones comerciales legales con redes de contrabando, propaganda difamatoria –a través de panfletos y textos periodísticos financiados– y préstamos políticos a gobiernos locales, evidencia un modelo de intervención integral, en el que el comercio se utilizaba como arma geopolítica, y la economía se convirtió en herramienta de subordinación territorial y control poblacional. La creación de la FIC, formalizada mediante concesión real británica, no fue un acto aislado de negocio sino la materialización de un proyecto de dominación, donde la explotación de la tierra, la introducción de ganado ovino de razas británicas como Cheviot y la importación de colonos escoceses transformaron la isla Soledad en un espacio de control económico y social que desplazó gradualmente a los gauchos rioplatenses que Lafone había traído inicialmente para labores de explotación ovina, evidenciando cómo la población misma fue objeto de un plan colonial de reconfiguración demográfica.
El monopolio territorial y económico de la FIC se consolidó durante todo el siglo XX, transformándose en un actor central de la vida cotidiana de los habitantes del archipiélago, quienes dependían prácticamente de ella para acceder a bienes esenciales, transporte, vivienda, servicios portuarios y comerciales, e incluso empleo. La empresa operaba como un Estado paralelo privatizado, donde sus directivos no eran solo empresarios sino actores políticos que influían en decisiones de gobierno y en la estructuración del enclave. Con el tiempo, la FIC se transformó en un holding moderno bajo la figura de FIH Group plc, cotizando en el mercado AIM de Londres, integrando empresas como Portsmouth Harbour Ferry Company (PHFC)14 y Momart15, especializada en logística de obras de arte para instituciones británicas de élite. Esta diversificación revela la sofisticación del capitalismo transnacional: los beneficios extraídos de un enclave colonial remoto se reinvierten en la metrópoli, fortaleciendo su posición financiera global, mientras la población local permanece dependiente, estructuralmente subordinada y limitada en su autonomía económica. Los balances de FIH para el año fiscal 2024 muestran una facturación total de £ 52,5 millones, de los cuales el 55 % proviene de la FIC, y un beneficio antes de impuestos de £ 2,8 millones tras ajustes contables, lo que evidencia la centralidad del enclave en la economía del grupo y la persistencia de un modelo económico extractivo.

El alcance de las operaciones de la FIC es abrumador: supermercados con marcas británicas como Waitrose, tiendas de artículos para el hogar y vestimenta, ferreterías, concesionarias de Land Rover y JCB, servicios de seguros, transporte marítimo, alquiler de vehículos, servicios portuarios, construcción y desarrollo inmobiliario, almacenamiento, logística y agencias de pesca y turismo. Cada uno de estos negocios no solo genera ingresos para la metrópoli, sino que mantiene a la población isleña en una relación de dependencia estructural que limita su autonomía real. La introducción de licencias exclusivas, la concentración de tierras y propiedades, y el control sobre servicios esenciales como transporte y energía refuerzan una lógica colonial que se mantiene bajo la apariencia de normalidad económica y social. La población kelper –heredera de colonos escoceses, ingleses y, en menor medida, galeses y algún otro del Commonwealth– vive dentro de un sistema donde la soberanía declarada convive con la subordinación corporativa, y donde la autonomía política es nominal frente al poder económico concentrado en Londres.
La expansión del conglomerado hacia negocios de metrópoli como PHFC y Momart ilustra la manera en que las rentas de un enclave colonial no se reinvierten en la economía local sino que se integran en circuitos globales de capital, consolidando relaciones de dependencia y reproduciendo la lógica de extracción colonial. Momart, responsable de la logística de obras de arte para la Tate Modern, National Gallery, Saatchi Gallery o incluso el Palacio de Buckingham, conecta directamente los beneficios del territorio insular con la valorización cultural y financiera en el centro imperial. Esa relación simbólica y material revela cómo un enclave económico y territorial remoto puede convertirse en fuente de capital para el núcleo metropolitano, a la vez que mantiene a su población local subordinada, dependiente y estructuralmente limitada en su capacidad de decisión y desarrollo.
La perspectiva de la explotación petrolera off-shore, liderada por Rockhopper Exploration, añade otra capa a la lógica colonial moderna. Desde 2004, Rockhopper, con sede en el Reino Unido y listada en el mercado AIM de Londres, opera en la North Falkland Basin16, descubriendo y planificando la explotación del yacimiento Sea Lion. Con licencias operativas como PL032, PL033 y PL004, y planes de desarrollo que incluyen la extracción de cientos de millones de barriles mediante FPSO (buque plataforma flotante)17, la explotación petrolera no representa una ruptura de la dependencia sino su profundización: la infraestructura, los contratos y la regulación permanecen bajo control británico, garantizando que los beneficios económicos refuercen la posición de la metrópoli y no la autonomía local. La eventual bonanza petrolera no alteraría la estructura de dominio colonial sino que la consolidaría, fortaleciendo la captura de renta, la subordinación institucional y la dependencia económica.
La reconstrucción histórica de la intervención de Lafone y de la FIC revela que la pérdida de soberanía no se reduce a episodios bélicos o diplomáticos; es resultado de un entramado económico, corporativo y financiero que se despliega a lo largo del tiempo, integrando monopolios de servicios esenciales, control de tierras, transporte, licencias y recursos naturales, y articulando las instituciones locales en función de intereses externos. La historia de estas islas demuestra que el colonialismo moderno no necesita ejércitos ni banderas: puede operar a través de balances, sociedades anónimas, holdings, contratos, licencias y diversificación de capital, utilizando mecanismos legales y económicos para reproducir dependencia y dominio estructural. La “autodeterminación” proclamada por la comunidad local, la narrativa de normalidad democrática y la apariencia de autonomía son, en realidad, un barniz que oculta la persistencia de un régimen de control corporativo y colonial adaptado al capitalismo global contemporáneo, donde el poder económico se superpone y condiciona la autoridad política y la vida cotidiana de los habitantes del archipiélago.
III. En este contexto, la proliferación de ONG aparece como la pieza suave de un entramado dual: mientras el hard power consolida la imposición británica, el soft power refuerza su legitimidad simbólica. Actualmente, más de treinta organizaciones británicas registradas ante la Charity Commission for England and Wales18 declaran operar en las Islas Malvinas, y su cronología revela un patrón sugestivo: el mayor crecimiento se produjo entre 2004 y 2020, coincidiendo con la intensificación de la exploración hidrocarburífera y la expansión de la infraestructura militar (Pugh, 2020). Las áreas de intervención de estas entidades abarcan asistencia militar, bienestar comunitario, religión, cultura, educación, conservación ambiental y patrimonio histórico, configurando una red institucional que alimenta el imaginario de una sociedad civil robusta, autónoma y pacífica, despolitizando la ocupación mediante la creación de espacios de socialización cotidiana que naturalizan la presencia británica.
Las ONG vinculadas al bienestar militar juegan un papel especialmente relevante. Organizaciones como The Royal British Legion –La Legión Real Británica– o The Soldiers, Sailors, Airmen and Families Association –Asociación de Soldados, Marineros, Aviadores y Familias– tejen una infraestructura simbólica que humaniza la presencia militar, transformándola en una comunidad integrada, con rostros familiares y vínculos emocionales, suavizando la percepción de un enclave armado en territorio disputado (Warren, 2018). Este tipo de actividades refuerza la cohesión interna de la guarnición y crea un sentido de continuidad entre el “hogar británico” y la vida cotidiana en las islas, una estrategia típica del colonialismo tardío, tal como se observa también en estudios comparativos sobre territorios administrados por potencias europeas (Aldrich & Connell, 1998).
El área religiosa y cultural cumple una función complementaria. Diversas entidades eclesiásticas, como la Intercontinental Church Society o el Bible Reading Fellowship, contribuyen a construir un espacio espiritual que refuerza la identidad anglicana del enclave, promoviendo una matriz cultural que se distancia deliberadamente de cualquier vínculo latinoamericano. A ello se suma el accionar de organizaciones educativas y de intercambio cultural, como AFS Intercultural Programs, que si bien desarrollan actividades de acercamiento con países sudamericanos, lo hacen desde una matriz británica que reproduce la imagen de las islas como un territorio multicultural y abierto, camuflando hábilmente las tensiones históricas derivadas de la ocupación (Jackson, 2015).

El campo de la conservación ambiental constituye uno de los instrumentos más eficaces de la diplomacia científica británica. Entidades como Falklands Conservation, UK Overseas Territories Conservation Forum o el South Atlantic Environmental Research Institute (SAERI) –Instituto de Investigación Ambiental del Atlántico Sur– despliegan un discurso de protección del medio ambiente que se presenta como neutral, técnico y apolítico, pero que en realidad funciona como una justificación indirecta de la jurisdicción británica sobre los recursos naturales del archipiélago (Dodds & Hemmings, 2013). La diplomacia científica es un mecanismo reconocido por la literatura geopolítica como una herramienta para la legitimación de reclamos territoriales en regiones disputadas, especialmente en áreas polares o subantárticas donde los Estados proyectan soberanía a través de estaciones científicas, patrullas ambientales y programas de investigación (Baker & Beale, 2019). El SAERI, en particular, constituye una pieza clave en este esquema: se financia con fondos públicos británicos y colabora con entidades privadas y académicas europeas, produciendo estudios que, aun con su apariencia técnica, refuerzan la narrativa de que el Reino Unido es el único actor capaz de gestionar sosteniblemente los ecosistemas del Atlántico Sur.
La crítica a la funcionalidad política de estas ONG se inserta en un debate académico más amplio sobre su rol en la colonialidad global. Como sostienen Petras y Veltmeyer (2001), las ONG ocupan con frecuencia un espacio ambiguo entre la Comunidad y el Estado, legitimando intervenciones que desplazan las luchas por la autodeterminación, traduciendo demandas políticas en proyectos de desarrollo despolitizados. En el caso de las Malvinas, esta dinámica se aprecia con nitidez: mientras las organizaciones se presentan como mediadoras imparciales orientadas al bienestar comunitario, su existencia depende de agendas definidas en Londres y financiadas por actores estatales o corporativos, en una simbiosis que las convierte en portavoces indirectos del poder imperial. Esta relación simbiótica ha sido ampliamente documentada por la literatura crítica sobre desarrollo, que señala cómo las ONG, al depender estructuralmente de fondos provenientes de potencias occidentales, terminan subordinando sus objetivos a las prioridades geoestratégicas de los donantes (Choudry & Kapoor, 2013).
La narrativa histórica y cultural del enclave tampoco escapa a esta estrategia. Organizaciones como The Falklands Maritime Heritage Trust o The Friends of the Falkland Islands Museum gestionan la memoria colectiva del archipiélago mediante la curaduría de museos, exposiciones y archivos que enfatizan la continuidad histórica británica, consolidando una identidad isleña que excluye deliberadamente su pasado latinoamericano y su condición de territorio en disputa (Howatt, 2012). Esta producción cultural, lejos de ser inocua, opera como un dispositivo de legitimación simbólica: construye un relato interno coherente con la postura británica de autodeterminación y proyecta al exterior la imagen de una comunidad estable y cohesionada, apta para autogobernarse y, por lo tanto, para justificar la permanencia del enclave bajo administración británica.
Finalmente, el análisis integral del papel de estas ONG permite sintetizar una tesis clara: la acción civil británica en las Malvinas no es una colección dispersa de iniciativas benéficas, sino un componente central de una política de Estado de largo plazo, destinada a consolidar la presencia colonial mediante una combinación estratégica de poder militar, explotación económica y legitimación simbólica. Las resoluciones de Naciones Unidas sobre la descolonización, así como la exhortación constante a retomar negociaciones bilaterales, son ignoradas sistemáticamente mediante la creación de hechos consumados que refuerzan la imagen de un territorio autogestionado, próspero y culturalmente británico. La literatura sobre neoimperialismo advierte que la capacidad de los Estados para proyectar autoridad en regiones estratégicas depende, cada vez más, de su habilidad para articular dispositivos de poder blando que complementen la coerción directa (Harvey, 2005). En las Malvinas, este modelo se manifiesta en su forma más acabada: un enclave militar protegido por uno de los sistemas de defensa más avanzados de la región, una economía en expansión basada en recursos naturales, y una red civil de ONG.
IV. La educación en las islas Malvinas no es un fenómeno aislado, sino un componente central de un sistema más amplio de control simbólico, cultural y político diseñado para consolidar la narrativa colonial británica y naturalizar la presencia del Reino Unido desde 1833 hasta la actualidad. El sistema formal, gestionado por el Falkland Islands Government (FIG) a través de su Education Directorate, incluye niveles que van desde la educación primaria obligatoria en Stanley, pasando por la educación itinerante en el Camp para niños que viven en áreas rurales remotas, hasta la escuela secundaria Falkland Islands Community School (FICS) en la capital y la educación terciaria subvencionada en universidades británicas para estudiantes con residencia permanente en el archipiélago. A estos niveles se suma un internado –Stanley House– destinado a los estudiantes provenientes del Camp, que garantiza continuidad educativa sin abandonar el territorio, y un sistema de bibliotecas públicas orientado a reforzar los contenidos curriculares dominantes. Este entramado educativo, aparentemente completo y moderno, funciona en realidad como un mecanismo de reproducción identitaria: se enseña inglés como lengua exclusiva, se privilegia la historia británica y los exámenes nacionales son británicos, mientras que la presencia argentina histórica, los debates internacionales sobre soberanía y cualquier interpretación alternativa de los hechos son sistemáticamente minimizados o eliminados del currículo, dejando en los alumnos una visión unívoca de la identidad kelper como expresión natural de la pertenencia británica (Falklands Government Education Department, 2020; Scholaro, 2025).

El contenido de los planes de estudio refleja esta orientación estratégica. Desde la enseñanza primaria hasta la secundaria, los estudiantes reciben instrucción que enfatiza la narrativa británica de la historia mundial y local, incorporando la guerra de 1982 únicamente desde la perspectiva británica y limitando cualquier discusión sobre la presencia argentina anterior o las disputas diplomáticas posteriores. La enseñanza de 1982 se centra en charlas con ex-soldados británicos, visitas a campos de batalla bajo guías que narran la “derrota argentina”, y tareas escolares orientadas a analizar el conflicto desde la perspectiva británica, mientras se ignoran deliberadamente figuras históricas argentinas, colonizaciones previas y cualquier antecedente que pueda cuestionar la legitimidad británica. La educación en las Malvinas, por lo tanto, no solo transmite conocimientos sino que modela la memoria histórica y la percepción política de las nuevas generaciones, constituyendo un instrumento de colonialismo cultural diseñado para producir un sujeto kelper leal al Reino Unido, consciente de su identidad británica y prácticamente ajeno a la historia argentina del territorio. Esta programación identitaria se refuerza mediante becas y apoyo financiero para estudios en el Reino Unido, asegurando que los estudiantes más capacitados continúen inmersos en el sistema educativo británico y regresen con una formación que reproduce la perspectiva metropolitana, consolidando la subordinación cultural y educativa.
Paralelamente, los medios de comunicación locales constituyen un segundo pilar de esta estrategia de control. Penguin News, principal diario de las islas, mantiene una línea editorial abiertamente probritánica, destacando la participación ciudadana, la estabilidad institucional y la autodeterminación como resultados incontestables de la voluntad local. La prensa, las redes sociales y portales digitales, muchos de ellos monitorizados desde Londres o vinculados a agencias británicas, actúan como extensión de la diplomacia pública, reforzando la percepción de democracia plena, cohesión social y legitimidad institucional. De esta forma, la narrativa colonial no se limita al aula: se proyecta de manera uniforme en todos los ámbitos de la vida social, construyendo un consenso sobre la identidad kelper que se percibe como natural, inmutable e incuestionable. La coordinación entre educación y prensa garantiza que las generaciones más jóvenes internalicen esta narrativa desde la infancia, normalizando la presencia militar y administrativa británica y relegando a un segundo plano cualquier discusión sobre la soberanía argentina o la historia previa a 1833.
El entramado educativo se combina con políticas de integración directa entre las instituciones escolares y la estructura militar presente en las islas, consolidando un control simbólico que se manifiesta también en la vida cotidiana. La reciente inclusión de hijos de personal militar en la Falkland Islands Community School, con alojamiento en Stanley House y acompañamiento escolar directo, ejemplifica cómo el sistema educativo se adapta para reforzar la cohesión social y la lealtad a la metrópoli, integrando familias militares en la comunidad civil y naturalizando la ocupación permanente. Estas políticas no son gestos de beneficencia ni medidas neutrales: son instrumentos de poder, diseñados para asegurar que el sistema educativo funcione como prolongación del aparato militar y de la administración británica, consolidando un control integral sobre la sociedad isleña y sus futuras generaciones. Incluso la exaltación de logros académicos recientes, como mejoras en matemáticas, ciencias o inglés, se convierte en una herramienta para legitimar la calidad del sistema y reforzar su aceptación social, sin que se cuestione la narrativa subyacente ni se problematice la ausencia de una historia plural que incluya perspectivas argentinas o regionales.
Este dispositivo cultural y educativo, en su extensión y articulación, evidencia la sofisticación de la estrategia británica en las Malvinas. No se trata solo de impartir educación, sino de moldear identidades, controlar la memoria histórica, reproducir lealtad y garantizar la continuidad de un sistema de dominación simbólica, política y cultural. La supuesta democracia local y el derecho a la autodeterminación son presentados como resultados de un consenso espontáneo y de la voluntad de los habitantes, cuando en realidad son productos de un entramado cuidadosamente planificado, que combina currículo escolar, medios de comunicación, infraestructura educativa y soporte económico directo desde la metrópoli. Cualquier evaluación crítica del archipiélago como comunidad autónoma debe considerar este contexto, donde la educación funciona como engranaje de un aparato de colonización cultural que asegura la perpetuidad de la presencia británica, la invisibilización de la historia argentina y la consolidación de una identidad kelper estrictamente alineada con los intereses de Londres (Falklands Government Education Department, 2020).
En conclusión, la educación y la cultura en las islas Malvinas no son neutras ni inocuas. Representan un mecanismo deliberado de construcción identitaria y control social, un componente integral del dominio colonial británico que combina enseñanza, medios, infraestructura y políticas públicas para producir un sujeto kelper leal, históricamente desconectado de la memoria argentina y preparado para reproducir, de manera naturalizada, la narrativa británica. La comprensión de este entramado es imprescindible para cualquier análisis serio de la cuestión de soberanía, porque permite entender cómo se construye, se mantiene y se legitima un sistema colonial moderno que opera tanto sobre la mente de los habitantes como sobre la estructura institucional y social del archipiélago.
El entramado institucional británico combina diplomacia, legislación, economía y presencia militar para mantener un control absoluto bajo la apariencia de autonomía. La población local es limitada, homogénea y filtrada, asegurando que la democracia sea un espejo deformado de la realidad. Los intereses corporativos, principalmente la FIC y su holding FIH, funcionan como brazo ejecutor económico de la metrópoli, mientras que la base militar impone la seguridad necesaria para que el discurso de autodeterminación no se vea cuestionado. La estructura completa demuestra que, detrás de la vitrina democrática, existe una estrategia meticulosamente planificada: mantener las Malvinas como un enclave británico autosuficiente en apariencia, dependiente en sustancia y blindado frente a cualquier intento de negociación soberana con Argentina.
El balance es claro: el régimen político de las Islas Malvinas no es una democracia genuina, sino un sistema híbrido de autogobierno limitado, corporativismo económico y control militar, diseñado para proyectar legitimidad internacional mientras se asegura la dominación efectiva de Londres. La “autodeterminación” funciona como una narrativa estratégica, nunca como un principio de gobernanza auténtico, y los mecanismos de exclusión, control y supervisión garantizan que la población local se mantenga alineada con los intereses de la Corona y las corporaciones británicas.

Notas al pie
1 El Foreign, Commonwealth & Development Office (FCDO) –sitio oficial: https://www.gov.uk/government/organisations/foreign-commonwealth-development-office– es el ministerio del Reino Unido encargado de la política exterior, la diplomacia, los servicios consulares y las estrategias de cooperación y desarrollo internacional, resultado de la fusión en 2020 del antiguo Foreign & Commonwealth Office con el Department for International Development para centralizar la proyección global británica y coordinar simultáneamente intereses geopolíticos, asistencia humanitaria y programas de desarrollo.
2 Overseas Territories Directorate – https://www.gov.uk/government/organisations/foreign-commonwealth-and-development-office (pertenece al Foreign, Commonwealth & Development Office, FCDO): División del gobierno británico encargada de gestionar la relación del Reino Unido con sus territorios de ultramar: coordina asuntos como la defensa, la seguridad, la diplomacia internacional, la gobernanza, el apoyo institucional, la cooperación económica y el desarrollo sostenible en esos territorios.
3 Falkland Islands Government Office – https://www.falklands.gov.fk/londonoffice/
Esta oficina actúa como la representación oficial de las Falkland Islands ante el Reino Unido: desde su sede en Londres –la “Falkland House”– promueve las políticas del gobierno de las islas, comunica sus posiciones al gobierno británico, al Parlamento, a los medios y al público, y ofrece servicios de apoyo como la reserva de vuelos, facilidades para pacientes médicos que viajan al Reino Unido, coordinación de visitas de funcionarios, asistencia migratoria, promoción comercial y turística, y difusión de información actualizada sobre las islas.
4 El Colonial Office fue el departamento del gobierno británico encargado de administrar y supervisar las colonias del Imperio desde mediados del siglo XIX hasta su disolución en 1966. Gestionaba la política colonial, designaba gobernadores, controlaba la legislación y coordinaba la explotación económica y estratégica de los territorios, funcionando como eje burocrático del imperialismo británico antes de ser absorbido en el Commonwealth Office en el contexto del proceso de descolonización.
5 Una Crown Colony (colonia de la Corona) era un tipo de territorio bajo dominio directo del Imperio británico, administrado por un gobernador designado por la Corona y sin autonomía política sustancial. Su estructura implicaba control centralizado desde Londres, autoridad ejecutiva concentrada en el gobernador y, en muchos casos, consejos legislativos limitados o meramente consultivos, configurando la forma más clásica y jerárquica de gobierno colonial británico.
6 CUKC significa Citizen of the United Kingdom and Colonies (Ciudadano del Reino Unido y de las Colonias), una categoría de nacionalidad británica vigente entre 1949 y 1983. Era el estatus jurídico que abarcaba tanto a los habitantes del Reino Unido como a los de los territorios coloniales, aunque en la práctica no garantizaba derechos de residencia plenos en Gran Bretaña. Con la British Nationality Act de 1981, este régimen fue desmantelado y reemplazado por nuevas categorías más restrictivas, fragmentando la ciudadanía imperial en distintos estatus con diferentes derechos migratorios.
7 En las Islas Malvinas, los Orders in Council son el instrumento mediante el cual el Reino Unido impone el marco constitucional y diversas regulaciones sin pasar por el Parlamento británico: la Constitución vigente –el Falkland Islands Constitution Order 2008– es en sí misma un Order in Council, y a través de este mecanismo la Corona establece la organización institucional, define las facultades del gobernador y puede extender legislación británica al territorio, funcionando como una herramienta central del control colonial.
8 Las Royal Letters Patent son instrumentos jurídicos emitidos directamente por el monarca británico que otorgan, crean o modifican derechos, cargos, territorios o instituciones, y han sido históricamente una herramienta clave del gobierno imperial. Funcionan como decretos formales de la Corona y se han usado para establecer jurisdicciones, designar gobernadores, definir fronteras coloniales y crear marcos legales básicos en territorios británicos, incluyendo posesiones como las Malvinas, donde este tipo de documento sirvió para institucionalizar la autoridad colonial en sus primeras etapas.
9 El procedimiento para obtener una licencia de pesca en Falkland Islands Fisheries Department (Islas Malvinas) está regulado por la Fisheries (Conservation and Management) Ordinance 2005. Se debe presentar una solicitud dirigida al director de recursos naturales del departamento, especificando el barco, propietario o fletador (prueba de consentimiento si no es dueño), especie, área y método de pesca. Si la licencia se aprueba, el buque debe respetar las áreas, períodos y especies autorizadas; además, debe mantener a bordo la licencia, llevar registros diarios de capturas y descartes, y presentar informes al departamento en los plazos establecidos bajo la normativa. En este esquema interviene también la Falkland Islands Company / FIH Group plc, que opera como actor logístico y comercial relevante: brinda servicios portuarios, de agencia marítima, soporte administrativo y facilidades de operación para numerosos buques que pescan bajo licencias emitidas por la administración colonial, actuando como engranaje empresarial que facilita la ejecución práctica de las actividades autorizadas bajo la normativa 2005 Ordinance.
10 La South Atlantic Company fue una empresa británica vinculada históricamente a proyectos de explotación económica y logística en el Atlántico Sur, particularmente asociada a iniciativas de apoyo, suministro y organización de operaciones comerciales y marítimas en la región. Funcionó como un instrumento empresarial conectado a intereses estratégicos británicos, articulando actividades de provisión, transporte y administración de recursos en torno a territorios como las Islas Malvinas y otras áreas del Atlántico Sur. Su existencia refleja el patrón clásico del imperialismo económico británico: compañías privadas que operaban como brazos auxiliares de la expansión y consolidación colonial, integrando economía, logística y control territorial bajo la supervisión directa o indirecta de la metrópoli.
11 El Candidate and Voter Handbook de las Islas Falklands es un documento oficial que funciona como guía tanto para candidatos como para votantes, detallando los requisitos para postularse, los plazos, el registro de votantes, las reglas de financiación de campañas, procedimientos de votación y normas generales del proceso electoral en el territorio británico de ultramar. Su objetivo es garantizar transparencia, orden y participación informada en las elecciones de la Legislative Assembly de las Falklands. Este manual puede consultarse en línea a través de la página oficial de la legislatura: https://assembly.gov.fk/jdownloads/2025%20General%20Election/Political%20System%20Guidebook%203.pdf
12 El Emergency Powers Order in Council es, en la práctica, la excusa legal favorita del Reino Unido para transformar cualquier “crisis” —real o convenientemente exagerada— en una oportunidad de concentrar poder sin molestarse en consultar al Parlamento. Firmado por el Consejo Privado bajo la omnipresente sombra de la Corona y bendecido por el Ejecutivo, permite imponer restricciones a libertades civiles, controlar movimientos, requisar bienes, detener personas y regular recursos como si fueran juguetes del Estado, todo sin los tediosos trámites legislativos normales. Oficialmente, estas órdenes son “temporales” y sujetas a revisión, pero históricamente se han aplicado con una eficiencia quirúrgica para mantener el dominio británico, tanto en casa como en sus territorios de ultramar, incluyendo las Malvinas, garantizando que la seguridad y la continuidad administrativa siempre se traduzcan en control absoluto del poder.
13 Las elecciones generales de las Islas Malvinas de 2025, previstas para el 11 de diciembre, se presentan como un ritual casi ceremonial de democracia en miniatura, donde ocho representantes —cinco por Stanley y tres por Camp— serán elegidos mediante un sufragio universal supervisado por el Jefe Ejecutivo, el mismo que controla el escrutinio. Estas son las quintas elecciones desde que la Constitución de 2008 reemplazó al histórico Consejo Legislativo, pero la sobriedad de la democracia malvinense se ve empañada por la práctica de disoluciones anticipadas: el Consejo Ejecutivo, en un acto de conveniente prepotencia, decidió adelantar la elección el 7 de agosto de 2025, recordando que aquí la “voluntad popular” siempre se ajusta a los plazos que convienen a la administración. Los miembros electos, como Leona Vidal Roberts, Roger Spink o Pete Biggs, y los candidatos del Camp, parecen competir en un tablero donde el sistema no partidista disimula más que garantiza pluralidad, bajo la estricta normativa de una Constitución que más protege el orden administrativo que la verdadera representación de los habitantes.
14 La Portsmouth Harbour Ferry Company (PHFC) es una histórica empresa británica, fundada en 1883, que ofrece un servicio de ferry rápido y frecuente entre Gosport y Portsmouth, atravesando la entrada del puerto en apenas cinco minutos y funcionando casi a diario desde temprano en la mañana hasta pasada la medianoche. Transporta millones de pasajeros al año, incluyendo peatones, ciclistas y motociclistas, y constituye una conexión esencial para los habitantes de Gosport que necesitan desplazarse a Portsmouth por trabajo, estudios o compras, ofreciendo una alternativa eficiente frente al largo recorrido por carretera. Su importancia radica en la rapidez y regularidad del servicio, consolidándose como un elemento clave del transporte local. Para más información, su web oficial es https://gosportferry.co.uk.
15 Momart es la filial de FIH Group plc especializada en la logística, almacenamiento e instalación de obras de arte, ofreciendo transporte seguro, depósitos con control climático y montaje profesional para museos, galerías, casas de subastas, coleccionistas y artistas. Fundada para atender obras delicadas de cualquier tamaño y complejidad, Momart se ha consolidado como un referente en el manejo de arte en el Reino Unido, gestionando tanto transporte como almacenamiento especializado e instalaciones de gran prestigio. Forma parte de FIH desde 2008, integrándose como uno de los negocios principales del grupo. Su web oficial es https://www.momart.com
16 El North Falkland Basin es una cuenca marina situada al noreste de las Islas Malvinas, conocida por su potencial de hidrocarburos, especialmente petróleo y gas natural. Desde los años 90, diversas compañías han realizado exploraciones que han confirmado la presencia de petróleo, aunque la producción comercial sigue siendo limitada y depende de tecnología avanzada e inversiones significativas. Esta cuenca tiene relevancia estratégica y económica para las Malvinas y el Reino Unido, en un contexto de disputas de soberanía con Argentina y creciente interés internacional por los recursos del Atlántico Sur.
17 En la cuenca del Norte de las Malvinas, las licencias operativas PL032, PL033 y PL004 (o su sub‑bloque correspondiente) albergan el yacimiento Sea Lion Field y otras acumulaciones, y los planes de desarrollo contemplan la extracción de cientos de millones de barriles mediante unidades FPSO, distribuidas en múltiples fases de explotación.
18 La Charity Commission for England and Wales es el organismo regulador oficial de las organizaciones benéficas en Inglaterra y Gales, encargado de supervisar que las charities cumplan la ley, gestionen sus recursos de manera ética y utilicen sus fondos para fines caritativos legítimos. Entre sus funciones se incluyen el registro y monitoreo de organizaciones benéficas, la revisión de informes financieros, la orientación y apoyo para el cumplimiento normativo, así como la investigación y sanción en casos de mala gestión o fraude. De este modo, garantiza la transparencia, la rendición de cuentas y la credibilidad del sector benéfico en estos territorios. Su web oficial es https://www.gov.uk/government/organisations/charity-commission
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