

Por Julián Sanzeri
Y aquí nos tienen,
con los tallos miserables
de la decepción en la mano…
Philip Larkin
Esto es como los indio, dijo H al volante; hay que ir en malón y robarles todo. A se hizo el distraído mientras asimilaba el concepto. G dormía contra un abrigo. Todo, hasta las mujere, señaló H. M se entusiasmó con la idea de modo literal, como si se tratara de una aventura. Siempre dispuesto para la conquista. A se desentendió de la charla observando el tránsito por la ventanilla. Y lo traemos de vuelta, para las toldería, remató H. Entonces A esbozó una sonrisa apaciguando la inquietud de H por recibir aprobaciones.
Recordé la estrategia de la aerosilla, que no se basa en la astucia sino en un precepto; solo hay que reconocer esa distancia inalterable entre cabinas desde la quietud. Instantáneamente asumí que yo compartía cabina con ellos.
G roncó, hizo un gesto tenue con las cejas y su cabeza quedó en posición horizontal. Hay que traer todo para las casa, para eso pagamos, agregó H con la mirada sobre la ruta. M retuvo un impulso por corregirlo, el intercambio de dinero no incidía sobre sus fallos de un modo perjudicial, todo lo contrario, sostenía la creencia de que el dinero erotiza las relaciones. Eso lo hacía todavía más afable.
Mirar el espectáculo desde arriba mientras chirrían los engranajes del mundo: contemplación marciana.
B nos aconsejaba huir ante personas más inteligentes que nosotros para no quedar capturados. La copia es el fracaso de la identificación, decía; no te dispongas eternamente a ser partenaire, tomá partido y protagonizá. Y si vas a robar: robá bien, que no te descubran.
La soledad en la altura, la distancia justa entre la cabina que está delante y la que viene detrás, un intervalo saludable.
El riesgo es repetir el mismo discurso, aseguraba B: a la corta o la larga vas a terminar hablando como esa persona.
Esto es una cuestión histórica: unitarios versus federales… H desplegaba sus hipótesis intentando persuadirnos. A tenía las suyas, aunque no las arriesgara abiertamente. Especulaba con la edad o eso que llamaba experiencia. Se mostraba algo neutro en el ambiente, con ese dejo de rebeldía que segregan los que no se alinean. Como si la pulsión creativa no dependiera de ministerios gubernamentales aunque sus haberes sí. El rey de los distraídos. A diferencia de M, conciliador, un pirata emocional que te asaltaba en el terreno de la adulación. Se movía entre desconocidos inaugurando grandes amistades pasajeras; un turista en el rubro del esparcimiento.
G movió su cuerpo pesado con un movimiento espasmódico y pronunció algo inentendible. Este hijo de puta se cagó, dijo M; bajen las ventanillas…
No importa que sean porteño… En la horizontal somos todos iguales. Escupió H con más desprecio que arte, y la cosa viró a charla de café de estación terminal.
La estrategia de la aerosilla, distancia, cada cual en su casilla; avanzar concentrado en el camino.
A las mujere hay que cogerles la cabeza… Relinchó H, hastiado de no recibir festejos por sus elucubraciones roñosas. Vos, chito, esa frase ya la conocías. Como casi todo lo que H expresa, está algo apoliyado. Ocupa lugares que encarnan discursos reducidos a la obediencia. Pero vos no encajás, ni en los espacios ni en los disimulos que hay que sobreactuar para que esos lugares se abran. Lo elegiste así aunque te curta el cuero por dentro, entonces: chito.
No alcanza con garcharlas, hay que cogerles la cabeza… Repitió H como un enfermo psiquiátrico convencido de que no lo están escuchando mientras lo están escuchando pacientemente. G se garcó de nuevo… Anunció M, anticipándose: el sonido es más rápido que la baranda y la palabra más certera que el gesto, aunque el gesto abra un abanico de sentidos. Se cagó como se caga en tantas cosas que a vos te reclaman esfuerzo. Es tan bueno dentro y fuera del escenario. Quizás por eso se relaja ante nosotros: tipos inseguros aunque erectos ante las acotaciones propias y ajenas. Querellantes, precipitados por afirmar algún comentario receloso. G tiene futuro por sí mismo, un actor municipal que esquiva las opiniones y los conflictos. Actúa de bueno, no le entra una bala, las escupe por ese culo rechoncho. Pedos de plomo y cobre.
Olor a cobre, repitió H como si me hubiera leído la mente. Es que la paranoia sensibiliza, lo pone a tono, puede interpretar antes de tiempo. Como el olor que segregaba la Hedonista cuando me pedía que la ensartara… ¡Amore, amore! A y M se tentaron con el cantito seudo itálico, yo también pero no debería contarlo. Después me discutía todo el día: ustedes, de lo único que hablan es de política. En Europa la gente vive más relajada.
La Hedonista representaba un cambio de paradigma: hacer teatro por placer y esquivar los temas escabrosos. La conocí en un departamento que costeaba su familia. Rememoraba las callecitas empedradas del viejo mundo. Creo que me debe una charla y un libro de un tal Piscator ¿o era del ruso Meyerhold, desaparecido por el régimen Estalinista? Le encantaban los ejercicios físicos de las fotos y los dibujitos en blanco y negro. Diez años después volvió a cruzar el charco y conquistó los escenarios hurgando en temas universales como la locura, los ideales, la mujer… Fin. El oxímoron se tragó a la metáfora, el perro se muerde y como dijo el resignado de Wittgenstein: de lo que no se puede hablar mejor es callarse. O quizás, para tranquilidad de todos, la serpiente se come la cola: repetición constante de ciclos. Un teatro universal sin principio ni fin, un relato sin historia, una representación que alguien observa desde algún punto de vista exclusivo. Devenir y solemnidad, un teatro no político, una travesura de los dioses.
H enderezaba la máquina en la planicie asfaltada, esquivaba líneas curvas, fruncía el ceño. Difícil capitanear ante tanto cacique, faltan indios. G despertó sacudido por sus propias ventosidades y nos sonrió con inocencia. Como salido de un sueño exclamó: qué olor metálico… Me pareció espontáneo. Podés bajar la ventanilla… le sugirió A: ya estamos entrando en Buenos Aires.
La katana de B nos esperaba afilada para rebanarnos el empaque de malón y ponernos en vereda hacia las tolderías: únanse, hagan algo juntos, no se separen, ya nos conocimos… El volumen interior del rodado nos envolvió en la noche rioplatense. Lo único que le faltó decir fue: tengan unión verdadera… Aunque, francamente, no éramos tan gauchos. Cada uno en su casilla, ese espesor mínimo, elucubrando estrategias aisladas. Nos unía esa patrulla entusiasta, perdida en la autopista de la pampa.
Regresar del exterior al origen. No volvíamos solos; nos rozaban viejos olores, generaciones de ruteo tras un éxodo cíclico. La estrategia de la aerosilla no era más que un compendio para sigilosos y pacientes. Los más audaces terminan dejando una silueta irreconocible en la nieve. Ninguna huella.
Después de una cabina viene otra cabina. Repetición y tolerancia: vos, chito, vas a enterrar los secretos de tu desencanto. Avistaje alienígena, volver sobre las cosas como si las vieras por primera vez. Repetir el asombro. Después de subir una montaña, hay que subir otra.
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