
Apuntes para una geopolítica del conocimiento

Por Julio Cano
En una cita que ya hemos utilizado, el sociólogo Muniz Sodré nos da una pauta decisiva para ubicarnos en este tema. Dice que “los hombres, seres singulares, coexisten en su diversidad” Es de la diversidad cultural en nuestra sociedad de la que queremos hablar. Sabiendo que no es solamente un asunto teórico sino una modalidad de entender el relacionamiento entre los humanos que siempre aparece teñido de dramáticas circunstancias y que la llevan a solaparse con la consideración de la unidad del género humano. ¿Existe tal unidad? ¿O, por el contrario, las diversidades humanas indican los límites geopolíticos de nuestras sociedades y la inutilidad de encontrar datos y rasgos comunes que pudieran ser tenidos como fundamentos?
La apropiación de su explicitación teórica por parte de pensadores occidentales (como si la razón fuera un elemento exclusivo de esa región del mundo) es hoy uno de los obstáculos mayores en este sentido. Tal vez haya que comenzar estas reflexiones con una crítica al humanismo, quien ha sido el causante de las unificaciones acerca de lo humano que se han sucedido a lo largo de la modernidad.
El humanismo, brevemente, es una concepción que supone al ser humano y sus características más importantes el centro centrífugo de las consideraciones de todo tipo que se hagan o que se puedan hacer acerca de la realidad (tomada esta en su máxima expresión). Ese ser humano es occidental, cristiano, varón, ilustrado, blanco y europeo. El papel que se le atribuye por parte del humanismo es un papel, un rol universal. Ese papel central atribuido al hombre occidental y cristiano se ha visto cuestionado de múltiples maneras durante los últimos tiempos, al grado de no tenerlo ya como criterio de evaluación y, llegado el caso, ni como criterio, a secas. Estos encares enfrentados son de claro tinte político, lo cual no va en desmedro de su seriedad y validez.
Es más, desde la filosofía latinoamericana han surgido voces con muy fundamentados argumentos que cuestionan el papel central tanto del hombre como de la filosofía occidentales. Por lo mismo se viene poniendo en tela de juicio el aparente rol capital de la cultura occidental. La diversidad cultural no aparece ya como una consecuencia de la realidad planetaria aleatoriamente dispuesta (y luego reconfigurada por los distintos imperios) sino como la realidad misma, primigenia. Surgimos diversos, sin nexos esenciales originarios. Cuando se procesó la macro emigración desde África de nuestros antepasados hacia Eurasia ya lo hicieron diversificados.
Entre los autores que nos han inspirado escogemos a Nelson Maldonado Torres, puertorriqueño que trabaja estos temas, quien en el texto colectivo Epistemologías del Sur escribió un ensayo, titulado “La topología del Ser y la geopolítica del saber”, en el cual nos basamos para lo que sigue.

El tema central del ser surgió en Occidente, en Grecia. Si bien la centralidad ontológica de tal acontecimiento nunca fue puesta en duda, de lo que casi no se ha hablado es de la referencia espacial de tal surgimiento. Tal parece como si las discusiones filosóficas occidentales tomaran como marco de fondo a la temporalidad de las concepciones sin tener presentes los contextos espaciales en que sucedieron. Ante la pregunta central: ¿cómo surgió la actividad filosófica? no se observa el correlato de esta otra pregunta: ¿Cuál fue el marco geográfico en que surgió la filosofía? ¿Dónde apareció –geopolíticamente hablando– esta actividad? ¿Qué lugar privilegiado fue tomado como centro neurálgico y por qué? Con estas interrogantes estamos planteando la topología del Ser. Es obvio que esto implica inmediatamente tener en cuenta consideraciones políticas. Dice Maldonado: “La ausencia de reflexiones sobre la geopolítica y la espacialidad en la producción del conocimiento funciona en tándem con la falta de reflexión crítica en cuanto al compromiso de la filosofía occidental y los filósofos de Europa como sitio epistémico privilegiado” (op. Cit., p.332). “Durante mucho tiempo –continua– la disciplina filosófica procedió como si la ubicación geopolítica y las ideas sobre el espacio fueran características contingentes del razonamiento filosófico. (…) Los filósofos han tendido a considerar el espacio demasiado simple para ser filosóficamente pertinente.” Pero sucede que “las preguntas sobre el espacio y las relaciones geopolíticas socavan la idea de un sujeto epistémico neutro”. Y tal sujeto neutro estuvo y está presente en muchas corrientes y en muchas y muchos filósofos.
Para nosotros, desde el Rio de la Plata, no hay ni puede haber neutralidad en el sujeto que enuncia (por ejemplo escribiendo, como lo estamos haciendo ahora). Y la ausencia de neutralidad implica también un punto de vista conceptualmente situado, ubicado en un determinado espacio político-cultural. Un espacio interrelacionado con muchos otros espacios similares, ubicado en un locus de enunciación que no ocupa el centro. Mas bien, pensando en la diversidad cultural, entendemos que no existe un centro neurálgico.
El punto central es el locus de la enunciación, es decir, la ubicación geopolítica y corpo-política del sujeto que habla.
El trabajo de Maldonado hace incidir la realidad política: “Este ensayo tiene que ver con lo que yo llamaría el olvido de la colonialidad” (subrayado del autor). Maldonado toma el concepto de colonialidad del peruano Aníbal Quijano.
Si nos referimos ahora con estas interrogantes a la formación de la modernidad nos situaremos en lo que nos interesa meridianamente. Citaremos largamente a Maldonado ya que hace referencia decisiva a lo que intentamos expresar:
“El análisis crítico radical debe tomar formas dialógicas. También debe tomar la forma de autocuestionamiento y diálogo radicales. El proyecto de búsqueda de raíces estaría, en este aspecto, subordinado al proyecto de criticar las raíces que mantienen vivas la topología dominante del Ser y la geopolítica racista del conocimiento. La diversidad radical involucraría el divorcio eficaz y el análisis crítico de las raíces que inhiben el diálogo y la formación de una geopolítica descolonial y no racista del conocimiento. Parte del desafío es pensar seriamente en Fort-de-France , Quito, La Paz, Montevideo, Rosario, Bagdad, Argel y no solamente en París, Frankfurt , Roma o Nueva York como posibles sitios del conocimiento. De conocimiento fundante, ontológicamente significativo.
También debemos pensar en aquellos que están atrapados en posiciones de subordinación y tratar de entender tanto los mecanismos que crean la subordinación como de los que esconden su realidad de la vista de los demás. Hay mucho que aprender en el mundo de otros a quienes la modernidad ha vuelto invisibles. Este momento debe tratar de examinar más nuestra complicidad con viejos patrones de dominación y de buscar raíces imperiales: más del análisis crítico radical que de lineamientos ortodoxos contra los que son continuamente concebidos como los bárbaros del conocimiento.” (Maldonado, op. Cit. 366).
A través de un análisis de la topología del Ser en Heidegger, Maldonado ha sugerido que la difundida neutralidad de las ideas filosóficas es solo aparente y puede esconder una cartografía imperial implícita que lleva a fusionar raza y espacio. Señala que se perfila el racismo en, por ejemplo, el olvido de la condena hacia la colonización. También en posiciones más sutiles y elaboradas que, en el silencio, patentizan eso que De Souza Santos denomina “el pensamiento abismal”.
Cita en su favor lo que señala Franz Fanon, dice que “éste abre un camino de reflexión que trata las diferencias coloniales como punto de partida para el pensamiento crítico. Una versión crítica de la topología europea del Ser y su geopolítica del conocimiento debe llevar a hacer visible lo que se ha mantenido invisible o marginal. (…) Es bajo este propósito que han sido formulados conceptos como los de modernidad/colonialidad; colonialidad del poder; colonialidad del saber y colonialidad del Ser. Estos son algunos de los conceptos que tendrán que llegar a formar parte de una gramática descolonial de análisis crítico que reconociera su propia vulnerabilidad abriéndose a versiones críticas diversas” (p. 367).
Entonces tenemos para enfatizar en ellos, los conceptos que han quedado subsumidos a lo largo de la entera historia de la filosofía occidental y que ahora, desde nuestras tierras latinoamericanas, ponemos sobre el tapete. Refieren a la espacialidad y entendemos que merecen la misma atención que los tradicionales conceptos que se apoyan en la temporalidad:
La topología del Ser, la geopolítica del conocimiento, la concepción colonial ( mayormente implícita en ambos), la modernidad y su vinculación orgánica con la colonialidad y el poder, la colonialidad del saber, la colonialidad del Ser, el pensamiento monotópico (neologismo acuñado por Grosfoguel).

De ellos habrá que ocuparse sinérgicamente, sin análisis específicos y numerables.
Pero nos encontramos con un problema previo de enorme importancia que hay que abordar para no bloquear la investigación, cualquiera sea la línea que se siga en los criterios descoloniales.
Ese problema se puede expresar con una disyuntiva: ¿utilizamos la conceptualización tradicional de la filosofía occidental para referirnos a nuestras perspectivas? ¿O elaboramos un nuevo corpus teórico alternativo al tradicional corpus eurocéntrico?
Nos vamos a decantar por la primera interrogante, con el agregado decisivo de que lo haremos desde nuestro locus (“Todo lo dicho es dicho por alguien”, dicen Maturana y Varela ). Se trata de una manera de manejar los conceptos que los transforma significativamente, atendiendo a la polivalencia que poseen (ya decía Aristóteles que el Ser puede ser dicho/comprendido de varias maneras).
Vamos a volver a significar los conceptos filosóficos de origen europeo (re-significarlos tal como lo plantea en el terreno psi el psicoanálisis). En el ámbito de la psicología, la resignificación es vista como esa capacidad de otorgar un sentido diferente al pasado a partir de una nueva comprensión en el presente, es decir, de dar un nuevo sentido al presente tras una interpretación distinta del pasado. En el ámbito de la filosofía, es ubicar geopolíticamente un concepto en nuestro presente . Eso, pensamos, podrá permitir reescribir nuestras conceptualizaciones.
Un ejemplo es el del Estado como institución. Concebido en términos modernos por Locke y otros desde el siglo 17, para nuestra región rioplatense el Estado no resulta ser para nada una traspolación del concepto europeo moderno. Se trata de otro concepto que refiere a otra realidad geopolítica. Se trata, en definitiva, de pensar en nuestro Estado teniendo a mano una geopolítica específica y pensar desde ella, a fin de ir madurando nuestra diversidad. El Estado, tal como trascurre en nuestras tierras, es una realidad que lo que más muestra es la exclusión de sectores, pueblos originarios, emigrantes y marginales. Esa exclusión es explícita, puesto que aparece en las Constituciones, pergeñadas por grupos criollos, ignorantes de su propia existencia como fronteriza de los centros imperiales.
Solo desde la diversidad cultural podremos comprender a cabalidad nuestras realidades, no desde el pensamiento único pergeñado actualmente en Occidente. Y por lo mismo solo desde la diversidad ontológica podremos pensar filosóficamente lo que somos filogenéticamente y en tanto colectivos humanos dotados de sentido.

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