Swift en el Lucero

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Con su loca versión de “Una modesta proposición”, sobre el texto de Jonathan Swift, el actor y dramaturgo Rodolfo Pacheco tocó fibras sensibles en una función pre inaugural, fundacional, en una nueva sala teatral, del denominado “proyecto Lucero”

Por Andrés Maguna

Rodolfo Pacheco puede encarnar eso que se denomina rara avis, en su sentido de tipo de persona infrecuente y con particularidades únicas, y dotes extraordinarias, aunque se oculte bajo el personaje de un hombre común, un teatrero y gestor cultural de rasgos corrientes, aunque en extremo amable, cordial, amistoso y considerado. Conocí a Pacheco en 1993, cuando yo empezaba a trabajar en Espectáculos del diario La Capital y él se ocupaba de la programación teatral del flamante Centro Cultural Parque de España, en el que hubo por unos buenos años, merced a su gestión, puestas en escena alucinantes llegadas de los más variados y disímiles rincones del planeta.

En ese entonces yo tenía 29 años y él 41, y conservaba el aire de bonhomía campechana y no intrusiva (bajo perfil) propio de los totorenses. Quizá por eso no supe de sus inquietudes creativas hasta fines de 1998 (yo ya estaba en el naciente diario El Ciudadano), cuando estrenó la versión inicial de una pieza teatral, como dramaturgo, con actuación de Vilma Echeverría y Sebastián Ríos, basada en un texto de Jonathan Swift: Una modesta proposición.

No pude ver ese primer acercamiento escénico de Pacheco al texto de Swift, y a partir del 2000 perdimos el contacto, enterándome al tiempo de que se había ido a vivir a Jujuy, donde participó en uno de los papeles protagónicos de la película El desentierro (estrenada en 2019), de Claudio Perrin, junto a Claudia Schujman, Roberto Chanampa, Zahir Perrin, Mirta Maurizzi y Sara Pérez. Ahí pude ver a Pacheco por primera vez como actor, y me gustó su desempeño en aquella realización rosarina (llevada a cabo con ayuda de un crowdfunding) que tiene unos cuantos méritos, en especial las actuaciones.

En septiembre del 2021, al año siguiente de estrenar su nueva versión unipersonal (dando funciones en Jujuy, Tucumán y Salta), trajo Una modesta proposición a Rosario (se montó en el Teatro de la Manzana), ocasión en la que le dijo a Rosario/12 (nota de Leandro Arteaga titulada “¿Quién pensaría una solución semejante?”), anticipándose a la realidad política actual, en la que Milei se erige como un campeón del discurso disruptivo:

“El trabajo es como una piña fuerte. También, cuando la cosa es tan horrorosa, no queda otra que la risa, porque ya no hay más. ¿Quién puede pensar una solución así? De todos modos, me parece que Swift genera una ironía, que no sé si lo habrá sido para la época, que era bastante complicada, en donde Londres era la capital de la industria, y se había decidido sacar los cultivos para criar ovejas en Irlanda. Los agricultores estaban al borde de la ciudad, como mendigos, y la lana la llevaban a Londres, donde se hacían los grandes tejidos que se vendían a fortunas. Así se fue armando el mundo, entre los que proveían materia primera y los que tenían industria. Ese es uno de los temas. Por otro lado, Swift lo escribe cuando se vuelve a Irlanda, después de la muerte de su mujer, y estaba en un pozo depresivo. Decía que se sentía como una rata que esperaba a que la acuchillen. A estos textos uno los elige para decir algo, por supuesto, porque hay una correspondencia con la situación actual, donde hay mucho discurso que tiene que ver con esto. Discursos similares, de cosas terribles, que la gente aplaude porque se dicen con tal certeza que convence a muchos. Habría que pensar un poco más”.

Luego, durante el 22 y lo que va de este año, la obra se representó en otros pueblos y ciudades, y volvió a Rosario el jueves 15 de junio para dar la función pre inaugural de una flamante sala de teatro en el extremo norte del barrio Alberdi (calle Guayaquil al 600), en el espacio cultural que hace un tiempo vienen haciendo crecer los hermanos Juan y Maxi Arana, llamado Lucero del Paraná, y en el marco de la consolidación de lo que han dado en denominar “proyecto Lucero”. Y ahí sí pude ir, avisado por una buena amiga, y ver en vivo al simpático actor y dramaturgo totorense rosarino jujeño.

Había unas cuarenta personas colmando la capacidad de la hermosa y casi terminada sala de Lucero del Paraná para ver esta obra de 40 minutos que Pacheco nombra y difunde como “Swift”, como si nombrara la empresa frigorífica (el juego se continúa en el material gráfico de difusión que copia la tipografía identificatoria del logo de la conocida marca cárnica), prefigurando el tono sarcástico de la célebre sátira política del escritor irlandés.

Ni bien termino de escribir “célebre sátira” caigo en la cuenta de que algunos pueden no tener ni idea de qué se trata, así que explico: el clérigo anglicano, político y escritor Jonathan Swift (1667-1745) tituló su texto Una modesta proposición, para evitar que los niños pobres de Irlanda sean una carga para sus padres y su país, y para que sean útiles para el público, publicado en 1729, como una crítica contra los terratenientes ingleses en Irlanda, y contra el gobierno en general, por medio de una construcción humorística de la incomodidad como significante político, articulado en el tropo del sarcasmo (y Wikipedia agrega: “Acercándose a la mitad del texto cada uno de sus entimemas apunta hacia el pico de incorrección política de la propuesta, la aceptación del canibalismo infantil, al decir: Me ha asegurado un joven americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño saludable y bien criado constituye, al año de edad, el alimento más delicioso, nutritivo y sano, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y yo no dudo que servirá igualmente en un fricasé o en un guisado”).

Anticipándose unos cuantos años a la prefiguración descriptiva del capitalismo de Adam Smith (1723-1790), Swift propone (y hace cálculos muy precisos, basándose en estadísticas de su tiempo) solucionar los problemas de los pobres y enriquecer la dieta de los terratenientes poniendo en marcha un mercado alimentario de carnes de bebés de hasta un año alimentados exclusivamente con leche materna, y especula con cifras de la oferta y la demanda sobre los rindes para criadores, comerciantes y consumidores.

Claro que es una locura, y leerlo o escucharlo decir puede resultar una experiencia chocante para gentes de corazón sensible, pero en la clara lógica filosófica de su exposición no deja dudas de que se trata de una buena idea.

Atento a estas cuestiones, Pacheco inventó un personaje (el texto original es en primera persona), un sastre contemporáneo de Swift, para enhebrar los principales párrafos del escrito (siguiendo la versión escrita por Elena Bossi), y enriquecer la puesta con toques de comicidad y dramatismo.

Al momento de ver la puesta en escena, modesta en su ambición, como en el título de Swift, se puede apreciar que Pacheco estuvo puliendo por más de 25 años cada frase del libreto (y las dice sin el mínimo titubeo) y cada detalle de la realización, desde la caracterización de su sastre (incluidos vestuario y maquillaje), pasando por los puntuales dispositivos escénicos (un atril con hojas amarillentas, un banquito, una tela blanca) hasta la iluminación y la incidental y sutil banda sonora, hecha de breves apariciones de música barroca en solos de clavicordio.

El público, los cuarenta que estábamos por primera vez viendo un espectáculo en aquella nueva sala de Lucero del Paraná, quedó atrapado por el discurso, las dotes oratorias y las graciosas evoluciones, mímicas, gestos y bailecitos del sastre-Pacheco-Swift. Haciendo notar, de paso, la justeza y preciosismo de la dirección de Cecilia Hopkins. Por eso, tras la subyugación de 40 minutos y el super impactante final, aplaudimos sostenidamente, y Pacheco, el artista artífice, agradeció con humildad, manifestando que para él era un honor que lo hubieran elegido para dar una función pre inaugural de una recién nacida sala teatral, tras lo cual, invocando una ignota tradición teatral procedió a besar las tablas sobre las que estaba parado, ocurrencia que fue bien recibida.

Tras el final, los presentes fuimos convidados por los hermanos Arana con vasos de vino tinto y empanadas en el jardín de Lucero del Paraná, y acepté quedarme, a pesar de mi condición de crítico, con la idea de saludarlo a Pacheco, quien a los pocos minutos apareció y fue saludando de corro en corro, hasta llegar cerca de donde yo estaba, cuando la buena amiga que me había invitado le dice: “Este es Maguna, seguro te acordarás…”.

“¡Claro, cómo no!”, dijo mientras me abrazaba afectuosamente, para enseguida echarme una mirada evaluativa sobre el paso del tiempo en mi aspecto físico, callándose con misericordia su opinión. Pero como soy consciente de los estragos de mi decadencia física se me ocurrió hacer un chiste para señalarle que sabía lo que estaba pensando: “Soy el mismo, pero con treinta dientes menos y treinta kilos más”. Y Pacheco se rio con ganas, reconociendo la alteridad implícita en mi broma, no muy distinta de la de su personaje, o la de Swift al reflejar en su enunciado “los ecos del cambio de los sujetos discursivos y de sus interrelaciones dialógicas que se perciben con claridad” (Bajtín, 1982: 283), siendo que al nivel de los tropos retóricos la heteroglosia se encuentra en el desdoblamiento del sujeto, mediante la cual se compone la ironía, buscando “hacer oír la voz de otro capaz de realizar una afirmación absurda de la cual el enunciador básico no se hace responsable” (Filinich, 2013: 46).

Cerrando esta crónica-crítica, puedo decir que entre los muchos beneficios que obtuve de Una modesta proposición y del reencuentro con Pacheco, además de participar de la apertura de una nueva sala, están las reflexiones hacia las que me vi impulsado, que a su vez me llevaron a lecturas que quizás amplíen mis estructuras léxicas (habrán notado que puse varias palabras de las que tenía una difusa idea, como “entimema”, “dialógicas”, “heteroglosia”) y a entender la importancia significante del texto, y el abordaje del mismo.

Las buenas vibras de la puesta, las de Pacheco, las del Lucero, las de la gente que había concurrido, me llevaron a una sintonía de optimismo respecto del espíritu humano cuando emprende caminos que habrán de dar las ganancias que no se pueden, ni podrán, traducir a dinero y coadyuvar a fines materialistas.

Título: “Una modesta proposición”. Sobre textos de Jonathan Swift. Versión: Elena Bossi. Actuación: Rodolfo Pacheco. Escenografía: Roxana Ciordia. Peinados y pelucas: Raúl Tebi. Maquillaje: Noemí Salerno. Diseño de vestuario: Roxana Ciordia. Diseño de luces: Saturnino Peñalva. Realización de iluminación: Saturnino Peñalva. Realización de vestuario: Roxana Ciordia. Música original: Carmen Baliero. Diseño gráfico: Carlos Verratti. Producción: Producciones La Vuelta Del Siglo, Julia Suárez. Dirección general: Cecilia Hopkins.

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