El diario placebo y las pastillas de futuro

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Un recorrido por los diarios argentinos de los últimos cincuenta años: La Nación y la influencia en sus hermanos menores; Walsh y compañía con sus visiones de futuro.
Por Fidel Maguna

Un día en el diario de ayer

En 1912 James Joyce escribió que el Renacimiento le otorgó al periodista la cátedra del monje1. Ricardo Piglia, en uno de sus diarios, apuntó un concepto que le dijo su amigo Fernando Kriss una tarde de mediados de los ochentas:

“Los periodistas ocupan hoy el lugar de los intelectuales y los intelectuales se han identificado con los periodistas. Típico caso de un conjunto borroso. Algunos de los intelectuales que en la época de los militares apoyaron la guerra de las Malvinas han firmado ahora una solicitada defendiendo la posición de Gran Bretaña. No son oportunistas, se divierte mi amigo, son sólo borrosos.”2

Podemos decir que la dictadura de 1976 terminó de otorgarle al periodista la cátedra del intelectual. Y que a los intelectuales los mató, quiso matarlos, los mandó al exilio.

El 1 de julio de 1974, una década antes de la notación de Piglia, moría el presidente Juan Domingo Perón: los editores del diario Noticias (Rodolfo Walsh, Francisco Urondo, Juan Gelman, Horacio Verbitsky, Miguel Bonasso) tomaron la decisión de titular este hecho con una sola palabra (“Dolor”) mientras que el diario La Nación, periódico que sería la voz de los genocidas, tituló: “Juan D. Perón dejó de existir ayer; asumió la Vicepresidenta”. En la fuerza del ascetismo del primer titular estaba la influencia narrativa y poética de los más grandes y rupturistas escritores del siglo XX; finas lecturas de Hemingway y su teoría del iceberg, de Pavese y su “callar es nuestra virtud”, para nombrar dos ejemplos entre un sinfín. Se sabe que la famosa bajada del título “Dolor” fue escrita por Rodolfo Walsh, quien en 1970 decía esto sobre periodismo y literatura:

“Si procediéramos empíricamente veríamos que gran cantidad de escritores notables son periodistas y que gran cantidad de escritores notables no son periodistas y jamás lo serán, pero entre los escritores hay una mayoría que proviene del periodismo. Es indudable que la literatura de Ernest Hemingway, por ejemplo, está íntimamente entroncada con su actividad y su capacidad como periodista profesional, en su estilo mismo, tan estético, tan visual en su observación exterior que se puede rastrear su primera profesión: periodista. Yo diría que hay zona de contacto, una literatura que tiene una vinculación estrecha demostrable con el periodismo, así como hay otro que no. No podríamos establecer ningún punto de contacto con el periodismo que nace y muere con la noticia. Hay otro periodismo de mayor investigación que hurga más en los aspectos humanos a través del testimonio directo con el pueblo. Entiendo que a este tipo de periodismo decirle literatura, o no, estriba en un problema de costumbre.”3

Tapa del diario Noticias, 2 de julio de 1974

El título de La Nación, con ese eufónico “Perón-dejó”, con su estilo influenciado por altisonantes narrativas que pasaron, estériles, al olvido, dejaba clara en su postura lírica sus visiones del futuro: Perón no murió; Perón ya ni siquiera existe. Y el “Perón” al que se hacía referencia en el diario de los Mitre no era sólo el hombre de 78 años que se había muerto en Buenos Aires.

Foto de Sara Facio en el sepelio de Perón. Un hombre sostiene el popular diario Crónica, que también decidió titular con una sola palabra: “Murió”

El peso de una solicitada y una visión de futuro

Este brevísimo fresco de un día en los diarios argentinos es una muestra de cómo los lectores asistían, a diario, a una tensión entre estilos diametralmente opuestos, de todo lo que se ponía en juego a la hora de elegir una palabra, de cómo una redacción compuesta por algunos de los mejores escritores argentinos del siglo XX anunciaba, desde un título, su contraposición a una retórica y a una política que sólo mediante el poder de la represión no serían obsoletas. De esos años también es la revista Crisis, fundada y dirigida por Eduardo Galeano, quien la definió de esta manera:

crisis fue un largo acto de fe en la palabra humana solidaria y creadora, la palabra que no suena por sonar, la que es voz y no eco. Por creer en la palabra, en esa palabra, crisis dijo lo que dijo y fue odiada y acosada por quienes practican la mentira en cultura, el fraude en política y la estafa en economía. Por creer en la palabra, en esa palabra, crisis eligió el silencio. Cuando la dictadura militar le impidió decir lo que tenía que decir, se negó a seguir hablando.”

Entre los colaboradores de esta extraordinaria revista estaba el escritor Haroldo Conti (como los mencionados Walsh y Urondo, Conti también fue desaparecido por la dictadura militar). Hay un video de Conti, rodado en 1973 (ver abajo) en el que afirma:

“Ya hablé infinitamente sobre la literatura comprometida. (…) Yo el compromiso lo asumo como intelectual, no exactamente como creador, porque creo que la creación es el terreno de la pura libertad. Entonces, el compromiso lo asumo como intelectual, en un plano más consciente. No me puedo comprometer a escribir una novela comprometida o con mensaje político, pero sí a firmar una solicitada, a clamar por los presos políticos, a revelarme contra una injusticia (…) Creo, con Galeano, que nuestra suprema obligación es hacer las cosas bellas, sobre todo más bellas de lo que las puede hacer el adversario. Pero aun haciendo belleza creo que podemos hacer una literatura política.”

Esta cita, que puede leerse en muchas direcciones (y todas nos llevarían por caudalosos ríos), la tomamos para pensar el alto valor que le concedía el escritor a una solicitada, a la aparición de un texto de denuncia en los diarios. Para que tuviera ese valor, por supuesto, debía estar escrita con conciencia y con lectura. La dictadura militar limó y limó los contornos buscando eliminar la tensión: sin contraposición, la oscura y perversa lírica acuñada por el tosco poeta Bartolomé Mitre seguiría componiendo sus ficciones, soplando para desplazar, para que no sea posible, por ejemplo, esta lúcida visión de futuro que tenía Rodolfo Walsh:

“En un futuro, tal vez, inclusive se inviertan los términos: que lo que realmente se aprecie en cuanto a arte sea la elaboración del testimonio o del documento, que, como todo el mundo sabe, admite cualquier grado de perfección. Evidentemente en el montaje, la compaginación, la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades artísticas”4.

El ‘no’ del crítico, el ‘no’ del corrector

El escritor y crítico David Viñas leía los diarios con un lápiz en la mano. Guillermo Saccomanno escribió este recuerdo de un encuentro con él:

“(…) Contra la vidriera de La Paz lo vimos a Viñas. Solo estaba, leyendo La Nación. A esa hora, fumando, inclinado sobre el diario y un café. Orgambide había compartido con Viñas el exilio en México. Nos sentamos a su mesa. Casi redundante su explicación de por qué leía el diario de Mitre: ‘Ver en qué anda el enemigo’, dijo. En eso consistía su persistencia en leer La Nación: se leía el diario de punta a punta. Y no se perdía nunca las necrológicas. Viñas leía La Nación con más atención que sus propios lectores. Y que sus detractores, ni hablar. Pero no leía lo mismo que todos ellos. Leía, sin maniqueísmo, la historia. La interpretaba. Y sus comentarios tenían tanto de picardía criolla como de análisis marxista. Como profesor de literatura, pero antes como escritor, sabía que la teoría literaria es teoría política. Le pregunté, me acuerdo, en qué andaba con su Mansilla, el ensayo que venía prometiendo. ‘Tiempo –dijo–. Todo llega.’ Las calles de la ciudad amontonaban basura, surgían las sombras de los cartoneros, la miseria había salido de los pantanos del suburbio, de las villas, y ganaba la madrugada. Fumando sin parar, en algún momento, Viñas se volvió hacia la vidriera, hacia las sombras: pibas, pibes, familias, que empujaban un carrito cargado de cartón, y se llevó una mano a la oreja, como para escuchar mejor: ‘La calle, hermanito. Hay que escuchar la calle’. La sonrisa de Viñas, sus mostachos manchados de nicotina, su voz gruesa. ‘Paremos la oreja.’ Si esa no fue toda una lección de literatura entonces, ¿qué es la literatura?”5

Este recuerdo de Saccomanno es de fines de la década del noventa6. Viñas leía La Nación en un contexto de críticos desplazados y de nuevos desplazamientos. La primera asociación con la imagen de un hombre leyendo el periódico con un lápiz en la mano, por lo menos para mí, es con la figura del corrector de diario: los correctores están, o estaban, obligados a leer con un lápiz en la mano. Y un buen corrector no es, o era, aquel que simplemente ponía tildes y conjugaba verbos: un buen corrector de diarios, en primer lugar, es, o era, un crítico, un crítico inmediato y concreto, pero un crítico, al fin y al cabo, que tenía el poder y la responsabilidad del “esto no; esta nota así no pasa”.

Otra escena de David Viñas de la década del noventa es su famosa intervención en el programa de televisión “Los siete locos”, de 1997 (ver abajo). Fue a discutir al programa de ATC, en el que un grupo de intelectuales planteaba propuestas para la recién nacida Alianza de Alfonsín, De la Rúa y Chacho Álvarez. Entre los invitados estaba Beatriz Sarlo (se retiró del estudio cuando Viñas planteó que en dicha reunión predominaba la presencia de funcionarios y exfuncionarios), Pacho O’Donell, Luis Gregorich, María Sáenz Quesada, Martha Mercader y Hugo Sanguinetti.

Las intervenciones de Viñas —que tomaba notas mientras los otros exponían— parecían estar centradas en desnudar una colonia discursiva; no las palabras de los otros, sino las bases y los trasfondos desde donde pronunciaban sus bienintencionadas propuestas. Con una sonrisa incómoda, Cristina Mucci, la conductora, intentaba acomodar a un Viñas profundamente filoso en lo que se suponía que tenía que ser una exposición de ideas, un placebo de debate precursor a los actuales “debates entre intelectuales” en la prensa. En ese marco se dio el siguiente intercambio entre conductora e invitado:

“Cristina Mucci— Yo realmente lo que no entiendo es una cosa: si estamos intentando tirar propuestas, ¿cuál sería la propuesta?

David Viñas— Las propuestas mías son estas: mis discrepancias.

CM (con un gesto socarrón)— ¿…y?

DV— Y ya te digo, precisamente: mis discrepancias hacen a la práctica de la negatividad. Sí, discrepo profundamente con todos los planteos que se han hecho aquí. Y estoy señalando esto. Es decir: me defino por la discrepancia.

CM (todavía con el mismo gesto)— ¿Nada más?

DV— Pero sí, desde ya: es un punto de partida. Decir ‘no’ es empezar a pensar.”

Volviendo a la figura del corrector y editor de diarios, a su poder de decir “no”, cabe preguntarse hasta qué punto el “no” de un corrector no significa un comienzo para aquel escritor que recibe el “esta nota no”. Y una respuesta puede encontrarse rápidamente en las hemerotecas digitales, en una nota del Página/12 del 2010 escrita por Juan Gelman:

“La vida es ancha y, sin embargo, muy difícil encontrar a un tipo como Horacio (Verbitsky). Lo conocí en 1966, él era jefe de redacción del semanario Confirmado, que dirigía Timerman, y le decían El Perro. No entendí el apodo hasta que le entregué una nota mal hecha y en dos ladridos me puso al tanto de lo que debía ser. Siempre le agradeceré esa enseñanza, aunque gratuita no era”.7

Vale volver a citar a Juan Gelman y su poema que dice: “Cuando un poeta se posa sobre el mundo lo desplaza”.

La muerte del corrector y el “periodista completo”

El interior de los diarios, desde su nacimiento en el siglo XVI hasta hoy, vivió los desplazamientos que vivió el mundo. Este texto acudió a las citas para hilar algunos corrimientos en los diarios argentinos del siglo XX. Corrimientos, desplazamientos y visiones de futuro que nos trajeron hasta acá, hasta este punto de la prensa escrita en el que la discusión central y masiva parece fijada en la probable muerte del diario en papel y en los nuevos formatos de lectura. Pero esa es una discusión sobre apariencias. Como siempre, el mundo sigue sufriendo desplazamientos; como siempre, el interior del diario también se desplaza y eso que se conoce como periodista acompaña los movimientos de las empresas para las que trabaja, pasando a ocupar, periodista y empresa, nuevos lugares.

El filósofo best-seller Byung-Chul Han definió a la sociedad contemporánea como una sociedad sumida en una positivización general del mundo, en la que el ser humano se transforma en lo que Han llama “una máquina de rendimiento autista”. Para él el esfuerzo exagerado por maximizar el rendimiento elimina la negatividad, ya que la negatividad ralentiza el proceso de aceleración8. El fin del siglo XX preparó el comienzo de un nuevo siglo donde el periodista que ya ocupaba las cátedras del monje y del intelectual ocuparía también las oficinas de los correctores. Para Andrés Maguna, actual editor de Revista Belbo y ex corrector del diario La Capital de la ciudad de Rosario, esa “positivización general del mundo” fue un hecho:

“En el año 92, fines del 92 y durante el 93, el diario La Capital contrató a una consultora catalana que venía con una onda europea, con esta idea de lo que se llamaba ‘el periodista completo’, o sea el redactor que se revisaba a sí mismo, que aplicaba correctores automáticos y también manuales de estilo (que habían sido escritos por los últimos correctores). Esto fue así en todos lados. El manual de estilo de El País de España lo hicieron los últimos correctores: entregaron eso y se murieron o los mataron, básicamente. Estos catalanes llegan a Rosario y proponen prenderse a esta tendencia que ya la habían hecho en Buenos Aires. La tendencia venía de la mano de los problemas del diario en papel y lo que se llamaban ‘ajustes’, ‘reestructuraciones’ en las redacciones, lo que implicaba, siempre, tener menos gente, pagar menos sueldos, gastar menos plata. Era eso, no era algo que estaba relacionado directamente a la producción de la noticia y a su posterior venta. Era apenas algo sobre imagen, como decir ‘no importa si eliminamos las manicuras, porque el producto va a tener las uñas largas, simplemente no van a ser tan lindas’. Era una cuestión así. Entonces: ‘¿para qué gastar en esto, si se puede aprovechar estos recursos en otro lado?’ Por eso cuando desarmaron la sección Corrección en La Capital, al año de que con Armando y Oscar Cicerchia habíamos escrito el Manual de estilo, yo pasé a la sección Deportes. Era editor de Deportes. Estábamos ahí con Manuel López de Tejada y el Negro Lito; estábamos en el último grupo de los correctores a los que pagaban, pero era básicamente para revisar cosas que implicaban dinero, los avisos que llamaban ‘agrupados’ o ‘destacados’. Es todo una cuestión horrible, porque es una cuestión pura de números; los propietarios de los medios rara vez se ocupan de la calidad del contenido textual”.

El “periodista completo” al que hace mención es el periodista que escribe los diarios de ahora: un periodista total, que se corrige a sí mismo, que saca fotos, que corta y reescribe cables, que edita videos. Es un periodista que no puede detenerse en un error, que no puede tumbarse a imaginar el futuro en el que trabaja. Sin embargo ese periodista, como el poeta del verso de Gelman, también se posa sobre el mundo y lo desplaza. En su ensayo Byung-Chul Han cita esta sentencia de Nietzsche:

“A los activos les falta habitualmente una actividad superior (…) en este respecto son holgazanes. (…) Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a la estupidez de la mecánica”.9

El diario La Capital, después de desplazar, como el resto de los grandes diarios de Occidente, su oficina de corrección, protagonizó uno de los hechos más significativos de la prensa escrita de la provincia de Santa Fe. En abril del año 2000, en un contexto nacional de crisis y represión a manos de la Alianza, La Capital compró y cerró el primer diario que había logrado hacerle competencia (en número de ejemplares vendidos y, sobre todo, en calidad y contenido): el diario El Ciudadano y la Región, un auténtico diario-obra cotidiana, un diario de primer nivel, recuerdan sus lectores. Vale la pena ver el documental de 17 minutos sobre este conflicto; cada uno de los testimonios de sus trabajadores enriquece esta nota hecha con citas:

Documental «El ciudadano: Diario de un conflicto». 2001. Dirección: Ivana Romero, Mariano Panicelli y Florencia Coll.
Un día en el diario de hoy

Esta no quiere ser una nota nostalgiosa. La nostalgia, empotrada en odas a los viejos diarios argentinos, abunda en los nuevos diarios argentinos, dándoles a las generaciones precedentes la impermeabilidad del bronce, un tono sepia, una imagen de pasado. Pero hilando fino —y también hilando grueso— no hay nada de sepia ni de bronce en las posibilidades de influencia de los altos valores estéticos planteados por el diario Noticias o por la revista Crisis, planteados por Rodolfo Walsh o Eduardo Galeano, por ejemplo. La dulzura de la nostalgia aparece cuando la pérdida es irremediable. Por eso aceptar la nostalgia es darle a lo que no está una ausencia definitiva. Y este no es el caso.

El siglo XXI también es un cambalache: la palabra virus se reproduce tan rápido como un virus y Nostradamus se afirma como enviado especial en el fondo de los tiempos; las cátedras de literatura no se deciden en canonizar la inconmensurable obra literaria de Rodolfo Walsh; los diarios aceptaron que un mercenario de la prensa instale una imagen vacía a la que llaman “grieta” mientras un conjunto borroso de autoproclamados intelectuales y escritores intenta, frenéticamente, aportarle significado; las redacciones se esfuerzan por estar aggiornadas y fundan secciones de aire en el aire y el rostro de Gabriel García Márquez acompaña la decoración del programa de televisión de Luis Novaresio. Y Luis Novaresio, por supuesto, también escribe.

Mientras tanto los intentos políticos y estéticos de una prensa comprometida (a la manera en que Conti asumía el compromiso, la belleza y la política) se mueven en pequeños y a menudo breves proyectos periodísticos: la lírica acuñada por Bartolomé Mitre sigue siendo estéril, pero aún así intenta embarazar, a fuerza de presión y violencia, como un digno varón de campo. Lo dijo Viñas: la literatura argentina se inicia con una violación. ¿Y qué es esta historia sino el repaso por una serie de violaciones? La Nación no tiene hijos, no puede tenerlos, pero tiene varios hermanos, entre ellos el citado diario La Capital de Rosario, su hermano menor y acomplejado. La famiglia La Nación sigue imponiéndose con sus malos sonetos y cuando en la zona nace un buen poeta lo manda a callar a rebencazos. Ahí está la historia del diario El Ciudadano. ¿Pero no era este el siglo de la positivización de las sociedades? Sí, tal vez lo sea, pero en apariencia: Byung-Chul Han analiza superficies. En el corazón de todo esto sigue viva la tensión: se borraron algunos contornos, es cierto, y el virus de los lugares comunes y lo políticamente correcto, sin el barbijo de los correctores y los críticos, de los escritores y los intelectuales, fue tomando cuerpos.

Pero la tensión continúa y las lectoras y lectores —al fin y al cabo todo esto se trata de ellos— esperan, impacientes y avispados, algunos incluso con un lápiz en la mano, las obras cotidianas que dimos en llamar diarios. Y aunque los contornos sean difusos, las empresas breves o pequeñas, la difusión poca o nula; aunque la pauta se reparta en la careta sonriente que demanda rendimiento por llenar un aparente vacío, el corazón de la prensa sigue bombeando la vieja tensión: tal vez sea un tiempo oscuro, o demasiado luminoso, pero tengamos presente que por algo nadie recita los poemas de Bartolomé Mitre y que por algo los intentos narrativos de Lanata se chamuscan en mesas de saldo.

Mientras tanto Rodolfo Walsh escribe cada vez mejor, los enamorados se leen poemas de Juan Gelman y un austero semanario digital sigue causándole dolores de cabeza al Vaticano. Y todo con el poder de la palabra. Leer un texto, sostenía Piglia, es volver a escribirlo.

Notas al pie

1 James Joyce en Padua, Fondo de Cultura Económica · 2 Ricardo Piglia, Los diarios de Emilio Renzi · 3 https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2020/07/entrevista-inédita-con-rodolfo-walsh-en-el-capitalismo-la-prensa-es-una-maquinaria-de-mentiras/ · 4 Entrevista de Ricardo Piglia, publicada en Cuentos completos de Rodolfo Walsh, Ediciones de la Flor. · 5 https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/6889-1360-2011-03-13.html · 6 En 1991 David Viñas rechazó la beca Guggenheim (“Fue un homenaje a mis hijos. Me costó veinticinco mil dólares. Punto.”), al igual que hiciera Haroldo Conti, en 1972 (“…me parece inaceptable postularme para un beneficio que proviene del sistema al que critico y combato”). · 7 https://www.pagina12.com.ar/diario/especiales/subnotas/157651-50540-2010-11-28.html · 8 Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio · 9 Humano, demasiado humano, F. Nietzsche.

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