La fuente de la juventud

El Hamlet de Arias: una experiencia teatral de 200 minutos, seis actores que rompen moldes, una obra casi imposible de asimilar y digna de gozar

Por Andrés Maguna

Voy a contarles lo que me pasó durante la tarde noche del domingo pasado (16 de octubre del 2022) entre las 19 y las 22.20 en el Espacio Bravo, al que asistí para ver la versión de Hamlet (obra trágica escrita por William Shakespeare y publicada en 1601 en Londres) adaptada por el reputado autor, actor, director y dramaturgo rosarino Ricardo Arias.

Cuando a mediados de septiembre me enteré de que se iba a reestrenar el Hamlet de Arias (se había estrenado en el 2019 con el fallecido actor Micael Genre Bert como parte el elenco) me froté las manos: una de las joyas de Shakespeare “mejorada” por el “loco” de Ricardo Arias, con un elenco heterogéneo de probadas virtudes actorales (Felipe Haidar como Hamlet y Felipe Haidar; Gustavo Guirado como Claudio, Polonio, el fantasma del rey Hamlet, padre del príncipe, y Gustavo Guirado; Claudia Schujman como Gertrudis y Claudia Schujman; Juan Nemirovsky, como Horacio, Laertes y Juan Nemirovsky; Mumo Oviedo, en varios personajes y como él mismo, y Antonela Regalado como Ofelia y Antonela Regalado), y en el Espacio Bravo, verdadero templo (también áshram) del teatro independiente de la ciudad de Rosario, en el sur de la provincia de Santa Fe, República Argentina.

El interés creció cuando leí la nota de Miguel Passarini, publicada el 28 de septiembre en el diario El Ciudadano, en la que Ricardo Arias explica:

“Éste es un Hamlet marcado por nuestra realidad que no quiere formar parte de un organismo perverso montado de intrigas, sospechas, manipulación y muerte del cual todos somos parte, incluso él”.

En esa previa de expectativas sólo me generaba inquietud una cuestión: la duración de la puesta (tres horas veinte minutos, sumando la media hora del entreacto) y el día y horario de las funciones: el domingo (todos los de octubre y noviembre) a las 19. Es decir, el día en que los suicidas son más propensos a realizar su fantasía, y la hora (la del caos, cuando no es día ni noche) más propicia para hacerlo, por lo que suele denominársela “la hora del corchazo”.

No tengo tendencias suicidas (o no tengo muchas más que el común de los mortales), pero tampoco es cuestión de andar probando capacidades o discapacidades afectivas. Por eso la inquietud, aunque de todas maneras pensé: “Si eligieron ese día y esa hora por algo será”. Sin embargo, los dos primeros domingos no pude ir, por A o por B, y el tercero fue la vencida. Así que encaminé mis pasos (es un decir, porque fui en moto) hacia mi destino recreativo urbano, la aventura artística.

No más trasponer la puerta de ingreso al Espacio Bravo, a las siete en punto, me sentí sumergido en la experiencia teatral. El público, unas 50 personas, en un clima de animación sosegada (recordemos que en Argentina se celebraba del Día de la Madre), se encontraba dispuesto para ingresar a la sala, y empezó a encolumnarse cuando el actor Mumo Oviedo pidió que fuéramos entrando y dejásemos libres los asientos de la primera fila “para las madres de los actores”.

Los seis actores están en escena, quietos y en silencio, y cuando los espectadores nos terminamos de acomodar, uno de ellos (Guirado) se adelanta, saluda, se presenta y explica que la obra que vamos a ver  es la célebre tragedia de Shakespeare pero aggiornada (“un Hamlet rosarino, un Hamlet del barrio Agote”) y ajustada a los recursos disponibles (“si la hiciéramos como manda el original nos llevaría más de cuatro horas y necesitaríamos 25 actores”, se explica), por lo que tres de los cuatro integrantes varones del elenco cubrirían diversos roles. También dice que la obra “durará lo que deba durar” y que habrá un intervalo para poder ir al baño y/o comer un tentempié, beber un vasito de vino o gaseosa.

Desde el comienzo las acciones se suceden a buen ritmo: un soldado de guardia (Oviedo) descubre al fantasma del rey Hamlet (Guirado) y lo filma con su celular; lo sucedido llega a oídos de Horacio, amigo del príncipe Hamlet, quien luego de ver el video se lo muestra al real huérfano de padre, quien le ordena al guardia: “¡Borra ese video ya!”. Luego el príncipe Hamlet busca al fantasma de su padre, el rey Hamlet, fallecido hace pocos meses, el que en un espectral encuentro le cuenta que fue asesinado por su hermano Claudio (quien se casó con la viuda, la reina Gertrudis, madre de Hamlet) y le pide que cobre venganza.

Con pocos cambios respecto de las líneas trazadas  en la tragedia original, va ocurriendo lo que se sabe que ocurrirá, es decir un montón de cosas, con la diferencia de que en lugar de versos isabelinos la lengua coloquial es el rosarino actual con toques del argentino universal; y el tratamiento de los conflictos, bien descontracturado, exagerado en la metaforización de situaciones y caracteres, con los actores abandonando a menudo sus personajes para dirigirse al público, termina convirtiéndose bien pronto en motivo de risas y carcajadas, aunque al principio resulte un poco chocante: por ejemplo, cuando se grafica la lascivia decadente de Gertudris y Claudio, o cuando el incipiente romance juvenil entre el príncipe y la plebeya se muestra con una cruda felación de Ofelia a Hamlet, interrumpida por la aparición de Polonio, el padre de la feladora, quien luego de recriminar a su hija, mientras la arrastra fuera de la escena, exclama: “¡Pero mirá vos, le estaba chupando la pija!”.

Sí, el sentido del drama y la tragedia en ciernes se percibe, pero tantos esfuerzos por hacerlos llevaderos terminan por volcar todo el embrollo hacia la comedia, y una vez “conquistado” el público (que desde antes del comienzo es invitado a participar como parte de la representación y del hecho teatral completo) todo es “coser y cantar”, tanto para los que se desempeñan bajo las luces como para los que lo hacen desde sus butacas en la penumbra.

Que el público termine siendo uno y el mismo es mérito del montaje, la puesta en escena, y especialmente de los actores, que rompen los moldes de sus personajes y cuestionan su propio personaje, el de ellos mismos en tanto personas, y revelan intimidades de la vida real de sus compañeros actores. Eso hace pensar en la genial elección del reparto (lo que se llama casting), lo que nos obliga a detenernos caso por caso:

• La Gertrudis que compone Claudia Schujman resulta maravillosa por dos motivos: sutileza en la marcación de los matices de su personalidad de alcohólica ambivalente (entre fría y desinteresada, hastiada de todo, o “señora calentona” que no puede evitar arrestos de súbita venalidad) y precisa explotación de sus recursos corporales para transmitir emociones y sentimientos con mínimos gestos.

• Felipe Haidar dota a su Hamlet de un carisma de inocencia e ingenuidad que despierta ternura, a la vez que le sale bien causar gracia cuando se hace el payaso. Se nota que no le interesa estar a la altura de famosos antecesores en el papel, y que tampoco intenta elevar el protagonismo de su príncipe por sobre los demás. Se muestra como un joven adorable, que labura con ahínco para cumplir el cometido que le asignaron: interpretar a un pobre loco que se hace el loco y debe transitar horas de zozobra emocional y una crisis existencial con suerte desigual, cayendo en contradicciones de su personalidad, lo que lleva a que en un mismo momento su amigo Horacio-Nemirovsky lo tilde de “re puto” y su madre Gertudris-Schujman lo acuse de “machirulo”.

• Gustavo Guirado carga con el peso de varios personajes, por lo que tiene una mayor participación en el libreto, además de ser el que más a menudo se sale de su personaje de turno para actuar de Gustavo Guirado y maestro de ceremonias, desempeñando la función de guía para los espectadores (por ejemplo, es quien anuncia a la mitad de la obra que llegó el momento del intervalo, e indica que hay dos baños en condiciones de ser usados y que quienes gusten podrán comprar empanadas, a 200 pesos, o una porción de pizza, o un vasito de vino o de Coca Cola a 100). En todas sus intervenciones hace gala de eso que muchos llaman “profesionalismo” y no es otra cosa que su naturaleza de gran histrión.

• Antonela Regalado va de menor a mayor con su Ofelia, tal vez por la característica intrínseca de su personaje, que sigue órdenes sin cuestionarlas, además de ser la más reticente a encarar su personaje de ella misma, Antonela Regalado. Sus virtudes dramáticas se exponen en toda su plenitud cuando enloquece tras el asesinato de su padre a manos de su amado Hamlet.

• Mumo Oviedo, quien en vano aclara que se llama Mariano (todos lo olvidamos ni bien lo dice), se desempeña en varios papeles secundarios y en uno principal: el de Mumo Oviedo. Carga con una simpatía innata (seguro es simpático desde el vientre de su madre) y no emboza sus intenciones de agradar al otro, por lo que su afabilidad resulta asequible. Pícaro pero no burlón, desempeña todos sus papeles con la humildad de los grandes humoristas que toman su trabajo en serio.

• Juan Nemirovsky (“el más famoso de todos, conocido por sus trabajos en cine y televisión, para Pol-Ka y muchos otros”, dice de él su compañero Haidar en su papel de Haidar) presta su máscara a Horacio y a Laertes con aplomo y lo que se dice “oficio”, y aunque se lo ve un poco forzado al momento de sostener la farsa en la piel del personaje de Nemirovsky, sale airoso del desafío, su participación se acopla perfectamente al ensamble, al grupo y a la propuesta.

El público, un séptimo actor que se renueva en cada función, durante la tarde noche de la que estamos hablando tuvo la particularidad de la presencia de varias madres de los actores, en su Día, cuyo clima festivo se vio acrecentado con los triunfos de Newell’s sobre Boca y de Central sobre River.

En el entretiempo tuve la oportunidad de conversar un poco con Hamlet-Haidar y otro poco con Shakespeare-Arias, y les pregunté cómo había sido el público de los dos domingos anteriores, teniendo en cuenta esta particularidad de desarrollarse la obra a la hora, y en el día, “del corchazo”, y si la idea de incluirlo (al tratarlo familiarmente) se había ido desarrollando de modo espontáneo o respondía a preceptos teóricos. Haidar, desprendiéndose un poco de su Hamlet, me dijo que “todavía” no podía “particularizar el público”, pero que se apoyaba en las buenas vibras que conseguía sintonizar. Arias, renegando de su Shakespeare, dijo algo así como: “puede ser, no sé, es algo que no siempre se busca”, y reconoció que en sus comienzos (hablamos del teatro inglés del 1600) era común esa relación, ese modo de confraternizar con los espectadores.

Respecto del tratamiento dado al original por parte de Arias, no desecha ninguna de las escenas importantes ni altera orden y contenido de los cinco actos planteados por Shakespeare, más bien los enriquece al trasladarlos a nuestros días, nuestras calles y nuestra sociedad, y lo mismo hace con el lenguaje, porque allí están la esticomitia y los calambures, lo mismo que la conocida unión de anáfora y asíndeton en una frase (“Morir es dormir. Dormir… y tal vez soñar”), entre las muchas elaboradas metáforas y recursos literarios desplegados por el Cisne de Avon, a los que Arias agrega dichos de la cultura popular, frases hechas del habla actual, pasajes del Martín Fierro, la Biblia, fragmentos de canciones y ocurrencias de sus actores, entre otres “modernidades”.

También son tenidas en cuenta algunas de las consideraciones basadas en estudios que se han ido juntando hace más de 400 años sobre La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca: ya sea desde el campo de la filosofía, la política (en el momento de “teatro en el teatro”, por ejemplo, el personaje de Guirado acusa a los actores ambulantes que conchaba Hamlet para poner en evidencia de culpabilidad a su padrastro, señalándolos ante el público: “¡Estos son los actores que salen a buscar subsidios del Estado!”), el feminismo o el psicoanálisis, sin desecharse la semántica instalada por Lacan en Deseo y la interpretación del Deseo en Hamlet, donde afirma que el príncipe se distancia de la realidad mediante el luto, la fantasía, el narcisismo y la psicosis, lo cual crea vacíos o faltas (manque) en los aspectos real, imaginario y simbólico de su psique.

A las 22.25, con los aplausos de los espectadores actores (algunos, compenetrados de su papel, aplaudieron de pie) y los míos propios aún resonando en mis oídos, mientras caminaba la cuadra y media que me separaba de la moto (la dejé estacionada en la aparente seguridad de la vereda de La Bella Napoli), reflexioné que la experiencia había tenido un efecto rejuvenecedor, por lo tonificante, en mí, y que ello tal vez se debiera a que los actores, como casi todos los artistas, saben mantener joven el espíritu y ágil la mente (el arte verdadero no envejece), a la vez que el personaje de Hamlet vive renovándose, y su vigencia corre pareja con la del texto imaginado por Shakespeare. Pensé también en la saludable juventud de Arias, Schujman y Guirado (los tres de más o menos mi edad) y me sentí contento por haber podido participar de la aventura teatral. No es habitual que uno pueda abrevar de la fuente de la juventud.

FICHA

Hamlet, de William Shakespeare. Versión y dirección: Ricardo Arias. Elenco: Felipe Haidar, Claudia Schujman, Gustavo Guirado, Mumo Oviedo, Juan Nemirovsky y Antonela Regalado. Asistencia de dirección: Anahí González Gras. Diseño gráfico: Carlos Verratti. Fotografía: Claudio Perrin.

En Espacio Bravo, Catamarca 3624, los domingos de octubre y noviembre a las 19.

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  1. LUIS SAEZ dice:

    Excelente crónica, que despierta el interés, incluso el deseo, por transitar la experiencia. Escrita con pulso de quien conoce el oficio, cumple la función que nunca debería olvidar un cronista calificado; transmitir LO QUE SINTIÓ.

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