Tres unipersonales (¿Cómo llegaron las cosas aquí?, de Iván Haidar, Maricón, de León Ruiz, y Territorio coraje, de María Victoria Franchi) conformaron una sucesión de aciertos escénicos para deleite de un público que va creciendo.
Por Andrés Maguna
Así como el escritor busca lectores, los lectores buscan a “su” escritor entre los escritores. De la misma manera el músico busca oyentes, y los oyentes buscan a “su” músico entre los músicos. Y siguiendo la línea, el artista escénico busca espectadores, siendo los espectadores quienes deben ir en busca de “su” artista de la escena entre los artistas de la escena.
Búsquedas de descubrimientos recíprocos marcadas por encuentros y desencuentros, fidelidades y abandonos.
El crítico, por su parte, va en procura del objeto de su crítica, pero nunca o casi nunca el objeto de la crítica va en procura de éste. Al crítico le interesa el poder de autocrítica y la capacidad de criticar algo del artista, y también está atento a los niveles de autocrítica y de capacidad de crítica de los espectadores, el público.
El crítico no puede y no debe ser artista o público. Porque la crítica es un camino de ida, una droga muy adictiva cuyos efectos dañinos pueden coartar la creatividad o llevar al resentimiento, una mala energía que rebota sin salida. Pero en tanto droga también es medicina, y sana heridas, quita penas y dolores, cura males de todo tipo, previene enfermedades y purifica mente y espíritu.
La crítica no admite adjetivos. Es o no es. Cuando se la ejerce, se la asume o se acepta su invitación a bailar, entonces pueden ocurrir encadenamientos de momentos felices, de encuentros sorprendentes entre un crítico de oficio y el objeto de su crítica, que en esta ocasión fueron tres obras de teatro, tres unipersonales muy aplaudidos por un público entusiasta que colmó sendas salas, en días sucesivos (jueves, viernes y sábado), en distintas convocatorias en la ciudad de Rosario, al sur de la provincia de Santa Fe, en el centro este de Argentina, país al sur del continente americano.
El jueves concurrí a presenciar ¿Cómo las cosas llegaron aquí?, de Iván Haidar, en el espacio Micelio y en el marco de la inauguración del Festival El Cruce; el viernes vi Maricón, de León Ruiz, en la sala principal del Centro Cultural Parque de España, como parte del proyecto Descarriadas / Las artes escénicas expandidas; y el sábado, Día Nacional del Derecho a la Identidad, pude apreciar Territorio coraje, de María Victoria Franchi, con dirección de Cielo Pignatta, en el teatro Vigil. Tres artistas jóvenes (Haidar es de La Plata; Ruiz y Franchi, de Rosario) que afrontaron en soledad la escena con propuestas muy jugadas y críticas en un sentido amplio. Tres obras estremecedoras, por distintos motivos, y, cada una con su tema y recursos propios, disparadoras de emociones y reflexiones. En los tres casos, que brevemente describiré, quedó demostrado que el teatro independiente y semidependiente está teniendo éxito en su declarado emprendimiento de convocar y sumar a nuevos espectadores, y que este nuevo y creciente público no es boludo ni busca el entretenimiento zonzo, sino que elige, contrapone sus ideas (y sabe sostenerlas) y participa de las puestas reaccionando de muchas maneras, devolviendo lo que le es dado devolver.
Día jueves 20 de octubre: Se corría la voz de que la obra ¿Cómo las cosas llegaron aquí? era una de las propuestas más atractivas del Festival El Cruce, y no decepcionó a las más de 100 personas que ocupamos la capacidad del tablado para el público del espacio Micelio, bien predispuesto luego de la cálida performance del Elenco de Prácticas danza Contemporánea con que abrió oficialmente la vigésimo primera edición (inició en 1999) del encuentro organizado por Cobai (Asociación Independiente de Bailarines, Coreógrafos e Investigadores del Movimiento y la Expresión Corporal) .
Durante 45 minutos Haidar se vale de una mínima escenografía, una cámara de video, un monitor y un proyector para expresar algo tan difícil de expresar como lo es la fantasmagoría en la que se convierte la soledad de un individuo, en su casa, su cotidianidad, cuando comienzan a entrecruzarse su ser digital y su ser presencial.
Al comienzo de la representación no pude sino identificarme con los espectadores que a comienzos de siglo asistieron a las proyecciones de Georges Méliès, el ilusionista francés que inventó el concepto de lo que hoy se conoce como “efectos especiales”. Porque al igual que él, Haidar utiliza la tecnología básica del cine como herramienta para “jugar” con la percepción de los espectadores, volviendo inútiles los esfuerzos por desentrañar trucos o seguir un hilo que conduzca a la deducción de cómo fue hecho.
A los 30 minutos de ver ¿Cómo las cosas llegaron aquí?, con tres Ivanes en escena (el digital o proyectado, el real, y uno de papel), sin poder distinguir antes de después, ni cómo las cosas habían llegado allí, si lo que veía estaba proyectado en lo concreto y tangible o vivecersa, comencé a sentir un mareo importante, y miré al público, al que había escuchado emitir exclamaciones de asombro, para ver si a los demás les pasaba lo mismo que a mí, y aunque noté ciertas perplejidades no vi a nadie que experimentara un mareo como el mío. En casi todas las caras preponderaba una expectación reconcentrada y expresiones de maravillamiento. Así que me calmé, respiré profundo y dejé que se manifestara mi sudoración por el acaloramiento ante lo que me superaba. Llegué hasta el sonoro aplauso del final, escuché los agradecimientos de Haidar y me precipité al exterior, en busca de aire fresco y la comprobación de que el mundo, la calle y la noche seguían allí. Por la puerta entreabierta escuché que Haidar les pedía a los espectadores que se pusieran unas caretas con su rostro para sacarse una foto grupal. Delirio al cubo del que no formé parte, aunque me pareció acorde con lo que había visto y me lo llevé junto con las millones de cosas que tenía para pensar respecto de lo sucedido, sentido y pensado.
Viernes 21 de octubre: A las 20.30 en la sala Príncipe de Asturias del CCPE unas 130 personas aguardan el estreno de Maricón, obra surgida del proyecto Descarriadas (la primera fue Proyecto [REC] , de Jésica Biancotto) dirigida e interpretada por León Ruiz, a quien le bastaron cuarenta minutos para entregar un impresionante manifiesto artístico y personal sobre su condición de “disidente sexual”, junto con una crítica bien fundamentada y documentada respecto de la historia de la discriminación contra los homosexuales, y del hostigamiento, las prohibiciones y las condenas sufridas por el colectivo de quienes luchan por sentirse orgullosos por respetar sus sexualidades y las de los demás.
Ruiz baila de una manera estupenda, exhibe un taconeo superlativo en su ritmo y su métrica, y habla de su vida, construye la obra sobre su experiencia y la vuelve universal mostrando y analizando su interioridad más profunda. Además, se vincula con el público amorosamente y logra conmover a todos los presentes. Toca todos los corazones, genera empatía y expone de manera incontrastable sus argumentos. Abre así una ventana a un panorama que suele invisibilizarse o asimilarse con reparos: el universo de los maricones, que no es otro que el de la mariconería constitutiva de todos los seres humanos.
Disfruté a pleno de cada una de las acciones y evoluciones de Ruiz, me dejé conmover como todos los presentes, y aplaudí con las mismas sinceras ganas que el resto del público. Maricón me había imbuido de una sensación de optimismo respecto del futuro de la especie, de sus posibilidades de entendimiento, comprensión y solidaridad. Sonriendo, salí por el Patio de los Cipreses y me inundó el penetrante aroma de dos enormes matas de jazmines de lluvia que tupidos avanzan sobre los muros de ladrillos vistos. Me detuve a oler el perfume de sus flores y me dejé llevar por un impulso romántico.
Sábado 22 de octubre: A modo de cierre del ciclo Teatro por la Identidad, a 45 años exactos de cumplirse el nacimiento de la agrupación Abuelas de Plaza de Mayo (22 de octubre de 1977, por eso es el Día Nacional del Derecho a la Identidad), en La Vigil se presentó Territorio coraje, con María Victoria Franchi (dramaturgia y actuación) y dirigida por Cielo Pignatta.
Ante más de 200 espectadores Franchi recrea los momentos más trascendentes de la vida de Juana Azurduy (Toroca, 12 de julio de 1780 – Sucre, 25 de mayo de 1862), patriota del Alto Perú con destacada participación como líder en las guerras por la independencia americana. Y lo hace con elegancia, ingenio, chispa y gracia.
La actriz, de figura esmirriada, se las arregla para llenar el escenario con la presencia de sus personajes durante una hora y media, manteniendo siempre la atención sobre lo que sucede sobre las tablas: ella interactuando con personajes imaginarios o simulados desde el protagónico de su Juana.
Franchi, con una fuerte impronta formativa como clown, logra cautivar a los espectadores alternando escenas dramáticas y cómicas a un ritmo que no reconoce pausas, con transiciones que no resultan forzadas y mantienen tenso el hilo del relato y la descripción, sin caer en el didactismo, de la figura de Azurduy, resaltando su importancia al traer a la heroína a un plano existencial cercano en el tiempo y el espacio. Además, alcanza a plasmar momentos de una sublime belleza plástica, como cuando danza esgrimiendo un sable o se abraza con su amado Manuel Padilla (le da vida con un capote y un sombrero colgados en un perchero).
Entre los muchos recursos escénicos que despliega, interpreta a dos personajes más aparte del de Juana, uno real (al que personifica utilizando una máscara) y el otro imaginario (lo hace calzando una peluca): el primero, Juan Huallparrimachi, poeta criollo que combatió y murió al lado de Azurduy, y el segundo una retrógrada conductora televisiva que comenta “desde la vereda de enfrente” los sucesos históricos. Con ambos cosecha risas.
Tras el final la mayoría del público aplaudió de pie, y cuando me iba, mientras escuchaba comentarios elogiosos de desconocidos que abandonaban la sala, pensé en lo sensible y oportuno que podía resultar un acercamiento teatral a un personaje histórico que murió pobre y en el olvido de sus contemporáneos. Lo que habíamos visto no era poca cosa: Juana Azurduy había estado entre nosotros.
Conclusión
No creo que haya sido coincidencia que las tres obras unipersonales que vi en tres días consecutivos fueran sorprendentes por la originalidad de sus planteos, por lo innovador de sus formas, por la calidad artística y su inclusión de los espectadores como masa crítica fundamental. Creo que en Rosario se está condensando un sustrato muy rico de tendencias, experiencias, trabajos y colaboraciones horizontales que va emergiendo, con apoyo del Estado o sin él, y concitando el interés creciente por expresiones artísticas que esgrimen la experimentación de nuevas formas de decir desde la escena, junto con la consolidación de aquellos atributos obtenidos en el pasado (aprovechamiento de los legados), como armas para la lucha política en el campo de lo cultural y artístico.
No es casualidad que por estos días se desarrolle la quinta edición de la Semana del Teatro Independiente de Rosario mientras sigue su curso, hasta el 12 de noviembre, el Festival El Cruce, y a poco de haber concluido el Festival de Artes Escénicas de Rosario, que había sido antecedido en unos días por Tercerescena, Festival de Teatrocirco Tercermundista, todos ellos con una programación de obras predominantemente autóctonas o nacionales de relevancia molecular en su integración de disciplinas, de estirpe contestataria en su creatividad, de rebeldía ante los mandatos uniformadores del consumo.
Y también creo que no soy el único en tener estas intuiciones respecto del teatro, porque veo, y cuento, a los muchos que se van acercando a participar del fenómeno desde butacas, asientos, gradas y plateas, invitados de onda y tentados con la oferta de la magia humana en vivo.
Volviendo a Gramsci, trato de conjugar el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón para analizar estos tiempos que no sostienen el presente y se lanzan con voracidad hacia un futuro en el que muchos se atropellan por decir y hacer antes que el otro, los otros, sin premeditación pero con alevosía, precisamente lo contrario de lo que me van demostrando, con sus obras, actos y decires, los artistas escénicos que animan la lucha contrahegemónica desde pequeñas trincheras. Así se va configurando el mapa de las constelaciones con refugios y focos de resistencia esperanzadores.
FICHAS:
“Cómo las cosas llegaron aquí?”. Composición y performance: Iván Haidar. Coproducción: Fundación Cazadores. Esta obra forma parte de Instalar Danza II, con curaduría de Elina Rodríguez y Viviana Iasparra. Este proyecto recibió un subsidio del Instituto para el Fomento de la Actividad de la Danza No Oficial del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes.
“Maricón”. Idea, dirección e interpretación: León Ruiz. Asistencia de dirección: Florencia Cassino. Diseño sonoro: Martín Actis. Diseño de vestuario: Lorena Fenoglio, espacio de AET. Escenografías y supervisión dramatúrgica e interpretativa: Mayra Sánchez.
“Territorio coraje”. Dirección: Cielo Pignatta. Dramaturgia y actuación: María Victoria Franchi. Vestuario: @lizatanoni. Diseño de escenografía y realización de máscara: @lapalidiaz. Realización de escenografía: @taller.adelmar, @sergiotroglia y @lapalidiaz. Realización de vestuario: Nora Rípodas, Lorena Fenoglio y Liza Tanoni. Asesoramiento de texto histórico: Berta Wexler. Entrenamiento marcial y coreográfico de acción: @hernan_mariano_fernandez. Música original: @piterjozami. Diseño de iluminación: @diegoquilici. Fotografía: @micapertuzzo.