Tres vetustas calandracas empeñadas en vivir

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Foto: Teatro La Comedia

La obra Las viejas. Una comedia argentina exhibe el alto grado de profesionalización alcanzado por el teatro rosarino. El público se divierte a lo grande, y sin embargo…

Por Andrés Maguna

Viernes 3 de marzo del 2023. Teatro La Comedia, en el microcentro de la ciudad de Rosario, al sur de la provincia de Santa Fe, en el cálido Litoral de la Argentina.

Para las 20.30 está anunciado el estreno de la obra Las viejas. Una comedia argentina. Son las 20.25 y un público entusiasta forma fila en el ingreso a la sala. Unos pocos buscan entradas de último momento en la boletería. El hall de ingreso, con su potente aire acondicionado, ofrece un bálsamo inmediato para los cuerpos que llegan acalorados de la calle (la novena ola de calor en la región sigue calentando motores).

En el interior, unos 450 espectadores (un casi lleno total) mantienen intacta su entusiasta expectativa. Y desde que comienza la obra, a las 20.40, hasta las 22.06, en que concluye, la inmensa mayoría de los presentes ríe a carcajadas, festeja una nutrida andanada de chistes, comicidades variadas, situaciones graciosas, diálogos picantes, imaginaciones escénicas que desembocan en hermosas canciones y sutiles danzas, juegos coreográficos precisos y artilugios visuales muy logrados. Y tanto festejan que a lo largo de esos 86 minutos a menudo estallan aplausos que coronan y premian determinados momentos ofrecidos desde las tablas.

Junto con el final explota la ovación que se venía amasando, los aplausos atronadores, y unos cuantos se ponen de pie gritando: ¡bravo, bravo!

Sentado en mi butaca en la fila 16, mirando en derredor el bullicio celebratorio, seguí un impulso de no aplaudir, aunque la obra me había gustado, y comencé a preguntarme por qué no me sentía parte de esa fiesta, y si realmente se debía a mi honestidad conmigo mismo la angustia que me provoca en ocasiones el no poder compartir las simples alegrías del común de los mortales.

Foto: Teatro La Comedia

Mientras salía de la sala, entre parejas y grupos del público excitado y feliz que se atropellaban para comentarse cosas, como una parlanchina bandada de catas, caí en la cuenta de que a lo largo de los 86 minutos que duró la obra no me había reído ni una sola vez, ni me había sentido interpelado por ocurrencia alguna, ni me había identificado con ninguno de los personajes ni con las situaciones planteadas. Mucho menos con el conflicto central, que a fin de cuentas es apenas una excusa para montar la comedia. ¿Entonces qué había sucedido? ¿Por qué la insatisfacción?

Mientras volvía a mi cueva, iba rumiando varios pensamientos superpuestos: en una capa iba repasando los distintos componentes de la puesta, desglosándolos y analizándolos por separado; en otra capa volvía a la cuestión de virtudes y defectos del narcisismo propio cuando se topa con el de los otros, cuando se cede o se conquista la autoestima y se minan o se fortalecen las conclusiones personales, poniendo en acción a la vez los dos filos de palabras como “respeto” y “mérito”; y en otra capa discurría sobre la validez del pensamiento crítico a la hora de evaluar intenciones, esfuerzos, trabajos y emociones de los otros, el otro, el prójimo.

Desde el punto de vista formal Las viejas es una pieza de relojería, un ejemplo perfecto del preciosismo teatral. Desde la construcción de la escenografía hasta el plan de transformaciones del mismo, con trucajes que funcionan a la perfección (objetos que bajan del cenit, puertas trampa, paneles rebatibles, pantallas y balcones que se deslizan por sí mismos), con una iluminación que alcanza picos de virtuosismo y embellece escenas al máximo (por ejemplo, cuando de noche en la casa de las protagonistas, estando las luces eléctricas apagadas, la luz de una luna llena entra por la ventana e ilumina mágicamente el ambiente), con una banda sonora oportuna y canciones originales de verdad, interpretadas sin desentonar ni una nota; notándose la incidencia de una dirección general (con una generosa asistencia) en el perfeccionamiento y ajuste de las transiciones y los desempeños actorales, que por su parte son impecables o destacados. Y todos, absolutamente todos los aspectos técnicos cuidados al detalle.

Las tres viejas del título se llaman Olinda Bazán (María Franchi), Mecha Ordóñez (Verónica Leal) y Amalia Ribol (Vicky Olgado), nombres que suenan a Olinda Bozán, Mecha Ortiz y Amalia Bernabé o Amelia Bence (aunque las caracterizaciones sean una mezcla de todas ellas y otras actrices de la época dorada del espectáculo porteño). Estas tres calandracas “triangulan el conflicto” con la asistencia de un personaje masculino (José Pierini) que asume diversas funciones: maestro de ceremonias, galán de turno, viudo gay, director de casting.

La ductilidad de los cuatro intérpretes denota una marcación precisa y exhaustivos ensayos, llegando a puntos expresivos sorprendentes, como las “transformaciones” de las viejas en las mujeres que eran treinta años atrás, o unos bailecitos del personaje de José Pierini hacia el final, y entre las cuatro composiciones actorales destaca la de Franchi por la justeza de su compromiso en encarnar a una mujer 50 años mayor que ella.

Foto: Teatro La Comedia

El conflicto, las dificultades de tres viejas “glorias” de la escena nacional al momento de enfrentar la edad de los olvidos y la inminencia de la muerte, se plantea con la idea combatir la gerontofobia (que significa tanto la repulsión por los ancianos como el miedo a envejecer) a partir del humor bajo la consigna de “no está muerto quien pelea”.

Ese planteo del conflicto lo toma el director Hernán Peña (con la asistencia de Cielo Pignatta) de la dramaturgia escrita por Daniel Feliú como soporte inicial para desarrollar una puesta en escena compleja y ambiciosa a nivel profesional, pues se trata de coordinar los esfuerzos de una equipo numeroso en una coproducción entre dos grupos: el Teatro Municipal La Comedia y Las Viejas Cooperativa de Teatro, y en el marco del programa de incentivo del primero de estos llamado La Comedia A Puesta.

El director Peña dijo, en una nota firmada por Leandro Arteaga, aparecida en Rosario/12 el sábado 4 de febrero:

“Cuando leí la obra de Feliú, colega de la ciudad, me conmovió profundamente. Él me la dio por otros motivos, pero en ese momento ya quise dirigirla. Esto fue en el 2020, y cuando me convocaron de La Comedia, preguntándome si tenía alguna propuesta de obra, la presenté (…) El casting para la convocatoria de actor y actrices sumó 283 personas para 4 personajes, algo que habla también de la necesidad de estos puestos de laburo. Quienes trabajamos exclusivamente en teatro independiente bancamos las producciones sin sueldo, pero acá se trata de una coproducción entre una cooperativa que se forma para la ocasión y el teatro. El salario es a bordereau, surge de las funciones, mientras que el teatro se hizo cargo de todos los ensayos y de lo relativo a la producción. Estamos poniendo nuestro trabajo como parte de nuestro aporte, y por eso es importante que la gente vaya y compre sus entradas”.

En fin: en Las viejas todo está bien hecho, resulta evidente que se trabajó y se trabaja con la máxima (y no hablamos de la Soretequieta) seriedad en plan de divertir al espectador. Eso fue lo que tal vez me vedó el disfrute pleno y empático del que hablaba: la desconfianza por aquello que no ofrece resquicio a las fallas, los errores, que también constituyen y forman parte del alma nuclear escondida tras las apariencias. Pero debe ser cosa mía, otro de mis trastornos obsesivos. Como el de recalar en los textos iniciales, en esta ocasión el guión de Feliú, en busca de “la semilla del mal”, que podría atribuirse al excesivo edulcoramiento de la trama, a la ligereza de los dramas de las jovatas, al retaceo de información sobre las facetas oscuras de las mismas, todos factores que obliteran la indagación en la problemática del “viejismo” que dice tratar.

Cuando volvía de la función, pensando superpuestamente sobre lo que había visto y oído, también me vino a la mente el recuerdo de una escena de la película Serpico (Sidney Lumet, 1973), en la que la novia de Frank Serpico (inolvidable performance de Al Pacino), un policía copado que se niega a ser parte de la corrupción instituida en los poderes del Estado y se encuentra abrumado por las presiones, le relata una historia que llama El cuento del rey sabio, y dice (transcripta literalmente del film) así:

“Había un rey que gobernó en su reino. Justo en el medio del reino había un pozo. Ahí era donde todos bebían. Una noche, una bruja apareció y envenenó el pozo. Y al día siguiente, todos bebieron en él, menos el rey. Y todos se volvieron locos. Salieron todos juntos a la calle y dijeron: Tenemos que deshacernos del rey porque está loco. Y entonces, esa noche, el rey bajó y bebió del pozo. Y al día siguiente toda la gente se alegró porque su rey había recuperado la razón”.

En los cuentos de hadas, o viejas brujas, por caso, no hay lugar para la crítica, cuya función esencial radica en la oposición y el cuestionamiento de lo dado, lo creado, lo ofrecido como obra. Si el cuento de Serpico hubiera sido sobre “un crítico-rey sabio” (teniendo en cuenta que la sabiduría es la crítica de la ignorancia, como la osadía, el tomar riesgos, es la crítica del miedo) otro hubiera sido el final, porque el crítico-rey en vez de beber del pozo lo habría clausurado y habría encarcelado a la bruja envenenadora. Y a todo el pueblo enloquecido lo habría inducido a reírse y a tomar en broma las duras realidades de este mundo desquiciado.

FICHA TÉCNICA

Título: “Las viejas. Una comedia argentina”. Dramaturgia: Daniel Feliú. Actuaciones: María Franchi, Verónica Leal, Vicky Olgado y José Pierini. Diseño de vestuario y caracterización: Ramiro Sorrequieta. Asistencia de vestuario: Agustina López. Realización de vestuario: Liza Tanoni, Cintia Pendino, María Carolina Leali, Claudio Benítez y María Alicia Pendido. Realización de pelucas: Ulises Freire. Diseño de escenografía: Maxi Arana y Rodrigo Frías. Realización escenográfica: equipo del Teatro La Comedia. Diseño de luces: equipo del Teatro La Comedia. Música original y entrenamiento vocal: Vanesa Baccelliere. Pistas y mundo sonoro: Vanesa Baccelliere y Leandro Maseroni. Asistencia de dirección: Cielo Pignatta. Dirección general: Hernán Peña. Producción general: Teatro La Comedia. Coproducción: Las Viejas Cooperativa de teatro. Funciones todos los viernes y sábados de marzo y abril, a las 20.30, en el Teatro Municipal La Comedia.

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