28ª Marcha del Silencio en Uruguay

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Foto: María Eugenia Monteiro Pérez

Por Julio Cano

Cada 20 de mayo la principal avenida de Montevideo se puebla de personas que no hablan, no cantan, no gritan consignas. Están ahí, en un silencio atronador. Sucede lo mismo en las principales ciudades del país y aún en algunos pueblos grandes. Cada año aumenta el número de esos testigos que, sin hablar, quieren mostrar, solo con sus gestos, la falta de justicia, la ausencia desgarradora de los seres queridos. Ayer, por ejemplo, delante nuestro caminaba una señora con dificultad, apoyándose en su bastón y en su nieta, una joven de unos catorce años. Me conmovió mucho y me mostró, en silencio, la fuerza del amor, que no necesita palabras porque es intuitiva, puro hecho del abrazo expandido. Quien escribe también envejece y lleva a cuestas unos ocho compañeros desaparecidos que hoy tendrían también mas de setenta años. No nos estamos lamentando: hacerlo sería mantenerse en el pasado y la espiritualidad existe en el presente. El presente de cada 20 de mayo es el del instante de esos desaparecidos que no lo son, desde que a las 19 en punto arranca ese movimiento que los lleva en pancartas, que nos lleva a nosotros, que revive la utopía más hermosa: ninguna/ninguno de ellos estará muerto mientras un muchacho, una gurisa, una señora mayor, los haga suyos por encima de sus cabezas, en esos carteles. Yves Berger, bajo el retrato en acuarela de su madre recientemente fallecida, escribe: “Donde la vida no termina nunca, igual que nuestro amor”. Cada 20 de mayo, en este pequeño país, la vida no termina nunca porque el amor no lo hace. Mucho, mucho más que un evento político, esta marcha es un acontecimiento de amor.

Yves y John Berger, Rondó para Beverly.

En La desaparición de los rituales, un pequeño y hermoso libro, el filósofo Byung Chul Han establece una distinción drástica entre las características de la sociedad tradicional y las de esta época digital. Lo tradicional, digamos, puede ser fácilmente trasladado desde su Corea del Sur natal o su Alemania de adopción a nuestros países, a nuestras sociedades. En algún momento Han señala que la actual comunicación no comunica auténticos conocimientos sino puros datos, existe en un dataísmo que no posee historia. Los conocimientos genuinos, en cambio, necesitan esencialmente una historia pasible de ser interpretada. Necesitan de los rituales de los que están repletas las historias nacionales (banderas, himnos, escudos, camisetas de fútbol). Y los rituales son momentos cargados de sentido para quienes los viven: trasladan a un presente (no repetitivo) lo ya experimentado para hacerlo nuevo. Como en cada noche, como en cada función de una obra en el teatro. O en el ritual de la madre cuando su hija regresa de la escuela o en el ritual de quien habla cuando lleva alfajores a su esposa postrada, cada jueves. Es la característica central de los rituales, dice Han: ellos crean comunidad.

La actual comunicación digital no puede hacerlo, los datos no pueden transmitir conocimientos porque no interpretan.

En el conocimiento hay interpretación y ésta no es acumulativa. Es justamente conocimiento que implica, entre otras cosas, creatividad. Es más: conocer no sucede de un sujeto a otro sino en el “entre” que surge en medio de ambos. Solo se conoce en comunidad. Comunidad de humanos que hablan. Entre un humano y una máquina no se habla, se establece un intercambio de información. También hay conocimiento (interhumano por lo que vemos) en los gestos, en la corporalidad en movimiento. No solo el hablar es expresivo.

De modo que a estas marchas de los 20 de mayo podemos considerarlas rituales. Ellas crean comunidad. Mirando a mi alrededor ayer veía innumerables personas que en momentos de los hechos que se conmemoraban no habían nacido. Llegaron en silencio a integrarse a un pasado vivo y a crear un presente más vivo aún. Como dice Idea Vilariño: “De todas partes vienen, los orientales…” El que diga que el espíritu revolucionario de nuestros pueblos se ha apagado creo que se ha quedado ciego. Lo que sucede (y esto es doloroso aun para los que seguimos militando) es que su modo de encarar lo que hay que cambiar de raíz es otro, es nuevo.

Cada 20 de mayo es nuevo, es otro, es tumultuosamente creativo. Que siga siendo así.

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