En marzo de este año, la revista francesa Philosophie Magazine presentó dos cartas inéditas entre Albert Camus y Simone de Beauvoir, como adelanto de la correspondencia entre ambos recientemente hallada que será publicada, en París, los próximos meses. Así las presentaba Philosophie Magazine: «La semana pasada recibimos, gracias a la complicidad de un coleccionista y experto, un intercambio epistolar inédito entre Simone de Beauvoir y Albert Camus que será editado en una compilación en la primavera. Allí vemos que Camus y Beauvoir tenían una unión amorosa clandestina, y aparentemente incandescente. Según la opinión de especialistas de esas dos grandes figuras de la literatura a quienes consultamos, esta pasión revelada sería la causa de la célebre pelea que oponía a Camus con Sartre. Reproducimos aquí el intercambio de misivas más elocuente, con la amable autorización del editor».
Traducción al castellano: Susana Sherar
Paris, 12 de octubre del 51
Mi tierna Sissi:
Usted sabe que no soy hombre de grandes efusiones. «Es en el sentimentalismo que se reconocen los canallas», escribía Meyrink. Además, desconfío de los ademanes demasiado demostrativos. Sin embargo cada uno de nuestros encuentros hace nacer en mí un lirismo que busco estúpidamente reprimir. Usted sabe bien, como yo, que solamente hay salvación en el arte y en la acción. Usted conjuga, para mí, los dos. ¿Qué mas se puede soñar en el encuentro entre dos seres ?
Usted es mi música, mi alma, mi pintura, mi [ilegible], la Gracia y la Providencia, todo a la vez, y también, simplemente, una camarada como ya no soñaba conocer en la soledad de esta vía que, tanto el uno como el otro, elegimos (si no es ella la que nos eligió). Un artista sin musa es muy poca cosa. Esta chatura, perdóneme, es además válida para todo hombre, probablemente. ¡Acción, entonces!
En eso, también, usted me da tanto…
Quizá bastaría para una existencia completa: una luz en la noche de lo cotidiano y vuestros «tentáculos de tinieblas», hipnotizante expresión en vuestra boca, cuando la necesidad de retiro se hace demasiado necesaria, frente a toda la agitación del mundo. ¡Qué mejor chora, como decían los griegos, que sus brazos! Tengo, de ahora en más, la impresión que, antes de usted, he vivido el sacerdocio de un macaneador. Ahora bien, la verdad es la cosa más brillante y desprovista de velos cuando explota. Sin duda: por eso pasamos toda nuestra vida en la penumbra; pero, precisamente, no se trata sino de una semioscuridad, porque la otra vertiente es tan brillante que tenemos que protegernos, como si cerráramos otras celosías. No divago; lo que busco expresar, torpemente, es que ya no puedo enceguecerme con ese orgullo irrisorio que destilan los machos de su independencia, sea material, social o afectiva: yo la amo, mi Sissi. Estoy dando todo el valor a estas palabras, de las que usted se queja que soy habitualmente demasiado avaro. Sé también lo que significan en nuestra situación. En fin: sí, yo la amo. Y eso me hace feliz. ¿Por qué privarse de la felicidad cuando ésta surge? ¡Vivamos!
PS: ¿Vendrá usted a la calle Bellechasse la semana próxima? Réné me lo dejó suponer ayer. Guardo la esperanza,
Albert
Sin fecha
Querido puma viejo:
Qué placer leerte de nuevo. Cada carta tuya me encanta y me extrae de mi seca torpeza.
Si me vieras cada mañana espiando las idas y venidas del cartero, como una piba enamorada, te reirías sin duda de mí. Sé que sos halagador pero, a pesar de todo, hay momentos donde por más que una mujer esté determinada a seguir dominando su destino y sus ataduras, no puede hacer otra cosa que abandonarse a las sordas inclinaciones de su sexo. La ternura sola no basta, ella exige otros placeres; sólo tú sabes calmar ese deseo que me consume. O, más bien, atizarlo, delicia infernal del cielo.
Entiendo lo que me decís. Yo también me doy sin reservas. Sabés muy bien (y esto me lo confieso a mí misma junto con vos) que encuentro solo en tus brazos ese confort que extraño tanto. Después de tantas noches de abandono, sin hablar de esas tardes aburridas donde Él se digna apenas dirigirme la palabra, ocupado en correr detrás de las polleras de cualquier ingenua fascinada por su discurso, tu humanidad, la benévola recepción de tu oreja atenta a mis humores cambiantes, incluso tus más ínfimas atenciones, me hacen un bien soberano. Me sorprendo hablándote de sed apagada, de apetito colmado, de sensualidad despertada… Yo también me siento un poco estúpida formulándolo así. Que así sea: somos dos los sorprendidos por la candidez de nuestros cuerpos. ¿No es la definición de la inocencia ?
Lo que pensás válido para los machos, como vos decís, lo es también para nosotras, mi querido; no obstante, ¿por qué apagar el fuego que triunfa al final del invierno?
El amor es un chico impertinente, glorioso e impúdico. Y todos nuestros sentimientos, incluso los prohibidos (¿quién lo ha decretado?) serán siempre mil veces más nobles, y hermosos y vivos, que la situación que Él me hace sufrir, que es francamente ridícula. Además no sé qué clase de mujer sería yo si denigrara el amor. Esta es la inelegancia que Él me arranca: estoy reducida, suprema indignidad, a quejarme con un tercero. Con vos, que tanta falta me hacés, Albert. Tu voz penetrante, tu sonrisa felina, tu aliento cálido sobre mi nuca solitaria. Tú, mi oasis en el desierto.
Mis pensamientos te acompañan siempre, no lo dudes. No puedo esperar hasta el sábado para verte.
Hago todo lo posible por venir ni bien termine la cena.
Amoroso*
Tuya.
*En castellano en el original.