En “Neva” todo está bien, y más que bien

La versión de la obra del chileno Guillermo Calderón dirigida por Gabriel Romanelli se ajusta a los estándares del mejor teatro rosarino independiente y autogestivo

Por Andrés Maguna  

El actor y dramaturgo chileno Guillermo Calderón estrenó la primera pieza teatral que escribió, Neva, en octubre de 2006, en su debut como director de una obra propia, en un centro cultural independiente de Santiago de Chile, mientras en las calles se reprimían violentas protestas en el marco de la llamada Revolución Pingüina.

Y Neva se detiene en un momento de una tarde de 1905 en San Petersburgo durante el cual tres actores, que se encontraron para ensayar una obra de teatro mientras en las calles se reprimían violentas protestas, se preguntan sobre el sentido ulterior de hacer teatro mientras confrontan sus perspectivas políticas y existenciales.

La obra, hecha de diálogos y monólogos densos y concentrados, con la carga puesta casi exclusivamente en las actuaciones, fue de inmediato un éxito unánime de público y crítica, recibiendo premios y saliendo de gira por el mundo, y así llegó al Centro de Expresiones Contemporáneas de Rosario (Santa Fe, Argentina) en el 2008, con una función a la que asistió Gabriel Romanelli, un joven estudiante de teatro que se sintió “tocado” por lo que había presenciado.

Quince años después de aquella función en el CEC el mismo Romanelli estrenó el primer viernes de septiembre, en su debut como director, su propia versión de Neva en una sala independiente inaugurada hace poco, La Orilla Infinita, con Claudia Capella, Nora Silva y Rodrigo Frías a cargo de las actuaciones.

Pude asistir a la tercera función, la del viernes 15, a sala llena, y me consta que la dramaturgia escrita por Calderón (más allá de que la versión de Romanelli tiene recortados dos largos monólogos) resulta potente por sus implicancias recíprocas de sentido: la cuestión existencial, la finalidad del arte, la lucha de clases y su marco revolucionario, la necesidad de dar y recibir amor, la insatisfacción, el dolor y duelos imposibles de cerrar.

Los tres protagonistas exclusivos de la única escena que constituye la obra son: la veterana actriz Olga Knipper (Claudia Capella), reciente viuda Antón Chéjov (fallecido el 15 de julio de 1904, a los 44), tratando de volver a los escenarios con público, la joven Maya (Nora Silva), proveniente de la clase obrera, y un hombre de las clases acomodades con inquietudes artísticas, Aleko (Rodrigo Frías).

Los tres explotan al máximo un mínimo dispositivo escénico, sobre una tarima de tres por cuatro metros, aproximadamente, que incluye un soporte de luces estudiado y efectivo para realzar momentos y situaciones, una puntual música original que pega bien por su justeza y brevedad, un vestuario tan preciso en su recreación de época que parece hecho hace pocos días… pero en 1904 o 1905. En fin, que todo está donde debe estar, donde mejor está en función de lo que se trata de hacer: una obra de teatro para mentes que desprecian la pereza, tal vez ese específico público teatral que busca participar por medio de la exigencia y la evaluación del material que se le está presentando, al mismo tiempo que se le exige una atención intelectual aguda para seguir el hilo de la trama y captar la gracia de aquello que la tiene y el drama que subyace tras los juegos de palabras.

El libreto, que se nota ensayado hasta la obsesión, habilita de modo parejo para el lucimiento de los actores, y cada uno de ellos tiene un “apartado” para hacer gala de su nervio dramático más tónico, en especial Nora Silva en el monólogo final, dejando a todos con los pelos de punta cuando sobreviene el cierre con un apagón de luces.

Los espectadores, que ocupaban todas las sillas disponibles (unas 50), en su mayoría gente de teatro que sabía que lo que había ido a ver, y lo había comprobado, era teatro contemporáneo de texto y actuación, teatro para entendidos en el lenguaje teatral en su máxima expresión.

No pude dejar de sentir, mientras miraba y escuchaba la obra, que los actores y el director Romanelli (a cargo de la cabina técnica durante la representación) de alguna manera estaban “rindiendo examen”. Una sensación de que estaban enfocados en que todo estuviera perfecto, cada cosa y cada palabra en el lugar en que debían estar en el momento justo y predeterminado. Tal vez por eso –pensé en el momento– en algunos pasajes el seguimiento de las acciones se me había tornado un trabajo tedioso, soporífero sin causarme aburrimiento. Pero debe ser un vicio de crítico que siempre encuentra un pelo en la comida, no pudiendo aceptar que “demasiado bien” puede ser simplemente “bien y bueno”. Y en Neva todo está bien, y más que bien, y ello fue gracias al extremo cuidado de las formas y calidades estándares del mejor y tradicional teatro independiente y autogestivo.

Entre el público que aplaudió estruendosamente –poniéndose algunos de pie– se escucharon varios “¡bravo!”, y los actores agradecieron con modestia el “10+” con que premiaban sus esfuerzos aquellos que habían sido coprotagonistas del hecho teatral, del viaje trascendental montado y propuesto por el grupo de realizadores.

FICHA:

Título: “Neva”. Sobre el texto de Guillermo Calderón. Actúan: Claudia Capella, Nora Silva y Rodrigo Frías. Diseño de vestuario: Ramiro Sorrequieta. Realización de vestuario: Cristian Ayala. Diseño y realización de escenografía: Lucía Palma y Rodrigo Frías. Diseño gráfico: Cantar de Ranas, Federico Tomé. Diseño de iluminación y técnica: Gabriel Romanelli. Música original: Santiago Pozzi. Equipo de producción: Claudia Capella, Nora Silva, Rodrigo Frías y Gabriel Romanelli. Dirección general: Gabriel Romanelli. Sala: La Orilla Infinita. Septiembre 2023

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