Un paseo por el Mercado de las Artes y la muestra “Migrantes”, en la ex Aduana de Rosario, la tarde-noche previa al balotaje presidencial, aparece en la crónica de nuestro pasado reciente como memorabilia de una impensable utopía. La Secretaría de Cultura municipal volvió a acertar con otra movida emblemática.
Por Andrés Maguna
Soy y no soy el que era. En varios sentidos. Por ejemplo, sigo siendo la misma persona que era hasta el domingo 19 de noviembre a las 20 horas, a la vez que ya no fui “exactamente el mismo” a partir de ese momento, cuando Massa confirmó en directo, en electrizante transmisión, que en el balotaje presidencial Milei le había propinado una paliza histórica. Tampoco soy “exactamente el mismo” que fui el lunes 20, o el martes 21, o el miércoles 22… Ni siquiera alcanzo a ser el mismo que era hasta anoche, cuando me acosté pensando en este texto, en esta crónica sobre lo acontecido pocas horas antes de la elección, la tarde-noche del sábado 18, cuando recorrí alegremente, liviano de preocupaciones y proclive a la esperanza, el Mercado de las Artes y la muestra Migrantes (de la artista Griselda Di Liscia, con poesía de Patricia Quaranta y fotografías de César D’Agostino) en el edificio de la ex Aduana, que además celebraba sus 85 años de existencia.
Y aunque el universo del arte, de los artistas y los consumidores de arte (¿no somos todos artistas y consumidores de arte a la vez?), se erige por antonomasia como principal oponente crítico del universo de la política (un universo aparentemente imposibilitado de ejercer la función crítica), sobre el tema político coyuntural omnipresente por aquellas horas no se habló una palabra. No al menos durante las tres horas de mi recorrida, durante la cual tuve la oportunidad de conversar con unas cuantas personas.
Llegué a las 19 y dejé la moto en el estacionamiento habilitado, sobre la empedrada bajada Sargento Cabral, cuando termina de descender sobre la Fuente de las Utopías, en su encuentro con la avenida Belgrano. El simpático cuidacoches del lugar, G., me ofreció lavarme la moto a cambio de mil pesos, y como me vio sopesando la oferta (la moto estaba bastante sucia) me convenció con un argumento irrefutable: “Mil pesos no son nada. ¿Qué comprás con mil pesos?”. Y respondiendo “una Coca Cola de dos litros en envase retornable” saqué un billete de mil, se lo di, y moví, por indicación suya, la moto hasta un sitio cercano de la canilla que G. utilizaba para llenar de agua los tachos que empleaba para lavar autos por mil quinientos.
Decidido a ver todos los puestos, uno por uno, de punta a punta, encaré hacia el extremo sur del Mercado, donde estaba el primer gazebo al pie del muro de la ex Aduana que bordea el pasaje Arquitecta Matilde Luetich (uno de los más bellos rincones de Rosario). Allí exhibía para la venta sus cuadros, unos óleos de entre 80 cm y 1,20 m, el artista plástico Javier Giménez, y en ese momento dos hombres con pinta de chacareros, tal vez padre-hijo, o tío-sobrino (eran parecidos físicamente), se sacaban fotos posando junto a uno de los cuadros de Giménez, un Lionel Messi campeón del mundo con la camiseta de la selección argentina refulgente, pintado con la técnica del hiperrealismo. Los otros cinco cuadros grandes que había llevado Giménez también eran de Messi, en otras posturas, todos en enfoque de plano americano (de la cintura para arriba), todos con la camiseta refulgente. La gente que pasaba comentaba cosas del tipo “¡mirá que hermosura, parece una foto!”, y le preguntaba cosas al artista, o compraba alguna de las láminas tamaño A4 con reproducciones de los cuadros de Messi con la camiseta refulgente. Porque las láminas tenían un precio de 1.500 ó 2.000 pesos y los cuadros al óleo iban de los 300.000 a los 450.000.
Mientras miraba esta escena, y ampliando en derredor, hacia los otros asistentes al mercado, desconocidos del común, como yo, me puse a pensar en que no había modo de dudar de que Giménez es un artista y que todos los presentes eran apreciadores, degustadores, consumidores de arte, y recordé lo que escribió Ad Reinhardt al respecto: “El arte es arte y todo lo demás es todo lo demás”.
Luego felicité a Giménez, crucé unas palabras con él, y empecé a desandar la “feria de artistas”, deteniéndome a hacer algunas preguntas puntuales a uno que otro artista exhibidor-vendedor, y llegué a las escalinatas de acceso a la ex Aduana (por Belgrano), donde me encontré con mi conocida-amiga Valeria Aguiar, que trabaja en la Secretaría de Cultura municipal como directora de Gestión Territorial, y me contó que salía de ver la muestra “Miradas”, que le había parecido “impresionante” y me la recomendaba. Le dije que tenía pensado verla, pero que antes quería recorrer todos los puestos y, de ser posible, encontrar a su compañero de Cultura Carlos Barocelli, curador del Mercado, para hacerle un par de preguntas sobre el tema específico de la selección de artistas participantes y el carácter intrínseco de la iniciativa.
“Recién me crucé con Carlos, debe estar por acá, vamos que te acompaño…” Y seguimos, juntos, de puesto en puesto, charlando sobre lo que veíamos (Valeria, además, atenta a localizar a Barocelli), hasta que nos cruzamos con Dante Taparelli, también conocido-amigo mío, y secretario de Cultura de la ciudad, que estaba conversando con un grupo de personas a la altura del tablón expositor de la artista Guillermina Tschopp, también conocida-amiga y pareja de mi conocido-amigo Federico Rodríguez.
Al saludar con un abrazo a Dante (en verdad es un tipo muy abrazable) me percaté de que dos de las personas con las que charlaba eran, también, conocidos amigos-míos: el pintor Eduardo Piccione, que estaba acompañado, y la directora de Turismo municipal, Alejandra Mattheus, a quien hacía más de 20 años no veía y que también estaba acompañada.
A ese grupo que formábamos se fueron agregando y desagregando, en el transcurso de los 10 minutos en que fui parte, conocidos, amigos y conocidos-amigos de unos y de otros, y entre las muchas conversas cruzadas no escuché ni una palabra referida al inminente desenlace del intríngulis político social que nos tenía agrietados a todos.
En un aparte mantuve un diálogo con Dante sobre el espíritu del Mercado de las Artes, que era la octava vez que se montaba en el lugar en este 2023 (el último del año será el 16 de diciembre, durante la Noche de las Peatonales, en la plaza 25 de Mayo), y le dije que me llamaba la atención la cantidad y el tipo de público que había respondido a la convocatoria: de todos los grupos etarios, de casi todas las clases sociales (excepto la minoría de los privilegiados con altísimo poder adquisitivo), de todos los barrios de la ciudad y las barriadas periféricas. Como en otras ocasiones en las que le había señalado algo parecido, Taparelli repitió algo que le escuché decir decenas de veces desde que asumió como secretario de Cultura hace casi cuatro años: “Esto es para la gente”.
Lo mismo que con IN-VENTA, la paradigmática y pionera galería pública y “feria de arte sin intermediarios”, iniciativa con curaduría de Laura Capdevila (titular de La Casa del Artista Plástico) asociada en su concepto al Mercado de las Artes, pude comprobar in situ que la simple consigna “para la gente” se cumplía con creces, y que la gente era “la gente”, ilustres desconocidos como yo, como mis amigos, mis familiares, mis conocidos, mis conocidos-amigos y mis conocidos-ya-no-amigos. O sea, la intención de acercar cultura desde la actual gestión de Cultura de la ciudad también estaba dirigida a mí. Y no era una cuestión política, por más que el arte, las expresiones del arte, el libre e indiscriminado ejercicio del arte, sea la más crítica herramienta para trabajar sobre la política, sobre las expresiones y los efectos de la política en la vida de todos y cada quien, y en las relaciones sociales sobre las que vamos construyendo la identidad, las características particulares que nos definen como seres gregarios que lograron doblegar la nefasta ley del más fuerte.
“El arte es más hermoso si es popular… Popular en contraposición a elitista”, se me ocurrió decirle a Dante, y me contestó: “Totalmente. Y por eso es importante, también, que el Mercado se haga en este lugar, en este edificio de la Aduana, que carga con el carácter simbólico del ideario federal, porque los ciudadanos que lo hicieron…”. Y me dio una larga lección de historia, empezando desde Juan Manuel de Rosas, que no transcribo porque no la recuerdo exactamente, pero interesantísima, porque Taparelli tiene el don de la oratoria y sabe un montón sobre un montón de temas, especialmente de historia.
Al despedirme, Dante me dijo que no me perdiera la muestra “Migrantes”, y hacia allí fui. Atento, además, por si me lo cruzaba a Barocelli.
En el primer piso de la ex Aduana, en ese palacio de la civilidad dedicado a fines burocráticos, la muestra de Griselda Di Liscia (quien además es parte del grupo de más de 150 artistas del colectivo Mercado de las Artes-IN-VENTA) compone su idea con miles de barquitos de papel, hechos con hojas de libros, los que en grupos de figuras y figuraciones enmarcan sobre el piso y las paredes obras de la artista y del fotógrafo César D’Agostino, y la poesía de Patricia Quaranta (los tres nombrados participaron del plan conceptual de la puesta) “Las sales de la memoria”, que se cita al final de esta nota y que estaba impresa en un cartel gigante que predominaba en la atención de los visitantes.
El texto me embelesó, y quise sacarle una foto, pero en todo momento había una o más personas paradas ante él, leyéndolo, y pude notar que quien comenzaba a leerlo seguía hasta el final, y que de alguna manera “le pegaba”, como me había sucedido a mí.
Cuando volví a la calle, al Mercado, con el plan de visitar el par de puestos a los que no me había podido acercar porque había mucha gente, reflexionando sobre la naturaleza, la imagen dinámica y sustancial del nombre “migración”, delirando sobre su correlato con el concepto filosófico de la “impermanencia”, fue que escuché la voz de un locutor que, desde un escenario montado sobre los adoquines de Belgrano, frente a unas mesas en las que se había acomodado un numeroso público (esperando la actuación de un par de bandas musicales), decía: “Antes del show nos van a ofrecer unas palabras dos de los cerebros que hicieron posible el Mercado de la Artes: Valeria Aguiar y Carlos Barocelli”.
Así fue que finalmente pude individualizar al coordinador de muestras de Cultura de la ciudad, quien además es un notable artista plástico (sus dibujos e ilustraciones son joyas muy apreciadas), y cuando bajó del escenario me acerqué a él, me presenté y tuvimos una larga charla, a la que se sumó… Pero este cuento ya no cabe en esta crónica, y quedará para una próxima.
Cuando me iba hacia donde estaba mi moto, que el simpático G. había dejado reluciente, la psicodélica iluminación de la Fuente de las Utopías parecía decirme claramente: “No lo soñaste, nooo. No sos el que eras antes de venir aquí, a esta ciudad, a este tiempo, y no tenés modo de saber por qué somos quienes fuimos ni de qué manera seremos los que habrán de ser”.
El poder transformador del arte había hecho su tarea. Más allá de las acacias de la avenida, en los espacios entre los galpones del corredor cultural llamado Franja del Río, el Paraná aparecía con el sereno dinamismo de sus aguas cobrizas-plateadas apenas irisadas por la Luna, que no sabe ser inocente.
“Las sales de la memoria”
Fue el miedo,
ese miedo primitivo
de haberlo perdido todo.
Fue el miedo
de haber salido así, sin nada
casi con lo puesto
dejar la isla,
la casa.
La historia,
ser la diáspora de mis ancestros
la oscuridad del mar profundo
atragantada por las aguas de la memoria,
estaban todos allí, en el velorio de la bestia
todos los bosques del olvido
coreografiaban los últimos fastos.
Eyeife responde a mis preguntas afirmando.
Es letra firme y segura.
Es un sí rotundo lo que se sabe no se pregunta
Soy el pataki de Yemanja,
vengo del mar y a la mar voy
a reinventarme.
Las caracolas me llevan
y otra vez sé desde lo más profundo
que los dañados sobrevivimos
azul, rojo, blanco
soy todos los colores que la muerte conjura
y me rescato
como el nenúfar
de las aguas turbias,
la bestia ya no muerde el anzuelo,
se queda cerca de la costa y espera,
acecha,
baila con sangre en los pies la sinfonía final,
abraza la tierra
y comienza la función.
(Poema de Patricia Quaranta exhibido, en gigantografía, como parte de la muestra “Migrantes” en la ex Aduana de la ciudad de Rosario. Del libro Penas breves, Huesos de Jibia, Buenos Aires 2019)