Crónicas sibaritas: Casa Chueca

Emplazada en el corazón del barrio Refinería, en un cruce de esquinas con tradición bodegonera de 120 años, Casa Chueca es la mixtura perfecta de tiempos, espacios, tradiciones y vanguardias.

Por Lautaro Lamas

Fuimos a Casa Chueca un miércoles por la noche, sabiendo que los fines de semana el lugar está siempre lleno (siempre hay que reservar antes). Nos ubicamos en una mesa arrinconada en el sector que parece un cálido y acogedor living-comedor familiar. Esa noche había algunas parejas treintañeras, otra con una niña pequeña, un grupo de amigas que se reían, charlaban y compartían platos y una mesa donde dos hombres de unos cincuenta años cenaban abundante, bebían vino tinto y seguramente hacían buenos negocios. Los mozos llevaban a las mesas platos tan abundantes como su buena onda y simpatía, y los comensales, bien vestidos y elegantes, pero descontracturados y cómodos, hacían juego con la propuesta estética del lugar.    

La ubicación

Gato Dumas decía: “Para que un restaurante funcione lo importante es, en primer lugar, la ubicación, en segundo lugar, la ubicación, y en tercer lugar, la ubicación”.

Basada en esa lógica Gatuna, Casa Chueca cumple con esa máxima y la supera. Ubicada en el cruce de las calles Vera Mujica y Arenales, a quien no conozca las arterias del barrio se le hará difícil llegar sin ayuda del GPS, pero una vez que lo haga descubrirá que es muy fácil arribar desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad.

Parte de su encanto radica en esa falsa dificultad de acceso y en el hecho de que cuando uno llega es como si entrara a una Rosario antigua, de callejón con adoquines, viejos árboles, casas bajas, y la posibilidad de ver la luna o el cielo estrellado porque aún no la han invadido los rascacielos. Esto seguramente cambiará con los años, porque a su alrededor está creciendo la ciudad del siglo XXI: hoy día hay más de 16 edificios en construcción que se suman a los que ya están hechos y constituyen el lindante Puerto Norte. Entonces este restaurante, constituido en una vieja casona reciclada, que mantiene su fachada de ladrillos vistos y sus ventanales generosos, parece estar destinado a ser lo que fue su vecino de enfrente, que inauguró en 1903 y cerró hace dos años: un punto clave gastronómico que perdurará en el tiempo y es testigo del traspaso histórico de su arquitectura y sus habitantes.

La decoración

Aunque Dumas haya declarado aquello, Casa Chueca cuenta con otros puntos a su favor además de su enclave estratégico. La casona donde se montó el restaurante mantiene su fachada de principios del siglo XX y su disposición arquitectónica: techos altos, espacios amplios, grandes ventanas y un frente de ladrillos desrevocados que antecede a una terraza perfecta para almorzar al sol o bajo las sombrillas y cenar o tomar unas copas mirando el cielo y absorbiendo el perfume de las flores del barrio.

Cuando uno ingresa la sensación es, justamente, la de llegar a una Casa, que es Chueca en homenaje al barrio más artístico y vanguardista de Madrid. La sensación de hogar la brinda la estructura que mantiene la casona, mucho de su mobiliario (un modular antiguo transformado en aparador, cestos con juguetes y lápices para las familias que van con niños, sillas coloridas o con estampas florales, luz amena) y algo fundamental en el calor hogareño: la buena atención y la sonrisa franca.              

Lo vanguardista radica en el arte de su decoración. Se podría estar horas mirando los miles de objetos, esculturas, cuadros y miniaturas que cuelgan en las paredes. Es una decoración ecléctica, mix and match, que conjuga cuadros antiguos con dibujos infantiles, antiguas tarjetas españolas con artesanías latinoamericanas, fotos de seres queridos con imágenes de íconos culturales, e infinidad de objetos maravillosos: como si fuera la casa de un viajero coleccionista que en cada ciudad del mundo que visitó se hubiera ocupado en recorrer galerías de arte, mercados de pulgas, casas de antigüedades y ahora, en un museo hogareño y personal, los exhibiera para deleite de sus invitados.

La cocina     

Como si no fuese lo más importante en un restaurante (Dumas ni la nombra) la cocina queda para el final. Casa Chueca ofrece a sus comensales una carta que enlaza lo mejor de la comida rosarina (mix entre lo criollo y lo italiano) con lo mejor de la comida del Perú.

En la parrilla ubicada en un patio lateral con grandes plantas reverdecidas, las brasas aromatizan y doran cortes tradicionales argentinos (chinchulines, chorizos, morcillas, tiras jugosas, entrañas aderezadas, deliciosas provoletas, matambritos de cerdo y pescados de río). En la cocina central se combinan las tradicionales milanesas con papas (menú infantil), con sorrentinos caseros, postres excelsos y comida peruana que, el buen sibarita sabrá, es la mejor comida del mundo.

Fuimos por ese lado y elegimos una entrada y un plato principal que son emblemas de los sabores del Tahuantinsuyo: papas a la huancaína y ceviche mixto. Estos son, respectivamente, el plato más simple y el más complejo de aquel país, que cuenta con ingredientes de su triple franja geográfica (mar, sierra y selva) y un enlace cultural entre lo incaico, lo criollo, lo español y la influencia oriental en su gastronomía.

Las papas a la huancaína vienen de la sierra (Huancayo) y es un plato tan simple y de hogar que allí radica su dificultad para hacerlo bien: aquí en Casa Chueca lo ofrecen como entrada pero lo sirven generoso y abundante, la crema a base de ají amarillo baña las lonjas de papas al vapor con sutileza y en la combinación con aceituna, huevo duro y tomate, genera un sabor que perdura deliciosamente en el paladar.

El ceviche, que viene del mar y en Perú fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación, por el contrario, es el más complejo de los platos peruanos; hecho con pescado blanco cocido con lima, cebolla roja, sal, ajo, ají y cilantro, nos lo sirvieron con camarones, calamares, mejillones y acompañado con batatas y maíz cancha, siendo la combinación perfecta de sabores para encender la boca con su textura mixta y su frescura intensa.

Para el postre elegimos el tiramisú de Lili, “el mejor tiramisú del mundo”, según quienes han probado varias veces este tradicional postre italiano que acá lo sirven en copa y cada cucharada es más deliciosa que la anterior, sin empalagar y amalgamando a la perfección el sabor intenso del café y la suavidad del mascarpone.

Sobremesa  

Como dijimos al principio, Casa Chueca es una conjugación perfecta de culturas y sabores, donde se llega a un lugar fuera del tiempo y es como si llegara a la casa de un viajero coleccionista y amante de la buena mesa; hay que sumarle a todo esto la excelente carta de vinos que ofrece bodegas y cepas tradicionales con vinos de autor, una selección musical de melómano que navega entre el reggae y el latin jazz y algo fundamental que tal vez se escondía en las máximas de Gato Dumas: siempre hay lugar para estacionar el auto.

Por todos estos detalles, considero que Casa Chueca es un restaurante destinado a perdurar en el tiempo y deleitar a presentes y futuros habitantes en esta ciudad a la orilla del río Paraná.

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