La primera Edición Verano de la ya tradicional Noche fue una buena muestra de que una “área chica” del Estado puede servir de escudo en la “batalla cultural”
Por Andrés Maguna
Cuando Ptolomeo I fundó en Alejandría, en el siglo III antes de Cristo, el Museion (templo de las musas), su idea fue la de establecer un espacio físico donde al amparo de las divinidades inspiradoras (las nueve hijas de Zeus y Mnemósine: Calíope, Clío, Erató, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania) y del Estado se pudieran cultivar las artes y las ciencias merced al impulso dado por las mentes más inquietas y curiosas del mundo antiguo, los habitantes y trabajadores de aquel espacio dedicados al desarrollo, el sostenimiento y las innúmeras proyecciones del campo del conocimiento. A lo largo de veintitrés siglos ese primer museo fue multiplicándose, hasta el punto de que hoy no hay rincón de nuestro sobrepoblado planeta que no tenga al menos un museo; y no solo eso, sino que la idea misma del museo como refugio para el cultivo testimonial sobre el pensamiento y el conocimiento fue prendiendo en el individuo, llegando a poseer cada quien su propio museo personal, concreto o metafórico, como bien explica Macedonio en su libro Museo de la Novela de la Eterna.
El diccionario de la RAE dice que en la actualidad un museo solo puede ser dos cosas: un “lugar en que se conservan y exponen colecciones de objetos artísticos, científicos, etcétera”, o una “institución, sin fines de lucro, cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición al público de objetos de interés cultural”, lo que refleja la concepción simplista, reduccionista, facilista y hasta negadora de los académicos del museo de la lengua, y por eso cuando escuchamos “museo” en lo primero que pensamos es un edificio público con columnas y escaleras conteniendo tesoros artísticos o históricos. Siguiendo esta línea de la monárquica RAE, no podría considerarse museo el Acuario del Río Paraná, donde fue lanzada el jueves 15 de febrero al mediodía, en conferencia de prensa, la Noche de los Museos Abiertos Edición Verano, que se llevó a cabo viernes 16.
Precisamente en el Acuario inicié, ese viernes, una recorrida nocturna en moto, entre las 20 y las 23.30, concluyendo en la fiesta a cielo abierto en el jardín enrejado del Museo de la Ciudad Wladimir Mikielevich, luego de pasar raudamente por el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (macro), el Firma y Odilo Estévez, y el Castagnino.
Entre las gigantescas peceras del Acuario, absolutamente alucinógenas por las coreografías que ejecutan las variadas especies que allí viven, y la fiesta bailable a cielo abierto en el Mikielevich, atravesé en la Honda Titán buena parte de la ciudad, y tuve la oportunidad de volver a comprobar que los hábitos de consumo recreativo de los rosarinos durante sus “salidas” cambiaron, aumentando en “presencialidad” en los parques y paseos públicos (la franja costera que va desde el Barquito de Papel a la Estación Fluvial; el Parque Independencia; el Parque Urquiza), y reduciéndose en sectores emblemáticos por su crecimiento expansivo y masividad: Pichincha y la Avenida Pellegrini.
No estoy diciendo nada que cualquier ciudadano no haya notado. Pichincha no sólo paró de crecer sino que se redujo a unas cuatro o cinco cuadras de bares y birrerías en torno del eje señalado en Jujuy y Oroño, hacia Alvear, y el más histórico y tradicional corredor de cervecerías, pizzerías, parrillas y heladerías de la ciudad, Pellegrini, que ya se estiraba hasta casi llegar a Belgrano, al este, y estaba por sobrepasar su frontera de Oroño, al oeste, está acortado, la concurrencia es sensiblemente menor, y los consumidores contienen sus gastos todo lo que pueden, en un “achique” que se traduce en “cajas chicas” para los negocios.
En contraste con ese alicaído mundo gastronómico, la Noche de Museos Abiertos Edición Verano, con sus 16 instituciones involucradas (municipales, provinciales o con algún grado de cogestión) para recibir visitas con actividades de variado tipo, fue un llamador poderoso para un buen número de tribus urbanas, en especial las compuestas por los inquietos jóvenes de hoy en día, los estudiantes.
Así, en el rombo topográfico delimitado por el Acuario del Río Paraná, al norte (Eduardo Carrasco y Cordiviola), el Museo del Deporte, al sur (Ayacucho 4800), el Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez, al este (San Lorenzo 753), y el Museo Cementerio El Salvador, al oeste (Ovidio Lagos 1800), pequeñas multitudes jalonaron la parte céntrica de la ciudad con un foquismo hecho de luces y música en torno de museos y espacios culturales.
Los funcionarios de Cultura de la provincia y el municipio, incluidos los directores y los empleados de los museos abocados a la celebración, seguramente se felicitaron entre sí por el éxito de la convocatoria, por el buen clima reinante, la buena respuesta al convite. También es muy probable que no se hayan detenido en análisis etnográficos, disquisiciones de tono antropológico social o consideraciones sobre las sensibles diferencias que nos siguen polarizando (desde el diez de diciembre, a un ritmo desenfrenado) entre la clase empobrecida hasta el hartazgo y lo que va subsistiendo de la clase media, conformada casi exclusivamente por empleados públicos y privados (dos sectores que se reducen día a día), pequeños rentistas, jubilados y pensionados de alto rango, y microemprendedores ahora severamente en riesgo de extinción.
En este panorama de ajuste brutal, licuación de salarios, tarifazos e inflación sobrefertilizada, casi que resulta un alivio que se haya instalado desde el Ejecutivo nacional un campo de “batalla cultural” que puso sobre el tapete el tema de la “cultura” que se gestiona, lo que se territorializa, se planifica, se contrata, se ofrece y se otorga a la población, sin discriminaciones, desde el Estado. Así, todo lo que se llama “gratis”, o “con ingreso libre y gratuito”, adquiere una relevancia vital a la hora de pensar en las maneras más directas y eficaces de “alimentar culturalmente” a los contribuyentes. Porque cada quien libra su propia pelea cultural, a la vanguardia o a la retaguardia del ejército popular que no admite la represión de sus derechos, y encontrar aliados en algunos niveles del aparato de la administración pública, en este caso la Municipalidad de Rosario (con el acompañamiento de la Provincia de Santa Fe), no deja de significar un reparo, un escudo con el cual contar a la hora de protegernos de ataques o tomar un respiro.
Por una noche los museos de la ciudad se abrieron a la fiesta, a los encuentros de las gentes en un marco, un lugar hecho de varios lugares, que tiene que ver con sus costumbres y su historia, con la construcción de hábitos culturales para las realidades cotidianas. Si estuviera vivo, y hubiera asistido a la Noche de Museos Abiertos rosarina, Ptolomeo I tendría otra prueba de que su iniciativa en favor del conocimiento humano fue adquiriendo formas y manifestaciones de insospechadas derivaciones en las que las nueve musas, aunque ya nadie recuerde sus nombres, aún están presentes y responden cuando son convocadas: siguen encendiendo el fuego que alimenta la ciencia del arte y el arte de la ciencia.
Andy muy bueno el escrito que pusiste a mi me encantan los museos sobre todo el ultimo el acurio que muetra y enrique para que el que lo lo visita vea todas las especies de nuestro delta por cuando escucho que el el enfermo deMilei quiere serrar todo lo concerniente con la cultura ,realmente no lo entiendo ¡ que siga luchando la gente para que esto no se concrete !