Cómo vivió la final de la Copa de la Liga Argentina, y la muerte de Menotti, un menottista hincha de Vélez
Por Sergio Albino
El domingo 5 de mayo de 2024 fue un día de sensaciones encontradas. Mi equipo de futbol, protagonista medular de mi vida desde los seis años, jugaba una final con posibilidad de ser campeón después de una década, y mi referente máximo de ese juego en aquella niñez peleaba por su vida sin que yo lo supiera.
Vivir el pasado
En 1971 una pelota de futbol picó a mi lado en la clase de educación física de primer grado y el paradigma de vida cambió. Descubrí que la felicidad podía ser infinita. Hijo único en una calle peligrosa, por el tránsito y no por la gente, me volvió solitario por seguridad. Los juguetes eran míos y hacía lo que quería con ellos. Cuando encontré aquella pelota picando a mi lado y un montón de amigos corriendo tras ella, entendí que un juguete se podía compartir. Es más: era indispensable compartirlo para poder jugar. Ese día, en aquella lejana clase de educación física, aprendí a vivir.
Como todo niño quería ser un ganador, y Vélez Sarsfield venía con muchas perspectivas de campeonato, y allí quería ser parte del éxito de turno. El problema que surgía a mis ansias infantiles de poder eran las influencias familiares y barriales. La gente que más amaba, esos que estaban cerquita del corazón. Abuelos, padres, tíos, vecinos, amigos. Boca, San Lorenzo o Independiente, en ese orden, eran el mandato social, pero me gustaba Vélez Sarsfield. En esas cavilaciones fundamentales para mi futuro, me decidí a encarar a mi madre y pedirle permiso para hacerme hincha de Vélez y ella, en la mejor lección de vida que dio, aceptó y me dijo: “Está bien hijo, pero ser hincha de un club es una elección de vida, si llegan a perder no podés abandonar tu decisión”. Acepté y a las dos semanas Vélez perdía el campeonato metropolitano en la última fecha a manos de Huracán, que con su triunfo le daba el título a Independiente. Lloré mi tristeza al lado de la radio Spica y maldije al globito por esa puñalada a mi bienestar infantil, pero recordé las palabras de mi vieja. Traté de mantenerme digno y soy hincha de Vélez desde entonces.
Ese equipo de Huracán lo dirigía el Flaco Menotti en una de sus primeras incursiones como técnico, después de ser ayudante de campo de Miguel Antonio Juárez en Newell´s Old Boys. Como todo niño desdichado, odié a todo ese plantel que me había robado la ilusión de ser campeón. Mientras tanto, el Flaco Menotti siguió armando su rompecabezas. A ese gran equipo que nos había quitado el campeonato le agregó a Jorge Carrascosa, campeón nacional con Rosario Central en ese 1971, y a un ignoto jugador de Primera B: René Orlando Houseman.
1973 fue el año de Huracán y de Menotti, pero sobre todo de Houseman. Ese equipo le hizo 6 goles a Argentinos Juniors, 5 goles a Racing, 5 goles a Rosario Central en Arroyito. En medio de todas esas goleadas pude verlo en el Amalfitani y a mis ocho años me enamoré de Houseman y Menotti. Las mejores cosas que habían visto mis ojos en esa corta vida estaban plasmadas en ese césped. La maravilla de la vida en una cancha de futbol. Ese día, en aquel estadio, abandoné el odio.
Ese espaldarazo de formador de uno de los equipos más extraordinarios de nuestra historia fue su carta de presentación para ser, fracasos ajenos mediante, el técnico que preparara la selección de fútbol para el Mundial que organizaría Argentina en 1978. El mundial de Alemania 1974 había sido un concierto de desconcierto de la dirigencia y se necesitaba un verdadero director de orquesta para hacer los arreglos necesarios y que todo fuera armónico. Menotti era el indicado y Menotti fue el elegido. Un proyecto serio que se sostuvo en el tiempo. No le falló a nadie. Ni a los peronistas que lo convocaron, ni a los militares golpistas, ni a su gente futbolera que ansiaba ese título del mundo negado desde 1930 en Uruguay. Pudo hacer el milagro de ordenar a los argentinos tras un objetivo común. Nos convenció de que podíamos ser los mejores y que respetáramos los colores por encima de todo. Me brindó el orgullo de sentirme campeón por primera vez a mis trece años y poder festejarlo con todas las hinchadas, no solo con la de Vélez.
Tardé 22 años en ver campeón a Vélez y fue de la mano del máximo ídolo de la institución, Carlitos Bianchi, que siguió un proyecto similar que fue serio y se sostuvo en el tiempo. La consecuencia lógica fueron campeonatos nacionales, continentales y mundial. Caminamos un sendero parecido y tuvimos resultados parecidos.
Perder en el presente
El domingo 5 de mayo de 2024, Vélez jugaba una nueva final en el fútbol argentino. Una grata sorpresa para una hinchada que solo 5 meses antes había sufrido una final para no descender a la segunda categoría. La euforia por un equipo que fue creciendo a medida que avanzaba el torneo nos fue invadiendo poco a poco. Una vez clasificados para las instancias finales (play off, según los anglófilos) el contagio fue irrefrenable. Pepe Arancibia, amigo de la infancia e hincha de Vélez, fue con sus hijos a San Luis para el encuentro con Godoy Cruz. El partido hasta donde llegaríamos, según la prensa especializada. Me invitaron al viaje, pero coincidía con una presentación de un libro en Rosario y no pude acompañarlos. En realidad, yo también pensaba que hasta esa instancia llegábamos. Sin embargo el equipo, poblado de chicos salidos del semillero, con un jugador menos dio vuelta el resultado y clasificó para las semifinales.
La instancia siguiente se jugaba en San Nicolás y allí fuimos con la ilusión intacta. Otra vez el destino estuvo de nuestro lado y penales mediante llegamos a la final del torneo. El sueño del campeonato era posible. La sede, algo exótica: un equipo de Buenos Aires y uno de La Plata jugaban en Santiago del Estero, 1.000 km de distancia. Las localidades se pusieron en venta 3 días antes del partido, con un sistema novedoso gracias a las nuevas tecnologías de la información y comunicación. Primero 2.000 localidades para una tarjeta de crédito hija de la naranja mecánica de Johan Cruyff y luego, el resto, para algo llamado deportick o chiquiteck. No conseguí mi localidad y me quedé con mi pasaje a Santiago del Estero sin usar.
Me acordé del Flaco Menotti cuando en la charla técnica previa a la final del mundial 1978 les dijo a sus jugadores: “Nuestra obligación es hacer lo imposible por darle a la gente, a nuestra gente, un espectáculo inolvidable…” Tristemente el asqueroso negocio del fútbol le roba el juego a la gente para dárselo a las corporaciones. Hoy, para ir a la cancha, en instancias decisivas, es mejor tener cierta tarjeta de crédito o puntos en una petrolera que ser socio de tu club.
Sufrí la final por la televisión con la misma pasión que si hubiera estado allí. Pasión y sufrimiento siempre me parecieron sinónimos. Solo, como suelo mirar las finales que involucran mis sentimientos, sufría la derrota en ese primer tiempo cuando mi compañera de vida se acercó a avisarme que el Flaco Menotti había muerto. Quedé obnubilado y a pesar del empate transitorio y el orgulloso desempeño de mi equipo no puede abstraerme de la pérdida. Los penales finalmente decidieron que volvía a perder.
Ganar el futuro
Perder una final siempre genera tristeza, pero sentía que no había nada que festejar el día que se murió el Flaco. Ese Flaco que iluminó de fútbol bien jugado mis días de niñez a través de Houseman, Brindisi, el Inglés Babington, Bochini, Valencia, Ardiles, Kempes, El Diego o Ramón Díaz, entre tantos cracks que fueron entrenados por él.
Hoy que quieren vender el fútbol al mejor postor, aunque sea el peor (Sociedades Anónimas Deportivas), tenemos que levantar la bandera del Flaco Menotti para ganar el futuro. El fútbol y los clubes para la gente que los hizo posibles. En palabras del Flaco:
…Un club de fútbol es un hecho cultural que en Argentina se fabricó a través de las esquinas de los barrios, no es que vinieron grandes poderes económicos y dijeron: “Vamos a crear clubes”. El club lo crea el barrio, el vecino y los sueños de las nuevas generaciones que los siguen defendiendo. Cuando yo veo que quieren transformar al fútbol en el mundo de los negocios me da tristeza porque siento una falta de reconocimiento con mucha gente que sostuvo esa pasión que la pelota despierta en cada esquina de la Argentina. El fútbol está en una lucha cruel con los poderes económicos, pero depende de los socios. No es de ninguna fábrica…
Hasta siempre, Flaco. Gracias por tanto. Te vamos a extrañar.
Bellisimo analisis …