Una geopolítica de la narración

El lado oscuro de la modernidad, según el movimiento decolonial latinoamericano: sobre el pensamiento de Walter Mignolo y Ramón Grosfoguel

Por Julio Cano

Vamos a repasar algunos conceptos expuestos en los dos artículos anteriores, lo hacemos para lograr una correcta interrelación entre las reflexiones allí plasmadas y lo que mencionaremos ahora. Luego, lo relacionaremos con el movimiento decolonial latinoamericano. 

Dijimos que las narraciones se enfrentan a las informaciones digitales en el panorama de los modos de comunicación humana. Esto aparece planteado con claridad en el texto del filósofo Byung-Chul Han La crisis de la narración, de 2023, quien agrega una correlativa dupla: la existente entre explicación e interpretación. Una y otra  pueden darse en una presentación simultánea, pero lo más frecuente es que aparezcan enfrentadas.

Las narraciones resultan ser centrales en nuestras vidas, ya que son las que pueden plasmar con todos los matices y contradicciones nuestros sucesos, nuestras expresiones subjetivas y nuestros deseos; lo que no es posible lograr a través de las explicaciones, aunque hay que agregar que estas últimas no están erradicadas en absoluto de nuestras experiencias. Un ejemplo: el diagnóstico de una enfermedad que me detectan es redactado por el técnico en un lenguaje explicativo. Ambas pertenecen al corpus hermenéutico de las expresiones comunicativas humanas manteniendo, empero, diferencias significativas.

Toda acción transformadora del mundo se basa en una narración, como dice Han. Las narraciones van más allá de la gramática y son las que manifiestan nuestras emociones, asignándonos un lugar, un lar, un hogar. En última instancia, la propia existencia es una narración. Digámoslo así: una narración está situada en una comunidad dada, por lo que el contexto en donde se plasma se da junto a ella.

Por ende, si rastreamos el origen de una narración, nos toparemos con una localización, un espacio relacionado estrechamente con una geografía, una geopolítica de la narración.

Otro asunto vinculado: la cultura que nos constituye (en nuestro caso, la uruguaya-rioplatense) es un conjunto de fenómenos vivos (con un bagaje de sus hechos pretéritos también vivo en la memoria) forjado en torno a un determinado lenguaje. Decimos entonces que nuestra cultura está encarnada.

Las narraciones capaces de transformar el mundo (macronarraciones) nunca son creadas por la voluntad y la creatividad de un solo individuo. Por el contrario, son la expresión del modo de sentir de una época, que concluyen por dar sentido a un conjunto al que otorgan identidad. Es decir: son las que crean una comunidad.

Y una comunidad existe en una geografía específica, viviendo en una trama compleja, es decir, en un plano político. Se manifiesta en una concreta geopolítica.

Para nuestro caso (el colectivo de Río Belbo) nuestra geopolítica es la del Río de la Plata, con sus luces y sus sombras y en interrelación con otras geopolíticas latinoamericanas. A nivel de mi propia existencia, su trama  equivale (sin hipérboles) a la trama geopolítica de mi cultura.

Tal trama no ocupa un centro. Más bien, en términos geopolíticos, no existen centros sino nodos que, esporádicamente, reúnen en torno suyo fenómenos humanos diversos unificados circunstancialmente. Lo que existen, en la realidad social, son diversidades. 

Sobre el humanismo: por esto, es imposible hablar de “el hombre” en abstracto. De ahí que adoptemos, a nivel teórico, una postura antihumanista ya que para manifestar nuestros comportamientos deberemos referirnos a tramas hipercomplejas de relaciones en las que se inserta orgánicamente la subjetividad. Esta última, nunca es un punto de partida.

Empero, nuestra subjetividad es diversa a cualquier otra subjetividad. Como se puede deducir, tal diversidad se encuentra de continuo en tensión con lo geopolítico.

(Aquí mencionaremos el papel crucial de lo emocional, ya que toda comunidad humana está homogeneizada por el plano emocional. Entonces, los humanos existimos en bolsones geopolíticos en donde los rasgos de pertenencia pasan constitutivamente a través de los vínculos emocionales más que por los vínculos racionales).

Esta sucinta síntesis de lo que venimos elaborando teóricamente se ha encontrado con la geopolítica, encuentro necesario tanto para situar en el espacio-tiempo latinoamericano lo que estamos estudiando como para que encaremos el esfuerzo por rastrear y, en la medida que sea posible, apropiarnos de lo mejor del actual pensamiento de Nuestra América, la Abya Yala de los pueblos originarios.

El pensamiento decolonial es uno de los movimientos que nos ha convocado, por más de un motivo, pero especialmente debido a sus planteos frente a la Modernidad de cuño eurocéntrico. El punto neurálgico de su postura, el que más lo ha diferenciado del pensamiento postcolonial es el referido, precisamente, al valor de la modernidad.

Para la postura postcolonial, todo lo propuesto y actuado por el proceso civilizatorio creado desde Europa a partir del año clave 1492, está puesto en tela de juicio y debe ser superado por elaboraciones teóricas y prácticas vernáculas. Todo, menos la Modernidad como propuesta epistemológica.

El movimiento decolonial, en cambio, también incluye en lo pasible de crítica radical esta propuesta epistemológica. En efecto, su postura señala que la modernidad forma parte orgánica del proceso civilizatorio moderno que conquistó América a partir de 1492, y esto implica que no se encuentra exenta de los cuestionamientos aducidos hacia la conquista llevada adelante por Europa desde 1492. La modernidad es una concepción que tiene cuño europeo y que, por tanto, posee una historia específica acotada a sus variables geopolíticas y no contiene una universalidad situada más allá de sus vicisitudes históricas, es decir, no tiene carácter metafísico. Se vincula de suyo, orgánicamente, con la conquista de nuestras tierras y su violencia. Esto es lo que lleva a los decoloniales a poner en cuestión su universalidad y, por ende, su validez. El lado oscuro de la modernidad casi nunca sale a la luz, ya que los estudios que se han elaborado hasta ahora no denuncian lo no enunciable de la misma, ese lado oscuro que supone una relación orgánica entre la modernidad y la violencia consustancial a la conquista. 

Señalemos los puntos importantes de la modernidad para encarar mejor nuestro análisis. La Modernidad, en cuanto propuesta filosófica, implica que:

  • La razón se encuentra en el centro del fenómeno humano.
  • La novedad es una de las consecuencias del uso de la razón.
  • La transformación del mundo -teniendo a la mano la idea de que la naturaleza está al servicio del hombre- como consecuencia directa del uso de la razón, por medio de la tecnología.
  • La revolución científica es el resultado central de tal transformación del mundo.
  • El progreso es ilimitado, y los recursos que nos brinda la naturaleza también.
  • La democracia es el modelo de todo sistema político.
  • El mapa político del mundo está conformado por Estados-Naciones y ya no por Reinos o Imperios.
  • La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, los tres lemas de la Revolución Francesa, pasan a ser patrimonio común de la humanidad.

Para la decolonialidad, lo que nos llegó de Europa desde 1492 no fue solamente un modo de producción (el capitalismo en sus sucesivas modalidades de existencia), sino una civilización, un conjunto articulado de propuestas políticas, económicas, religiosas y culturales, que se fueron revelando simultáneamente, de una manera compleja, y que tuvieron como base teórica los puntos señalados antes. De modo que para procesar las alternativas de liberación de nuestros pueblos es imprescindible enfrentar los distintos aspectos de esa civilización, incluyendo sus planteos filosóficos.

Dos de los teóricos de la decolonización serán convocados por nosotros: el sociólogo argentino Walter Mignolo y el sociólogo portorriqueño Ramón Grosfoguel.

Parafraseando a Mignolo, digamos que su búsqueda (que se equipara a la búsqueda del movimiento de la decolonialidad) es lograr una nueva hegemonía teórica, ir “hacia la hegemonía de la diversalidad, esto es, de la diversidad como proyecto universal y no ya como un nuevo universal abstracto”. El universal abstracto vigente, agregamos nosotros, es el del conjunto de las ideas de la modernidad anotadas más arriba. 

Y refuerza lo expuesto anotando “la necesidad de pensar el conocimiento como geopolítica en vez de pensarlo como un lugar universal al que todos tienen acceso, pero del que, desafortunadamente, solo algunos tienen las llaves” (pasajes de Historias locales/diseños globales).

Grosfoguel añade:

“Lo que llegó a América a finales del siglo XV no solo fue un sistema económico de capital y trabajo para la producción de mercancías. Este fue una parte crucial pero no el único elemento de un entramado y complejo ‘paquete’ de relaciones de poder. Lo que llegó a América fue una imbricada estructura de poder más extensa, compleja y profunda de la que no puede darse cuenta desde una perspectiva económica reduccionista. (…) Lo que llegó fue un sistema-mundo más complejo. (…) (Nos llegó) un hombre europeo/varón/capitalista/militar/cristiano/patriarcal/blanco/heterosexual. Llegó a nuestras tierras y estableció, en el tiempoespacio, de manera simultánea, varias jerarquías globales imbricadas”.

“Al contrario de la perspectiva eurocéntrica, la raza, el género, la sexualidad, la espiritualidad y la epistemología no son elementos añadidos a las estructuras económicas y políticas del sistema mundial capitalista sino una parte constitutiva integral e imbricada del amplio y entramado ‘paquete’ que, en lugar del ‘modo de producción capitalista’ llamaremos (y perdonen su extensión) sistema-mundo occidentalizado/cristianizado moderno/colonial capitalista/patriarcal”.

“Este pensamiento decolonial no es un fundamentalismo antimoderno. Es una respuesta transmoderna planteada desde lo subalterno a la modernidad eurocéntrica. Agreguemos una consigna zapatista: ‘Todos somos iguales porque todos somos diferentes’.

(Pasajes de La colonización de la economía política y los estudios poscoloniales, de Ramón Grosfoguel,incluido en Epistemologías del Sur de María Paula Meneses y Boaventura de Sousa Santos).

La tarea que nos espera, de aquí en adelante, es conjugar, en clave de decolonialidad, los conceptos que venimos trabajando, a saber, narraciones como formadoras de comunidad, diversidad y geopolítica y resignificaciones. Intentaremos encontrar un núcleo común complejo a todo ello en lo que Mignolo llama pensamiento fronterizo. 

Detengámonos un poco más en los planteos decoloniales. Tal conjunto de tesituras plantea que el capitalismo como modo de producción, la conquista de nuevas tierras por parte de los europeos, la creación de un nuevo espacio geopolítico privilegiado, el racismo, la concomitante filosofía cartesiana y la no menos decisiva revolución científica del siglo XVII, el cristianismo como religión verdadera y universal, surgieron en simultáneo. Emergen (en el sentido científico de “emergencia”) teniendo como acontecimiento central el año 1492 y el fenómeno histórico que lo precipita es la conquista de nuevas tierras por parte de los navegantes hispánicos.

La concepción europea medieval tenía su centralidad epistémica (y no solo religiosa) en Dios y en ella primaba el tiempo sobre el espacio y no existía la noción de novedad.

Con los viajes marítimos que llevan a los europeos a adentrarse en el océano Atlántico y a “descubrir” pueblos y culturas de otros, el espacio gana un lugar epistemológico que antes no tenía, se va a consolidar como espacio geopolítico ya que tiene una interna concepción política que desborda los cánones medievales al respecto.

De manera que en los autores decoloniales existe una coincidencia en hablar de la simultaneidad de los fenómenos que van a configurar el mundo moderno y en subrayar la importancia emergente del espacio político, lo que lleva a Grosfoguel a hablar de georreferencia o geolocalización cuando menciona los sistemas o autores europeos involucrados en esos finales del siglo XV. Ellos hablan desde un locus, un lugar. Como consecuencia, a las preguntas clásicas de la filosofía que interrogan sobre “qué”, se agrega desde dónde se dice. Pero esa nueva espacialidad política no está presente aún en la mente, el discurso y los textos europeos. Los enunciados explícitos no refieren nunca a su propia localización, a su locus, se los escribe o dice como abstractos, universales, pasibles de ser inteligidos por cualquier ser humano provisto de razón. Poseen estatuto metafísico.

Todo esto es puesto en cuestión por el movimiento decolonial y a tal crítica nos sumamos.

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