Siete argentinos dirigiendo en la Copa América: ¿cuáles son las características particulares que tienen los técnicos argentinos para ser elegidos por sociedades tan diversas?
Por Sergio Albino
La argentinidad al palo, la canción de Bersuit Vergarabat, es una metáfora del sentimiento argentino en su máxima expresión. Esa argentinidad necesita autocelebrarse con datos aislados que nos permitan seguir adelante creyendo que somos una potencia mundial. Los memes nos informan, redes sociales mediante, la privilegiada posición de la UBA en el mundo, que un niño argentino llamado Faustino Oro es un genio del ajedrez o que Felipe Bautista Klir y Federico Crovara Subia, estudiantes de secundaria de la Ciudad de Buenos Aires, lograron la proeza de ganar medallas en la Olimpiada Internacional Matemática (OIM) en Japón.
El último dato de autocelebración llegó con la Copa América 2024: batimos nuestro propio récord de cantidad de directores técnicos presentes en el magno evento. Siete son los entrenadores argentinos que tiene la edición de Estados Unidos, récord de directores técnicos de un mismo país en la historia de la competencia.
Lionel Scaloni (Argentina), Ricardo Gareca (Chile), Néstor Lorenzo (Colombia), Gustavo Alfaro (Costa Rica), Daniel Garnero (Paraguay), Marcelo Bielsa (Uruguay) y Fernando Batista (Venezuela) son los responsable de la nueva marca. Así, se superará el registro que se alcanzó también en Estados Unidos, pero en 2016, cuando seis argentinos dirigieron la edición del Centenario. En aquella oportunidad fueron: Gerardo Martino (Argentina), Juan Antonio Pizzi (Chile), José Pekerman (Colombia), Gustavo Quinteros (Ecuador), Ramón Díaz (Paraguay) y Ricardo Gareca (Perú).
El fútbol evoluciona en sus sistemas tácticos y estratégicos pero la presencia argentina en selecciones de muy diversa idiosincrasia es sostenida, y no solo en América Latina, como pueden ser los casos de Menotti en México o Pastoriza en Venezuela. El Indio Solari dirigió a Emiratos Árabes Unidos, Héctor Cúper a Georgia, Egipto, Uzbekistán, Congo y Siria, o Juan Antonio Pizzi a Arabia Saudita y actualmente Baréin, por dar unos pocos ejemplos.
Una pregunta que podemos hacernos: ¿cuáles son las características particulares que tienen los técnicos argentinos para ser elegidos por sociedades tan diversas? La calidad del fútbol argentino está fuera de discusión, pero también lo está la del fútbol brasileño y no ocurre lo mismo con sus directores técnicos.
Seguramente la respuesta está en nuestra cotidianidad. Vivimos en una sociedad con una gran capacidad para encontrar lo que nos separa. Ese maniqueísmo social seguramente lo heredamos de la salvaje lucha fratricida de unitarios y federales. Como si fuera un sino fatal de nuestro ser nacional. Vamos creciendo en ese ambiente donde siempre hay dos verdades contrapuestas y eso nos va moldeando para sobrevivir en el medio de esa batalla cultural en la que se intenta neutralizar al otro. Flexibilidad es la característica que vamos adoptando en una sociedad que desde la escuela primaria nos prepara, sin metodología, para estar atentos y adaptarnos. Nunca se sabe de qué lado viene la puñalada, y eso nos ejercita la capacidad de adaptación.
Argentina conquistó sus dos primeras copas del mundo con tácticas contrapuestas y eso tiene su propia historia. Después del rotundo fracaso en el Mundial de Suecia 1958, la preparación de los planteles sufrió un cambio rotundo. Hasta allí con los jugadores alcanzaba. Habíamos sido de los mejores del mundo casi tres décadas con ese sistema. Guillermo Stábile fue director técnico del combinado nacional durante 20 años con innumerables éxitos, en los que también codirigió a San Lorenzo, Estudiantes, Ferro y Racing. Sin embargo, por decisiones políticas no pudo coronar un mundial en Brasil 1950 ni en Suiza 1954. Volvimos a participar en 1958 y los seis goles que nos propinó Checoslovaquia durante el mundial escandinavo produjeron un terremoto en la dirigencia. El cargo de director pasó de ser intrascendente a máxima prioridad. Sin embargo, el desconcierto dirigencial era mayúsculo. En los ocho años entre los mundiales de Suecia 1958 e Inglaterra 1966, trece entrenadores ocuparon el cargo. En esa década del sesenta comenzó a llegar bibliografía de táctica procedente de Europa y nacen las dos escuelas filosóficas personificadas en Juan José Pizzutti y Osvaldo Zubeldía. Ambos campeones nacionales, continentales y mundiales con Racing y Estudiantes. Uno con un fútbol ofensivo y otro con un fútbol táctico que aprovechaba al máximo el conocimiento del reglamento. Los jugadores argentinos, que después serían técnicos, comenzaron a adaptarse a las distintas formas de jugar.
César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo fueron los continuadores de esos estilos llevándolos a la cima mundial a nivel selección, agregándoles una disputa que se salió de la cancha. Periodistas, dirigentes, jugadores e hinchas quedamos atrapados en medio de ese maniqueísmo. Vivimos en un péndulo yendo de izquierda a derecha, de norte a sur, de arriba abajo al borde de la histeria. Socialmente nunca pudimos conseguir una síntesis que nos aglutinara detrás de un proyecto común.
Sin embargo, el futbol, después de muchos años de disputas monumentales, consiguió como consecuencia de ello desarrollos tácticos derivados de los pioneros. Casi sin proponérselo, los actores de esta historia fueron armando tácticas usando la dialéctica hegeliana: a cada táctica (tesis) se contraponía otra táctica (antítesis) que generaba otra táctica (síntesis).
Los motivadores modernos nos hablan de que cada crisis es una oportunidad y quizás esa sea la consecuencia de la presencia de tantos compatriotas como entrenadores de selecciones nacionales a lo largo y ancho del globo terráqueo. Hoy, las empresas multinacionales gastan millones capacitando a sus gerentes en lo que se ha dado en llamar “flexibilidad cognitiva”. Básicamente, se trata de aprender a aprender y ser capaz de ser flexible en la forma de aprender, incluyendo el cambio de estrategias para una toma de decisiones óptima. Los directores técnicos argentinos lo adquieren desde su más tierna infancia. Es nuestro método de supervivencia. Esa carencia social se vuelve una ventaja comparativa.
La síntesis a las escuelas fundacionales vino por el lado menos esperado. Dos formadores de talentos juveniles vinieron a contar su propia versión de la táctica y la estrategia. José Néstor Pekerman y Marcelo Bielsa tenían su propio argumento y ampliaron la base informativa, seguramente tomando cosas de Griguol, Yudica, Labruna, Lorenzo y tantos otros maestros que enriquecieron la única actividad que nos ha tenido en la vanguardia mundial.
Una sociedad necesita ser muy flexible cuando sus valores fundacionales se van perdiendo. Esa carencia social parece ser el secreto del éxito internacional de nuestros futbolistas y entrenadores. Una contradicción, como nuestra realidad cotidiana. Las cosas malas nos salen planificadas y las buenas de casualidad, como el caso Scaloni a cargo de la selección mayor.
Ojalá que hoy, que el destino quiso que seamos los mejores del mundo en el tema más importante de los menos importantes, podamos crear las condiciones para que esa capacidad creadora no emigre masivamente. Así tendremos el campeonato que merece el futbol campeón del mundo y no el mamarracho incompresible de hoy. Para conseguirlo seguramente tendremos que ser más flexibles.