Acompañando la reseña de Félix Leonel Peralta, que usted puede leer acá, presentamos un adelanto del todavía inédito “Lumbrera”, junto a unas preguntas al autor, Federico Rodríguez
Revista Belbo —¿Cuándo, cómo, nació «Lumbrera»?
Federico Rodríguez —Lumbrera nació a través de un grupo de poemas que fui elaborando con los años, en un momento comencé un diálogo entre ellos y quedó lo que para mí es un libro. Un cuerpo que proporciona o traga luz.
—¿Cuándo, cómo, terminó «Lumbrera»?
—No sé si un libro termina en algún momento, en este caso fue necesidad personal.
—Algunos de los poemas están dedicados, pero el libro no: ¿para quién o para qué es?
—El libro no está dedicado, lo iba a hacer, pero al final, después de una caminata cerca del río, decidí no hacerlo. Algunos poemas están dedicados a personas que me han influenciado, a poetas cercanos o a gente que quiero mucho.
—“Aún creo en la oscuridad / y no en los oscurecidos”, dice el primer poema: ¿qué es esa oscuridad en la que creés?, ¿quiénes son los oscurecidos en los que no creés?
—Ese poema en particular también dice “Aún creo en lo que ilumina y no en los iluminados”; a mi parecer están absolutamente conectados los versos como las dos caras de una misma moneda, caras en que desconfío, los iluminados y los oscurecidos. En un sentido general, ese poema me recuerda una frase de Leonard Cohen: “Hay una grieta en todas las cosas, así es como entra la luz”.
—¿Cómo es el oficio del poeta en esta Rosario del 2024?
—El oficio de poeta en Rosario lo puedo responder desde la experiencia práctica y otra sensible. La práctica o pragmática la desconozco cada día más; en lo sensible, el oficio lo práctico desde una forma muy artesanal, solitaria y contemplativa.
—¿Cómo es el oficio de vivir en esta Rosario del 2024?
—El oficio de vivir en Rosario es tratar de sobrevivir como uno puede, y en estos momentos en particular, buscar lugares, personas, que nos den un cobijo, o cierta forma de ternura para no caer en un agujero que se agranda y nos contamina cada día más.
—¿Qué le dirías a un joven poeta?
—Le diría que escriba, lea, contemple, respire y se conmueva lo más lejos posible de cualquier moda literaria.
—¿Qué le dirías a un joven que odia a los poetas?
—Le diría que odie otras cosas, y si siente ese impulso hacia los poetas, que nos olvide bajo el cielo que se desprende de la tarde.
Cinco poemas de «Lumbrera»
Por Federico Rodríguez
Hace días sólo escucho el lenguaje de los pájaros
disolverse entre las nubes
Un gorrión se posa en un lapacho y transforma sus hojas
en su hogar
Al atardecer las palomas se pasean en el balcón
para resguardarse de la lluvia
y las golondrinas regresan con el viento
El tiempo se detuvo en la silla de mi cuarto,
y en la noche, un libro que no puedo leer
queda prendido de la biblioteca
como la luz del velador
que lentamente se apaga
***
Una familia
la madre contaba estrellas en las noches,
el padre se movía por los bordes del jardín,
los hijos prendían sus ojos a las imágenes fugaces.
El cauce del río hizo de la cocina
una ribera,
Una pequeña luz se escondía en el ropero
y atenuaba la vieja ropa,
la pantalla se ensombrecía lentamente
en la telaraña del atardecer,
los márgenes de la mesa se encendían con
el fuego.
Con alivio,
en el devenir de la noche las puertas se abrían
como flores,
el pan en el horno inundaba la sala de olor a
sal y mesura,
al anochecer el tiempo se detuvo en el lejano reloj
entonces,
el padre despide a las estrellas
y
la madre cuenta a sus hijos.
***
Cuando uno vuelve del frío,
observa, a veces,
velozmente,
a un chico arreglando su bicicleta
a sus vecinos bailando como dos garzas maravillosas
sobre el balcón,
a una plantita que agradece, en un gesto íntimo, el agua que uno le derrama,
a un recuerdo de infancia que se creía olvidado,
a su padre durmiendo del lado de la madre en la cama,
ciertas cosas que hacen que este mundo no estalle en pequeñas partículas sin tiempo
***
La distancia es una postal
temblando sobre una biblioteca,
una carta que nadie escribió,
un rayo durmiendo con furia
en el desierto,
un satélite refugiado en el espacio,
el cuerpo de la sombra envolviendo
la casa con su delicada manta,
el sabor de la luz apagándose en breve
sorbo sin ruido ni amor,
las hojas de un libro sembradas
sobre la pupila de la noche…
entre otras cosas
***
Sincronizando con los objetos II
anoche, al abrir la alacena,
un vaso rodó a través del aire y
se rompió,
al agacharme vi a través del vidrio mis propios ojos
y vislumbré la lenta vibración
que hace del cuerpo
un milagro que ni los dueños de todo
podrán quitarnos
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