“Rosario Outlet: marcas de la ciudad”, que la Municipalidad monta durante cuatro días en el CEC, tal vez permita que podamos renovar alguna prenda de vestir, algún calzado
Por Andrés Maguna
Martes 20 de agosto a las 8.20 de la mañana. Bajo un cielo gris oscuro bailan los remolinos de una fina llovizna helada, el viento polar juega con bolas de frío que desde el río Paraná, invisibles, azotan una ciudad que resiste, que no se quiere doblegar ante el desánimo que campea en un país castigado por una crisis económica y social que se las trae, o que ya trajo desamparos y repulsas, tristezas y lamentos, en apenas ocho meses de promoción del egocentrismo o el sálvese quien pueda.
Parece ser que un sistema de baja presión que se formó en el Atlántico chocó con un frente frío, por estos rincones del Globo, y al fenómeno que instaló este clima impiadoso lo llaman ciclogénesis (origen de ciclones). Y al fenómeno de la implementación de una política social y económica impiadosa, y hasta cruel, lo llaman liberalismo, o libertarismo, o libertad de mercado, o liberación de los demonios de la mezquindad del alma humana, o… Pero un semáforo en rojo interrumpe mis ateridos pensamientos. Debo frenar sobre el empedrado de Sargento Cabral justo antes de fundirse con el de la avenida Belgrano. A mi izquierda, la fuente de Lola Mora, a mi derecha, la Aduana. Enfrente, los palacios de la Prefectura, borrosos tras los cristales de mis anteojos mojados por la llovizna, porque voy en moto y tengo las manos congeladas, y empiezo a preguntarme qué loco impulso me llevó a estar allí, respondiendo a una invitación de la Secretaría de Cultura de Municipalidad para concurrir al lanzamiento de “Rosario Outlet: marcas de la ciudad”.
La invitación a la “rueda de prensa” me llegó el día anterior por Wathsapp, y debajo del título “Comprá acá, lo que se hace acá” (la coma es del original) decía: “Primeras marcas con importantes descuentos. Del 22 al 25 de agosto de 12 a 20 en el CEC. Convocamos a los medios este martes 8.15 am en el Centro de expresiones Contemporáneas (Paseo de las Artes y el río)”, y seguía con información concreta del evento, señalándose que los “interlocutores” que estarían presentes serían tres: Leandro Lopérgolo, secretario de Desarrollo Económico y Empleo municipal, Sabrina Brachetta (subsecretaria de Producción), y Federico Valentini, secretario de Cultura.
Cuando entré al CEC los tres funcionarios y dos hombres jóvenes, los cinco perfectamente empilchados, en actitud estoica (uno junto al otro, en línea frontal) enfrentaban a un pequeño grupo de trabajadores de la prensa apiñados en torno de tres cámaras, sobre trípodes, con sus respectivos operadores detrás. Todavía no habían empezado las preguntas desde los micrófonos, los grabadores, los teléfonos, aunque los potentes focos de las cámaras ya restallaban la escena con sus blancos fulgores. Ninguno de los presentes tenía demasiado abrigo, ni había camperas ni paraguas en ningún lado, por lo que concluí que era el único que había concurrido a la cita en moto, y dejé mi vieja campera Cacique, húmeda por la llovizna, bastante sucia y con el cierre roto, sobre un carrito de utilería que había por allí, y mientras secaba mis anteojos con la remera me acerqué al grupo, justo cuando empezaba el juego de preguntas y respuestas.
El que había asumido la voz cantante era Lopérgolo, y respondía con seriedad las anodinas preguntas sobre cuestiones que ya habían sido vertidas en los textos de difusión de Rosario Outlet, aquellas sobre las 18 primeras marcas rosarinas participantes, los días y horarios, los precios accesibles y las benditas ofertas tan necesarias en estos difíciles momentos.
Cuando escuché que por tercera vez le preguntaban los días y horarios (“del 22 al 25, de 12 a 20” repetía como un loro Lopérgolo, muy amablemente) se me vino a la cabeza una frase de Faulkner que había leído más temprano, mientras desayunaba en mi cueva: “Y es que a fin de cuentas no hay nada particularmente profundo en la realidad. Y es que cuando alcanza uno la realidad, más o menos a los cuarenta o cincuenta o sesenta años, descubre que sólo tiene dos metros de profundidad y menos de seis metros cuadrados de superficie”*.
También hubo preguntas consabidas para Brachetta y para Valentini, y para los dos hombres jóvenes, que eran empresarios textiles, dueños de dos de las primeras marcas de la convocatoria: uno de ellos, el de Hardway, era alto, y el otro, el de Hardfield, tirando a petiso. Los dos estaban impecablemente vestidos con ropas de sus propias factorías. El de Hardway, el alto, recibió una de las escasas preguntas “picantes” al momento de las cámaras encendidas, una referida a los precios, pidiendo ejemplos, y contestó: “Habrá remeras a partir de los 10 mil pesos, y pantalones a partir de los 20 mil”.
Por su parte, entre otras cosas, había señalado Lopérgolo: “Para incentivar el consumo, desarrollamos esta iniciativa que pone foco en las fábricas de indumentaria y calzado de nuestra ciudad, aquellas que invierten en Rosario y generan trabajo” (aparte de las nombradas, las 16 marcas restantes que estarán en la venta de saldos y prendas de temporadas pasadas son: Tibbon, Gufo, Vandalia, Laundry, The Bag Belt, Idrógeno, Frog Small, Ringo Store, Sonder, Archie & Reiton, Oassian, This Week, Japón, Sólido Inc, Beckon y Melocotón).
La “iniciativa” en desarrollo había nacido, como idea, en el seno de la Secretaría de Cultura, según me lo confirmó Valentini en una breve conversación que pude mantener con él. Y me parece que fue una buena idea, porque puede resultar útil a los tres actores intervinientes: a las rosarinas y los rosarinos les pone al alcance de los castigados bolsillos pilchas y calzados de probada calidad y hechos por vecinos suyos, trabajadores de la Cuna de la Bandera; a las empresas “de acá” concurrentes, oferentes, les permite obtener visibilidad y mover mercaderías “estacionadas” hace tiempo y avejentándose en la estanterías donde las “congeló” la abrupta caída del consumo (lo que se dice “malaria”); y al Estado municipal le viene más que bien como muestra de buenos reflejos, síntoma de reacción, de respuesta a la línea “recortista” bajada desde el gobierno nacional, paralizante de la producción, desmotivante en todos los planos de la volición. O sea que, en su rol de mediador, atento a necesidades de lo público y lo privado de nuestra pequeña comarca (Rosario), el Estado chico (municipal) arroja un cable que tiene a mano para que les ciudadanes empobrecides podamos acceder a una chomba nueva, unas zapatillas como la gente, unos lompas que no den vergüenza, o una campera sin el cierre roto.
Exhibiendo un optimismo casi infantil, quizás hasta tierno, en el comunicado de prensa de MR Noticias (ver información concreta acá) se indica:
“Con la proximidad del evento, se anticipa una gran afluencia de público en el circuito de compras de marcas de primera línea. Se recomienda asistir con tiempo para recorrer y disfrutar del atractivo de las ofertas y la calidad de las marcas presentes. Este evento busca consolidarse como una cita imperdible para los amantes de la moda y las compras en Rosario. En sintonía, se podrá disfrutar del aire libre a la vera del río, donde habrá foodtrucks, DJs y actividades para las infancias”.
Cuando me iba del CEC, antes de la 9, el clima seguía espantoso, pero me abrigaba una íntima convicción: escribiría algo en la Belbo sobre Rosario Outlet, porque más allá de la voluntad de compartir lo que me parece un buena nueva, una oportunidad digna de ser aprovechada, estaba casi convencido de que podía aportar un granito de arena para dar a conocer una propuesta desinteresada, o bien intencionada, del Estado municipal, que al menos en este caso esquiva el egotismo propio de la política, permitiendo además que empresarios rosarinos tengan la posibilidad de mostrar una especie de sensibilidad social más allá de ser dadores de empleo acá, en el Pago de los Arroyos.
El semáforo de Belgrano estaba en verde, así que aceleré, y la llovizna helada se hizo sentir con más fuerza en mi cara, en mis manos. “¿Conseguiré unos buenos guantes en el Outlet? ¿Tendré algo de guita para ir? ¿Cuánto durará este invierno que ya parece durar mil años?”, me preguntaba mientras subía la cuesta de Urquiza hacia San Martín, buscando alcanzar la realidad del cotidiano trajín, la superficie de hielo de la ciudad cruzada por vientos y fantasmas del desamparo, el abandono de nosotros, la gente de carne y hueso que somos el país, por parte de un gobierno nacional que sigue alejándose de cualquier sentimiento de humanidad.
Al alcanzar la horizontalidad de Urquiza, como si mis razonamientos estuvieran sujetos a un sistema de vasos comunicantes, sentí equilibrados impulsos encontrados: por un lado, ponerme firme para nunca abandonar la crítica del sistema, por el otro, dejarme llevar a la deriva, como el jangadero, por las dulces corrientes del amor universal.
*Página 746 de Cuentos reunidos, edición de Alfaguara 2010.
Qué placer leerte Andrés.