Con mucho de danza y un poquito de teatro, el espectáculo Estación sur. Suelo que aloja la espera, de la compañía Árbol Azul, abre una ventana a la ensoñación con su manera especial de combinar géneros
Por Andrés Maguna
Calificación: 4/5 Tatitos.
El jueves pasado, en el marco del ciclo Mucho Teatro de La Comedia municipal, pude apreciar Estación sur. Suelo que aloja la espera, espectáculo de danza-teatro de la compañía Árbol Azul dirigida por María Inés Vitanzi y Diego García.
Escribo esta crítica con cierta dificultad porque la noche siguiente de la función de Estación sur, el viernes, fui a ver Yendo, de La Comedia de Hacer Arte, dirigida por Martín Peña, en la Usina Social, y al día siguiente, sábado, volví a La Comedia municipal para asistir al desembarco en Rosario de la porteña Imprenteros, de Lorena Vega, pieza teatral de neto corte documental que, si bien me pareció regular, con ribetes de buena, me dejó un reflujo amargo, una indefinible sensación de haber sido herido en mi sensibilidad crítica; así que en mi cabeza, mi mente, los colores semánticos que había estado preparando para los sendos textos de Estación sur y Yendo se vieron contaminados por ese amargor, como si una gota de negro hubiera transformado todos los diferentes matices en un mismo ocre.
Pero ya está, me estoy sacando de encima el entripado escribiendo y empiezo a sentirme sereno para concluir el escrito sobre Estación sur, y luego trabajaré con gusto y sin apuro en uno sobre Yendo, que también me pareció muy buena, para luego, con más gusto todavía, encarar una linda fundamentación de por qué Imprenteros me resultó más oscura que luminosa. Ya la primavera se deja sentir y el sol amaga relumbrar con sostenida firmeza.
En un texto de difusión de Estación sur se explica:
“El Sur es la espera constante –el puerto, el andén, los exilios y migraciones– vuelta metáforas corporales que articulan la dramaturgia. Los ritmos de zamba, tango, chamamé y chacarera sostienen el pulso danzado de este Sur americano que somos. Los sonidos de tren, barco y avión, ensamblados en la música, anuncian exilios, y las manos, que se erigen en importantes centros semánticos que danzan desarraigos, toman, sueltan, se enraízan y vuelan a la vez que las voces traen memorias, nombres que quedan por estos sures. La obra no requiere escenografía, se sostiene en la presencia poética de las corporalidades”.
Tal vez demasiadas palabras para definir algo mucho más simple: sobre una selección de bellas canciones que hablan del sur, un cuerpo de baile de 11 integrantes, perfectamente acompasados, más un dueto, una solitaria performer (bailarina, actriz, percusionista) y un actor, desarrollan una sucesión de coreografías “separadas” por escenas actorales. Y lo hacen con soltura y gracia, sonriendo, disfrutando de la armonía empática que entablan entre ellos y logran contagiar a los espectadores.
Lo que destaca, para quienes tenemos la manía de identificar técnicas y colegir géneros, es el “ensamblado” de pasos del tango con los del folclore tradicional argentino (zamba, chamamé, chacarera), articulados sobre dibujos propios de ambos estilos, pero sin desestimar los de la danza clásica y aun la contemporánea. Da la impresión de que bailan temas del tango como si fuera folclore y temas del folclore como si fuera tango, pero no siempre, porque a veces es otra cosa, y ahí está la innovación, la incursión en territorios nuevos cuyos caminos se van haciendo al danzar.
El único elemento que me pareció flojo (y por eso se cayó un Tatito de la calificación) fue el del “separador” actoral, no por el desempeño del actor, que está bien en su papel, sino porque resulta confuso su sentido, es decir que en vez de enriquecer la fluidez del relato lo interrumpe y desvía, además de que no logra incluirse del todo en el diseño coreográfico, distrayendo la atención ya volcada hacia la levedad del baile y la música con prosaicos golpes de gestualidad mundana. Claro que se entiende que dicho componente fue pensado en función de la búsqueda de “articular la dramaturgia”, algo a lo que no estaría contribuyendo.
Observando al público pude comprobar que campeaba la misma de sensación de embeleso que me había embargado a mí, y por eso no me sorprendió que tras el final los aplausos, con muchos del público de pie, fueran estruendosos, agradecidos.
Por casi una hora habíamos sido transportados, folclotangueando, a unos “sures” de nuestra identidad rioplatense, argentina, más provinciana que metropolitana, más dulce que amarga, más nostálgica que resentida.
Una muy buena manera de llevar, y ser llevados, al onírico enfrentamiento con “la espera”.
FICHA:
Título: “Estación sur. Suelo que aloja la espera”. Intérpretes: Karina Seisas, Franco Bracco, Daniel Mansilla, Gisel Badero, Claudia Sanabria, Rafael Sebilan, Florencia Alonso, Juan Manuel Boz, Patricia Nicolosi, Leandro Menna, Milagros Mancilla, Julieta Rodríguez Miranda, Claudio Muntaabski, María Inés Vitanzi y Diego García. Coreografía: Vuelvo al sur: Florencia Alonso. El corazón al sur: Facundo Fleita. El resto de los temas son coreografía de María Inés Vitanzi y Diego García. Diseño y realización de vestuario: Mariana Vera. Diseño de arte: María Cristina Garavaglia. Diseño de arte digital: Melina Olmedo. Operación lumínica: Natalia Comino. Operación sonido: Alejandra Núñez. Asistencia de danza contemporánea: Florencia Alonso. Asistencia de danza clásica: Alejandra Núñez. Producción: Árbol Azul. Asistencia de dirección: Karina Seisas y Franco Bracco. Dramaturgia y dirección general: María Inés Vitanzi y Diego García. Función del jueves 12 de septiembre de 2024 en el Teatro Municipal La Comedia, Rosario, Santa Fe, Argentina.