El año del boom

Foto: Redes Teatro La Comedia

Mirada retrospectiva, somero repaso, de la actividad teatral rosarina durante 2024 y esbozo de algunas consideraciones sobre 15 obras que quedaron en el tintero y otras cuya onda expansiva sigue resonando

Por Andrés Maguna

No habrá, no puede haber desánimo en la mirada retrospectiva del año que concluye. Por más dura que haya sido la pelea en desigualdad de condiciones, a pesar de los duelos nuevos que se montan sobre los viejos, contra la maquinaria del olvido no queda otra que no transigir ni claudicar, porque vivir y respirar también significa pensar, recordar e imaginar, y el empeño en no sentir (no ver, no escuchar, no probar, no tocar), lo que se llama negación, tiene las formas del miedo, la cobardía, la culpa, el no saber.

La ciudad de Rosario, nuestra pequeña aldea, durante este 2024 que concluye se mantuvo como pudo en sus márgenes de crecimiento intelectual histórico, y la cacareada “batalla cultural” que plantearon los heraldos negros del gobierno nacional tuvo que darse en territorio propio, del interior, bien federal, donde los mercenarios de la política hubieron de vérselas con los herederos de caudillos populares e inmigrantes soñadores, infatigables soñadores. Porque, además, Rosario es parte de la provincia de Santa Fe, la jamás vencida, que a su vez integra una región (con Entre Ríos, Córdoba, Santiago del Estero, Chaco y norte de Buenos Aires) de indómita pujanza y lozanía. Tierras de salvaje imaginación, fragua de ensoñadores y críticos acérrimos. Hogar de perseverantes generaciones que hicieron del Interior la gran familia que es hoy.

No quieran ver un optimismo obtuso en estas afirmaciones, pues intentan servir, apenas, de introducción a una especie de recuento anual y a ciertas consideraciones referidas a la actividad teatral rosarina, basándome en las más de 80 puestas en escena a las que pude concurrir munido de mis rudimentarias, primitivas, herramientas críticas.

De ese fragmento del animal que somos (el homo sapiens), o de su totalidad en formación, sale una luz imperceptible para el ojo pero que refulge como una mínima flama en la negrura del todo sin dios: no está muerto el que sueña, el que imagina, el que recrea al otro recreándose a sí mismo.

Ávido de creaciones vivas, de obras asequibles de creadores vivos, de pruebas concretas de mi propia existencia, me sumergí este año que concluye en muchos de esos portales interdimensionales que llaman “salas de teatro independiente”, entre otros espacios, hallando las más de las veces, si no todas, preciosas gemas de oxígeno para el alma, en este caso la mía, alma de crítico teatral rosarino consciente de su pequeñez, pero nunca en pena.

Y porque necesito (la necesidad tiraniza al deseo) desprenderme de la vieja piel, de la corteza vegetal que usé todo el año como escudo ante las inclemencias cosmogónicas, hablaré en estas líneas de lo que me abrió la cabeza, en mayor o menor grado, siguiendo una única limitación temática: la crítica teatral y el teatro, no ya como objeto de la crítica sino como sujeto crítico.

Aprovecharé estas líneas, además, para referirme someramente a algunas obras a las que asistí y sobre las que no publiqué nada, a pesar de haber volcado en papel digital más o menos palabras acerca de ellas, ya sea en forma de apuntes, anotaciones o comienzos. Las razones por las que no publiqué críticas en regla sobre estas obras fueron variadas, empezando porque a la mayoría de ellas las vi en los meses de octubre, noviembre y diciembre, meses en que hubo cinco festivales (FAER, Diente de León, Tercerescena, Festival En Obra y Experimenta) y varios eventos cíclicos (como Teatro X la Identidad y El Otro Festival), sin merma de la actividad habitual en espacios públicos, privados y mixtos. Y aunque pude organizarme para concurrir a casi todo lo que se ofrecía escénicamente, no pude compaginar tiempos y espacios mentales para volcar lo presenciado en críticas o crónicas decentes, mínimamente formales o en regla.

Acá Va

Lo mejor que vi este año, la perla refulgente entre esas “preciosas gemas” de las que hablo, fue una obra performática, unipersonal, de Lucía Cuesta, titulada Acá Va, en el Espacio Micelio, en el marco del Festival Diente de León. Una puesta en escena a la vanguardia de la vanguardia, una cosa de otro planeta. Una representación bestialmente precisa de la voracidad consumista, rampante y desquiciada, que habita y domina el alma humana.

Durante 45 minutos la actriz performer recorre tres “estaciones” entre las que se sitúan los espectadores (esa noche éramos unos 25), casi sin hablar, parcialmente vestida o totalmente desnuda, entregada a una oralidad corporal, masturbatoria, anal, bucal, vaginal, sin ningún tipo de límites, desenfrenada, incluso asustando al público al atravesarlo yendo de una estación a otra blandiendo un martillo con el que ataca y destroza un libro.

La voracidad humana, nos dice Lucía Cuesta en Acá Va, es violenta y egotista, el ansia resulta indomeñable y hasta la música forma parte del afán consumista de los cuerpos, incluidos los nuestros, los de aquellos que estábamos siendo devorados en la expectación hipnótica del acto de la devoradora escénica. Y claro que me estoy quedando corto en la descripción, porque a veces lo extraordinario excede las capacidades reflexivas, como en este caso.

Lucía Cuesta habla de la voracidad humana en la extraordinaria Acá Va.

Rhonda / La dimensión descocada

Esa misma noche vi, en la misma Micelio, otras dos obras buenísimas de ese notable Diente de León: Rhonda, con dramaturgia e interpretación de Jimena López (dirección de Diego Recagno), y La dimensión descocada, batallador clásico del mejor under rosarino que sostienen Max Cachimba y Rodolfo Marusicx.

La obra de Jimena López bien podría considerarse en línea con las “obras boxísticas” de Pavlovsky, porque Rhonda es una boxeadora que se resiste al retiro y va dando una clase maestra de box, explicando posturas y golpes, mientras desgrana su historia trágica, entre el amor por la bolsa que golpea y la culpa por la muerte de una púgil rival. Conciso y sin desbordes, el unipersonal atrapa la atención, provoca empatía y logra conmover.

En cuanto a La dimensión descocada, me alegré de verla por fin, puesto que había escuchado hablar mucho, y bien, de la sucesión de escenas (obras breves) de alrededor de un minuto que montan, hace más de 20 años, Cachimba y Marusicx, dos artistas polifacéticos, el primero más volcado a la plástica visual y el segundo hacia la experimentación musical.

El absurdo, o “humor idiota”, como lo llaman sus creadores, predomina en La dimensión descocada, que alcanza orillas de exótico deslumbramiento con el drama existencial de un rollo de papel higiénico o descocantes introversiones circenses, inverosímiles experimentaciones musicales y juegos escénicos dadaístas. Todos los lujos simples de les niñes que sostienen la eternidad del juego en sus carriles de generosidad desinteresada universal.

La dimensión descocada, la descocante propuesta de Max Cachimba y Rodolfo Marusicx.

Vuela alto / Fuga. Ensayo sobre la pertenencia / Cam girls / La casa suiza

Pocos días antes de este triplete en Micelio, había visto cuatro obras (dos en un mismo día) del Festival de Artes Escénicas de Rosario (Faer): la chilena Vuela alto, la cordobesa Fuga. Ensayo sobre la pertenencia, y las rosarinas Cam girls y La casa Suiza.

En el Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC), el sábado 12 de octubre, me sorprendió Vuela alto, unipersonal de Luis Felipe Chávez (dirección y dramaturgia de María José Pizarro) sobre las tribulaciones de un hombre homosexual encerrado en su casa el día del entierro de su amante, un maleante llamado el Choro Maicol. Entre coreografías con dos cuchillas, con una asombrosa entrega corporal, un video mapping de un exterior a través de una ventana, y contados recursos escénicos más, en especial sonoros y lumínicos, el actor se las arregla para concitar atentas miradas y escuchas, y el relato de su dolor espesa el sentido del drama hasta provocar, por momentos, risas.

Luego de Vuela alto en otro sector del CEC se pudo apreciar Cam girls, una especie de ensayo performático multimedial (“la performance, el videoarte y la danza conviven con una curaduría musical en formato DJ set”), con las performers Malena Masuelli y Loana Faerman (dirección de Masuelli) bailando y filmándose mientras se contorsionan en posturas autoerotizantes, acariciándose los genitales, chupándose los dedos índice, alternativa y repetitivamente. En realidad, no entendí bien de qué iba la cosa, como no fuera una exposición de la frialdad porno-soft digital del chicapum electrónico retardado en el universo adolescente tardío.

Dos días después, el lunes 14, en Refi pude ver Fuga. Ensayo sobre la pertenencia, con dramaturgia y dirección de Julia Tarditti, interpretada por Mariel Della Vella y María Palumbo, que bien podrá ser la antítesis de Cam girls, puesto que indaga, según Tarditti, “en el proceso de migración de la ciudad al entorno natural, las adaptaciones, comparaciones y transformaciones del cuerpo y los discursos, con los cerros, las plantas, los bichos, el paisaje y las voces colándose por las ventanas de la obra, multiplicando sus sentidos”.

Y al día siguiente, el martes 15, en la sala mayor del Parque de España vi La casa suiza, escrita y dirigida por Tania Scaglione, con actuaciones de Ricardo Arias, Irupé Vitali, Vilma Echeverría, Laura Copello, Mumo Oviedo, José Pierini y Germán Basta, obra surgida del proyecto Descarriadas del CCPE que, más allá de estar muy bien en todos los aspectos escenográficos y dramatúrgicos, me llevó a pensar en una asimétrica relación de beneficios y perjuicios de las obras salidas de un laboratorio y bancadas a nivel producción por instituciones (sobre esto empecé una investigación, aún en proceso).

Luis Felipe Chávez en Vuela alto, obra chilena que pudo verse en el Festival de Artes Escénicas de Rosario.

17 Vestigios / Dame drama / 5438, un policial bien argentino / BuenosdíasseñoritaLelia / Punta Quebracho o la angostura de la patria / Amiga / Maniobras (del final de un día) / No me digas que lo perdiste. Una Navidad a contrarreloj

En este punto me doy cuenta de que el relato se extendió peligrosamente, e imagino que el lector, aburrido, ya no está leyendo esto, así que la hago más corta y planteo un cierre enumerativo: el domingo 27 vi 17 Vestigios en la Escuela Municipal de Artes Urbanas, en el marco del ciclo Teatro X la Identidad, y a la salida me fui a ver Dame drama, en el Cultural de Abajo. Ya en diciembre, en el marco del Festival Experimenta, organizado por el Teatro del Rayo, además de concurrir a un “encuentro de críticos” en el patio de los cipreses del Centro Cultural Parque de España pude ver la obra paranense 5438, un policial bien argentino, en el Túnel 4 del mismo CCPE, quedándome por primera vez en mi vida a un “desmontaje”. Al día siguiente vi BuenosdíasseñoritaLelia, en el Teatro del Rayo, y también me quedé a su desmontaje; el miércoles 11 fui a la sala de Plataforma Lavardén, al caer la tarde, donde presencié una entrega de distinciones del Rayo para la gente del Rayo, seguida de la puesta en escena de Punta Quebracho o la angostura de la patria, del grupo Teatro de Ocasión, y el jueves 12 asistí a la función de Amiga, de la compañía española Teatro Tribueñe, en la sala principal, la Príncipe de Asturias, del CCPE. Y las dos últimas obras que vi, de aquellas 15 sobre las que no publiqué nada, fueron Maniobras (del final de un día), en el Teatro Empleados de Comercio, el sábado 21 de diciembre, y el domingo 22 No me digas que lo perdiste. Una Navidad a contrarreloj, de Las Chicas Materiales, en la explanada del Museo Marc.

Aunque quede debiendo una fundamentación particular y pormenorizada de estas obras, puedo señalar características en común, como que ninguna me pareció que debía ser calificada como mala, regular o excelente, es decir que todas oscilaron entre “buena” y “muy buena” por la seriedad con que fueron encaradas, el esfuerzo y la onda que los realizadores pusieron en juego para cumplir su cometido, la búsqueda de niveles profesionales, el sincero amor demostrado para con el público y la aceptación  (aunque fuera bajo la forma de perder el miedo) de la crítica como parte necesaria del quehacer teatral.    

A modo de coda

En resumen, mi trabajo de crítico teatral, el servicio de crítica teatral que intenté poner en práctica, me llevó a trajinar (durante todo el 2024) un centenar de jornadas en la asistencia a las puestas en escena, a las que se suman las cerca de doscientas que dediqué a la escritura de las críticas y las crónicas, sin desatender la observancia y el seguimiento de la actividad cultural de Rosario, con sus muestras, exposiciones, festivales, encuentros, inauguraciones, recitales, conciertos, eventos de todo tipo, fiestas, ferias y “noches especiales”, que serán motivo de otro texto anuario, que trataré no sea tan aburrido como éste.

También debo recordar que a lo largo de las críticas y crónicas teatrales que fui desgranando en Revista Belbo señalé que el teatro independiente me parece superador, tierra más fértil, que el denominado “teatro comercial”, que en Rosario tiene una expresión mínima, una copia de mala “calidad”, que resulta ser un adjetivo horrible propio de una cosmovisión reduccionista, pero que aquí se aplica porque sus mismos gestores son los que lo utilizan.

El “teatro comercial” en Argentina sólo se encuentra entre los porteños, y a su vez éste tiene una porción importante que se nutre del histórico teatro independiente nacional, con sus tradiciones y muchos laureles, obtenidos, valga la paradoja, merced a la savia nutricia afluyente del interior. De ese teatro comercial-independiente porteño pudieron verse en la ciudad tres significativas muestras: la excelente La gesta heroica (ver), de Ricardo Bartís, y las muy buenas Modelo vivo muerto (ver), de la Compañía Bla Bla dirigida por Francisca Ure, e Imprenteros, pieza de teatro documental escrita, dirigida e interpretada por Lorena Vega, las que, en comparación, no exhibieron niveles superiores de expresividad teatral que piezas excelentes y muy buenas del circuito local estrenadas este año, como No descansa nunca (ver), de Romina Mazzadi Arro, La reina de la soja (ver), de Valeria Ré, Azabache (ver), de Esteban Goicoechea, Adoro, esta vida mía (ver), del grupo Esse Est Percipi dirigido por Gustavo Di Pinto, Paradero (ver), de Simonel Piancatelli, Currículum de un comunista (ver), con Naum Krass dirigido por Ricardo Arias, Anatomía del tango (ver), de Eugenia Calligaro, o El perfume de Federico (ver), de José Antonio González, por citar algunas pocas de las muchas sensiblemente destacadas, sometidas con generosidad de artistas a la consideración de un público creciente, en cantidad, que obliga a reposiciones y funciones agregadas.     

Elisabet Cunsolo y Paula García Jurado en No descansa nunca, de Romina Mazzadi Arro.

Me quedan en el tintero unas cuantas consideraciones respecto de lo que considero “el año del boom teatral rosarino”, con sus miles de trabajados teatrales y sus decenas de miles de espectadores, con sus dos premiaciones (la de Butaca 1 y la de La Gordillo) detenidas en el tiempo, con la “fábrica exitosa” del Microteatro, con el Teatro Municipal La Comedia y sus proyectos bien bancados por el Estado, con sus dos escuelas públicas provinciales (la de Teatro y Títeres y la Ambrosio Morante) y sus muchísimos grupos dedicados a la docencia, nutriendo el “ejército teatral” y alcanzando niveles de insospechada excelencia, con su compromiso ciudadano, provinciano y regional irrenunciable con una actividad, un código relacional, que abre en abanico, en progresión geométrica, la incidencia de las artes escénicas en la cultura y la sensibilidad de la población. Y a eso que ya nació, y creció, y ya casi somos (gente culta, personas “avivadas” por medio del teatro “de acá”), será difícil pararlo.  Que siga o no el boom teatral rosarino, y regional, ya no es cuestión de números, sino de deseos y propósitos entrelazados con la aceptación y el entendimiento de las acciones transformadoras, los movimientos de las nuevas generaciones y la necesidad de seguir cuestionando, criticando y debatiendo en torno de todo, porque en todo hay teatro.

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