No descansa nunca, reciente estreno de Hijos de Roche en Espacio Bravo Teatro, con interpretaciones de Elisabet Cunsolo y Paula García Jurado, supera cualquier expectativa
Por Andrés Maguna
No descansa nunca, con dramaturgia y dirección de Romina Mazzadi Arro, resultó ser una obra maestra. Fui a verla en su estreno el sábado 18 de mayo en compañía de Zoe, mi hija más nueva, en su rol de fotógrafa, y ambos salimos maravillados, con las cabezas tomadas por las impresionantes personajes interpretadas por Paula García Jurado y Elisabet Cunsolo, coincidiendo ambos en que la obra, con sus casi 70 minutos, no tenía una fisura y era un condensado de picos dramáticos reverberantes, de actuaciones extraordinarias, en el marco de un relato hecho de un diálogo sin desperdicio entre dos mujeres confinadas en un subsuelo. Un relato extraordinario por su cualidad de estar al borde del absurdo pero del lado de allá, donde explota la creatividad de las mentes que no cejan en sus experimentaciones, que no se apartan del sentido de sus búsquedas, o su búsqueda. En este caso las mentes de tres mujeres, las tres animales teatrales que son Mazzadi Arro, Cunsolo y García Jurado.
Siendo No descansa nunca tan perfectamente esférica, sin fallas, se dificulta el abordaje a los fines textuales críticos o descriptivos, porque ¿cómo se explica el atractivo que ejerce la figura geométrica llamada círculo, o el embelesamiento estético que puede provocar la esfericidad de una pelota? ¿Por dónde entrarle a un material nuevo que demuestra ser perfecto para aquello para lo que fue creado? Y sí, No descansa nunca es perfecta. Y vanguardista.
Por empezar por algún lado: nos encontramos con una dramaturgia tan original que hace impensable la posibilidad de que en algún momento la IA pueda acercarse mínimamente a la creación teatral. La obra de Mazzadi les marca la cancha a las nuevas tecnologías, les pone límites insalvables, con las simples herramientas básicas del teatro desde siempre, en especial las actuaciones y la dirección actoral, en este caso dos de los firmes baluartes de sus Hijos de Roche, grupo con el que se vienen amasando estos portentos hace 25 años (Ver nota aquí).
Sobre el específico género “comedia desopilante” Mazzadi construyó un drama intrínseco, producto de profundas indagaciones psicológicas sobre la naturaleza del ser humano en el terreno de las relaciones interpersonales, y pudo conseguir que sus dos actrices, sus viejas amigas y socias, encarnaran, entre las dos, a lo largo de la puesta en escena, a unas mil quinientas mujeres prototípicas argentinas.
Ricas, exuberantes, desbordantes de recursos, de registros que manejan a la perfección, Cunsolo y García Jurado parecen entregadas a la exagerada exigencia de la Mazzadi, pero se comprueba que lo hacen con gusto cuando la velocidad creciente, a ritmo sostenido (de la tensión dramática), de las acciones, las lleva al encuentro de impensados horizontes interpretativos.
No contaré más de la trama (la crítica no spoilea), ni recomendaré ir a verla (la crítica no hace recomendaciones), ni juzgaré nada (la crítica no concurre a ver “qué tal lo han hecho”), ni haré parangonaciones (la crítica no parangona), aunque sí puedo intentar una suerte de evaluación (la crítica puede hacer comprobaciones) sobre el tema, aquello de lo que trata la obra, y decir que apunta al corazón de una problemática de gran actualidad y alcances insospechados: la generada por aquello que no descansa nunca, y por aquellos que no descansan nunca, y por la parte de la cabeza de cada quien que no descansa nunca. Lo cual no es moco de pavo, porque en el aquello que no descansa nunca entran el mal, la locura, los sinsentidos de algunas realidades, la idea de la muerte; y también todos los que en algún momento, a corto o a largo plazo, nos vemos impedidos de descansar, o nos lanzamos a no descansar para escapar de algo o de alguien.
En la ficción, las dos confinadas son dos docentes, Coca (Cunsolo) y Manga (García Jurado), que se enfrentan por un conflicto en apariencia simple: la viuda Manga insiste en ir a trabajar un inminente “feriado laborable” en el que no habrá clases, mientras que Coca, que está casada con un inefable “Nenucho”, se mantiene firme en no concurrir a laburar. Ninguna de las dos cede en sus empeños por convencer a la otra de cambiar su intención; ninguna de las dos descansa de su compañera, pulsionadas entre los polos atracción-rechazo de una relación de muchos años, la que con fines dramáticos fue armada con cientos de estándares promedio de relaciones laborales, de rasgos típicos de compañeras de trabajo.
Lamenté haberme sentado en la última fila, en el rincón más alejado de la sala (Zoe se ubicó en primera fila para tomar fotos con mayor comodidad), porque la gestualidad proverbial de ambas actrices está aprovechada al máximo, y cada una de las mil quinientas mujeres que pasan por los cuerpos de Cunsolo y García Jurado tiene su propia marca, su propio rictus, un voz y una expresividad bien diferenciadas de un segundo al otro, logrando, además, que cada una tenga sus particularidades únicas. Como dije, me resulta difícil de explicar porque me descubrí ante varias genialidades coincidentes, y el lamento viene a cuento porque se me escaparon, por la distancia visual, un millón de mínimos gestos faciales.
Hasta acá, algo sobre lo que traté de entender, lo que traté de ver de No descansa nunca, y espero que estas líneas no sean tomadas por un panegírico, toda vez que reconozco la limitaciones de mi capacidad intelectual para abordar un fenómeno artístico que rompe cánones sin buscar otra cosa que un máximo alcance del disfrute expresivo.
FICHA
Título: “No descansa nunca”. Actúan: Paula García Jurado y Elisabet Cunsolo. Dramaturgia y dirección: Romina Mazzadi Arro. Voces en off: Ana María Jurado, Norma Longo. Edición de sonido y diseño gráfico: Martín Fumiato. Escenografía: Juana Delmontón. Vestuario: Paula García Jurado, Norma Longo. Producción: Espacio Bravo Teatro, Hijos De Roche. IG: @no.descansa.nunca / @espacio.bravo.teatro.