

Por Julián Sanzeri
Hace unos meses vino el Plastiquero a mi casa. Tenía que reparar un calefón, un calefactor y una pérdida (de un caño de plástico). Él mismo se presentó así: “Ya no hay más plomo; todo lo tenemos que resolver con repuestos y materiales de plástico. Ya no somos plomeros, ahora somos plastiqueros”. Ducho en el arte de romper el hielo, el hombre recomendado empezaba a ganar terreno en la intimidad de mi confianza. Un volumen macizo de un metro noventa de alto, con un manejo pausado y sin embargo diestro de la situación, abrió su valija con soltura y fue directo al hueso. Sobreactuando mi tranquilidad (al haber dado con la persona indicada) comencé a deambular lejos de la zona en cuestión, sin más objetivos que el de no incomodar.
Me gustaba la confesión etimológica del Plastiquero: cambiar plomo por plástico (un metal pesado por un material artificial y liviano) parecía un chiste acorde (coronando su entrada) al momento histórico vivido. Me gusta rescatarla ahora para alejar su figura de los imaginarios donde se la asocia con un estereotipo: una persona básica con cierta habilidad para utilizar herramientas, destinada a sumar comentarios banales (sin mencionar la exhibición del surco glúteo). Se padecen esos estereotipos (en el teatro, por ejemplo) o peor, en el daño que le hacen algunos teatros a esa característica (no sé cómo nombrarla) que llaman: popular. Lo popular tolera esos desfasajes, quizás por el tacto de los que interpretan o por las decisiones de los que dirigen o por el encierro de los que escriben (y su alejamiento de recovecos dadores de materiales preciosos). Yo sospecho que, tal vez, no sea por ninguna de esas cuestiones y que, simplemente, esa deformación o amplificación (“muchísimo”’, diría un conocido mío, muy abocado a las prácticas actorales) se produce en el intento de generar simpatía al presentar una imagen reconocible.
Me fui del tema, pero no tanto, porque entre otras reflexiones que compartimos, el Plastiquero (que sabía que cada tanto me acerco al teatro) me dice: “¿Y Shakespeare, te gusta?’’
Claro, le digo, es uno de los que más me gustan porque la escritura es teatral. La información (que precisa el público) baja junto con el devenir de las situaciones. Y, a pesar de que habla de muchas cosas a la vez, sugiriendo relatos indirectos, no necesita detallar qué tienen que hacer los actores. Se nota que debería actuar y que debería escribir para actuar. Además de que era un poeta.
“No usa didascalias”, dijo el Plastiquero. ¿O lo dije yo? No importa, porque es cierto que hay muy pocas. “A mí lo que me llama la atención es el tono de denuncia y cómo evidencia la naturaleza de todos sus personajes; son muy humanos, incluso los personajes más terribles. En una obra tan extensa…” agregó (mientras me explicaba que ahora viene un teflón que tiene más densidad que el de antes), “…donde la mayoría de las obras son reveladoras”. Más o menos, dijo eso el Plastiquero (me gustaría que me corrigiera, pero ahora no es posible).
Sus pensamientos me dejaban cada vez más solo con los míos. Apenas me considero un lector de algunas obras de Shakespeare y de sus sonetos (que ya no recuerdo). Pese a robar textos para clases o entrenamientos, mirar películas y versiones teatrales, leer artículos, programas de mano o algún que otro ensayo escrito para rendir en la época de estudiante, no logro hacer una síntesis o analizar con profundidad su obra. Tampoco pude agregar mucho a la charla y creo, además, que sentí un poco de vergüenza por mi condición frente a la suya: se trasladaba por el espacio, manipulaba objetos, resolvía cuestiones, pensaba y hablaba al mismo tiempo que accionaba (lo que la mayoría de los sujetos escénicos hacen a la hora de actuar) mientras yo lo escuchaba de pie (medio Playmobil, diría esa persona abocada a las prácticas actorales), expectante, inmóvil, poco propositivo. “Dicen que, posiblemente, fueron muchos los que firmaron «Shakespeare». Ahora, si fue así, qué coherencia hay en todas las obras”. Esa fue una de las últimas exposiciones del Plastiquero en torno al dramaturgo. Me dejó la espina clavada (aunque reparó casi todo lo que estaba averiado) y se fue.
Nunca percibí qué se tejía debajo de su discurso. La voz seducía por el tubo que emitía el mensaje: un cuerpo ancho, aplomado y proletario que sudaba una cultura cercana a la mía. Tampoco sospeché sobre mi inocencia; embaucado por un anónimo que (además de reparar la casa) opinaba acerca de mis temas favoritos. Los textos guionados con una laboriosidad de araña: “Voy a limpiar el circuito así no gastás de más; estos modelos tienen repuestos importados”. Perfecto, le dije; no tenía muchas opciones. “Me transferís por la visita y después te digo cuánto es lo otro”. Okey, asentí. Ya estaba a su disposición (y él lo sabía), si hubiera sido Netflix, después de subirse al utilitario, guardaría en la guantera las fotocopias de Samuel Johnson que su mujer habría leído de joven en alguna escuela de teatro.
Lo que siguió fueron días de incertidumbre alternados con mensajes de texto y transferencias bancarias que incrementaban las cifras a medida que la solución del problema se agravaba. Luego, un largo silencio, como si el Plastiquero representara a un fantasma que nunca existió. Reclamé. Agoté las posibilidades que estaban a mi alcance. Llamé a un plomero y, aconsejado por éste, salí a buscar las partes faltantes. En una casa de repuestos el Plastiquero figuraba como cliente inhibido. Elucubré venganzas más o menos civilizadas. Unos muchachos del barrio se ofrecían por mucho menos de lo que llevaba gastado; les agradecí la idea, pero les dije que me iba a ocupar personalmente del tema. Hablé con mi hermano para pedirle la pistola de mi papá. Primero le mentí, cuando me la entregó le conté la verdad. Me sugirió que llamase al servicio oficial de la marca en cuestión. Fantasee unos días acerca de mi coraje sacando a pasear la Bersa en la mochila. Cuando éramos chicos, con mi papá practicábamos puntería en los árboles de la isla: “El arma tiene que estar siempre guardada, cuando se la saca es para usarla”. Le hice caso a mi hermano; el técnico del servicio oficial lo solucionó en cuarenta y cinco minutos. El arreglo del calefón triplicó el número final. Con el tiempo llegó la sensación de haber digerido la estafa junto a la sospecha de que no hay enemigos gratuitos.
En el intento por solucionar algunas cosas antes de la llegada del frío, mi cabeza se había oscurecido como el lomo de aquel trabajador de la palabra. Un Shakespeare recargado convocaba a las fuerzas ocultas pidiendo justicia. El espíritu de su época reencarnado en nuestra cotidiana guerra social, donde una chispa emocional puede retrotraernos al plomo. Los códigos se rompieron y ahora el enemigo está atomizado; es gente conocida: el vecino, un compañero de trabajo, una ex pareja, la maestra de tus hijos, un cuidacoches, el del supermercado o tus propios hermanos. ¿Qué resonará en los que se aventuran a hojear algunas partes del cuerpo de su obra, a la que, tal vez, se sienten éticamente ligados, no solo por lo teatral, sino por la provocación que produce al remover y movilizar el espíritu?
“Shakespeare convoca los reflejos infieles que yacen más allá de la conciencia…” (Leo en el programa de mano de la obra Habitación Macbeth, actuada y dirigida por Pompeyo Audivert), “…la conciencia no es más que un obstáculo ficcional, el espejo antes del piedrazo, él lo sabe, sin embargo la establece como carnada para pescar un bicho mayor, un asunto sobrehumano, o infrahumano, que acecha en el fondo del espejo y sólo se revelará al romperlo”. ¿Tan loco giraría el mundo para que hablara de crímenes, rivalidad, codicia, culpa, traición, venganza, celos, engaños, envidia, soberbia, avaricia? ¿Será parte de la obra de William (o de todos los que firmaron Shakespeare) arrojar veladamente una paradoja sobre los que intentan convocarlo desde su muerte, revelando, quizás, más contradicciones y miserias en el intento de mostrarse honestos o justos? Si así fuera, sería muy oportuno quedarme callado.
Excelente !!! Me gustó mucho “El plastiquero”
Historia muy bien contada
Entretenida
Con buenas pinceladas de opinión y critica respecto al teatro y algunas “formas” de la dinámica social
Muy interesante y llevadera con diálogos acorde
Felicitaciones !!!