

Por Susana Sherar*
Para hablar o escribir sobre el exilio (tomando la invitación de Andrés Maguna, quien abrió las compuertas del tema –y de mis ojos– en la maravillosa carta a su hija menor que puede leerse acá), primero hay que preguntarse de qué exilio hablamos.
El mío es francés, fue por amor y lleva treinta y cinco años.
Exilio viene del latín exilium: “Situación de una persona que ha sido condenada a vivir fuera de su patria, que fue expulsada o que se expatrió ella misma”.
O sea que hay exilios y exilios, los hay por fuerza mayor y los hay “voluntarios”, por deseo. Los hay para salvar la vida, por culpa, por castigo (como Edipo) o bien como “elección” subjetiva de construir la vida en otra parte. En todos los casos, el que creíamos nuestro lugar en el mundo se nos vino abajo y creamos otro en nuestra imaginación, que puede realizarse o no. Por amor, por transferencia a un saber, o a un poder que se supone está en otra parte.
Todo esto se mezcla, puesto que se puede partir por culpa, o por miedo pero con ganas, con alivio de retomar la vida en otras tierras. ¡Cada caso es un mundo! Aunque la nostalgia parece ser común a todos… ¿Será el precio a pagar por haber abandonado la tierra que nos vio nacer y crecer y vivir?
Los eventuales regresos del exilio están motivados y complicados por las mismas razones y los mismos impedimentos: una vez creado el otro “lugar en el mundo” con sangre, sudor y lágrimas, sentando bases, familia, lazos, una repetición se inscribe en sentido opuesto, una segunda vuelta que es en realidad la misma: la idea de “nuestro lugar en el mundo” pretende de nuevo imponerse, y aunque creemos que es posible comprar solo el pasaje de ida, en cada ida y vuelta la idea de un lugar en el mundo se cae, con cada aterrizaje esta idea se esfuma y aparece el deseo de un nuevo invento para vivir entre dos lugares. Dos casas, dos patrias, dos documentos, dos bandas de amigos. Y dos lenguas: no es un detalle vivir entre dos lenguas. El “entre dos” se vuelve posición subjetiva, particularidad, rasgo, cuyo “beneficio” secundario es poder estar siempre en posición de extranjero, en cualquier lado, con sus ventajas e inconvenientes, en cada caso, singulares. El peligro es que esto es goce. Quien dice goce, dice difícil de aflojar…
La lengua, la materna, es un traumatismo. La traducción podría ser un remedio a eso. ¿En qué sentido se hace? En mi caso, vuelvo hacia atrás, hacia la lengua materna, del dos al uno. En todos los casos, en el camino encuentro lo intraducible. Hay problemas insolubles en la traducción, hay agujeros entre las dos lenguas, se puede parafrasear pero hay efectos cómicos, lapsus, lapsus calami, juegos de palabras entre las lenguas que están perdidas y son irrecuperables, porque como dice George Steiner en Después de Babel: “Lo intraducible es una pesadilla”; “toda lengua es movida por una fuerza centrífuga”. La lengua viene del Otro (Lacan) y vuelve al Otro.
Y hay cosas intransportables, inmudables: un gato de raza “atigrado europeo” (barcino, bah) se sentiría tan “extranjero” en América que sería muy peligroso cambiarlo de continente, el viaje es muy largo para él; una biblioteca formada a lo largo de una vida significa… ¡un container que vale una fortuna!
Tengo amigos que se llevaron, con un gran esfuerzo financiero, la casa en un container: desde las cucharitas hasta la cama, pasando por la heladera. ¿Creencia de retomar lo mismo, de refundar lo mismo? Como la hormiga que camina sobre la superficie de una banda de Moebius, llegando al mismo punto… ¡En realidad no se movieron!
Hasta aparecen amores reales o imaginarios, nuevos o viejos, que pueden hacer inclinar la balanza. Esos amores aparecidos pueden tener una función de fantasma, de pantalla, o de atadura al lugar «elegido».
Todo está permitido para creernos elegir «en conocimiento de causa». Pero no elegimos nada, estamos en un lugar en el mundo, y en un tiempo. Porque es cuestión, sobre todo, de momentos, momentos en los que –haya o no gato, o tantos otros amores diferentes– el peso de los lazos entre un lado y el otro del océano haga la diferencia, sea claro, límpido, para que la apuesta valga la pena. Lo demás viene solo, iremos con lo puesto. El gato encontrará otro amo, la biblioteca perderá el papel y se hará virtual. Los amigos o la familia tendrán la posibilidad de viajar porque el cambio en las economías mundiales se hará favorable para los países de nuestros amores… El resto se puede hacer o rehacer, con un deseo causado y bien en-causado.
Así será posible, entonces, que el eterno «entre dos» se haga uno, uno más en la serie.
* Psicoanalista. Traduce del francés en Revista Belbo.
