Carta abierta (de amor) a mi hija

Foto gentileza Daniel Fabri, fotografía aérea de la ciudad de Rosario, Argentina.

Por Andrés Maguna

Querida, hermosa, hermosa hija: Hoy cumplís 20 años y hace días que empecé a pensar en esta carta como el regalo más precioso que puedo ofrecerte, porque te conozco casi tanto como vos a mí y tengo comprobado que ambos apreciamos con la misma justeza el altísimo valor de la palabra escrita.

Aquel 21 de febrero de 2005 hizo mucho calor, y a la última hora del atardecer, con el sol ocultándose tras los lapachos de la vieja Maternidad Martin, viniste a nuestras vidas tan llena de vida que el aire sofocante y la humedad exacerbada perdieron su signo opresivo y transformaron el fin del verano en una primavera de resignificancias. Una primavera permanente que explota en florecimientos cada día.

Dos décadas ganadas al desasosiego y la indiferencia, a los dolores del mundo, a las avanzadas de la oscuridad de una sociedad controladora y policía, al hastío de los envejecimientos pautados para una mayoría obligada a bajar la cabeza y obedecer matando cualquier impulso creativo. Sí, con tu sola presencia hiciste eso. Con llegar y ser te bastó para iluminar y refrescar tu entorno y a cualquiera que esté cerca tuyo. Manteniendo siempre verde, robusto y vigoroso el árbol de la vida que, para mí, son vos y tus dos hermanos.

Naciste junto con el comienzo de la última revolución mundial, la tecnológica, tal vez, hasta el momento, la etapa de mayor poder transformador de la humanidad, que todavía se está acomodando (nos estamos acomodando) al cambio brusco de antiguos, incluso atávicos, sentidos de pertenencia a la realidad, a anclajes en las formas de relacionarnos e interactuar con el entorno, con la política, con el planeta y hasta con el concepto hiperbólico de Dios.

Recién ahora me doy cuenta de que tu nacimiento marcó el fin de mi exilio de la escritura, porque hacía cinco años que no podía expresarme, no podía compartir lo que pensaba y sentía de la manera abierta (como esta carta) que habilita un texto que cualquiera puede leer. Es decir, hace veinte años empecé a escribir estas “Crónicas del subdesarrollo” porque tu llegada me insufló una comprensión supramental de por qué estaba y estoy en este lugar del mundo en ese y en este tiempo.

El lugar es la ciudad de Rosario, Argentina, Sudamérica, Latinoamérica, y el tiempo son los albores del Siglo XXI. Que son tu lugar y tu siglo. 

Eso es. Trajiste una inspiración sostenible, un hálito de pureza a mi existencia y a mi escritura, tal vez desde antes de nacer, porque en realidad comenzaste a existir en el 2003, cuando la conocí a tu mamá, que volvía de un exilio europeo, estando yo y tus dos hermanos recién llegados de un destierro en Brasil.  

Fue amor lo que nos juntó y lo que nos hizo desear traerte a este mundo. Te lo aseguro. Te lo vuelvo a asegurar, y ya sé que tu mamá suscribe mis palabras. Pero la novedad, la ficha que me cae ahora, tiene que ver con los exilios y los destierros, porque desde que empecé a pensar en esta carta atravesada de crónica del subdesarrollo varias personas muy queridas me contaron que se van a vivir a Europa, que ya tienen los pasajes, el 22 de marzo, el 26 de marzo, el 4 abril, y sin fecha aún. 

Los motivos son similares: cansadas del castigo de una cotidianidad adversa, persistente en penurias económicas debidas al malsano delirio del gobierno que empezó en diciembre del 2023, estas hermosas personas, a las que quiero y me quieren, no ven otra salida que desarraigarse y buscar tierras más propicias donde seguir desarrollando sus vidas.

Hablando con ellas, y con otres amigues, del tema, y pensando a futuro, escuché pros y contras del ir y del volver, del partir y no poder soltar, de lo que se carga cuando se busca descargar, y entendí que en las hipotéticas balanzas siempre van a pesar los argumentos afectivos por sobre los que tienen que ver con las conveniencias materiales o materialistas. Entendí que habíamos vuelto con tus dos hermanos para encontrarte a vos, aunque no lo supiéramos, aunque muchos me dijeran que era una locura volver a la Argentina explotada y anárquica del 2002.

Este, el regalo que te doy con el ¡feliz cumpleaños!: un texto público en el que te declaro mi amor incondicional sin importar tiempos ni distancias, junto con una reflexión, disparada por la significancia de tu esencia personal, que me aclara cualquier duda que pudiera tener: el hogar y la patria son las personas amadas, la tierra de uno es aquella en la que se conectan las raíces propias con las ajenas, el destino jamás nos deparará la soledad, más que aquella empeñada en la negación del alma, y tu corazón y el mío latirán al unísono con los de nuestros ancestros y nuestros descendientes, aquí en la Tierra como en el más allá.

Siempre de tu lado, tu papá.     

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  1. Alejandra dice:

    ¡Dos décadas! Hermosa carta. Emocionante. Gracias.

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