
Entrevista al escritor argentino Andrés Neuman, a propósito de la publicación de su última novela, Hasta que empieza a brillar (Alfaguara), basada en la vida de María Moliner: «María se la pasa haciendo de la necesidad virtud. El haber terminado la crianza de sus hijos, más la melancolía de las energías desaprovechadas, más la opresión, la llevan a crear su diccionario».

Por Belén Vieyra Calderoni
(desde Barcelona)
Dicen que si un libro comienza con un buen epígrafe es probable que la historia que contenga sea prometedora. Y doy fe a esta estadística popular que nada tiene de ciencia pero, en este caso, sí mucho de acierto. Hasta que empieza a brillar, verso de la célebre Emily Dickinson, regala el título a la última novela del aclamado escritor argentino Andrés Neuman, quien nos devela algunas pinceladas de su protagonista, ni más ni menos que María Moliner, una de las bibliotecarias más importantes de la historia de España y la autora del tan conocido Diccionario del uso del español.

Neuman, el bonaerense radicado en Granada, relajado y café en mano en el restaurante del Hotel Enric Granados 83 de Barcelona, se dispone a responder con una sonrisa a cada una de mis preguntas:
—Además de este título poético, ¿qué une a Emily Dickinson y a María Moliner?
—A pesar de que no coincidieron en el mundo ni se ha demostrado que Moliner hubiese leído a Dickinson (siendo esto posible porque tenía conocimientos de inglés y Emily era una de esas poetas que se leían entonces), hay una relación simbólica e imaginaria entre ellas, un vínculo más conceptual, que tiene que ver con dos mujeres con una enorme capacidad de inmersión en la lengua y con una tendencia a recluirse entre las cuatro paredes del lenguaje y a vivir entre palabras.
—Son indiscutibles la sensibilidad, la empatía y la fragilidad compartidas en el legado que ambas escritoras aportaron a nuestras sociedades a través de sus obras, pero ¿por qué perduró Dickinson en su persona además de en sus libros de poesía y, sin embargo, de Moliner prácticamente sólo su diccionario?
—Muchas familias han tenido el Moliner —el diccionario— en su casa y lo desconocen. Es un olvido paradójico, porque incluso la gente que tiene algún tipo de contacto con su obra, casi con toda probabilidad no sabe nada de su vida. Es paradójico porque, en realidad, Moliner se ha ganado una especie de eternidad gracias a su diccionario a cambio de que su diccionario la devore por completo, hasta el punto de que ni el título lleva su nombre, es un pacto fáustico.
—¿Y por qué elegir para narrar un diccionario y una mujer tan alejada de estereotipos?
—Siempre me atrajo la historia de la lengua, la etimología, que es la pregunta para saber las raíces y el origen de las palabras, porque toda palabra viaja, cambia, se mezcla, transmuta… Además, siempre tuve curiosidad por preguntar: ¿cómo es capaz una persona, ya ni digamos una mujer en pleno franquismo, de escribir, sola, por su propia cuenta, un diccionario tan brillante, tan inolvidable? Ya acabarlo parece imposible, pero acabarlo y desafiar el diccionario canónico que estaba ahí hace casi tres siglos es prácticamente un milagro. Era un claro personaje de novela.
Sobre todo, porque mucho antes de que se sentara a producir el lentísimo prodigio del diccionario, había una vida fascinante en sí y por otra parte conducía de manera natural a escribir el diccionario. Entonces, la novela se armó, por un lado, con el deseo de contar la vida de María Moliner a través de su vínculo con las palabras y con la lengua para tratar de explicar el resultado del diccionario, y a la inversa: releer su diccionario para encontrar claves entre líneas que contasen su vida, leer su diccionario como un libro autobiográfico aparte de como una obra lexicográfica.
La lengua es un cruce hondísimo entre lo íntimo y lo colectivo, y el diccionario de Moliner es un magnífico ejemplo, porque puedes leer su vida en su diccionario, pero en su diccionario están muchas otras vidas de una conciencia colectiva muy grande.
—De Moliner, sabemos algunos datos de su biografía… Que sufrió enormemente, junto con su hermana Matilde, la herida de abandono cuando el padre se marchó a Buenos Aires dejando a la familia, que sería una alumna disciplinada, que tendría un papel de peso en la política bibliotecaria republicana… ¿Qué más nos puedes contar?
—De su madre, que sabía leer y escribir en 1900, y de su progenitor, lejos de privilegios y patrimonio, heredó un interés casi sagrado por el estudio de las palabras. Sería compañera de Luis Buñuel —el cineasta— en el colegio en Zaragoza. Que estudiaría Historia en la universidad, que pondría sobre el terreno la importancia de la utilidad de la lectura y llegaría a desarrollar el llamado Plan Moliner durante la Segunda República, proponiendo la articulación de todas las bibliotecas del país, creando nuevas en los entornos rurales con el fin de que llegaran libros a cualquier rincón. Su profesión y convicción política velarían por la democratización de la cultura, la alfabetización y la modernización educativa. Pero apenas comenzó la dictadura, la degradación profesional y la represión fueron efectivas. La llevaron a la casilla de salida. A ella le quitan el pasado pero también le amputan el futuro. La arrinconan en un trabajo poco estimulante, en el destierro sutil de la biblioteca de ingenieros industriales.

—Moliner distaba mucho de ser la ama de casa intuitiva o esa figura aburrida y relegada que intentaron divulgar. Lejos de eso, ¿por qué comenzar a escribir un diccionario?
—María se la pasa haciendo de la necesidad virtud. El haber terminado la crianza de sus hijos, más la melancolía de las energías desaprovechadas, más la opresión, la llevan a crear su diccionario. Su diccionario no es nada apacible, es sumamente combativo. Ella encuentra un campo de batalla muy inteligente, porque su diccionario es desobediente, inconformista, rebelde, lleno de ironías sobre la historia, sobre el país, sobre la Academia…
—En esta ocasión, vuelves a abrazar la memoria, el tiempo, la identidad y la lengua, como en otras publicaciones (El viajero del siglo, Hablar solos, Fractura, Una vez Argentina…) Son valores inherentes a tu escritura que ayudan a comprender o a imaginar verdaderamente las complejidades de la existencia humana.
—Una de las funciones es tomar la palabra en un momento de la historia en que hay censura, hay una presión específica por ser mujer y una presión general que tiene que ver con la política que dura décadas, es un ejercicio de osadía apropiarte del lenguaje en una época llena de censura y represión.
—La avidez y el humor son destrezas que se encuentran entre estas páginas, que resuelven una empatía con el personaje, pues se muestra la ternura de Moliner, con sus hermanos, con sus hijos; o la fragilidad, con sencillos actos como el de hablarle a las plantas, a las que susurraba, seguramente, llegando a considerarlas sus confidentes. La perseverancia y la no rendición asimismo están presentes…
—María Moliner reinventa su propia lengua, la mira con un asombro nuevo y también desde el inconformismo y la incomodidad porque hace falta nombrarlo todo de nuevo, desde la A a la Z. Hacer un diccionario es un disparate. No es un diccionario cualquiera, es un diccionario creativamente escrito. Es un diccionario escrito por una persona en una época determinada que pone al servicio de la escritura, de ese diccionario concreto, además de toda su inteligencia y sensibilidad, una experiencia de vida que se nota todo el tiempo: cómo define “madre”, “padre”, “exilio”…
—¿Por qué es tan relevante recuperar la esencia del lenguaje? ¿Cuánta importancia alberga el sencillo hecho de nombrar, de otorgar medida, con precisión y concordancia? ¿Tiene vigencia lo que ella profesaba en estos tiempos donde el lenguaje se tergiversa?
—Esta especie de dispositivo perfecto y primitivo que es un libro, que contiene solo y nada más y nada menos que palabras, tiene algo de burbuja del lenguaje que está bien reivindicar ahora. Se trata de reivindicar el cuidado del lenguaje que Moliner nos enseña, en cualquier formato, digital o físico, que hay un cuidado literal y metafórico del lenguaje. Literal, porque no hay nada más cuidadoso y amoroso que repasar el léxico de la A a la Z durante gran parte de su vida, definiéndolo con un esmero, una precisión, un respeto y una dignidad que transpira todo su diccionario. Y también metafórico, porque si nos vamos a la definición de “cuidar”, tiene una primera acepción sorprendente que es “pensar, discurrir”; y esto desconcierta porque hace siglos que nadie daba como primer uso este significado. Nos recuerda, en la etimología, que cuidar viene del latín “cogitāre”, y deriva a lo largo de los siglos en “cuidar”. Hay una pequeña y discreta declaración de intenciones. Existe un vínculo entre el pensamiento y el cuidado que hay en la vida de Moliner, una inteligencia al servicio del cuidado y un cuidado con respecto a la inteligencia.
—La trascendencia de la autora más allá de su obra, de su afán por amar el lenguaje, por armarlo de valores y acepciones: cómo define los conceptos “amor”, “madre”… Todos —o casi— los significados esconden el cuidar, la empatía…
—María Moliner convierte al prójimo en palabras, todo se vuelve prójimo porque se aproxima, porque uno se acerca. Solo es necesario acercarla al imaginario. Es tan espectacular que sigue cuidando al prójimo incluso cuando ya no sabe quién es ella misma, en su vejez, al regar los geranios, lo continúa haciendo: cuidar.
Es más, en María Moliner existe algo que me dijo una vez mi abuela: “No hay ética posible sin un uso justo del lenguaje; y el uso justo del lenguaje no puede más que desembocar en la ética”; y Moliner es un ejemplo de ello. Esta precisión del lenguaje y la ética es urgentemente necesario hoy en día por muchas razones.
—Y para finalizar, ¿cuál o cuáles son los motivos que te llevan a escribir?
—Escribo por la extrañeza y el olvido de estar vivos. La escritura es un recordatorio de lo vivido, pero sobre todo, el milagro evidente de estar vivos. Recordar, quiere decir volver a pasar por el corazón.
