
La obra Julieta y Julieta, con dramaturgia de Miguel Alcantud, representada durante marzo en el marco de Microteatro Rosario, incursiona en la vastedad de lo desconocido con la valentía de lo pequeño que no aspira a trascender

Por Andrés Maguna

Calificación: 5/5 Tatitos
En 1786, cuando la Argentina no era la Argentina sino una de las muchas colonias del Imperio Español, se estrenó en el teatro La Ranchería, de Buenos Aires, la tragedia en tres actos Siripo y Yara, de José Manuel de Lavardén, primera obra teatral vernácula que no era religiosa ni de protocolo político. No se sabe cuántos de los 20 mil habitantes de Buenos fueron a verla, ni cómo fue recibida por el público, y mucho menos cuál fue el accionar de la crítica teatral, si es que existía. La función crítica del teatro empieza en sus orígenes, en Grecia, y se consolida con la intervención de los teóricos del teatro, con Platón y Aristóteles a la cabeza. Pero la crítica del teatro (y su función crítica) recién se hizo realidad con Denis Diderot (1713-1784), por lo que resulta harto improbable que alguien haya escrito una crítica de Siripo y Yara. Bien entrado el Siglo XX, en el país abundaban los escritos teóricos sobre el teatro y las crónicas teatrales, pero la crítica seguía sin independizarse. En una entrevista de la revista Platea, de 1951, dice el director de teatro Pedro Escudero:
“Las bondades, los excesos y los totales fracasos de una creación no han de tener el verdadero sentido de su valor si no hay una crítica veraz que con exactitud e imparcialidad haga conocer al público la realidad de lo expuesto por el artista. Y cuanto más sincera sea la misma más eficaz para la futura labor de los que trabajamos en busca de un ideal”.
Hoy en día, ya transcurrido un cuarto del Siglo XXI, el teatro nacional sigue escaso de críticos, más allá del florecimiento exponencial de teóricos, cronistas y divulgadores. Por eso, quizás, la aparición de auténticas gemas teatrales, que deberían realzarse como hitos a superar, o que desde la innovación creativa a la vanguardia parecen decir: “¡Vengan, es por acá!”, acontecen sin que nadie repare en ellas, y desaparecen en el inmenso mar del anonimato sin penas ni glorias.
Un buen ejemplo de esto que digo resulta ser la obra en un acto Julieta y Julieta, con dramaturgia de Miguel Alcantud (*), dirección de Sandra Majic y actuaciones de Camila Hidalgo Solís y Carolina Diez, que pude apreciar en una de las tres funciones que dieron el segundo jueves de marzo (2025) en el Microteatro Rosario, y que el sábado 29 dio la última de las 24 funciones programadas en el mes, que tal vez haya sido la despedida final, puesto que la “maquinaria” productiva de obras breves llamada Microteatro, que describí en una nota de mayo del año pasado, titulada “¡Una fábrica exitosa!” (ver aquí), prioriza la frescura de la novedad y renueva su cartelera de ocho obras de mes en mes.
Desde la crítica, entonces, puedo asegurar “con exactitud e imparcialidad” que Julieta y Julieta explora territorios vírgenes del mundo teatral con recursos originales, atrapando la expectación junto con la sorpresa, abriendo nuevos caminos para la experimentación y exponiendo un modo de narrar de alto impacto en el espectador. La trama es simple: dos mujeres jóvenes con el mismo nombre, Julieta, se conocen en un boliche llamado La Rosa, se enamoran, conviven un tiempo, y luego la relación se va a pique.
En la pequeña sala del Microteatro las 20 sillas del público están contra las paredes, cubriendo todo el perímetro. En la escena sólo hay dos silloncitos, y la iluminación, tenue, se juega con tres “viboritas” de luces led de colores, que remedan los viejos neones, pegadas contra el techo. En las penumbras de color azul, en uno de los silloncitos, una de las Julietas (Diez) lee en voz alta una parte de una carta, luego se levanta y empieza a contar la historia de cuando conoció a la otra Julieta (Hidalgo Solís), que justo entra al cuarto y comienza a contar su versión de la misma historia, y lo hace de modo superpuesto al relato de la Julieta de Diez, que sigue sin parar. Y así sucede durante los 15 minutos que dura la obra, con las dos hablando al unísono como si estuvieran solas en la habitación contándoles su historia a veinte desconocidos.
Las versiones de lo que fue una relación sentimental son distintas (cada una la entendió a su manera) pero coincidentes en los hechos fácticos, y al espectador le resulta imposible escuchar ambas, así que debe elegir prestar atención a uno de los dos discursos para seguir algún hilo, quedándose con ganas de saber cómo fue la cosa para la otra Julieta. Fragmentada en dos opciones la posibilidad de escucha, sin que se puedan separar los dos canales (las dos actrices hablan en el mismo tono, con idéntico volumen, con ritmo veloz), puede decirse que el texto sólo puede intuirse intercaladamente, impidiéndose una toma de posición, en el sentido de sentir simpatía o antipatía por alguna de las dos Julietas.
La genialidad del concepto de la bipolaridad simultánea, y su traslación al juego dramático, está en la dramaturgia original de Alcantud, a tal punto que Julieta y Julieta podría ser desarrollada con éxito bajo cualquier dirección (está muy bien la de Majic) y con las intérpretes que fueren (Hidago Solís y Diez lo hacen a la prefección). Por eso decía que abre un campo nuevo a la exploración dramática, porque sienta una base sobre la cual desarrollar más imaginaciones.
Finalmente, me parece pertinente aclarar que para mí la crítica en sí no puede ser buena ni mala (sí puede ser bientinencionada o malintencionada, como puede estar bien escrita o mal escrita), y no tiene otro compromiso que el que establece consigo misma: en tanto me asumo como crítico teatral, mi compromiso se mantiene exclusivamente con la crítica, antes que con el teatro, con el que están comprometidos los realizadores teatrales. Crítica y teatro son dos dimensiones separadas, y tienen tiempos distintos. En el caso de Microteatro, tratándose de una factoría de producción teatral con fines de lucro, su compromiso con el teatro tiene más que ver con relaciones del tipo calidad-precio, funciona-no funciona, gusta-no gusta, que con búsquedas cualitativas. Por eso, las más de 80 miniobras que salen de sus ingenios cada año tienen una característica en común: no desentonan, nunca están decididamente mal, y en su mayoría se pueden calificar de buenas o muy buenas, pero entre los números se pierde la percepción de la excepcionalidad, como en el caso de Julieta y Julieta, una pieza teatral sin dudas excepcional.
(*) Miguel Alcantud (Cartagena, España, 1971), quien se define “como contador de historias, sea cual sea el formato”, siendo director de cine, TV y teatro, guionista, dramaturgo y novelista, inventó el Microteatro en 2009 en un prostíbulo de Madrid que se estaba por demoler, donde dramaturgos, artistas y actores presentaban obras de no más de 15 minutos en cada cuarto del burdel, en tanto y en cuanto hubiera público, y se repetían entre 15 y 16 veces por noche. La entrada salía un euro, y fue un éxito. Inicialmente lo llamaron “Microteatro por dinero”, y luego fue sistematizado como la franquicia que se conoce hoy en varias ciudades de 15 países, incluidas Rosario y Buenos Aires.
FICHA:
Título: Julieta y Julieta. Dramaturgia: Miguel Alcantud. Dirección: Sandra Majic. Actúan: Carolina Diez y Camila Hidalgo Solís.
