Tercera entrega del ensayo escrito con la intención de seguir las peripecias vitales e intelectuales de un hipotético lector de textos de filosofía como forma de profundizar en cómo se reelaboran o resignifican los textos para alcanzar la trama de una verdadera creación, una recreación del propio texto que dé la razón a la tradicional aseveración de que el filosofar está abierto a cualquiera.
por julio cano
Para poder continuar por cómo se posiciona el lector de un texto de filosofía deberemos comprender qué significa problematizar en filosofía.
Para ello nos inspiramos no en un filósofo sino en un educador, Paulo Freire, y ello por las siguientes razones: porque el método de Freire involucra al actor del proceso de alfabetización en la adquisición de la comprensión del mismo y porque ese proceso es holístico, es decir, quien aprende a leer, en el marco del método de Freire, aprende simultáneamente a adoptar una postura en su realidad, es decir, quien aprende se compromete simultáneamente con su tiempo y con su sociedad, se vuelve un sujeto politizado. Y este es un proceso complejo.
Si Freire prueba que ello es posible (como lo ha hecho) podemos trasponer sus resultados a la lectura de textos filosóficos. Así, suponemos que el lector es capaz de problematizar lo que lee.
La problematización en filosofía
Problematizar un texto implica antes que nada volverse crítico frente al mismo.
Las preguntas entonces se vuelven fundamentales. ¿Porqué este autor escribió de esta forma? ¿Qué quiso decir? Mejor dicho, y recursivamente: ¿Qué puedo suponer que quiso decir cuando escribió sobre esto? Este último interrogante resulta ser el más importante para nuestros intereses.
“Atrévete a pensar por ti mismo” nos exhorta Kant y eso implica tirar las muletas que puedan estar apoyándonos para ser libres para pensar y que suponen tres personajes: el médico, el sacerdote y el maestro, como síntesis de la fuerza de lo social en quien lee.
Dice Kant que tenemos que situarnos en un punto cero de la lectura: por una parte el autor, que nos habla desde el texto y por la otra nosotros, lectores críticos. En la lectura estamos compenetrados en un diálogo entre el filósofo y nosotros como subjetividad. Nadie más. También ponemos entre paréntesis las peripecias que lo llevaron a escribir tal como lo hace. En cambio, en lo que atañe a nuestra lectura, sabemos cómo es nuestro presente y es desde él que leemos. Ponemos entre paréntesis el espacio-tiempo del autor pero no lo hacemos con nuestro espacio-tiempo, ya que pensamos críticamente desde nuestro presente.
La demora
A un texto filosófico hay que leerlo varias veces. No porque no se le haya comprendido o porque se le haya comprendido mal sino porque, si es auténticamente filosófico, es polisémico. Posee varias lecturas posibles y el lector genuino debe hacer suyas tales lecturas, que en realidad tienen una recursividad sin solución de continuidad, puesto que un auténtico texto posee asimismo zonas oscuras que no se harán visibles bajo ninguna circunstancia. Los textos menos filosóficos, dice Ortega, son aquellos que se nos aparecen con una claridad diáfana y que, por tal motivo, están desprovistos de profundidad. Otra forma de decir esto es señalar que lo leído, más que comprendido, debe ser interpretado.
La lectura sucesiva se convierte, de este modo, en reflexión, en una recursividad que interpreta.
Si esto resulta extraño o una situación que aparece rara vez en la lectura, es, por el contrario, el centro mismo del diálogo que yo, como lector, establezco con el autor.
El diálogo filosófico genuino no es lineal, claro y distinto; sino complejo, dialéctico y puesto en continuo trance de desequilibrarse. Es como la vida misma: se sitúa en el borde del caos.
Todo esto es lo que supone problematizar un texto filosófico.
Un texto para problematizar
Hay dos modos de hacer uso de una observación exacta o de una reflexión justa:
El primero es sacar de ella, consciente o inconscientemente, un sistema destinado a aplicarse en todos los casos; el segundo, reservarla, anotarla, consciente, o inconscientemente también, como algo que hay que tener en cuenta cuando se reflexione en cada caso sobre los problemas reales y concretos.
Lo primero sería hacerse un sistema (lleve o no un nombre que acabe en “ismo”) crear, por ejemplo una escuela, con cuya guía tendremos una seguridad infalible.
Y el segundo supone, para cada caso que se nos presente, la adaptación de la observación exacta o de la reflexión justa.
En la práctica, el que se ha atado a un sistema, se ha condenado fatalmente a la unilateralidad y al error, se ha condenado a pensar teniendo en cuenta una sola idea, que es la manera fatal de equivocarse en la gran mayoría de los casos. (Basta, para que el error sea casi fatal, que la realidad de que se trate no sea de una gran simplicidad).
Carlos Vaz Ferreira , fragmentos de “Lógica viva” (1910).
Pensar por sistema es una forma unilateral de pensar que puede concluir en el dogmatismo. Es adecuar la realidad a los esquemas mentales del lector, lo que deriva, sin exagerar, en una modalidad de la esquizofrenia. Es intentar situarse en un centro de comprensión que abarque toda la realidad, lo que, por supuesto, no existe.
En cambio pensar por ideas a tener en cuenta se adecua a la complejidad de la realidad, a sus cambios continuos. Y supone entender a la realidad como procesal.
¿Cómo problematizar el texto de Vaz Ferreira?
Es una tarea que les dejamos planteada.