La siguiente conferencia, titulada «Romain Gary y los efectos del lenguaje informático», fue pronunciada por Yann Diener (psicoanalista y cronista de la revista francesa Charlie Hebdo) el 3 de diciembre de 2022, en el Auditorio del hotel Bellman en Montargis (Francia), organizada por la Asociación La Trama, grupo de profesionales orientados por el psicoanálisis que trabajan en el este del departamento del Loiret. Charlie Hebdo publica, desde hace mucho, una crónica semanal escrita por un psicoanalista: Elsa Cayat la hizo durante años. La asesinaron en el atentado del 6 de enero de 2015. Yann Diener la remplazó muy poco tiempo después.
Por Yann Diener
Versión y traducción al castellano: Susana Sherar*
«Romain Gary y los efectos del lenguaje informático»
El libro Mimos de Romain Gary, doble premio Goncourt, es el primero que escribe bajo el seudónimo Emile Ajar. El personaje Michel Coussin es un tipo que vive solo, adopta una serpiente pitón y trabaja en IBM como estadístico. Es un libro sobre el lenguaje, más precisamente sobre el lenguaje informático, y sobre cómo el lenguaje informatizado afecta el lenguaje (el que hablamos, llamado “natural”).
El libro se publicó en 1974. Una de las asociaciones que se me impuso es que el lenguaje que más se utiliza hoy en informática es el lenguaje Python, pero el inventor no se inspiró en el libro de Gary/Ajar sino en el grupo inglés Monty Python.
Yo aprendo el lenguaje Python que nos llega por los meandros de la administración. En nuestra profesión, en las instituciones, se están rompiendo los lazos. Antes pasaban por la palabra y el escrito, el trazo, por ejemplo: teníamos una agenda de papel. Hoy hay que explicarle al director técnico de Santa Ana**, que tiene 27 años y gana más que todos los otros profesionales, por qué queremos una agenda de papel. Él nos responde que con la agenda electrónica vamos a estar conectados con todo el personal del hospital, que eso nos va a ayudar a trabajar, ¡lo cual es un enorme malentendido!
Pero no un malentendido como en la neurosis, donde se dice una palabra por otra, sino que es un abismo donde no nos comprendemos. ¿Por qué no podemos trabajar así? Porque el lenguaje informático cambia todo. Pero sucede que si no llenamos la agenda electrónica, para la administración no hemos trabajado, ¡nuestro trabajo no existe!
Yo pedí, por intermedio de la formación permanente en el hospital, hacer cursos de Python, así como hubiera podido pedir cursos de alemán para estudiar a Freud en su lengua, o como Lacan estudió chino porque Freud dijo en La interpretación de los sueños –ese texto magnífico– que la lengua de los sueños es como la lengua china, no es morfológica, cada signo cambia de valor gramatical de acuerdo al lugar donde aparece y a los signos que están alrededor.
Lacan se puso a estudiar el chino. Así supuse que aprender el Python me serviría para comprender el lenguaje de los DRH (Directores de Recursos Humanos) y de las computadoras. Porque pienso que nos hemos puesto a hablar todos, cada vez más, el lenguaje de esas máquinas. Y si todos las utilizamos –yo el primero– es porque son muy eficientes en un plano: en reducir el equívoco de la palabra. Y si digo que mi DRH habla como una computadora es por los términos que utiliza, por ejemplo muchas siglas; en el lenguaje informático se utilizan muchas siglas, porque son rápidamente codificadas, es muy “económico” en términos de lenguaje.
Hubo palabras que integramos todos al lenguaje –el Covid ayudó–, pero palabras como programar, administrar, conectar, enchufarse, gestionar, teletrabajo… Estos efectos sobre el lenguaje han sido estudiados ya por filósofos, sociólogos, etcétera… Si a mí me interesa es porque más allá de lo que hago todos los días, que es tratar de escuchar en el discurso de alguien lo que hay de más singular, más allá de todo lo que arrastra de su lengua, de su cultura, su país, su tradición, es para pensar qué le pasa al lenguaje (qué pasa con el lenguaje).
Por ejemplo el término “programar”… Antes hacíamos una cita, hoy “programamos” una cita. Para pedir un turno para un examen médico, la secretaria me pide por teléfono la “ficha de programación”, para “programar-me”. Eso puede cambiar las relaciones entre la gente porque terminamos creyendo que podemos ser programados. Al final, consentimos en usar ese lenguaje porque si no, no tenemos el turno.
Mi experiencia de aprender el Python es apasionante. Alguien dijo: “Hay que aprender la lengua del enemigo”. No soy tecnófobo, adoro esas máquinas, aprendí a programar en el secundario, esas máquinas pueden aportarnos muchas cosas interesantes, pero hay que tener cuidado en cómo ese lenguaje nos habla, estar atentos a cómo fueron fabricadas y cómo nos hacen hablar.
El hecho de estudiar Python me ayuda a tomar distancia para ver dónde hay Python en el lenguaje, y todo puede traducirse en Python, todo puede ser codificado. Inútil creer que eso les sucede a los otros y que nosotros seguimos hablando muy bien. Basta que utilicemos algo con un microprocesador para que nos pongamos a hablar así. Si queremos abrir un margen con esto, tenemos que saber en qué momento, en qué punto empezamos a hablar ese lenguaje.
En el último libro que escribí, LQI, lenguaje cotidiano informatizado, me inspiro en LTI, el lenguaje del Tercer Reich, la obra de un filólogo, Victor Klemperer, alemán, judío, que vivía en Dresde y que, desde 1933, le prohibieron muchas cosas porque era judío. Y en tanto filólogo, era muy sensible a los cambios en el lenguaje. Va a anotar en un diario todo lo que escucha en el lenguaje de la calle durante el Tercer Reich. Los efectos no son los mismos, pero él muestra que todo puede ir muy rápido. Hay un comité lingüístico del partido nazi que va a determinar lo que cambia en el lenguaje, hay palabras impuestas por la administración, hay consignas, términos explícitamente elegidos y hay deslices semánticos. Él va a anotar todo: palabras que se escuchan en la calle, en el colectivo, cambios de expresión. Él anota.
El comité lingüístico sostenía, como eje: “Hay que introducir en el lenguaje el vocabulario técnico y biológico porque vamos a transformar el lenguaje, será más eficaz y todos los cambios políticos serán más rápidos”. La revolución francesa hizo eso también, hubo un comité lingüístico para cambiar el lenguaje y, de esa manera, la relación entre la gente.
Klemperer en pocos meses escucha en la calle o en el liceo donde enseña palabras como “sincronización”, que es una palabra técnica, que viene de la electricidad, y los nazis van a utilizarla para decir “adherimos al partido nazi”; dicen: “nos sincronizamos”. La empresita más chica debe tener una célula del partido, todas “sincronizadas” entre ellas.
“Organizarse”: es solo después de 1933 que se utiliza para las personas, ellos decían: “Hay que organizar todo, hasta la persona”. Hoy decimos “no me organicé bien”, pero antes de 1933, ese término se usaba para las empresas, partidos, etcétera, no para un sujeto. Se deslizó el sentido.
Mi hipótesis en LQI es que la mecanización del lenguaje funciona. La banalización de ciertos términos hizo que se banalizaran los actos. No se decía nunca “deportar” en Alemania, no había “deportaciones”, había “evacuaciones”, hay un engaño lingüístico de entrada: se evacua a alguien por su bien. Lo que me interesa es ver las huellas de la mecanización del lenguaje, ver la traza de la informatización del lenguaje, cómo el lenguaje es modificado por nociones, lógicas y giros que vienen de la informática.
Hoy se aprende Python en el colegio como se aprenden otras lenguas, lo que confirma ese registro de lenguaje posible, es una opción posible para aprender en las Humanidades. ¡Al mismo tiempo que latín y griego, Python! A los pibes les venden que después del bachillerato en dos años serán ingenieros y se van a volver millonarios porque van a programar en Python, y la mayor parte van a ser solamente decodificadores, o sea van a decodificar una línea de código para un programa que fue concebido por otros. Habrá también los obreros y los conceptores.
El paciente del que hablé en la crónica de Charlie Hebdo, que me dice “yo estoy más cómodo con el lenguaje informático que con el lenguaje corriente”, tiene 20 años y ya está haciendo programas que nosotros vamos a utilizar. No son autistas, no son cerrados, pero tienen una permeabilidad a esa lógica, hecha no de palabras, no de significantes, ¡sino de instrucciones! En el LQI (Lenguaje Cotidiano Informático) hay una instrucción y un objetivo como en el lenguaje militar. Terminan pensando que la vida es una continuidad de instrucciones. Eso modifica todo. Y vienen a terapia y preguntan: “¿Cuál es el objetivo? ¿Cuáles son las instrucciones?”
Y por otro lado en la demanda de seguimiento que la institución nos pide debemos decir cuál es el objetivo del seguimiento, el proyecto, y cómo lo vamos a ejecutar. Si nosotros respondemos: “espere un cachito, nosotros hablamos para tratar de poner sobre la mesa las coordenadas del síntoma” (ese es también nuestro lenguaje), bloqueamos. Entonces decimos: hay que dejarlo hablar para ver cómo construyó el síntoma, qué escuchó decir de eso, el síntoma forma parte de un contexto, y para todo eso se necesita tiempo… ¿El chico no puede leer? No se lo puede poner a leer enseguida. Sabemos desde Freud que al síntoma hay que dejarlo tranquilo, no hay que ir de frente, hay que darle unas vueltas alrededor…
Cuando a los padres se les pregunta cómo eligieron el nombre, y nos responden “pero yo me tomé el día en el trabajo… ¡no me pregunte eso! ¡Dígame lo que tengo que hacer!”, hay que habérselas con eso. Entre los pacientes y lo administrativo estamos entre la espada y la pared. Hay que explicar un poco nuestro trabajo…
Mimos es un libro de avanzada, posiblemente el primero crítico del LQI. Estamos en el 74, no está todavía la microinformática en las casas, sólo vendrá 10 años después. Apenas se empieza a hablar de informática y programación. Es el año de la creación de la primera computadora portable. Es un libro sobre el lenguaje, porque Michel Coussin se pregunta cómo hablarle a la pitón: ¿hay que desarrollar en ella el lenguaje humano?, ¿cómo hablarle? Enseguida aparece la oposición naturaleza/cultura, muy levy-straussiano. El uso del lenguaje en ese libro es desfasado, un poco autista, fuera del código, singular, como Queneau***. Había críticos que pensaban que era Queneau quien se escondía bajo el seudónimo de Ajar, incluso decían: “No como Gary que escribe siempre el mismo libro, nunca hubiera podido escribir eso”.
Cuando habla de tarjetas perforadas para poder programar… Los primeros programas se hacían con cartas perforadas, inspiradas por los telares de Jacquard en Lyon en 1802, que programaba los agujeros donde el hilo debía pasar para hacer el motivo, que a su vez se inspira de las cajas de música, donde hay agujeros en determinados lugares. ¡Huelga de los obreros en Lyon! El término “sabotaje” viene de ahí, los obreros rompían las máquinas poniendo los “sabots” (zapatos de madera, zuecos).
Alain Turing, el inventor de la informática moderna, escribió en 1936 un artículo donde llama a su invención una “máquina programable universal”:
“Tendremos una máquina con tiras de papel que desfilarán, programables, con instrucciones, con informaciones, a la que le podremos pedir lo que queramos, y habrá que codificar”.
Es el mismo principio que hoy. Pero había ya programas en calculadoras eléctricas inspiradas en el método de los tejidos Jacquard. Es IBM la que adaptó lo que había en mecanografía y lo que Turing había inventado. “Informática” es un término que viene de información y automático: es la gestión automática de las informaciones.
Raymond Queneau, que era un apasionado de las computadoras, creía que se iban a poder utilizar para la poesía, “vamos a darles muchas palabras y nos van a hacer poesía”, decía…
Hay todo un capítulo en Mimos donde Coussin, que es muy desadaptado, que tiene problemas para hablar (se crea una historia de amor imaginario con su colega de trabajo, los colegas lo cargan, etcétera)… va a ir a ver a un ventrílocuo que ayuda a los grandes tímidos para hacer hablar a los otros y los objetos; cuando hay una palabra que no se asume, se la hacen decir a otros o a los objetos. Está tan cerca del testimonio de autistas que cuentan por escrito lo que fue el encuentro con la palabra y cómo los ayuda el escrito, ¡porque la palabra es muy violenta! Algunos pueden decir: “Yo hablé una vez, y es muy asertiva la palabra, cuando hablé me fue muy mal”, y finalmente retuve todo, ¡hay demasiada emoción!
En Mimos el lenguaje del personaje está entre el lenguaje autista, el lenguaje infantil y el lenguaje de las máquinas. Gary se regocija bajo el seudónimo Ajar de un estilo de lenguaje muy novedoso. Coussin dice que para liberarse tenía que “proyectar la voz”. Los autistas tienen un gran problema con el objeto voz. La voz es un objeto en lenguaje lacaniano, como la mirada, como otros objetos pulsionales, del que nos podemos separar, un objeto en toda su materialidad. Él está muy incómodo con su objeto voz. Por eso, necesita prótesis.
Las prótesis actuales son más bien numéricas. Y en el caso de ciertas prótesis podemos decir que nacemos con ellas. La prótesis verbal, los deslices semánticos, nacemos con ellos, los pibes nacen hablando: “programar”, etcétera. No habrá ya diferencia entre hablar y comunicar. Esas prótesis dan la ilusión de comunicar mejor, y marchan bien pero nos dan tanto más la ilusión de comunicar en cuanto achatan lo que hay de equívoco y de malentendido en la lengua. Hablar es equivocar. A causa de la estructura del significante, cuando digo algo puede ser escuchado de otra manera o voy a hacer un lapsus…
Lacan lo dice a partir de Freud: la estructura de la lengua nos hace errar, decimos más de lo que pensamos, lo que decimos va a ser escuchado de otra manera…. Hablar es otra cosa que comunicar.
La teoría de la información ya la conocemos, hay un emisor, un receptor, se transmite un mensaje, una información, y ¡listo!
Pero hablar es otra cosa. Hay siempre una parte de información en la palabra, pero hablar es arriesgarse. Justamente es lo que los autistas deciden no hacer. A menudo tomamos la palabra sólo para comunicar. Una compañera del hospital me dice: “No me puedo comunicar con mis hijos adolescentes”. Le respondo: “¿Y trataste de hablarles?”
Del ventrílocuo que lo ayuda a hablar, Coussin va a decir que es una prótesis. Pone todo lo que es creación en el término prótesis. Freud llega a decir que escribir es una prótesis para la memoria, para fijar las cosas. “Las prótesis permiten ajustarse, es de utilidad pública y forman parte del estado de marcha”, dice el personaje de Mimos.
Yo veo que la identificación de Coussin con su pitón –incluso físicamente: pierde los brazos, empieza a comer ratones–, incluso en las partes en que sueña sin saber mucho lo que es sueño o alucinación –él está muy compenetrado con su pitón, y eso representa para él un problema de lengua–, es completamente transportable a nuestra identificación cotidiana con el lenguaje Python, que muestra un problema de comunicabilidad.
Gary hizo un libro sobre la cuestión del lenguaje, pero también sobre las computadoras y sus técnicas que ya empezaban a aparecer, si bien no todavía en lo cotidiano. Pero la técnica invade todo.
Y en cada capítulo, en cada página, está el tema de la angustia.
Nuestra identificación con el lenguaje informático modifica hasta nuestro cuerpo. ¿Por qué? Porque el lenguaje informático está basado, desde 1936, en algo que es común con el lenguaje del hombre: el sistema binario, y es el único lenguaje que la computadora entiende: el 0 y el 1. Todo lo que se quiere hacer pasar por el molinillo del lenguaje-máquina estamos obligados a cortarlo, codificarlo y hacerlo pasar por el 0 y el 1. La capacidad de una computadora tiene que ver con la cantidad de 0 y de 1 que puede codificar al mismo tiempo. Cada letra y cada número tiene su equivalencia binaria.
Cuando escucho a alguien en mi teléfono, creo que estoy escuchando su voz, ¡pero no! Previamente, su voz pasó por el molinillo de 0 y de 1; no es analógico, es numérico, ya no es el objeto voz, esa es una ilusión.
Todo el día estamos haciendo pasar en nuestra vida el 0 y el 1, en nuestras máquinas, en nuestra manera de pensar. Es el único lenguaje que la máquina entiende. Estamos identificados a ese sistema de códigos. El hombre no esperó el sistema binario para razonar en blanco/negro, en si/no, pero el lenguaje binario refuerza las lógicas binarias e identitarias. La lógica de esas aplicaciones se nos impuso y nos da un modelo de nuestra manera de presentarnos, de identificarnos.
Esto es muy, muy sombrío, pero hay visiones más optimistas, aunque sea una especulación. Solamente nosotros podemos dejar de fabricar máquinas que nos vuelven más binarios, “pelotudos como un electrón”, como dice el artículo de Charlie de esta semana. Es el mundo cuántico que se nos viene. Las computadoras no se llamarán más “computadoras”. No se sabe cómo se van a llamar… Creíamos estar en el marasmo del mundo binario y en realidad pareciera que estamos en la aurora de una revolución tecnológica que nos permitiría –si llegamos a hacerlo– hacer computadoras ópticas que no se apoyan sobre el electrón sino sobre el fotón. En 30 años las tendremos, hay ingenieros que están trabajando en China, y en Google; están inventando cosas con las que podremos salir del binario.
La primera noticia es que van mucho más rápido, la luz es más rápida que el electrón, pero la ganancia es que los parámetros de base –estos que usamos desde 1936, hace 80 años– podrán cambiar. Contamos más con el fotón que con el electrón –el premio Nobel de física lo ganó por eso, por demostrar que un fotón tiene la propiedad de no-separabilidad–; mientras que un electrón está en off o en on, un fotón puede estar en varios estados al mismo tiempo: cuando se actúa sobre una parte del haz luminoso, la otra parte que no tiene el mismo origen no reacciona de la misma manera… en ciertas condiciones de la materia. Una computadora cuántica puede funcionar sólo por debajo de los -100°, o sea que por ahora no las vamos a tener en las casas… (Risas)
Pero ya se pueden ver las propiedades de los mensajes que se pueden enviar; la criptografía cuántica va a entrar en el lenguaje corriente: el presidente Macron dijo que se mandó un mensaje a los EEUU con un lenguaje postcuántico, o sea que se mandan ya mensajes no codificados, no 0/1, y que son tan rápidos que en un segundo pueden destruir todos los códigos de nuestras viejas computadoras eléctricas. Los que invierten a fondo en esto son los bancos y los militares. Son ellos los que están abocados a fabricar una máquina, ¡la más rápida, y no se sabe qué puede pasar con esto! Como con la bomba atómica. Van a dar el salto en esto, en lo que las máquinas de hoy no pueden hacer, en todos los programas sobre el lenguaje llamado natural, como las traducciones –aunque ya hacen cosas increíbles en materia de traducciones–, pero hay algo en lo que sí fracasan: es el doble sentido, la metáfora, los equívocos no pasan. Porque el lenguaje artificial bloquea sobre el humor, el chiste, la metáfora. Les podemos pedir hacer muchas cosas, pero ahí, bloquean. Nosotros estaremos incapacitados para hacer humor, para leer los textos, la religión no hablemos, es peligroso ya hacer caricaturas. En 10 ó 15 ó 25 años tendremos algoritmos cuánticos con la capacidad del doble sentido que nosotros ya no tendremos. ¡Es terrible, pero podemos llegar a eso!
Pero también podemos llegar a volver a encontrar un poco de margen con el lenguaje. Cuando yo hablo con un ingeniero de Google, me dice que están en estos momentos en los lenguajes inestables. Les pasa que las máquinas no responden siempre como ellos esperan, con las indicaciones que les dan.
Un robot americano en Libia, en vez de tirar al “enemigo” tiró “para atrás”, a los aliados de los americanos. Y no se trató de un error, ¡fue una decisión de la máquina!
Me dan ganas de acercarme a ver qué están haciendo con el lenguaje. Ver cómo los adolescentes desvían ciertas expresiones e inventan con el lenguaje me da esperanza.
* Psicoanalista argentina radicada en Francia. Traduce del francés al español y es colaboradora de Revista Belbo. Miembro de La Trama, moderó esta conferencia que Diener ofreció en la ciudad de Montargis el 3 de diciembre del 2022.
** El hospital Saint Anne , construido en 1867 por Napoleón III, ubicado en el sud de Paris, es el hospital psiquiátrico más renombrado de esta capital; Lacan hizo allí su práctica como psiquiatra y dio, en la Capilla, los primeros diez años de su seminario.
*** Raymond Queneau (1903-1976): poeta, novelista, traductor y escenógrafo francés, cofundador del grupo Oulipo, conocido por su originalidad en la utilización del lenguaje.