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CESARE PAVESE
VIDA COLINAS LIBROS
Un libro de Franco Vaccaneo
Traducción al castellano de
Rosario Gómez Valls y Julio Cano
CESARE PAVESE VITA COLLINE LIBRI SE PUBLICÓ EN JUNIO DEL 2020, POR LA EDITORIAL PRIULI & VERLUCCA DE TORINO, ITALIA. A LOS EDITORES, AL AUTOR Y A LOS TRADUCTORES AL CASTELLANO VA DIRIGIDO EL MAYOR DE NUESTROS AGRADECIMIENTOS: EL GENEROSO COMPROMISO DE TODOS ELLOS HIZO POSIBLE LA PUBLICACIÓN DE ESTE LIBRO.
(Leer acá el prólogo a la edición en castellano)
Historia de un destino
Cesare Pavese nace el 9 de septiembre de 1908 en Santo Stefano Belbo, pueblo de la Langhe en la provincia de Cuneo, donde el padre, Eugenio, ministro del tribunal de Justicia de Torino, poseía una casa con terrenos. El padre de Cesare muere en 1914 y esta pérdida signará la existencia del niño, ya de por sí introvertido. Pavese estaba orgulloso de su padre, de su imperturbabilidad, de sus sueños, de su soledad.
Para él, la enfermedad del padre no es solamente una fatalidad: es una fatalidad generalizada. Para Pavese, el mundo es su mundo mutilado, todo el universo del padre perdido, cuya herida sangra incesantemente (…) Su padre ha muerto, Cesare está solo, un varoncito en un mundo femenino. Y por eso Pavese no se lo toma a broma. Come la sopa de zapallo en silencio (…). Su madre: una auténtica piamontesa, dura, taciturna, laboriosa, parsimoniosa. Cesare no está de acuerdo con ella: él no la comprende y ella no lo comprende a él. Entre ambos, las palabras no sirven para nada. Por otra parte, él no tiene palabras para nadie. No tiene ningún confidente a no ser la naturaleza a la que dedica un discurso sin respuesta, un estímulo dirigido a la soledad y al silencio.
(Frédéric Pajak)
A continuación de este evento luctuoso, la familia vende la casa y se traslada definitivamente a Torino, pero las colinas de su terruño permanecerán para siempre impresas en la mente del escritor y se fundirán pascolianamente con la idea mítica de la infancia y la nostalgia. Muchos se han ocupado de la adolescencia de Cesare, de ese muchacho tímido, amante de los libros, de la naturaleza y siempre dispuesto a aislarse, a esconderse, a perseguir mariposas y pájaros, a explorar el misterio de los bosques. Davide Lajolo, su primer biógrafo, tiende a evidenciar estos dos elementos fundamentales: la muerte del padre y la consecuente rigidez de la madre que, con su frialdad y su reserva, llevará adelante un sistema educativo más de padre austero y áspero que de madre afectuosa y dulce. Escribe Lajolo:
Pavese se introducía en el centro de las cosas al no poder hacerlo en el centro de la gente y se adecuaba a sus sentimientos, a su modo de sentir, de vivir en ellas. El paisaje de Santo Stefano se torna en esos años parte de sí mismo. (…). Nace en él, desde la infancia, el deseo de alejarse de la gente, el capricho de andar solo en el misterio de los bosques, el instinto de mirar más intensamente a los marginados y desesperados al mismo tiempo que observa los puntos más desolados del paisaje. Y el testimonio de estos sentimientos lo dará el mismo Pavese en todos sus cuentos, en los que confesará que ya de niño tenía más ojos para las desgracias que para las fiestas, más curiosidad por los funerales que por los banquetes de boda.
Es, pues, predominante la tendencia al vicio absurdo, la vocación por el suicidio. Encontramos, en efecto, alusiones a la manía suicida en todas las cartas del período liceal, especialmente aquellas dirigidas a su amigo predilecto, Mario Sturani. Este mundo adolescente de Cesare, tan difícil, tan lleno de soledad y aislamiento, sería para Augusto Monti (su profesor del liceo) el resultado de la introversión típica de la adolescencia; para Dominique Fernandez (su biógrafo francés, autor de L’échec de Pavese) la resultante, en cambio, de traumas infantiles (la muerte del padre y el mundo femenino en el cual fue criado, el deseo inconsciente de la autopunición). Para otros implicaría, siempre, el drama de la impotencia sexual, quizá indemostrable, pero de a ratos revelado en algunas páginas de El oficio de vivir. Cualquiera sea la interpretación que se quiera dar a estos primeros años, no se puede negar que se perfila inmediatamente en ellos la historia de un destino trágico y amargo, evidenciado en una desesperada necesidad de amor, en una búsqueda de apertura hacia los otros, hacia el mundo, hacia las relaciones interpersonales; destino de soledad, de amargura, de desesperada derrota, una fuerte dicotomía entre la atracción por la soledad y la necesidad de no estar solo. Debatiéndose entre los extremos de una orgullosa afirmación de sí y la constatación de su inadaptabilidad a la vida, Pavese escoge ya desde niño la literatura “como espejo metafórico de su condición existencial” (Venturi), buscando en ella la resolución de sus conflictos interiores. Para él, como para muchos escritores de su tiempo, “la literatura resulta una defensa contra las ofensas de la vida”.
Estudia en el Instituto Social de los Jesuitas y en el Gimnasio Moderno, después pasa al Liceo D’Azeglio, donde tendrá como profesor al maestro de humanidades Augusto Monti, al cual muchos intelectuales turineses de aquellos años deben tanto. El ingreso al liceo es de suma importancia para la vida de Cesare, que entre 1923 y 1926 participa en la renovación de las conciencias que no sólo ejercitaba la acción educadora de Monti sino que encontraba concreción en la obra de Gramsci y Gobetti. En un primer momento Pavese se muestra reacio a comprometerse activamente en la lucha política, hacia la cual no muestra un gran entusiasmo, porque sus intereses se vuelcan hacia la literatura. Y sin embargo es atraído por los jóvenes que siguen a Monti: Leone Ginzburg, Norberto Bobbio, Tullio Pinelli, Massimo Mila, quienes no adhieren ni al movimiento Strapaese (vinculado al fascismo) ni al de Stracittà (movimiento aparentemente progresista pero en realidad atrincherado tras el escudo fascista), en oposición a los cuales crean la sigla Strabarriera. Cesare se siente a gusto tanto en las discusiones como en las cantinas, junto a los obreros, los vendedores ambulantes y la gente común: muchos de ellos serán un día protagonistas de sus novelas. Tiene la sensación de ser joven, de haber renacido, y en los últimos años de la universidad, en su vida privada, se relaciona con la que se constituirá en el centro de su alma, la mujer de la voz ronca, Battistina Pizzardo, que se encuentra al frente de un círculo político de izquierda. Cesare se muestra incluso transformado: durante el tiempo en que tiene la sensación de que esta mujer es muy próxima a él, se vuelve cordial, humano, afectuoso, abierto al diálogo con los demás. Esta mujer le devuelve el encanto de la infancia, su rostro; cuando no la siente suya, la mañana ya no es clara, es una nube, pero una nube dulcísima y, aunque viva en otro lugar, le trae siempre el “fondo antiguo”. Aquellas colinas y aquel cielo se vuelven muy humanos, como “el dulce hueco de su boca”. En 1930, con tan sólo veintidós años, se recibe con una tesis sobre la interpretación de la poesía de Walt Whitman y comienza a trabajar en la revista La Cultura, enseñando en escuelas nocturnas y privadas, dedicándose a traducciones de literatura inglesa y norteamericana, con lo que adquiere rápidamente cierta notoriedad. Los años del liceo y después los de la universidad traen a la existencia del joven solitario el gesto de la amistad. Todo contribuye a humanizar sus rabiosas lecturas: las encarnizadas discusiones literarias, las polémicas relaciones con la política, el café concert, los mitos deslumbrantes de la industria cinematográfica, las caminatas por las colinas, el vagar por las orillas del Po, que devuelven vigor a su cuerpo, precozmente estremecido por el asma. En contraposición a su pueblo, la ciudad de Torino se le presenta como una gran feria, como una fiesta continua. De día, la vida transcurre plenamente, con múltiples negocios, con los tranvías trepidando sobre los rieles y música por todos lados. En ese mismo 1930 muere su madre, pocos meses después de recibirse: por admiración y por el remordimiento de no haberle podido demostrar afecto y ternura, su muerte señala otro surco amargo en la vida del escritor. Su profesor le escribe:
Ten coraje. ¿Qué quieres? El mundo está hecho así. Y por otra parte, otros tres meses de vida hubiesen sido otros tres meses de agonía; y mas allá de la vejez no hay nada. Además, vendrán las visitas, las condolencias, las muecas de los indiferentes que quieren fingir “interés”. Luego, todo vuelve a ser como antes, lamentablemente. Y la persona que ya no está revive con nosotros en sus frases, en sus sonrisas, en sus gestos. “La tierra está abajo: trabajarla es fatigoso; es necesario inclinarse”. Recuerdo que Reaglie expresaba esto y mostraba una leve sonrisa. ¡Pero…! Antes o después, a todos nos llega un dolor similar (…)
(Monti a Pavese, 5 de noviembre de 1930).
Al quedarse solo se muda a una habitación en casa de su hermana María, junto a la cual permanecerá hasta la muerte. Escribe a su amigo Antonio Chiuminatto, el 26 de noviembre de 1930:
Pero hay malas noticias. Sabes, amigo mío, mi madre ha muerto. Estaría solo como un perro si no fuera por mi buena hermana casada, con la cual ahora vivo.
Un testimonio de su hermana María habla sobre esta convivencia:
A Cesare lo he cuidado siempre, sirviéndolo, vistiéndolo e higienizándolo, especialmente después de la muerte de nuestra madre: desde entonces ha vivido con nosotros, en la calle Lamarmora en Torino. (…) Estudiaba hasta tarde en la noche, sin cenar, para no dejarse ganar por el sueño y yo lo atendía entonces para hacerlo comer antes de acostarse (…) odiaba perder tiempo comiendo, odiaba esperar entre plato y plato: comía y leía, un ojo en el plato y el otro en un libro o un diario. Por esto, además, no le agradaba ir al restaurante y yo debía servirlo precipitadamente. Tragaba velozmente lo que le preparaba y salía o se retiraba en su estudio.
Mientras tanto, en 1931 se publica en la editorial Bemporad de Florencia su primera traducción, Nuestro señor Wrenn, de Sinclair Lewis. La tarea de traductor tiene suma importancia no sólo en la vida de Pavese sino para toda la cultura, abriendo un paréntesis nuevo en la narrativa italiana.
Con sus traducciones da la medida de cuán grande es su ansia de libertad, su exigencia de romper el esquema de la retórica nacionalista y abrir para sí y para los demás nuevos horizontes culturales, capaces de remover las viejas y nuevas incrustaciones que habían aniquilado la sociedad italiana. Quiere presentar conscientemente
el gigantesco teatro donde, con mayor franqueza que en otro lado, se muestra el drama de todos.
El fascismo negaba toda iniciativa a las grandes masas, condenaba e impedía las huelgas, mientras en aquellas novelas americanas se leía la posibilidad de crear nuevas relaciones sociales. Contra la monotonía de la prosa de arte y diversamente del hermetismo, Pavese demostraba cómo el contacto con las grandes masas americanas, a través de aquellas novelas, vivificaba incluso el lenguaje, insertándole la lengua popular, el así llamado slang, haciéndolo de este modo congeniar con los nuevos contenidos. Entre todos, aquel que se vuelve la conciencia de su destino es Francis Otto Matthiessen (autor de Renacimiento americano), por la común búsqueda literaria, por el sentido trágico y por los conflictos existenciales, además de por el extremo gesto suicida.
En 1933 surge la casa editorial Einaudi, en cuyo proyecto participa Pavese por la amistad que lo liga a Giulio: son estos sus mejores años con la presencia siempre comprometida de Battistina Pizzardo, intelectual laureada en matemáticas y fuertemente comprometida en la lucha antifascista. Cesare acepta hacer llegar a su propio domicilio cartas comprometedoras políticamente: descubierto, no revela el nombre de Battistina y el 15 de mayo de 1935 es arrestado y condenado como sospechoso antifascista a tres años de confinamiento a cumplir en Brancaleone, Calabria.
Fue transferido luego a Regina Coeli, en Roma:
Cuanto más pienso en mi situación más me convenzo de que la tierra es un valle de lágrimas: el mayor poeta vivo de Italia y aún de Europa, ¿dónde está? En Regina Coeli. Cosas del otro mundo (carta a su hermana María, 14 de junio de 1935).
Llega a Brancaleone el 4 de agosto. Los tres años a los que había sido condenado se redujeron a menos de uno, por pedido de gracia; vuelve del confinamiento el 13 de marzo de 1936, pero este retorno coincide con una amarga desilusión: el abandono de la mujer, su matrimonio con otro.
La experiencia (que se volverá el tema de su primera novela, La cárcel) y la desilusión van unidas para hacerlo caer en una crisis grave y profunda que por años lo hará sentirse atraído fuertemente por la tentación dolorosa y siempre presente del suicidio. Se encierra en sí mismo en un aislamiento peor aún que aquel de la adolescencia pero, otra vez, la literatura vuelve a salvarlo: su lema es “valer la pena”.
En 1936 aparece en Florencia, por la editorial Solaria, su primera antología de poemas, Trabajar cansa, que comprendía la poesía escrita desde 1931 a 1935 y que fue leída por pocos. Fueron Elio Vittorini y Massimo Mila quienes recomendaron al director de Solaria, Alberto Carocci, los poemas de Pavese. Una segunda edición, compendiando también la poesía escrita hasta 1940, fue publicada en 1943 en Einaudi. Fue otra vez Mila el que promovió esta recopilación de poemas fuera de la tradición italiana, como épica narrativa de impronta céltica. Por mucho tiempo desvalorizada como obra menor, Trabajar cansa nos aparece ahora como laboratorio e incubatorio de toda la sucesiva elaboración literaria de Pavese.
Es muy significativo que haya sido un joven narrador americano, Chris Offut, quien haya recogido toda la carga demoledora de estos poemas. En una reciente intervención sobre Tuttolibri del 15 de junio de 2019, con el título He leído a Pavese y he visto mi soledad, Offut cuenta cómo descubrió Trabajar cansa:
Siendo estudiante me hice amigo, sobre todo, de los poetas, porque eran más inteligentes que toda la gente que había conocido hasta entonces, irregulares en el pensamiento y en la acción, capaces de hacer cosas impredecibles en cualquier momento. Uno de estos amigos, un californiano de origen mexicano que se llamaba Juan Felipe Herrera, resulto ser después el vigésimo primer poeta laureado en los EE.UU. Le hablé a Juan de mi problema, o sea, la imposibilidad de encontrar autores que escribiesen sobre la gente de montaña. Juan me dio una antología de poesía que, en su opinión, era un clásico de la literatura italiana. La mayor parte de las composiciones estaban ambientadas en la Langhe, una zona del Piamonte, una región italiana. Acepté aquel libro por dos motivos: primero, tenía un enorme respeto por las opiniones de Juan y, segundo, había crecido en un altiplano de Kentucky cuyo nombre, Piedmont, deriva del mismo italiano, Piemonte. El libro era Trabajar cansa de Cesare Pavese. Lo terminé en dos días; luego lo volví a leer, con más calma. Continué leyéndolo durante dos años sucesivos, durante los cuales escribí mi primer libro, En las tierras de nadie. La obra de Pavese ha tenido una profunda influencia sobre mi escritura. En su poesía hay una intensidad apasionada, una claridad de las voces y de las imágenes que se me ha integrado. Trabajar cansa era, para mí, un ejemplo de cómo podría ser la poesía en su contexto. Pavese exploraba una soledad trágica que yo conocía muy bien, la sensación, sustancialmente, de estar absolutamente solo en el mundo acompañado únicamente por las propias percepciones. Gran parte del libro habla de un muchacho de campaña que se muda a la ciudad, un recorrido que también yo había hecho. A menudo la lengua es áspera, vasta, llena de deseos sexuales, paternidad, trabajo, muerte y amor por el paisaje. Estudiosos y críticos los consideran temas clásicos, pero cuando leía las poesías de Pavese comprendía que estaba ingresando en un mundo para mí familiar, en una manera de pensar que reconocía. Trabajar cansa está lleno de gente y de intuiciones sobre lo que significa ser humano. El título mismo remite a una gran verdad: trabajar cansa. Te deja exhausto, al fin. Si no te mata, el trabajo seguramente te consume. Al mismo tiempo, trabajar es necesario para sentirse vivo, para tener una finalidad. Pensemos en estos versos de Lo steddazzu[1]:
No hay cosa más amarga que
el alba de un día
en el cual nada sucederá. No hay
cosa más amarga
que la inutilidad.
Estos versos irrumpieron en mi mente hace más de treinta años. Hoy siento todavía el eco de su simple verdad. Ciertamente, días tan amargos son verdaderamente los peores, para quien trabaja –sea que se fatigue al aire libre, sea que deba colocar en hilera palabras para componer las frases. A los cuarenta años, regresé por última vez a mis amados Apalaches. Esta vez estaba decidido a quedarme. Tenía un trabajo y una casa. Mujer e hijos. Había recuperado mi tierra, el paisaje que me había devuelto lo que yo era. Sin saberlo, estaba siguiendo el consejo de Pavese en Los mares del sur:
(…) La vida se vive
lejos de la tierra: se progresa y se goza;
luego, cuando se regresa, como yo, a los cuarenta,
se encuentra todo nuevo. Las Langas no se pierden.
De Pavese he aprendido el valor absoluto de la compasión; no la simple comprensión ni menos la gentileza, sino el gran don de la ternura y del cuidado. Pavese amaba la Langhe, el territorio y su gente. Me ha mostrado un sendero que aun recorro, incluso en el modo de usar la lengua. Quería escribir sobre mi gente de montaña usando su propia lengua, como Pavese, quería conservar una belleza lírica que pudiera remover algo dentro de cada lector. Intento hacerlo todavía. Pruebo aún de seguir los consejos de un hombre del Piamonte, como lo soy yo.
Finalizado el infausto paréntesis del confinamiento, Pavese retoma la vida turinesa y la colaboración con la casa editorial Einaudi, continuando con la traducción de escritores norteamericanos. Además de los indudables méritos estilísticos, el significado del trabajo de Pavese como traductor consiste, junto con el de Elio Vittorini, en dar a conocer una literatura distinta, representativa de un mundo libre y moderno.
Frente al cerrado horizonte nacional, dominado por la autarquía del fascismo y de la corriente filosófica del idealismo, los escritores americanos ofrecían imágenes de gran vitalidad y un sentido de la realidad concreta y arriesgada. Los libros que llegaban de América permitían –escribe Pavese– el descubrimiento de “una civilización cargada con todo el pasado del mundo y al mismo tiempo joven e inocente, una suerte de laboratorio” donde se buscaba un modo de ser alternativo que la situación italiana no permitía. Nace de todo esto el “mito americano”. El crítico norteamericano Larry Smith ha escrito:
A fin de cuentas, parece justo que América apareciera como un símbolo de esperanza en la desconfiada juventud de Pavese. Parece asimismo triste que en sus años maduros hubiese perdido la esperanza en América ya que esa pérdida significó la pérdida de la esperanza misma.
En aquellos años escribe cuentos, novelas cortas, ensayos: parece haber recuperado la confianza en sí mismo y en la vida. Especialmente, por frecuentar a los intelectuales antifascistas de la ciudad, semeja asimismo haber madurado su conciencia política. Sin embargo no participa ni en la guerra ni en la Resistencia: llamado a las armas, es exonerado por ser asmático. Destinado a Roma para que se encargara de abrir una sede de Einaudi, se encuentra aislado y prevalece en él la repugnancia física por la violencia, por los horrores que la guerra comporta. Luego del 8 de setiembre de 1943, la casa editorial Einaudi fue colocada bajo la custodia de Paolo Zappa, un comisario de la República Social Italiana. Pavese se refugia entonces en Monferrato, junto a su hermana, donde vivirá por dos años “recluido entre las colinas”, con un atisbo de crisis religiosa y con la certeza de ser diferente, de no saber participar en la vida, de no lograr estar activo y presente, de no ser capaz de tener ideales concretos para vivir (motivos que retornarán en el personaje Corrado, de La casa en la colina).
Después del fin de la guerra se afilia al Partido Comunista, pero también esta elección, como la crisis religiosa, resultará un enésimo equívoco, una nueva manera de engañarse a sí mismo, de ilusionarse con la idea de poseer esa capacidad de adherir a las cosas, a las elecciones, al compromiso que, en cambio, le faltaban. Se trataba probablemente de una especie de tentativa de reparación, de deseo de ordenar su conciencia, y por otra parte su compromiso es siempre literario: escribe artículos y ensayos de inspiraciones ético-civiles, retoma su trabajo editorial, reorganizando la casa editorial Einaudi, se interesa por la mitología y la etnología, elaborando una teoría personal sobre el mito, concretizada en los Diálogos con Leucó. Volvió a Roma por trabajo (en donde permanecerá establemente por un período, amén de periódicas evasiones a la Langhe) y se relaciona con una joven actriz: Constance Dowling. De nuevo el amor. La joven, con sus pecas rojas y con una sincera admiración por un hombre ya famoso y notable, intelectualmente rico y capaz de una fuerte emotividad, lo enamora una vez más, pero después se va. Constance vuelve a América y Pavese escribe Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Cierra su carrera literaria como la había iniciado, como poeta, pero bajo un signo estilísticamente muy diverso del inicio con Trabajar cansa. Ha escrito Guido Ceronetti en un artículo del 5 de agosto del 2007, en el suplemento dominical del periódico El sol 24 horas, con el significativo título de Trabajar contra el final:
Vendrá la muerte semejante a un castillo de naipes, lugares comunes o casi: la muerte que llega y tiene ojos de fantasma erótico, obsesivo, la cara de un muerto que emerge hasta el punto de descender al “abismo mudo”. Gran poesía que proviene de lo profundo: el autor ya ha superado el umbral y cuenta las últimas impresiones experimentadas, testimonios de aquello que ha sido como los símbolos Monos y Una de Poe, palabras de uno que ya ha estado en la isla de Böcklin, embarcado, que ha cumplido ya el trayecto.
A este segundo abandono, a las crisis políticas y religiosas que vuelven a turbarlo profundamente, al pánico y a la angustia que lo asaltan, a pesar de los éxitos literarios (en 1938 El compañero gana el premio Salento; en 1950 El bello verano obtiene el Premio Strega; publica La luna y las fogatas, considerada su mejor novela), a la nueva arremetida de soledad y de sensación de vacío, ya no es capaz de reaccionar.
Consumido, cansado, aunque en el fondo perfectamente lúcido, se quita la vida en una habitación del hotel Roma de Torino, tomado una fuerte dosis de barbitúricos. Es el 27 de agosto de 1950. Apenas una anotación en la primera página de Diálogos con Leucó, sobre la mesa de luz de la habitación:
Perdono a todos y a todos pido perdón (…)
Pocos días después hubiera cumplido cuarenta y dos años.
En un ensayo de 1962, titulado El artista como víctima ejemplar, Susan Sontag interpreta así el suicidio de Pavese:
El público moderno exige la desnudez del autor, como las épocas de fe religiosa exigían el sacrificio humano. El diario nos revela el laboratorio del alma del escritor. Pero ¿por qué nos interesa su alma? (…). Para la conciencia moderna, la víctima ejemplar no es más el santo, sino el artista. Y entre los artistas el escritor: hombre de palabras, es a él a quien nos dirigimos como capaz de expresar del mejor modo posible el propio sufrimiento. Él resulta ser la víctima propiciatoria porque es quien ha descubierto, tanto el nivel más profundo del sufrimiento como un modo profesional de sublimarlo (en el sentido literal, no en el freudiano del término). Como hombre, sufre, mas como artista transforma su propio sufrimiento en arte. El escritor es el hombre que descubre cómo utilizar el sufrimiento en la economía del arte, así como los santos han descubierto la utilidad y la necesidad del sufrimiento en la economía de la salvación. La unidad del diario de Pavese se encuentra en sus reflexiones sobre cómo utilizar sus propios sufrimientos y cómo actuar a partir de ellos. Una de esas utilizaciones es la literatura. La segunda es la soledad como técnica para instigar y perfeccionar su propio arte, como valor autónomo. La tercera, la definitiva utilización del sufrimiento, es el suicidio, entendido no como conclusión del sufrimiento, sino como forma extrema de actuar a partir del sufrimiento.
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[1]NdT: Lo steddazzu es un término del dialecto calabrés que designa al planeta Venus. Recordemos que Pavese vivió su exilio en Calabria.