Río Belbo Ediciones acaba de publicar Versos templados, noveno libro de María Lanese (Ripalimosani, 1945) y el quinto que la poeta publica en edición bilingüe castellano-italiano. Como en los libros precedentes, las versiones al italiano están hechas por Antonio Pinto. El texto que sigue es el prólogo que escribió Albeiro Montoya Guiral para esta edición
Por Albeiro Montoya Guiral
Las aguas sagradas del origen / Acerca de Versos templados de María Lanese
Tal vez una de las más bellas definiciones de poesía sea la que, en medio del peregrinaje que era su vida, Paul Celan encontró, a la vez, para justificarse a sí mismo: La poesía es una especie de regreso a casa. Más tarde, el poeta se habría de imponer el silencio ante el fracaso de la amistad, del ser humano o, dicho de otro modo, iba a decirle a la cara a la filosofía que no esperara más de la poesía, que esta no iba a ser cantera de investigación sino reclamo, fuego incesante en la conciencia. Cuando el poeta rumano de ascendencia judía, el 25 julio de 1967 visitara a Martin Heidegger en su cabaña de Todtnauberg, en el corazón de la Selva Negra, en el momento en que aludió a la siniestra amenaza de un nuevo levantamiento nazi y a la necesidad de que el filósofo alemán se expresara públicamente al respecto, de este no obtuvo otra respuesta que el silencio. Pero el silencio de la filosofía fue cinismo y complicidad y el de la poesía desde Celan ha sido resistencia.
Todtnauberg, el poema que nació a partir de la inscripción en el libro de visitas de su amigo, serviría para aliviar su dolor: «Árnica, bálsamo de los ojos, el/ trago en el pozo de agua con el/ balde de estrellas encima». Sin embargo, el verso de su primer libro, «Verde moho es la casa del olvido», cobraría mucho sentido de ahí en adelante hasta cuando el poeta se detuviera a orillas del Sena y decidiera irse a vivir para siempre a las profundidades del agua enamorada.
Toda esta evocación de quien podríamos considerar el mejor poeta en lengua alemana de su momento nos permite desembocar en otra inmensidad poética, en un contraste entre líricas de igual potencia. María Lanese no concibe, en este libro, la escritura como una forma de regreso a casa. En estos versos, que en breve aparecerán ante tu mirada, Ripalimosani no ha estado ausente nunca, la poeta no ha partido ni ha dejado de ser una de sus habitantes; su pueblo natal es ahora la poesía donde ella ha habitado siempre, es la casa inconmensurable que ella misma ha construido con Versos templados, arquitecta de la luz.
El puente ha sido tendido con satisfacción desde Rosario, en una época en que Argentina lucha con mayor vehemencia por salirle al paso a los rezagos de la tiranía. Y empieza con una declaración de amor a sus amigos, con una invocación a sus «voces antiguas/ con engarces de espuma», sus amados amigos, por quienes la poeta demuestra la lealtad del lenguaje y del espíritu de modo que permite, para dar fe de ello, que estas manos, trémulas, mientras cae un sol inexistente en una Bogotá agonizante, den vida a estas palabras que tan bien Antonio Pinto habrá de verter a su lengua materna, «a las aguas/ sagradas del origen».
En medio de este contexto de una Latinoamérica pesimista, la poeta nos llama a desperdigar las cenizas que ensucian la memoria. Nos extiende la preocupación por el entendimiento: «Amo las formas de la vida/ trato de entender», dice, y evoca así a su compañero de estante en la biblioteca del tiempo, Jorge Luis Borges, en el momento en que nos interpretaba La escritura del dios: «¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!» Dicha, necesidad de entender que en Versos templados se despierta, se despliega y se eleva. Libro que no es solo hogar, puente o devenir, sino ímpetu salvaje que nace de la levedad. Clave para resistir: «En tiempos ásperos/ habitar nuestro destierro».
La poesía ya no es un camino de regreso sino un enfrentamiento a la realidad que logra resultados más allá de los símbolos de los que se vale. La poesía no es huida, es en este libro la forma más sutil de violencia, en el sentido en que la concebía Enrique Lihn, pues es en sí misma una crítica de la noción de realidad. «¡Qué sería del mundo/ sin ese impulso/ que libera las potencias!», exclaman los versos de uno de los últimos poemas.
En las palabras de María Lanese un solo océano tiene el mundo y ha nacido el agua de todos los riachuelos; viene a decirnos que en la poesía toda identidad es válida o se disipa, que toda preocupación humana encuentra, al fin y al cabo, la corriente. Este libro de poemas que tienes en las manos, hecho de soles vivos, es el Cantos de vida y esperanza de nuestro tiempo.
Bogotá, septiembre de 2019