Biografía de Cesare Pavese: 4ª entrega

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Presentamos el cuarto capítulo de esta biografía de Cesare Pavese escrita por Franco Vaccaneo y traducida al castellano por Julio Cano y Rosario Gómez Valls, con la invalorable ayuda de Antonio Pinto en la resolución de puntuales dudas respecto del texto en italiano.

CESARE PAVESE

VIDA COLINAS LIBROS

UN LIBRO DE FRANCO VACCANEO

Traducción al castellano de

Rosario Gómez Valls y Julio Cano

CESARE PAVESE VITA COLLINE LIBRI SE PUBLICÓ EN JUNIO DEL 2020, POR LA EDITORIAL PRIULI & VERLUCCA DE TORINO, ITALIA. A LOS EDITORES, AL AUTOR Y A LOS TRADUCTORES AL CASTELLANO VA DIRIGIDO EL MAYOR DE NUESTROS AGRADECIMIENTOS: EL GENEROSO COMPROMISO DE TODOS ELLOS HIZO POSIBLE LA PUBLICACIÓN DE ESTE LIBRO.

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Del paese a la ciudad*

La aventura existencial de Pavese y de muchos personajes suyos se inicia en Santo Stefano Belbo, rústico sitio en el fondo de un valle:

Santo Stefano Belbo, en el comienzo del valle del Belbo, es un poco la capital de Le Langhe,

donde sus últimas estribaciones se conectan con las primeras colinas del Monferrato.

Mi pueblo consiste en cuatro casas y un gran espacio con fango, pero lo atraviesa una ruta provincial donde jugaba de niño. Dado que, repito, soy ambicioso, quería vagar por todo el mundo y, junto a sitios lejanos, girar y decir en presencia de todos “¿no han sentido nunca nombrar aquellos cuatro techos? Y bien, yo vengo de allí”.

Su casa natal está un poco en las afueras, en la ruta hacia Canelli: residencia estival de campaña de una familia de pequeños propietarios de tierras que se hicieron urbanos. Fue vendida luego por la madre, cuando enviudó y compró una nueva casa en la campaña de Reaglie, sobre la colina torinense, más cómoda y vecina a la familia que ya se había hecho ciudadana del todo. El padre Eugenio había muerto a los 47 años de un tumor cerebral, después de una penosa agonía. Cesare tenía en ese entonces apenas seis años y la muerte del padre marcó profundamente su infancia. Durante toda la vida lo preocupó el temor de que el cáncer paterno fuera hereditario. La madre, Consolina Mesturini, era originaria del Tisineto Po, en el Casale, y provenía de una acomodada familia de comerciantes. Una vez viuda debió hacerse cargo, sola, de los dos hijos, y lo hizo con mucha determinación, “sin besos ni palabras superfluas”, como escribe Pavese en Fiesta de Agosto. En 1930, muerta su madre, fue la hermana mayor, María, quien se hizo cargo de él. En el apartamento de la hermana, en Vía Lamarmora, en Torino, Cesare tenía una pieza donde estudiaba, leía, escribía y raramente recibía alguna visita o daba clases privadas. Hacía un poco la vida de un pensionista y no le agradaban las interferencias de los familiares. Así describe la atmósfera de esa habitación uno de sus jóvenes alumnos, Paolo Cinanni:

(…) me había dado cita en su casa, un sábado de tarde, cuando yo no trabajaba; llegó puntual y vino a abrirme él mismo, haciéndome entrar en “su refugio”, la primera habitación que comunicaba con la misma entrada de la casa, no grande, con una ventana que daba sobre la calle, con tres paredes cubiertas de estantes llenos de libros y una cuarta con una camita y un estante, que tenía encima tantas medicinas que el aire estaba saturado de olor a alcanfor. En el centro de la pieza había una gran mesa cuadrada con pilas de libros y de papeles desordenados: en medio de la mesa había un gran recipiente de cerámica con muchas pipas dentro: una estaba apagada, apoyada en un libro abierto que tenía delante. Me invitó a sentarme con un gesto y ubicándose también él del otro lado de la mesa, repitió otra vez: “este es mi refugio”, haciendo un largo gesto con la mano como para presentarme todo el ambiente (más adelante, cuando tuvimos más confianza, lo llamaba a menudo “mi pensatorio”): en aquella habitación pasaba la mayor parte del tiempo, en ella escribió sus primeros libros, aislado del mundo y de su propia familia.

De la hermana María, casada con Gugliermo Sini, Pavese escribió:

Quiero mucho a mi hermana porque no habla nunca, porque ha sido más bella que yo, porque sé que está desilusionada y herida por las cosas que más quiere (la casa, los niños y la vida), porque tiene las manos estropeadas por los trabajos, porque se levanta cada mañana al alba y va a la iglesia, aunque no crea, pero se abandona un momento y además es como un deber, algo rígido y justo que debe hacerse.

Existen diversas fotos de Pavese y de sus familiares en Reaglie, en la nueva casa de descanso vecina a Torino que sustituyó a aquella de le Langhe, cargada de dolorosos recuerdos. En algunas, Pavese está con el perro en los bosques vecinos a la casa, o en bicicleta: era un niño muy tímido, miope y confuso, que se retraía mucho, del cual hacían burla los otros niños que, comprendiendo su fragilidad, le escondían el gorro durante las funciones religiosas en la iglesia. Durante el período liceal, esta casa se vuelve el refugio para divertidas aventuras, como recuerda su amigo y compañero de escuela Tulio Pinelli:

Las cenas en Reaglie (…) todos juntos en esa casa. Se iba caminando desde la estación final del tren. Primero hacíamos la compra: pan, salame, jamón, vino (…) se subía a pie y pasábamos allí la noche, bebíamos y después volvíamos a casa arrastrando las rodillas por la tierra. En primavera nos habíamos acostumbrado a pasar toda la jornada en la colina y a vagabundear sin destino. Partíamos de mañana y volvíamos de noche, tarde. Estábamos en la colina, en medio de la aventura. El asunto, después, era encontrar una piola, un lugar para comer. Hablábamos siempre de escritura y de mujeres. El problema era que él detestaba el vino tinto porque decía que le recordaba la sangre. Yo le decía que en la colina podía encontrar todo el vino tinto que quisiera, pero vino blanco ni soñar. Y luego, finalmente, llegábamos cansados, muertos y hambrientos a un pequeño restaurante en la colina y la primera cosa que decía era: “¿Tiene vino blanco?”. “Sí, una botella”. Entonces nos sentábamos allí con la botella de vino blanco. La siesta de la vendimia, las fogatas, la bagna cauda con morrones, formaban parte de nuestra vida. Pavese se divertía, tenía momentos de diversión, de alegría, le gustaba beber y cuando volvía de Reaglie también se bamboleaba.

Toda la carrera escolar de Pavese, excepto la elemental en Santo Stefano Belbo, la hizo en Torino. En el liceo encontró un maestro excepcional en Augusto Monti, del cual, una vez terminado los estudios, se hizo amigo. Evocando nuevamente su carrera de profesor, interrumpida por el arresto y la cárcel, por actividad antifascista, Augusto Monti escribió:

El cuento, en síntesis, es este: yo a mis alumnos, a aquellos de Torino, a los que más quería, he dado una cosa que podrían muy bien encontrar por sí mismos: la lectura de los clásicos; y algo de lo cual podríamos haber pasado, la política, el antifascismo. Eso, a mí, me ha dado mucho… me han aportado mi verdadera vida, me han dado su vida.

Monti afrontó la prisión, en edad ya más bien avanzada, con sólido estoicismo, rechazando el pedido de gracia que, probablemente, hubiera sido aceptado calurosamente incluso por el senador Giovanni Agnelli, cuyo hijo había sido alumno privado suyo. No quería ser menos que sus muchachos con los cuales había amistosamente compartido los tiempos felices de la escuela, bruscamente interrumpidos por todo el tiempo del arresto. Hablando de Renzo Giua, uno de los alumnos más jóvenes, voluntario en España donde murió durante una batalla a los 24 años, Máximo Mila recuerda de aquellos tiempos:

Los reencuentros bisemanales, presididos por Monti, en este o aquel café, quien tenía el alto honor de recibirnos; las cenas del sábado en el Nazionale con los rituales angiolotti; las tardes de cine, exploraciones en barra, el Po con la barca hacia delante y, detrás de mí, está Renzo, la montaña, el boxeo, los conciertos. Todas estas costumbres terminaron bruscamente, como fulminadas por un rayo en un cielo sereno, por la llegada del marzo de 1934: el episodio de Ponte Tresa, Mario Levi que se salva a nado llegando hasta más allá de la frontera suiza, Sion Segre, arrestado con el auto lleno de material G.L., en Torino la gran cantidad de arrestos: Ginsburg, Monti, Carlo Levi, la Allason y todo su “saloncito” donde Renzo asistía frecuentemente.

Renzo Giua era uno de los amigos más queridos por Pavese y su muerte, junto a la de otros amigos, como Leone Ginsburg, Giaime Pintor y de su joven alumno, Gaspare Pajetta, pesó en la formación de aquel sentimiento de culpa por su no participación en la lucha militante contra el fascismo. En un reciente volumen de Anna Foa, hija de Vittorio, el sobrino de Renzo Giua por parte de la madre, hay una referencia a esto:

En la casa de los abuelos, en Torino, en la calle Peschiera, había un marco con una fotografía de Cesare Pavese, que, bajo el vidrio, tenía un ramito de olivo recogido por mi abuela en Extremadura, en el lugar donde Renzo había caído. De Renzo, Pavese había sido amigo y su muerte le había dolido mucho. No sé por qué mi abuela había elegido justo una foto de Pavese, y no aquella, por ejemplo, de Mario Levi, que había sido amigo fraterno de mi tío. Probablemente lo había hecho después del suicidio de Pavese, considerándolos unidos en la muerte.

(Anna Foa, “La familia” editado por Laterza)

Recuerda Guiseppe Trevisani, traductor y colaborador de Pavese en la Einaudi:

Conservó todo el período escolástico, los temas, la poesía, los apuntes de las cartas. Todo con las fechas. Escribió en aquel período, también, un poema, pero de inspiración danunziana; dijo que lo había escrito en la colina, sentado bajo las ramas bajas de un árbol.

Escribió también sus primeros versos juveniles, La pornoteca, obra graciosa y vagamente obscena en colaboración con el amigo más querido de aquellos años, Mario Sturani, quien se casó con Luisotta Monti, hija del querido profesor. Él y Pavese en los tiempos del liceo eran inseparables; lo definió como “mi hermano mayor”. Artista refinado y sensible, Sturani devino en un pintor importante y creador de cerámicas para la empresa Lensi de Torino. Otro compañero, Carlo Pregella, hijo del profesor de matemáticas Piro Pregella, se suicidó en 1929. Pavese se sintió muy conmovido y escribió así a la amiga Ponina Tallone, de la familia del célebre estampador Alberto:

El otro día un antiguo compañero se disparó un tiro al corazón y borbotaba en un pozo de sangre. Y bien, así terminaremos todos. Estoy alegre, ¿no?

Para su alumno más querido, Monti hubiera deseado una tranquila vida de profesor. Traicionado por el alumno, en la vida como en los ideales literarios, mantuvo con él, sin embargo, una relación dialéctica pero acompañada siempre por un gran afecto. Por eso lo llamaron el maestro adverso, quien se refería a Pavese como:

el primero de mis alumno que, completado el ciclo escolar, había querido hacerse amigo mío, el primero entonces, aun cronológicamente, de mis alumnos más próximos, ha sido aquel con quien luego he discutido más –con quien he, literalmente, litigado.

De aquel incomparable maestro, no sólo de escuela sino de vida, aprendieron otra importante lección, como lo testimonia Massimo Mila, otro de los alumnos amados, el que, aún resfriado, concurría a clase para no perderse las lecturas comentadas que Monti hacía de los clásicos:

Ser hombres antes que literatos: esta es la gran necesidad, el núcleo mismo de aquellos jóvenes que quisieron conocer la vida en su esencia, no ya una vida al modo bontempelliana1, intensa o adornada de modos dannunzianos, esteticista y aristocrática, sino la vida de la gente común, del obrero o del empleado, con sus placeres simples y hasta un poco vulgares, con los viajes en barca, la muchacha, el cine, la pipa y el medio litro bebido pacíficamente en la cantina. Y conocer esta vida directamente, por un contacto inmediato, no a través de los esquemas desdichados de la literatura; de la propia porción de humanidad común no olvidarse, no defraudarla a ningún costo.

En su juventud, Pavese, dando lecciones privadas, frecuentó a personas muy ricas, a menudo aristocráticas, como los condes Bodo. En la relación con ellos mostraba curiosidad y hallaba extravagantes sus costumbres, sus vestimentas, él, que vestía siempre de manera muy desaliñado. Desde 1935, el año de su exilio, vistió únicamente prendas negras, excepto una horrenda gabardina verde que lució para su triunfo en el premio Strega. Andaba únicamente a pie y en el tranvía, nunca en taxi; decía que los taxis se toman solamente cuando muere alguien. En cierta ocasión, debiendo sufrir una intervención operatoria, fue en tranvía y regresó a pie. En otra, permaneció toda una mañana fascinado, observando el espectáculo de muebles muy valiosos que salían de las ruinas de una casa bombardeaba a fin de ser salvados y transferidos, una larga procesión de espejos, estatuas, candelabros, divanes, poltronas. Se recibió en 1930 con una tesis sobre la interpretación de la poesía de Walt Whitman. Hubo de defenderla frente al profesor de literatura francesa Ferdinando Neri, luego de que el profesor de literatura inglesa no la hubiera aceptado. Fue gracias a la intercesión de Leone Ginzburg, ya incluido en los ambientes académicos, que Pavese logró recibirse. Esto se puede explicar fácilmente: la literatura norteamericana no existía como disciplina universitaria y todo aquello proveniente de los Estados Unidos recibía un trato hostil. Escribe Valerio Magrelli en la introducción a esa tesis, en una edición de Einaudi no comercializada:

(…) al concluir el libro, el lector podrá dejar de admirarse y tal vez conmovido del impulso con que este veinteañero de la Baja Langhe hacía su ruidoso ingreso en la literatura.

Después de graduarse pasó un período de vacaciones en la Langhe y, naturalmente, se dirigió a lo de su amigo carpintero. Recuerdo Nuto:

Cesare se había graduado recientemente y me escribió comunicándome el deseo de pasar algunos días en Santo Stefano y pidiéndome que le buscara un lugar que, según mi parecer, fuera bueno para pasar una quincena de días tranquilos. Y me lo veo llegar una hermosa mañana, un poco más alto y más delgado que la última vez que lo había visto. Traía consigo dos valijas. Lo acompañé a cuatro pasos de la estación, a un restaurante en donde había una pieza para alojamiento. El propietario tomó las dos valijas y nos acompañó. La habitación estaba en el segundo piso. A Cesare le gustó porque desde el balcón tenía una linda vista. Abrió rápidamente una de las valijas, llena de ropa, y tomó algunas prendas. Miré la otra valija y sólo entonces me di cuenta de que guardaba un gramófono.

En una pieza grande de la planta baja de aquel albergue-restaurante, Nuto, director de la banda musical del pueblo y buen clarinetista, enseñaba a sus alumnos y, alguna vez, tal vez también Pavese participó en las pruebas, situación que aparece representada en la poesía Fumadores de papel:

Me trajo a escuchar su banda. Se sienta en un rincón

y emboca el clarinete. Arranca un estruendo infernal.

Afuera, un viento furioso y los cachetazos, entre los relámpagos,

de la lluvia hacen que la luz vacile

cada cinco minutos. En la oscuridad, las caras

se torturan, trastornadas al tocar de memoria

un bailable. Enérgico, mi pobre amigo

conduce a todos desde el fondo. Y el clarinete se retuerce, se desfoga

como un alma solitaria, en un seco silencio.

Estas pobres latas están demasiado abolladas,

campesinas las manos que aprietan las teclas,

y las frentes, duras, que apenas se levantan de la tierra.

Miserable sangre agotada, extenuada

por muchas fatigas, se la oye mugir

en las noches y el amigo la guía

con esfuerzo mortal,

él, que tiene las manos endurecidas de tomar una maza,

de mover el cepillo de carpintero, de romperse el alma (…)

¿Pavese amaba la música? La música llamada culta, de arte, no le interesaba. Quedaba, sin embargo, abierta una rendija pequeña, modesta: la canción, es decir, las cancioncitas de la calle, las del cine, que llegaban a Italia con las primeras películas sonoras americanas. Amaba también las melodías locales, aquellas de las revistas del tipo de Rip o Bell Ami, A Zanzibar c`e una casseta tutta Bianca. Las pasiones musicales de Pavese eran solamente éstas, las canciones populares, como Ramona, que corrían de boca en boca. Además tenía curiosidad por el jazz, pero más que nada como hecho lingüístico, por el slang de las canciones de art nègre de Louis Armstrong. Aunque no apreciaba el verdadero valor musical del jazz, en aquella valija con el gramófono del que habla Nuto había discos de esta música, una novedad para la Italia de aquellos tiempos.

Después de su graduación, Pavese traduce textos de autores americanos y sueña con ir a los Estados Unidos y enseñar en alguna universidad. Era un traductor muy meticuloso. Dice Franco Ferrarotti, quien se inició en la traducción bajo la guía de Pavese en la Einaudi:

La traducción no consiste en transportar una lengua de una parte a otra (…) eso es un calco, la traducción no consiste en eso (…) no supone la correspondencia literal (…) se necesita comprender por qué se debe utilizar una palabra y no otra, por ejemplo, por qué se dice “tramonto” y no “crepúsculo”. Y esto lo he aprendido de él (…) en esto era un gran maestro.

Escribió muchas cartas al amigo músico Antonio Chiuminatto, residente en los Estados Unidos, para que le enviara la traducción exacta de los términos dialectales, el llamado slang. Chiuminatto era amigo de Mila y el primer encuentro con Pavese tuvo lugar en el desaparecido Café Mogna de Torino, frente a Porta Nuova. Luego de ese encuentro, el Café devino en el lugar habitual de los dos estudiantes torineses que se citaban para discutir en inglés, y el amigo de más allá del océano fue de una ayuda determinante en las traducciones norteamericanas de Pavese.

Para los términos náuticos de Moby Dick de Melville se volcó a la ayuda de otro amigo, Libero Novara, que había estado en un barco ballenero. Pero a pesar de sus repetidas insistencias, no logró llevar a cabo su sueño americano. Escribe a Chiuminatto el 2 de abril de 1932:

Estoy pronto para enseñar el italiano o a esposar a la más fea de las herederas con tal de ir para allí. Pregunta a la universidad si es posible encontrar un puesto de asistente, de portero, de, en fin, llámalo como quieras, pero ayúdame, de lo contrario, probaré suerte con la revolución en México y el contrabando a través de la frontera.

Norteamérica, sin embargo, continuó siendo para él solamente un sueño, un ideal, un mito literario. En lugar de América le tocó emprender, a pesar suyo, un doloroso viaje al Sur de Italia luego de su arresto en 1935: como ya hemos dicho, en su pieza se encontraron cartas comprometedoras dirigidas a su mujer amada, Battistina Pizzardo, personaje central en el catálogo sentimental de Pavese, activa militante del movimiento antifascista clandestino. Pavese conoció a Tina en la “viña” de Barbara Allason en la colina torinesa, lugar de encuentro de los opositores al fascismo.

En la autobiografía publicada por la editorial Mulino, con el título Sin pensarlo dos veces, Tina (como la llamaban los amigos) revela vividos flashes sobre esa intensa relación de consecuencias funestas:

Y llegó “el bello verano” en el cual se conocieron algunas obras de Pavese y que aún yo recuerdo como un verano feliz. Entre la mitad de julio y la feria de agosto tenía poquísimas lecciones y me regodeaba en la sensación de vacaciones que ofrece Torino cuando, en el bochorno del verano, la ciudad industriosa parece cerrarse y sólo las colinas y el agua –el Po, el Stura, Dora, Sangone– hierven de vida. Jornadas completas en barca. Remontar el Po hasta Moncalieri. Superar los rápidos y desembocar en el Sangone. La detención al mediodía y, cuando el sol baja, juegos deportivos en las riberas boscosas. Lectura entre dos bajo los árboles centenarios del Parque Michelotti por la mañana o en la tarde, en mi casa, con las persianas bajas y la corriente de aire que hace volar las cortinas (…) Me parece aún verlo: alto, con su cuerpo de adolescente tostado por el sol, short de baño y un gorrito de lana encasquetado hasta los lentes (Era el único en el Po en llevarlo con el traje de baño, él y los trabajadores de la arena).

Pero el bello verano terminó rápidamente y Pavese fue arrestado dos horas antes de participar en el concurso para la habilitación como enseñante. Fue el confinamiento lo que decidió por él entre una carrera de profesor, grata, además de a Monti, a su familia, y el trabajo en la literatura. Regresado del exilio, Pavese corrió a buscar a Tina Pizzardo. Llevaba como regalo una caja de coloretes comprada en Génova, entre un tren y otro, pero la desilusión fue tan dura como inesperada: la joven se estaba por casar con el exiliado polaco Enrico Rieser. Fue un período muy difícil para Pavese. Además de la desilusión sentimental debía encontrar un camino propio, siéndole ya obstaculizada la vía de la enseñanza. En Brancaleone había empezado su oficio de escribir de la misma forma en que lo concluyó: esto es, como poeta. (Trabajar cansa, de 1936, y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, de 1950).

En los quince años que van del confinamiento a la muerte, además del trabajo editorial tuvo el de narrador, comenzando en 1941 con Paese tuoi (término piamontés: De tu tierra) y concluido en 1950 con La luna y las fogatas. De poesía, sin embargo, no se vive, y Pavese, aun teniendo exigencias modestísimas, se unió con los amigos que en esos mismos años estaban fundando la editorial Einaudi. Sin embargo, rechazó un compromiso estable en la misma. Sostenía no necesitarlo, porque no debía mantener a nadie y para él bastaba un plato de sopa (provisto por la hermana) y un poco de tabaco. Por lo demás, su austeridad se volvió proverbial, como lo cuenta Giuseppe Trevisani:

Se obstinaba en protestar con actitud contra la riqueza; más que como un ciudadano, como un verdadero campesino. Durante años, después de la guerra tuvo el capricho de usar ropas mal trazadas, oscuras, tétricas. Su juventud había sido la época en que se usaban las horribles chaquetas cruzadas de inspiración militar. Después de la guerra, Pavese usó por años un sombrero impresentable que había recuperado de debajo de unos escombros.

Pero cuando se decidió a aceptar, se reveló como un colaborador infatigable y apasionado que se volvió en seguida el alma y la cabeza pensante de la editorial. Para él la Einaudi era todo: la casa, el trabajo, la cultura, los libros, las relaciones con la Italia literaria que importaba. Se cuenta que, el día siguiente al que fue bombardeada la sede de Einaudi en Torino, en 1942, estaba allí en su mesa de trabajo como cada mañana, después de limpiar los escombros de arriba de la misma. Se dedicaba a volverse un hombre-libro, como él mismo se autodefinía, como, del mismo modo, lo vio también Massimo Mila:

Para mí, Pavese era un hombre de papel, un pila de millares y millones de páginas de los libros más diversos, un compendio de literatura y pensamiento.

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*Nota de los traductores: Resolvimos mantener el vocablo original «paese» en lugar de «región» a fin de no perder el sentido de pertenencia existencial que Pavese sentía por su pueblo y su entorno, y que el autor Vaccaneo intenta expresar. Es evidente, además, que «paese» se aproxima a pago, expresión que se podría, asimismo, haber empleado.

1 NdT: Siguiendo los estándares de Bontempell.

(El presente capítulo, por su longitud, fue dividido en 2 partes: esta es la primera, la parte dos estará disponible a mediados de enero)

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