Vaz Ferreira: reflexiones sobre verdades nómadas

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Carlos Vaz Ferreira. Foto: Archivo El País.

Río Belbo Ediciones acaba de publicar El tao del séptimo hombre, libro de artículos del profesor de filosofía Julio Cano (Uruguay, 1943). A continuación publicamos su texto referido a Carlos Vaz Ferreira, un “pragmático emancipado” considerado el principal filósofo uruguayo. Para la presente edición digital, pensando principalmente en los lectores argentinos, el autor reescribió la versión original.

Por Julio Cano
El tao del séptimo hombre / 136 pp. / Disponible por envíos, en librerías de Rosario (Paradoxa) y muy pronto de Montevideo.

En una muy justa apreciación, Vaz Ferreira es considerado el principal filósofo uruguayo. Dada esta reconocida aceptación y teniendo a la vista la multitud de trabajos que se han publicado hasta ahora sobre su obra, queremos vincular su pensamiento con una de las tendencias actuales de la filosofía, la conocida como Pensamiento Complejo, que engloba una miríada de perspectivas interdisciplinarias y de la cual, lenta y trabajosamente, la filosofía va diseñando sus principales características conceptuales.

A efectos de este trabajo sólo nos abocaremos al manejo de uno de sus postulados, a saber: la concepción de la realidad como una trama no–sustancial y la relación del mismo con el pensamiento de Vaz.

Lo primero que llama la atención en el pensamiento de Ferreira es su carácter no sistemático, puesto que no elabora conceptos concatenados ni centrales para, desde ellos, acuñar otros conceptos (no es la suya una articulación lineal) ni tampoco su reflexión abarca a la realidad en su totalidad, no generaliza como preámbulo de sus exposiciones, esto es: no generaliza desde una determinada y bien asumida caracterización conceptual ubicable en una corriente o tendencia filosófica concreta.

Aunque no ha escrito la totalidad de su obra en base a aforismos, su escritura discurre por los senderos de la frase breve, nítida y escueta.

Sobre tal modalidad señala que  ella es producto del psiquear. No hay en el fenómeno del pensamiento, dice, un discurrir metódico que avance linealmente. Por el contrario, el torrente del pensamiento (o de la conciencia, tomando esta expresión de su tan estimado William James), avanza y retrocede, duda, tiene certezas que se trastocan abruptamente, entra en inesperadas y hasta no deseadas ensoñaciones para derivar luego a monotonías acordes a las experiencias más triviales, aún más: suele ser ambiguo y contradictorio.

Este aparente desorden, sin embargo, no es caótico sino que se adecua extremadamente bien a lo que es la realidad que envuelve (más que rodea) al proceso del pensar, que constituye una realidad procesal. Esto es lo que sintetiza con el término psiquear.

Por ende, la realidad es compleja (y no únicamente complicada) y constituye un entramado de procesos que no poseen núcleos específicos, claros y distintos unos de otros al grado de poder ser congelados en sus connotaciones y, así, ser separados, abstraídos. En rigor, la realidad no está constituida por entes aislados, pasibles de ser visualizados como evidentes en sí y por sí.

Referirse a un problema, pues, es referirse a una red de problemas, donde sus límites no solamente son inciertos sino que contienen ya los límites de otros problemas que le son conexos. El psiquear, de este modo, se ocupa de una multiplicidad de asuntos no discernibles entre sí. El pensar, proceso dinámico por excelencia, es un discurrir con fronteras móviles.

Pero nuestro autor desea filosofar, no quedarse en elucubraciones más propias de la ensoñación o –a título expreso– de la poesía. Quiere hacer uso de su razón para interrelacionarse con los otros humanos a fin de establecer comunidades de diálogo. Pese a la complejísima realidad que avizora, mantiene una confianza (que llamaríamos clásica)  en la capacidad de la razón para ir deslindando y, en la medida de sus frágiles posibilidades, respondiendo a “lo que hay”, es decir a la ontología de lo real  (lo de “frágil” es suyo).

Vaz fue responsable, en solitario, de una Cátedra de Conferencias creada específicamente para él por ley en 1913 y, desde allí, lenta y progresivamente, fue pensando y transmitiendo lo que tenía para decir. Esto implica lo que es bien conocido: su pensamiento fue eminentemente oral y en esto, a propósito, continúa una muy sentida metodología comenzada en occidente por los griegos y cuyo más conocido representante fue Sócrates. Así, muchos de sus textos fueron el resultado de anotaciones taquigráficas de sus conferencias, de ahí la impresión de conversación, de coloquio, que dejan la mayoría de sus escritos.

Corolario de lo anterior es el carácter asistemático de su filosofar. Pero asistematicidad no es sinónimo de dispersión sin control (sin control racional). Es el suyo un trabajo filosófico en sentido estricto, en donde utiliza la metodología del ensayo pero no abre las fronteras de lo que dice y sobre qué dice tanto como lo hace el típico ensayo. Tampoco como éste queda reducida la reflexión a las concretas circunstancias en que se dice algo de alguna propuesta teórica o de algún suceso.

Generaliza hasta alcanzar un grado de abstracción típico de la filosofía. Y, como lo señala permanentemente, es muy consciente de todo esto, asumiendo el riesgo inherente de la confusión posible.

Otra característica de su pensamiento es la dedicación que presta a los errores que se cometen frecuentemente en el razonamiento. Esta que, en él, es una verdadera persecución de las falacias, sean conscientes o inconscientes, es algo así como una marca de fábrica de Vaz. “Falacia” debe ser entendida como “argumento aparente”, esto es, una forma de argumento no válido y no “error” como equivalente a invalidez lógica o falsedad en el terreno experimental.

Dedicarse a esta batalla contra las falacias puede llevar a pensar que nuestro autor utilizó sus energías en un asunto por demás menor. Al fin de cuentas, con lo errático que es el lenguaje, ¿vale la pena el esfuerzo aplicado en perseguirlas? Esta interrogante no es de fácil dilucidación pero Vaz se esfuerza por aclarar lo aclarable en esta constelación de problemas.

Así, la que pasa por ser su obra más importante, Lógica viva, vincula ya en el título el rigor de la lógica con la dinámica compleja de la vida. Y en esa relación, nuestro autor nos invita a pensar conjuntamente con él en el maridaje siempre tempestuoso entre lo claro y lo distinto y lo deductivo, por un lado, y lo intuitivo y orgánico de los procesos vitales, por el otro. Y enmarcado en la complejidad, ese lugar fronterizo es el sitio donde pueden aparecer los sofismas.

Ahora, ¿es lo suyo únicamente una propedéutica para pensar bien? No, francamente. Para él, pensar bien es pensar inmerso en la vida y no en un ámbito abstracto, separado, y si se abstrae lo que se piensa, ello constituirá una actitud intelectual provisoria ya que lo que no se integra a la vida cotidiana, no se conoce. Esta es la posición de un pragmático, ciertamente, pero de un pragmático emancipado, como gustaba definirse a sí mismo.

Tal emancipación lo llevó a un problema filosófico que hizo célebre: pensar por ideas a tener en cuenta o pensar por sistemas.

Hay dos modos de hacer uso de una observación exacta o de una reflexión justa: el primero, es sacar de ella, consciente o inconscientemente, un sistema destinado a aplicarse en todos los casos; el segundo, preservarla, anotarla, consciente o inconscientemente también, como algo que hay que tener en cuenta cuando se reflexiona en cada caso sobre los problemas reales y concretos. (Lógica Viva, p. 128).

Vaz se decanta por la segunda postura y lo hace detallando una gran cantidad de ejemplos. Respecto a los sistemas, dice que cuando son utilizados en el desarrollo del pensar sin dejar paso a las posibles e inevitables contradicciones que puedan aparecer, a las zonas oscuras o a las aporías, son consideradas por él como la antesala del dogmatismo cuando no la fatal caída en el mismo.

Su rechazo a todo dogmatismo (sea filosófico, religioso o político) no sólo responde coherentemente a su no sistematicidad sino que, además, obedece a su posicionamiento respecto al diálogo, verdadero corazón del filosofar genuino.

El diálogo es escucha atenta del otro, aun cuando el decir del otro no tenga la menor relación de cercanía intelectual o de directa simpatía con mi argumentación. Por lo cual hay que estar intelectualmente alerta en la confrontación dialógica con el otro. Tampoco hay que caer en la ingenuidad ya que sólo es posible dialogar cuando existe una predisposición para lograrlo entre ambos interlocutores. Con el dogmático es inútil todo esfuerzo ya que no aceptará otras argumentaciones que las propias.

En la actitud del pensar por ideas a tener en cuenta tampoco se está en el eclecticismo, al que Vaz combate con tanto vigor como el que emplea contra el dogmatismo.

Entendemos que todo esto se enmarca en un contexto que Vaz no llegó a conocer y que se fue procesando a lo largo del siglo XX y de lo que va de éste. Estamos queriendo decir que el pensar por ideas a tener en cuenta es asumir desarrollos conceptuales que no estan acotados en los límites del pensar del autor y que, por ende, Vaz se encuentra incluido, implícitamente, en la concepción que afirma que, en el filosofar, no existen lenguajes privados. Y sucede que la historia de la filosofía occidental está plagada de lenguajes privados, una de cuyas características definitorias es la polémica contra otros lenguajes privados. “…porque no sólo hay que defenderse de las soluciones: hay que defenderse hasta de las cuestiones, de los mismos problemas de los enunciados”. ( íd., p. 120).

Las cuestiones de grado

Cuando se piensa por ideas a tener en cuenta aparecen las cuestiones de grado.

Mientras se piensa por sistemas, no: se tiene un sistema hecho y se lo aplica en todos los casos, porque sólo se tiene en cuenta una idea y se piensa con esa idea sola; pero cuando se piensa con muchas ideas, cuando se piensa con todas las ideas posibles, entonces surgen inmediatamente las cuestiones de grados (Lógica Viva, pág.. 144).

¿A qué se refiere Vaz Ferreira con cuestiones de grado? Nada menos que al grado de aceptación racional que puedan tener en mi recepción las concepciones de diversa índole formuladas en torno a un problema filosófico. Esas concepciones se expresan en enunciados aseverativos cargados de valor, admitidos tales valores, o no, por quienes los enuncian.

Y la cuestión de grados –continúa Vaz– no se puede resolver de un modo geométrico. Lo único formulable es esto: en pro, hay tales razones; en contra, hay tales otras; hay que tenerlas en cuenta, a unas y a otras, pensar y proceder sensatamente según los casos (íd, pág.. 145).

Mencionar la sensatez parece aquí admisión de la no completitud constitutiva de los argumentos. De ahí que adose otro vocablo: el de equilibrio.

En realidad, lo que hay que hacer, y esto es lo difícil, es equilibrar esas ideas; y para esto, nadie es capaz de dar una fórmula: la solución se   encuentra en tomar en cuenta todos los razonamientos (íd, pag. 146).

El día que se pensara así, muchas disciplinas del espíritu humano tomarían un aspecto diferente. Una… sería la Moral (íd.)

La Moral ha sido hecha hasta ahora por sistemas cerrados, cada uno de los cuales se ha condenado a no tener en cuenta más que uno sólo de los factores posibles de conducta. Una teoría ha decretado: ‘El único factor que hay que tener en cuenta es la simpatía’. Otra: ‘No, el único factor que hay que tener en cuenta es el placer personal’.

Y Vaz sigue enumerando factores de carácter exclusivo que se han presentado (la utilidad colectiva, el progreso, la expansión de la vida, el vitalismo, etc.)

“Entretanto, todos esos factores y otros muchos más, tienen valor; y si pensamos no por sistemas, sino por ideas a tener en cuenta ¡vean ahora cómo se nos agrandó nuestro asunto!– entenderemos que el ser humano sobre la tierra tiene que tener en cuenta al progreso, la expansión de la vida, la utilidad colectiva, la simpatía, etc. y todavía todas la hipótesis, posibilidades o esperanzas que se relacionen con lo desconocido.

Ahora, ¿cómo se combina esto con la Moral viva?

“Nadie es capaz de presentárnoslo formulado con números” (se trata de los límites del análisis de tipo newtoniano). “Pero quien sepa pensar así (y actuar así en el terreno moral) será quien tenga más probabilidades de que la moral ahonde en su alma” (íd, pp. 148-149).

La manera de pensar por sistemas “se va haciendo cada vez más difícil y peligrosa a medida que se trata de asuntos más complejos” (tener en cuenta que esto fue escrito en 1910).

Actualmente se ha venido constatando que los problemas complejos constituyen no la excepción, sino la regla, y que los problemas meramente complicados son bastante raros en el terreno de lo viviente. O, si se quiere, que estos últimos son los que se acotan, se reducen, a efectos de analizarlos caso por caso pero que, en definitiva, se estructuran anidando en problemas complejos.

Si esta presentación resulta interesante para la interrelación entre modalidades de pensamiento, se hace directamente apasionante cuando el terreno es la práctica, la nuda práctica, vale decir, cuando estamos en el terreno de las interrelaciones humanas siempre cargadas de valor, a saber: el terreno moral.

Cuando nos abocamos a un problema moral nos encontramos con un cruce de valoraciones  donde no podemos referirnos a una sola o única perspectiva, y sabiendo que ese problema ya llega hasta nosotros interrelacionado con otros en una densa complejidad. Para poder dar cuenta del mismo en sus múltiples, dinámicas, semovientes configuraciones, no podemos, entonces, valernos del pensar analítico deductivo. (Aquí podemos agregar como reflexión que uno de los mayores problemas a que se vio enfrentado el análisis en el siglo XX fue la imposibilidad de aplicar sus herramientas tradicionales a los problemas complejos).

En definitiva, los problemas morales son todos de índole compleja. Dar cuenta de  elementos fundamentales, esenciales que los componen, es una tarea inútil porque no hay elementos que existan así, no puede hablarse de partes ya que se constata una evidente no–sustancialidad de los elementos que, hipotéticamente, harían las veces de ladrillos elementales. No existen entes constitutivos, sino configuraciones que deben ser estudiadas como puntos de vista parciales. Como dice Vaz Ferreira, muchos de tales puntos de vista pueden ser muy sólidos en su fundamentación. Esto puede implicar, a su vez, que ellos puedan ser enunciados como conceptos pero no como conceptos morales en el marco de la racionalidad tradicional sino como, a falta de mayor rigor, llamaremos aseveraciones provisorias. Tales aseveraciones existen en red con otras aseveraciones y en ellas son clave las relaciones y no su estatuto entitativo. Como antecedente filosófico, esto significa concebir a la realidad como un conjunto hipercomplejo de redes, es decir, un macro proceso no sustancial, no dual.

Y esto implica asumir una ética que trate a los problemas morales como interrelaciones de puntos de vista valorativos, pasibles de ser modificados pero asimismo sólidos en su precariedad. En esta perspectiva, la posible solidez conceptual se halla en los cruces de camino.

El esfuerzo de Vaz se encaminó hacia la elaboración de una obra que llamaría Moral Viva y que no pudo concretar, aunque Fermentario (1938) se aproximó bastante a esta meta. En muchos pasajes de este texto se hacen referencias explícitas a lo que venimos exponiendo sobre las relaciones entre su pensamiento y el Pensamiento Lateral: “Aún en la vida del hombre más elevado y puro, hay mal realizado, daño causado, dolor producido…” (p. 36). “Además, hay la duda moral” que está presente aun en aquel que hubiera resuelto todas las dificultades morales. Y “duda moral es sufrimiento. Y es también intranquilidad de conciencia” (p. 37). Esta ambigüedad es consustancial al comportamiento moral, tal como lo han advertido muchos filósofos a lo largo de la historia.

Y sobre los libros que son auténticamente libros sobre moral, añade:

Los verdaderos libros moralizadores tienen que haber sido escritos por quien sea capaz de sentir el dolor y la injusticia y su parcial inevitabilidad (pág. 38).

El primer psicodrama de Fermentario dice:

Cuando un hombre ha leído y pensado mucho, sus maneras de no entender son infinitamente más profundas e inteligentes que sus maneras de entender. En realidad, son las únicas que miden la profundidad que ha alcanzado su pensamiento. Pero no pueden expresarse con palabras.

Una interpretación de lo expresado según nuestro modo de entender seria más o menos así:

Cuando un hombre ha actuado mucho y ha pensado otro tanto, sus maneras de no comprender dónde y cómo sus actos son moralmente acertados son infinitamente más profundas y sapientes que sus modos de saberlo a través de una ética sólidamente fundada. En realidad, son las únicas que miden la profundidad que ha alcanzado su accionar. Pero no pueden ser expresadas con palabras. Dice sobre lo mismo Manuel Vázquez Montalbán: Sólo desde la ambigüedad de fondo se pueden tomar decisiones verdaderamente unívocas. 

El segundo psicodrama dice:

Lo más peligroso para la independencia del pensamiento humano no es precisamente que haya soluciones hechas, sino que haya problemas hechos.

En el terreno moral se podría parafrasear lo anterior anotando que lo más peligroso para la independencia del accionar y de la concomitante reflexión ética no es precisamente que haya soluciones morales hechas, fijas, preestablecidas por alguna autoridad, sino que existan problemas morales precedentes a la acción establecidos por alguna autoridad “autoritaria”.

Y esto se relaciona directamente con lo que dice el tercer psicodrama:

Dos clases de “pensadores”: los que manejan las clasificaciones y los que son manejados por ellas.

A propósito, introdujimos el vocablo “sapiente” en el contexto de la moral y no “inteligente” porque un conocimiento en profundidad de los comportamientos propios y ajenos (especialmente de estos últimos) desborda el plano dianoético y apela a la intuición como forma de conocimiento.

Hay que aclarar que Vaz no habla de este modo sino que señala un nivel “hiperlógico” intuitivo para captar lo que no puede el conocimiento moral. Para captar a través de la lateralidad decimos ahora, y para resolver, cuando y como se pueda, un problema moral apelando a la densidad de las redes que lo articulan.

“…el buen sentido hiperlógico, esto es, esa especie de instinto lógico que, en las cuestiones de grados sobre todo, venía a intervenir después del raciocinio o simultáneamente con él, para equilibrar los razonamientos opuestos, para mantener constantemente el juego de las múltiples ideas e impedir que una de ellas predomine indebidamente sobre las demás y nos llevara a la falsa sistematización”.

Vaz Ferreira se opone a las tendencias positivistas presentes en su época en cuestiones de educación. En rigor, es precisamente él quien produce un cambio de marcha en este terreno y quien primero sugiere que el fenómeno educativo es sumamente complejo y que su práctica debe realizarse teniendo en cuenta las experiencias y los resultados de varias disciplinas simultáneamente.

De esta manera introduce en la pedagogía el criterio de ideas a tener en cuenta y de lo interdisciplinario (aunque, obviamente, este último término no existía todavía).

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