La prudencia de Aristóteles en nuestros días: de “La ética a Nicómaco” a una novela de Onetti
Por Julio Cano
En la nota anterior comenzamos a reflexionar sobre la prudencia tal como la estudió Aristóteles, teniendo presente que se trata de un término complejo y que (esto es decisivo) debemos hacer el esfuerzo por relacionarlo con los interrogantes filosóficos actuales.
Vimos que una de las características de la prudencia aristotélica consiste en condicionar el propio comportamiento en momentos de confrontación con situaciones problemáticas, que tal condicionamiento pasa por demorarse en la toma de decisiones, y que en esa demora el elemento clave es la reflexión.
De ahí saltamos a nuestro presente para dejar planteado, de forma provisoria, que el actual individualismo no ofrece ninguna vinculación con las demoras reflexivas; por el contrario, emerge desde una perspectiva que es contraria a las mismas desde cualquier lado desde donde se lo analice.
Ahora seguiremos incursionando brevemente en los desarrollos del pensamiento ético de Aristóteles, lo que va a suponer encontrarse con una red densa de propuestas de las que, hay que admitirlo, no es probable que lleguemos a agotar las respuestas (tampoco esa es nuestra intención). Digamos que queremos extraer del pensamiento del estagirita algunos conceptos que nos ayuden en nuestro ejercicio. En este sentido, veremos enseguida una línea de racionalidad práctica que tiene a su metafísica como punto de partida.
En la Ética a Nicómaco Aristóteles se refiere a la prudencia como una virtud (areté) que se vincula directamente con lo que considera la dimensión práctica de la razón. Sobre las virtudes digamos que no son innatas, sino adquiridas, y que su adquisición puede suceder de dos formas: por la práctica (a la que llama virtudes morales) o a través de la tarea intelectual (a la que llama virtudes dianoéticas). La prudencia es una de las virtudes dianoéticas.
Pero a estas alturas nos pueden preguntar legítimamente qué definición de la prudencia propone Aristóteles. Resulta intrigante pero, al mismo tiempo, una actitud fecunda el que no haya dado una explícita definición al respecto. En el libro VI de la Ética a Nicómaco dice lo siguiente:
“La prudencia es una disposición práctica acompañada por regla verdadera que concierne a lo que es bueno y malo para el hombre”.
Veamos. Es una disposición práctica, y al designarla de este modo se la diferencia de la actividad teórica (que es específicamente racional) y de la actividad poiética (que es la que produce, en el arte y en la técnica). Aquí práctica, praxis, indica el actuar humano en el mundo, con los otros; esto es, socialmente. Ahora: si la prudencia es una disposición práctica demuestra que es, a lo sumo, una virtud. Hay que especificar más para entenderla.
“Mientras la virtud moral es una disposición práctica que concierne a la elección, la prudencia es una disposición práctica que concierne a la regla de la elección; no se trata de la rectitud de la acción sino de la precisión del criterio; por esto la prudencia es una disposición práctica acompañada por regla verdadera.” (P. Aubenque, La prudencia en Aristóteles, p. 65).
La precisión del criterio: esto implica deslindar qué es lo bueno y qué es lo malo para el hombre, pero no para el hombre en general, sino para éste hombre concreto y, esto es crucial, en esta situación específica. De ahí que Aristóteles parta del prudente concreto, el frónimos. Señalemos que en varios momentos del texto se dedica a describir morosamente tipos de hombres caracterizados por una areté (por ejemplo: la valentía o la magnanimidad) en una suerte de caracterología que, a propósito, ha sido un eje para conformar una disciplina de los carácteres (hoy una actividad en completo desuso).
Las palabras iniciales en el estudio de la prudencia ya enuncian el nominalismo de su posición: “En cuanto a la prudencia, podemos comprender su naturaleza considerando a qué hombres llamamos prudentes” (Ética a Nicómaco, libro VI). Nuestro autor parte de la constatación práctica de quienes consideramos prudentes, y no del concepto abstracto de prudente. Es fuerte lo que dice, ya que debe apoyarse en una filosofía de la práctica y no en la metafísica estricta, y esta postura se diferencia drásticamente de la propuesta por Platón y, más en general, del resto de la filosofía griega. Tengamos presente que, como toda gran filosofía, la que estamos estudiando no se estructura en una serie de compartimentos estancos, sino que en ella los conceptos se trasvasan de un campo a otro, en este caso desde la ética a la metafísica y viceversa. La fundamentación del comportamiento guiado por la prudencia, entonces, es metafísica.
La importancia de la prudencia en esta ética se descubre, asimismo, en la definición de la virtud (areté) que aparece en el libro II: “La virtud es una disposición selectiva que consiste en un término medio relativo a nosotros, determinado por la regla recta y por aquella por la cual decidiría el hombre prudente”. Ser virtuoso supone mantener una práctica del justo medio y el criterio del justo medio es la regla recta. ¿Qué es la regla recta? Aristóteles no nos ofrece otro camino para conocerla que el comportamiento del hombre prudente, el frónimos (“… lo que decide el hombre prudente”)
De modo que para encontrar respuestas a la acción humana, a nuestra acción, habrá que ir más allá de la ética, habrá que vincular estas interrogantes con la metafísica aristotélica en una suerte de ontología de la contingencia (asunto en el que no entraremos ahora).
Por más vueltas que demos, la reflexión nos lleva siempre al comportamiento del hombre prudente. A lo particular y contingente, ya que la práctica humana se encuentra constantemente enfrentada con situaciones no experimentadas de antemano, contingentes y frecuentemente inesperadas, a las cuales debe dar respuesta.
La contingencia: la prudencia se mueve en el ámbito de lo contingente, es decir, de lo que puede ser de otra manera. Que, obvio es decirlo, es nuestro mundo. Ante esta realidad, se puede asumir que poco podemos hacer o, por el contrario, que ella es una invitación permanente a la acción. Como bien dice Aubenque: “El hecho de que en el mundo haya hechos azarosos inexplicables e imprevisibles es una invitación siempre renovada a la iniciativa del hombre”. Lo que no quiere decir que se sepa con certeza cuál será el resultado de la misma, nunca se sabrá de antemano lo que devendrá de nuestra acción. No habitamos el mundo de los dioses, por lo tanto nos debemos acomodar de continuo a la interrelación entre necesidad y contingencia.
Sin embargo, hay que aclarar que el prudente asume lo que considera una buena actitud frente a la acción, un comportamiento justo, con un carácter de seguridad. Se dice “la realidad a la que me enfrento es contingente pero, luego de la demora reflexiva, tengo seguro para mí qué senda voy a transitar y cómo la transitaré”. El prudente adopta un posicionamiento específico y no se aparta. Esta noción de posicionamiento la venimos madurando a lo largo del tiempo y se nos ha ocurrido que coincide con la propuesta aristotélica. Nos hacemos cargo de la misma e invitamos a los lectores a que intervengan en esta reflexión.
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El posicionamiento ante una situación en la que se debe actuar resulta crucial si sus consecuencias inciden en otros. Queremos decir: si esa situación se da en el terreno político, entendiendo por tal un suceso dado en la polis, en la ciudad, actuar políticamente implica asumir una posición y hay que saber que, al hacerlo, uno se alinea con otros en determinada posición y se enfrenta a otros más. No existe una posibilidad neutra, ya que los comportamientos siempre están cargados de valor y estos están situados.
Concordamos, pues, con Aristóteles en el lugar crucial de la política en nuestras vidas. Aunque vivió en una etapa en la cual se vislumbraba el ocaso de la ciudad griega y se avizoraba un cosmopolitismo que se haría típico en el Imperio Romano, por lo que podemos leer en su obra, se mantuvo siempre firme partidario de la polis y de sus características, una de las cuales era la pasión por la vida política.
Entonces señala que la actividad política es central en el hombre (dejemos de lado todas las limitaciones de esa concepción que excluía a las mujeres y a todos los que no fueran griegos). Lo político, para Aristóteles, forma parte orgánica del hombre. Una consecuencia importante de ello es que las decisiones que se tomen integran, indefectiblemente, una concreta posición. Que divide las aguas y hace emerger enfrentamientos nuevos, claro.
En la actividad política, ¿hay que estar tomando posiciones constantemente? Buena pregunta que contestamos diciendo que es crucial saber cuál es la importancia que posee cada circunstancia. No todas poseen la misma, claro, y deslindarlo es una actividad medular de la reflexión. Tomemos una historia para esclarecerlo:
Un caso. En su novela breve Los adioses, Juan Carlos Onetti relata la peripecia de un exbasquetbolista que viene a internarse en una clínica para tuberculosos en Córdoba, a principios de los años cincuenta del siglo pasado.
El relato es fragmentario a propósito y allí sólo avizoramos momentos de su vida. Los enigmas rodean entonces sus desplazamientos y sus relaciones. Tiene vinculación con dos mujeres que vienen a visitarlo esporádicamente y en algún momento se sabe que la mas joven es su hija. El mayor enigma del relato se esconde en una casita de las sierras cercanas en donde vivieron tres hermanas portuguesas, ya fallecidas, y en donde una de ellas fue su amante. El secreto que esconde la casita es el centro neurálgico de la vida de este atormentado protagonista, el que tomará la decisión mas importante de su vida.
Para llegar a esa decisión (suicidarse) debe posicionarse y, aunque no se nos revela, comprendemos que en esta obra no estamos frente a una sucesión de movimientos sin sentido, sino frente a una serie de decisiones importantes para el personaje pero no visibles para los lectores. En ese recorrido el protagonista va madurando una decisión clave para su existencia. Se posiciona en la misma sin revelarlo, ni siquiera a su hija, con quien convive hasta el final.
Desgranar esta peripecia vital es lo que debemos hacer como lectores para poder encontrarle un sentido.
Aunque, como se ve, el ejemplo no pertenece al ámbito político, resulta serlo en un sentido amplio, en el de las relaciones humanas más directas, familiares, que acontecen en el seno de la polis. Todo comportamiento acontece en las redes complejas del lenguaje y la sociedad, y en esa trama se suceden sin interrupción circunstancias que llevan a tomas de decisión importantes. Podemos preguntarnos: ¿existen tiempos privilegiados para las decisiones importantes?
Veremos esto acompañados, nuevamente, por Aristóteles.