Ruth, la araña y el Teatro Hipnótico

En la segunda jornada del 2° Festival de Arte Escénico de Rosario el unipersonal de Julia Lamas, hecho de canto, circo, actuación, baile y teatro de objetos, puso en trance a su público.

Por Andrés Maguna

Cuando concluye la obra, el unipersonal de Julia Lamas Ruth y la araña, el público no reacciona ni siquiera cuando el apagón persiste unos segundos, sumido en un trance colectivo, hasta que desde el fondo de la sala se escuchan los aplausos de uno de los asistentes técnicos que está en la cabina de control de luces y sonido. Entonces sí los demás aplauden, se prenden las luces del escenario y la intérprete sale a saludar, y ahí el perplejo público se “enciende” un poco más, como si hubiera recibido la confirmación de la que obra había finalizado. Porque resulta que Ruth y la araña es una obra abierta y, como tal, no tiene final.

Recién hoy, viernes 16 de septiembre a la mañana (la función fue anoche), caigo en la cuenta de qué había sucedido: como parte del público, yo también quedé perplejo (momentánea confusión) al finalizar la obra y sólo atiné a aplaudir mecánicamente como los demás. Y no porque fuera una obra abierta (como lo es la vida mientras estamos vivos) sino porque habíamos caído, durante 45 minutos, en el raro embrujo de Ruth y su araña, atrapados en la tela que ambas tejieron ante nuestros ojos y oídos, que no tuvieron otra opción que dejarse hipnotizar.

Sí, estoy hablando de un género que no existe: el Teatro Hipnótico, del cual esta obra puede resultar ejemplar.

El material de difusión de la pieza (o sea, lo que se nos permite saber antes de verla) dice: “Ruth y la araña es una ópera donde el teatro, el canto, la danza y el circo confluyen para narrar poéticamente la historia de una mujer y su sangre”. Y sí, de eso “trata” la obra, pero no advierte sobre los posibles efectos que las personas susceptibles a la hipnosis pueden experimentar.

Repasemos hechos concretos, históricos y geográficos, para tratar de entender aunque sea una parte de lo sucedido, y que puede suceder en futuras representaciones: la función fue la última de la segunda jornada del Festival de Artes Escénicas de Rosario (Faer), en la sala del Galpón 15 (G15), en el corazón de la Franja Cultural del Río, que no es otro que el Paraná, en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, República Argentina. El festival había comenzado el día anterior (jueves 14 de septiembre) con una muestra callejera y un acto en la sala Príncipe de Asturias, del Centro Cultural Parque de España (CCPE) y con capacidad para 500 personas, con un centenar de asistentes, de los cuales 40 eran los participantes de la muestra callejera.

Hago esta mención de números para referir la respuesta a la convocatoria (en la función de Ruth… del G15 había 50 personas, sobre un total de 200 localidades) del festival, en su segunda edición, teniendo en cuenta la potencia de difusión y masividad de la Feria Internacional del Libro de Rosario (Filro), aún en curso en la misma ciudad, que parece fagocitar insdicriminadamente cualquier otro hecho cultural en simultáneo, incluidos algunos de la misma Filro, aunque suene contradictorio. Pero me estoy yendo del tema, como suele ocurrirme, aunque en este caso, repito, puede explicarse porque recién estoy saliendo de un trance hipnótico.

Sobre el escenario Ruth (Julia Lamas) comienza a tejer la telaraña apareciendo como una cantante lírica de fines del Siglo XIX que entona una bella aria (la Habanera de Carmen, de Bizet) y, a poco de comenzar, ve afectada su voz por una tos, y debe recomenzar, pero la voz le vuelve a fallar, y entonces abandona el escenario tomándose la garganta. A los pocos segundos aparece una anciana que se sienta en un banquito y entona una antigua tonada ¿ucraniana?, que habla con una interlocutora invisible, para pronto transformarse en una mujer madura que pide limosna, y pronto habrá de convertirse en una joven que se sube a un trapecio de dos grandes argollas (simula un barco aéreo) y allí canta, y luego… En fin, las transformaciones son muchas en 45 minutos. Tal vez quince, veinte. Es difícil contar cuando se está hipnotizado.

Todas esa mujeres, tan distintas, tienen en común el habla, un castellano con tonada de inmigrantes del Este europeo, y son miembros de la misma familia, intuimos que bisabuelas, abuelas, tías, madres, hijas de Ruth-Julia Lamas, y todas, a su turno, van dejando que su parte de “araña” coloque sobre el piso del escenario vestigios de su existencia: fotos, cartas, cajitas, prendas de vestir que van formando un entramado circular con vectores aleatorios.

En una nota aparecida el 17 de marzo en Mirador Provincial, firmada por Ariel Gustavo Pennisi, Julia Lamas intenta explicar de qué va la obra:

“Van surgiendo diferentes cantos, algunos que fui componiendo en las improvisaciones, otros que me venían de antiguos espectáculos, como por ejemplo El Cirkito a cuerdas (1999), donde comencé a cantar y juntar el canto con el circo. Luego un canto quechua, que tiene que ver con el canto a la tierra, de una obra que se llamaba Derivas. Estos cantos van surgiendo y se van contraponiendo a lo formal, lo que tiene que gustar. Llevar el canto y la voz a lugares más genuinos, que nos conectan más con los antepasados. Ahí, ahondamos en mi historia, justamente, en la historia de mis antepasados que viajaban, eran nómades, la mixtura de judíos, ucranianos, palestinos. Mujeres y hombres que emigraron, viajaron en busca de una vida mejor, sufrieron la guerra, etcétera. Y en cómo el canto puede acompañar esos momentos”.

La cita anterior proviene de mi búsqueda de palabras que hablaran de lo que ocurría con el público, esto de que termina hipnotizado, pero al día siguiente de transponerla (la cita), es decir ayer, viernes 16, me encontré con el Binomio fantástico (Julia Lamas y su compañero, Javier Müller, técnico y escenógrafo de la pieza) entre el público que esperaba el comienzo de Kiki Mostricia en el galpón de EMAU (Escuela Municipal de Artes Escénicas), y les conté que estaba escribiendo esto del género o subgénero Teatro Hipnótico, y que sólo lo había experimentado una vez, a mediados de los noventa en el CCPE, viendo La sonata de los fantasmas, de August Strindberg, por el Marionetteatern, de Estocolmo, Suecia. Julia y Javier se miraron, como diciéndose “¿será?”, y reconocieron que siempre sucedía lo mismo al final, que los espectadores se quedan congelados y necesitan un aplauso para “despertar”. Pero entonces empezó el delirio ensordecedor de Kiki… y no pudimos hablar más, nos separamos y me quedé sin más rebote a mis devaneos intelectuales, que, sospecho, no tienen suficiente consistencia para fundamentar mis desvaríos.

Sí puedo decir, para finalizar, lo que me quedó claro: que la voz de Julia, clara y firme, cala hondo en sus múltiples registros y experimentaciones (por ejemplo: un canto “circular” mientras gira colgada de una cuerda), que es una maestra en el arte de hacer música con el cuerpo y con instrumentos no tradicionales; que su manejo del cuerpo para sus evoluciones circenses y actorales exhibe una ductilidad precisa, y que maneja las “transiciones” con una naturalidad “ajustada” en ensayos y correcciones (mérito también, seguramente, del director Severo Callaci).

La araña de Ruth y la Ruth de la araña nos envolvieron con la vertiginosa sucesión de los incontables personajes que aparecen en escena (escena que Lamas llena por completo en todo momento), haciéndonos pensar en lo que había sucedido cuando ya sucedía otra cosa, y luego otra, así que los pensamientos sin cerrar iban superponiéndose, hasta perderse en una miasma indefinida, “embobándonos”, y al apagarse las luces y desaparecer Julia Lamas-Ruth-la araña quedamos, como decía al comienzo, sin saber bien qué había sucedido. Sí, atónitos.

FICHA TÉCNICA

Creadora y artista en escena: Julia Lamas. Dirección: Severo Callaci. Técnica, montaje y construcción de escenografía: Javier Müller. Música original: Tomás Bozzano y Julia Lamas. Asistencia: Lucía Quiroga y Estefanía Caminotti. Fotografía: Alejandro Lamas y Alexia Esquenazi. Video: Alexia Esquenazi. Diseño de identidad visual: Cantar de Ranas. Producción: Binomio fantástico.

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