

Por Andrés Maguna
De 10 a 13 en la sala Caravaggio,
cuarto piso de servicios fúnebres
Caramuto,
con el ataúd cerrado
y apenas cubierto
por un banderín de Newell’s
y un pocillo de café
ya bebido.
Transmigra Huguito
el de la eterna estampa
de Merlín, de Gandalf,
de Quijote urbano,
de gran fabulador.
El vate, el bardo, el poeta
juglar y romántico,
guapo, taita,
noctámbulo bebedor
pendenciero y temerario.
Mientras sigue transmigrando Huguito
pasa por allí Perón a caballo
y vuelve a guiñarle un ojo,
mientras el Che,
“el último argentino con huevos”
(como repetía Huguito),
te saluda con el brazo en alto
desde la proa del Granma,
y Tony Curtis, vestido como Taras Bulba,
exclama “¡wonderfull life,
dear friend!”,
y Fangio, perdido por esas arenas,
del hipódromo Independencia,
vuelve a despistar,
y vos volvés a filmarlo.
También está Woody Allen,
tocando el saxo,
y te mira y te hace un gesto
como diciendo
“yo sé que vos sabés
que la pifié”.
Compañero individualista,
de cínica ternura,
impávido, ácido, terreno,
te proyectabas para ocultar
eso que buscabas afirmar
y ahora transmigra
con vos, con tu enjuta figura,
tu delirio sostenido,
de protagonista prócer
que no buscaba halagos
pero los disfrutaba
diz simulando.
Transmigra Huguito
y con él transmigran
todos los indescriptibles significantes
de la afirmación de un ser
que decía recibir
imperecederos aplausos de pie,
en su contradictoria tesitura
de dejarse querer sin querer
que lo quisieran.
Dice el almanaque 5 de agosto
y un puñado de cófrades,
un par de plañideras amigas,
lloran y moquean,
entre el murmullo imperceptible
de bares, boliches, peñas,
bailongos, tangos
y redacciones trifurcadas.
Compañero solitario
que transmigra
deja en el viento de las calles de Rosario
el rojo de tus camisas
y tu voz socarrona,
indómita
y graciosa.
Mientras los restos de tu cuerpo
en el cajón al coche gris
y al cementerio viajan,
transmigra Huguito
y con vos una poética
una ciudad
un tiempo
un modo irrepetible
de transformar la realidad
sensible.
