

Por Andrés Maguna
“Y el Señor le dijo: Por tanto, cualquiera que mate a Caín sufrirá siete veces venganza. Y el Señor puso una señal en Caín para que cualquiera que lo encontrara no lo matara”.
(La Biblia, Libro del Génesis)
Eva y Adán no poseían el dominio del pensamiento crítico.
Eran una pareja de homo sapiens como cualquier otra.
Tuvieron hijos:
a su primogénito lo llamaron Caín,
quien fue también el primero en desarrollar el pensamiento crítico,
aplicándolo para la agricultura,
la domesticación de las plantas,
el ritmo de los cultivos silvestres,
en respuesta a las preguntas
sobre el hambre del futuro.
Caín acaso fue el primero en criticar el orden dado,
el sistema preestablecido,
para ser el dueño de su destino
y no dejarlo librado a los designios
o caprichos de un supuesto ser supremo
extraterrestre.
Con el pensamiento crítico como guía
Caín avanzó sobre los conceptos del bien y del mal,
sobre lo entremedio y lo plural,
superando la falsedad de las dicotomías
que simplifican para no explicar.
Su mente se abrió
al universo sin dioses ni demonios
ni supremos seres extraterrestres,
y cuando su hermano Abel,
que era un pastor acrítico,
le dijo que pensaba demasiado,
que complicaba lo simple,
porque todas las respuestas
a todas las preguntas
residían desde siempre
en un ser omnisapiente,
fue entonces cuando presa de la ira
ante la negación de sus razonamientos,
su pensamiento crítico,
enfurecido por la terquedad en la ignorancia de Abel
lo mató,
fundando el asesinato como práctica
para eliminar la oposición.
Al matar a su hermano
Caín mató la virtud de su pensamiento crítico
y quedó allí la cicatriz,
la marca de la herida,
el trauma de la doble pérdida
(su hermano y su virtud)
aunado al procesamiento de la culpa
al quedar vedada la inocencia.
Esa marca permanece en nosotros,
nos señala como sus descendientes,
herederos del trauma
irreversible,
desterrados de la inocencia,
víctimas de la bestia cruel
de lo innombrable,
de la estupidez atroz
y la abyecta ignorancia
que se opone al pensamiento crítico
y lo supera,
lo destruye negándolo
y haciéndolo culpable.
Lo marca para que no vuelva
a mezclarse entre el rebaño
protegido por los pastores.
Los Caínes somos, para ellos,
para los pastores,
los corderos ideales
para ser los primeros
en ser sacrificados.
Para eso sirve la marca de Caín.
¿Y quiénes serían los pastores,
los que no llevan la marca de Caín?
