Dussell: ¿Es posible un diálogo mundial entre tradiciones filosóficas?

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Enrique Dussel.

Por Julio Cano, desde Montevideo

En el trabajo anterior intentamos mostrar suscintamente la posición de Ramón Grosfoguel en el panorama de la actual filosofía latinoamericana, una posición que se enmarca en el llamado “pensamiento decolonial” y que lo tiene como uno de sus referentes destacados.

 El referente histórico de esta tendencia es el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, a quien dedicamos las líneas de hoy. Dussel, vastamente conocido y reconocido por sus investigaciones en variados campos del filosofar, tiene en la llamada “Filosofía de la liberación latinoamericana” su núcleo central que, en los tiempos actuales, puede articularse con la decolonización en un encuentro mutuo y fecundo. Lo que ofrecemos aquí no es sino uno de los tantos aportes de Dussel a la filosofía y no el único ni el definitivo. Nos sedujo para publicarlo, además de su valor intrínseco, la vinculación que manifiesta con la tendencia decolonizadora.

El interrogante del título lo formulamos nosotros; el profesor Dussel propone la idea, en cambio, como aseveración, en una comunicación realizada en varias ocasiones en el año 2009 (en donde destaca que fue una ponencia presentada al  Congreso de Filosofía Internacional). Nos pareció tan interesante y digna de ser acompañada reflexivamente que hemos resuelto reproducirla con simples glosas al margen.

El Resumen del autor dice:

Sostengo las siguientes tesis: 

1. Es necesario afirmar  que toda la humanidad ha expresado siempre ciertos núcleos problemáticos universales que se presentan en todas las culturas.

2. Las respuestas racionales a estos núcleos adquieren primeramente la forma de narraciones míticas.

3. La formulación de discursos categoriales filosóficos es un nuevo desarrollo en la racionalidad humana, que no invalida todas las narrativas míticas. Estos discursos filosóficos se han dado en todas las grandes culturas urbanas neolíticas (aunque sea en un nivel muy inicial).

4. La filosofía moderna europea confundió el dominio económico-político de su cultura y la crisis derivada de las otras filosofías regionales con una eurocéntrica pretensión de universalidad que debe cuestionarse.

5. De todos modos hay aspectos formales universales en los que todas las filosofías regionales pueden coincidir y responden a los núcleos problemáticos en un nivel abstracto.

6. Todo ello impulsa a entrar en una nueva Edad de diálogo interfilosófico, respetuoso de las diferencias y aprendices de los descubrimientos útiles de las otras tradiciones.

7. Habría que formular un proyecto que, superando la Modernidad eurocéntrica filosófica, intente un pluriverso transmoderno, mundial, a partir del desarrollo de los recursos propios, de las filosofías periféricas, subalternas, postcoloniales, “desechados” por la Modernidad.

Hasta aquí el resumen de la propuesta de Dussel. Hace referencia a su propia posición en el terreno de la interrelación entre las respuestas que las culturas y civilizaciones se han dado en distintos momentos de la historia, frente a esos núcleos problemáticos que poseen carácter universal. Podemos aventurar que uno de tales núcleos haya sido el de la pregunta por el ser: ¿Por qué hay ser más bien que la nada? Y otro, seguramente, referido al papel de los humanos en el cosmos (entendido el papel en plural de los humanos, ya que la fuerza de la subjetividad para marcar una primacía de la singularidad va a aparecer más adelante y no en todas las civilizaciones: será, como los lectores están suponiendo, la marca de fábrica en el orillo de la modernidad europea).

Una posición que el autor hace metodológicamente central es la de un avance no lineal de la Historia. Un progreso no ajustado a la propuesta hegeliana de la Historia, asunto que dejamos sin tratar pero que era necesario señalar.

Intentaremos –dice Dussel– pensar un tema que, creo, deberá ocupar buena parte del siglo XXI: la aceptación, por parte de cada una de las tradiciones regionales filosóficas del Planeta (europea, norteamericana, china, hindú, árabe, africana, latinoamericana, etcétera) del sentido de sus temáticas, del valor y de la historia de las otras tradiciones filosóficas (subrayados del autor). Será la primera vez en la historia de la filosofía que las diversas tradiciones filosóficas se dispondrían a un auténtico y simétrico dialogo, un proceso de mutuo enriquecimiento filosófico que supere el actual eurocentrismo imperante, que lleva a la infecundidad y, frecuentemente, a la destrucción de notables descubrimientos de otras tradiciones.

El autor llama núcleos problemáticos universales al conjunto de preguntas fundamentales que el hombre debió hacerse, llegado a su madurez específica. En el tiempo, agregamos, esa situación debió darse al inicio en el África Oriental y Sudáfrica, según los datos que hasta hoy se poseen. Dado su desarrollo cerebral, su capacidad de conciencia y reflexión, su desarrollo lingüístico y su alta sociabilidad, el ser humano enfrentó la totalidad de lo real para poder manejarla a fin de poder reproducir y desarrollar la vida humana comunitaria. El desconcierto frente a las posibles causas  de los fenómenos naturales que debía enfrentar y lo imprevisible de sus propios impulsos y comportamientos, le llevó a hacer preguntas en torno a algunos núcleos problemáticos tales como: ¿qué son y cómo se comportan las cosas reales?, ¿cómo puede entenderse el fundamento último de todo lo real?, ¿son los dioses en última instancia quienes gobiernan el universo?, ¿por qué hay ser más bien que la nada? Y así sucesivamente.

El contenido y el modo de responder a estos núcleos problemáticos desatan desarrollos muy diversos de narrativas racionales, si por tales se entiende el simple dar explicaciones de lo percibido.

El punto 2 de la ponencia de Dussel dice: “Las respuestas racionales a estos núcleos adquieren primeramente la forma de narraciones míticas”. La humanidad –dice el autor– siempre e inevitablemente, sea cual fuere el grado de su desarrollo y en sus diversos componentes, expuso lingüísticamente las respuestas racionales (es decir, dando fundamento, el que fuera y mientras no fuera refutado) a dichos núcleos problemáticos por medio de un proceso de producción de mitos (una mitopoiesis). La producción de mitos fue el primer tipo racional de interpretación o explicación del entorno real (del mundo, de la subjetividad, del horizonte práctico-ético o de la referencia última de la realidad –los dioses, tal como se los conciba en la cultura de que se trate).

Los mitos, narrativas simbólicas entonces, no son irracionales ni se refieren sólo a fenómenos singulares. Son enunciados simbólicos y por ello de doble sentido, que exigen, para su comprensión, todo un proceso interpretativo (hermenéutico), proceso que descubra las razones, en ese sentido son universales por cuanto se refieren a situaciones repetibles en todas las circunstancias y construidas en base a conceptos.

Los numerosos mitos, que se ordenan en torno a los núcleos problemáticos indicados, se guardan en la memoria de la comunidad, al comienzo por tradición oral y desde el tercer milenio a. C. ya escritos, donde serán colectados y recordados por comunidades de sabios que se admiran ante lo real. “Pero el que no halla explicación y se admira reconoce su ignorancia, por lo que el que ama el mito es como el que ama la sabiduría” dice Aristóteles. Nacen así las tradiciones míticas que dan a los pueblos una explicación con razones de las preguntas más arduas.

Ciertos mitos perdurarán en las etapas posteriores, aun en la edad de los discursos categoriales filosóficos y de la ciencia (la modernidad) llegando hasta nuestros días. Nunca desaparecerá, pues, la dimensión mítica, puesto que ella contiene sentido.

Nosotros decidimos llegar hasta aquí en la transcripción para mostrar que existe una ampliación de la racionalidad, no advertida o rechazada por la tradición filosófica occidental (que la corriente decolonial llama “eurocéntrica”) y que permite integrar la racionalidad mítica a la racionalidad a secas. Esa ampliación de la razón no ha decaído nunca, lo que ha sucedido es que ha sido ocultada en la historia de la filosofía y de la ciencia occidentales.

Ejemplos de esto abundan y pondremos sólo dos o tres, extraídos del terreno político, ya que es un terreno fértil para su manifestación. Así, el concepto de “Estado” o “Estado-nación”no tiene una fundamentación estrictamente racional, ergo, es un concepto que se sustenta en la fundamentación mítica. Lo mismo pasa con el concepto de “patria”, que intenta sostener la existencia de un origen común a los habitantes de un territorio (delimitado geopolíticamente de manera arbitraria). En este caso, notoriamente, el núcleo emocional, afectivo, juega un papel de primer orden.

Basten estos dos ejemplos para poder sostener que debemos admitir una interrelación entre pensamiento mítico y pensamiento racional. Entre ambos modos de pensar se da una continuidad compleja que, frecuentemente, no puede deslindarse. Más bien el discurso racional transita por ambos terrenos y nos propone un método que no puede catalogarse como estrictamente racional (capaz de una objetividad total, esto es, de una abstracción completa). Esa interrelación es la que permite a Dussel defender a la filosofía como posibilidad cierta en todos los puntos del mundo y en todos los momentos de la historia. El pensamiento mítico, además, posee un desarrollo en el tiempo mucho más vasto que el del pensamiento racional occidental. Si hay un camino epistemológico que en Occidente va del mito al logos (como señala el título de un conocido libro) este es un camino que no se corta abruptamente ni se transita en un solo sentido.

Dice Dussel:

Se nos tiene acostumbrados, en referencia al pasaje del mythos al logos de ser como un salto que parte de lo irracional y alcanza lo racional, de lo empírico concreto a lo universal, de lo sensible a lo conceptual. Esto es falso. Dicho pasaje se cumple de una narrativa con un cierto grado de racionalidad a otro discurso con un grado diverso de racionalidad. Es un progreso en la precisión unívoca, en la claridad semántica, en la fuerza conclusiva de la argumentación, pero es una pérdida de los muchos sentidos del símbolo que pueden ser interpretados y reinterpretados según la característica propia de la narrativa racional mítica.

Se pierde en sugestión de sentido si se corta abruptamente con el universo mítico.

Esto no sucede en nuestras culturas, que saben mantener los mitos que otorgan sentido a su comunidad y que no los consideran no-racionales. En estas horas, en Uruguay, basta con lo sucedido en el Campeonato Mundial de Fútbol sub-20 para suponer más vivo que nunca el mito de “la garra charrúa”. Conclusión: la filosofía no nació en Grecia allá por el siglo VI a. C. En ese contexto geopolítico logró un desarrollo y brillantez como pocas veces se ha visto en la historia. Pero el filosofar ya existía antes.

Dussel se detiene en mencionar civilizaciones anteriores a los griegos, en donde tal fenómeno tuvo expresión así como en lo acontecido con las civilizaciones americanas con grandes desarrollos: el centro de México y el Perú de los incas, ambas destruidas por los conquistadores.

Hagamos filosofía como siempre lo hemos hecho: dentro de nuestra atmósfera geopolítica, con elementos extraídos (¿o expropiados?) de la filosofía occidental y hurgando con cuidado en las tradiciones espirituales del Oriente (yoga vedanta, taoísmo y budismo especialmente)

El resultado será (como siempre lo ha sido) un híbrido, cargado de sentido (de nuestro sentido) y argumentativamente convincente (al menos eso pensamos: la palabra la tendrán los lectores).

La pregunta del título da para más. Así que continuaremos interrogándonos: ¿es posible un dialogo filosófico entre todas las culturas del mundo?

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