Una luz al otro lado del río

Isleños, docentes y los de Hornos sin Fronteras, comandados por Villafañe. Fotos: Camila Villarruel.

La Escuela N° 45 “Martín J. Thompson”, situada en la isla La Invernada, perteneciente a la provincia de Entre Ríos y a pocos minutos de la ciudad de Rosario, recibió la visita de la comunidad de Hornos sin Fronteras, un proyecto sin fines de lucro que reúne a ceramistas, docentes y estudiantes de todo el país. Allí construyeron uno de sus hornos para que las personas del lugar puedan cocinar sus piezas y tener una salida económica

Por Georgina Paladino

Hacer fuego era su manera de sacar la rabia, de ponerla afuera de su pecho, como si les dijera: miren qué grande puede ser mi furia, cuidado que puede alcanzarlos.

 Selva Almada, No es un río

Una mirilla puede abrir el mundo y cerrarlo. Habrá que preguntarse si en la Alegoría de la Caverna moderna la luz es iluminación o ceguera. Qué recorridos se deciden tejer en red o abandonar a la suerte ermitaña.

En uno de los laterales del horno de barro y materiales, recientemente construido, hay un pequeño agujero con un ladrillo de material refractario, suelto, que da acceso y al mismo tiempo separa dos planos: por un lado el interior donde se están cocinando las piezas de cerámica, por otro, el exterior, con todo un grupo de personas que experimentan el trance de ver sus creaciones, de ver nacer los hijos de otro, de materializar lo anhelado, de vivir la alquimia.

Para ver ese interior hay que subirse sobre unos ladrillos semihuecos que sobraron de la construcción del horno y permiten alcanzar la altura necesaria. Elevarse no es un gesto azaroso, es parte del ritual que se mezcla entre humo y sudor. “¿Quema?”, pregunto y Sebastián, uno de los miembros de Hornos sin Fronteras, acompaña la incertidumbre y la contrarresta con la práctica: “No quema para nada”, responde y toca con su mano la tapa de madera, dejando abierta la mirilla. Adentro, la magia. Un volcán cotidiano estalla en lava y magma litoraleño. Los objetos brillan y el esmaltado sobre las formas de arcilla resalta como el sol que acaricia la superficie del río Paraná.

Todo esto comenzó con una partícula de arena, un sueño, un saber que ya venía de hace mucho tiempo, la riqueza de una orilla, una voluntad multiplicada, o quizás con todas ellas juntas. Sea cual sea el origen, evolucionó. Es tangible en la diversidad de amor, en la taza donde se sirve la chocolatata de la tarde, en el “¿Cómo estás seño?” de las alumnas y alumnos de la Escuela N° 45.

Manos al barro

Si en el principio fue una molécula que necesitó asociarse con otra para dar comienzo a lo que conocemos como vida, hay que mencionar al ecosistema en el que esta historia se inscribe: río, arena, isla, pájaros, árboles, peces, animales terrestres y anfibios, semillas, viento, personas, muchas personas que hacen que el circuito funcione.

Paula Aguirre, maestra ceramista junto con Victoria Cabezas, la docente Carolina Reynoso y Miriam Dure, directora de la escuela y alma máter. Mujeres chamanas de lo cotidiano que con sus manos tejen redes simbólicas, emocionales, espirituales y las trasmutan en acciones concretas. Cada una con su historia, su mirada, aporta los elementos que avivan el fuego y hacen que la llama continúe prendida.

Un llamado de Paula es el disparador. Las comunicaciones no son tan urgentes del otro lado del río. Sin embargo, en Rosario, todo parece ir a otro ritmo: el dólar, la inseguridad, el egoísmo, la ciudad que se abrió al agua le vuelve a dar la espalda con megatorres, los pobres corazones que a veces dejan de latir. Silencio.

La Escuela N° 45 vista desde donde está ubicado el horno recién construido.

A tan sólo unos pocos minutos en lancha, la realidad de la city parece alejarse con el ritmo del oleaje y el motor. Una geografía en modo de embudo invita a dejar las prendas, los mandatos y las cargas innecesarias de la urbe. El alma tiene memoria, el cuerpo se relaja automáticamente en la naturaleza, como si volviera al lugar donde siempre perteneció.

No suele ser tarea fácil anclar y buscar orilla, el cambio climático hace de las suyas en la búsqueda del amarre y desestabiliza cualquier superficie firme. Al bajar de la embarcación, el abrazo se hace presente como si aquellas voces fueran ecos de toda la vida. El aroma de la Vachellia Caven inunda con su floración, salpica de amarillo al Paraná como si fuese su lienzo preferido.

La distancia y el tiempo toman otra dimensión, el reloj parece detenerse, ir más lento, y los espacios se recorren como si se saboreara agua fresca de manantial.

Territorio de todos

La escuela es la excusa y también la oportunidad para generar el punto de encuentro. Allí, la gente de Hornos sin Fronteras se instaló por tres días para construir un horno para toda la comunidad isleña. Esa es la única condición que se solicita: que sea para todos. Y, como así será, cada persona colabora en alguna tarea: algunas ayudaron a cruzar los materiales, otras estuvieron en el armado o simplemente se acercaron para ver si alguien necesitaba algo.

Los hornos de este tipo se fabrican con ladrillos comunes y tienen tiro invertido, es decir que mediante una entrada de fuego el calor sube, envuelve todo, y sale después por una chimenea. Este mecanismo ayuda a que la temperatura sea lo más pareja posible.

“Una vez que conozcas la arcilla no vas a salir más”, dice Miriam que le habían vaticinado hace un tiempo, y hoy asegura que esa profecía está cumplida:

—Estoy muy satisfecha con todo lo que hemos logrado, conocí gente muy maravillosa, con empatía hacia la comunidad. Ellos aprendieron de nosotros pero nosotros aprendimos de ellos. Una a veces piensa que se perdió ese sentimiento de solidaridad, pero no. Con este proyecto nos enseñaron, además, técnicas nuevas; no tuvieron mezquindad. Se hizo un vínculo muy lindo en pocos días —explicó la directora y docente de la Escuela N° 45.

El fuego es uno más del grupo que materializó un proyecto trasmutador.

El humo se eleva y va susurrando historias al oído. Se mete en cada lugar, incluso sin invitación, dejando la huella y la fragancia en los cuerpos, como los abrojos del monte que no quieren despedirse y se aferran a la ropa.

Paula Aguirre y Victoria Cabezas enseñan cerámica en la escuela, pero también abren sus puertas amorosas a toda persona que quiera conocer ese oficio ancestral. Tanto ellas como sus alumnos y alumnas atraviesan, muchas veces, las inclemencias del tiempo y las distancias para encontrarse. Explican que la arcilla está en abundancia en la zona y que “sólo hay que saber buscar”. Narran los saberes compartidos y son testigos de la memoria innata del pueblo isleño cuando entra en contacto con ese material y pone sus manos al servicio del arte.

Jarrones, vasijas, cuencos, morteros, corazones flechados que remiten inmediatamente a las poblaciones guaraníes, son algunas de las formas que se pueden ver durante la jornada donde no sólo se construye un horno, también hay un taller, se enseña alfarería con un torno y se disfruta del encuentro populoso en un medio que no siempre suele tener tantas visitas.

“Ya casi termina”, gritan quienes no se despegan un segundo del fuego, entre ellos Emilio Villafañe, que al igual que Miriam es guía de voluntades y saberes. Creador del proyecto Hornos sin Fronteras, tiene la mirada de aquellos que saben leer almas. Lejos de posicionarse en la cúspide de la pirámide de la enseñanza, tiene la grandeza de los maestros sabios. Él, al igual que todo su equipo, habla el mismo idioma de La Invernada:

—El objetivo es  intercambiar conocimientos y compartir experiencias de vida, sostener los valores solidarios y la participación en el territorio —destacó Villafañe, que se hace el tiempo para trabajar, charlar y decir mucho aunque no pronuncie palabra.

La Escuela N° 45 incluye nivel inicial y secundario; en total 33 chicos y chicas asisten a las aulas con un gran esfuerzo porque no siempre la realidad es amable con el pueblo isleño, que muchas veces no puede ir a clases porque debe pescar y llevar el alimento a sus casas. Miriam dice que lo fundamental, lo que sostiene esa red, son los vínculos que se crean. Esa sensación de ser familias elegidas:

—Cuando yo conocí esta realidad, el vínculo afectivo que hice con las familias, dije: “no me voy más”.  Los alumnos junto con sus familias son mi pilar. Siempre hay una palabra de aliento que invita a seguir. Hay días que llueve, que se inunda el predio o también hay bajantes del río, y sin embargo hacen un sacrificio enorme para estar acá, se ponen sus botas, vienen en canoa, caminando o en cuatriciclo. Yo amo esto y mi profesión. Si vuelvo a nacer y me preguntan si quiero ser docente, lo elijo sin duda. Acá los saberes se comparten. Nos enseñamos a disfrutar el momento, compartir, ser solidarios, y yo a veces veo que en otros lugares eso falta —señala Miriam, que ahora da clases a los hijos e hijas de sus alumnos y alumnas que ya egresaron de la institución.

Hipnótico

Esta palabra se repite como mantra cuando el torno empieza a girar y las manos entran en contacto con un elemento inerte pronto a materializarse en lo que cada persona imagine. La arcilla no construye alas que permitan volar, pero las otorga. En esa alquimia, aparentemente solitaria, lo colectivo emana, entra entre los surcos del molde. El agua va ayudando a acentuar el ritmo, el corazón se sincroniza y late al compás de la tierra.

Las piezas del horno están a punto ver la luz, otra luz diferente a la del interior. Afuera todos esperan ver la materialización de sus creaciones. Uno de los chicos no quiere perderse ningún detalle y se sube arriba del ceibo que parece asirlo entre sus ramas. Desde allí registra todo el proceso con su celular, que ahora tiene una vista privilegiada.

Rojo el sol, el fuego, el ceibo y la taza que tengo entre mis manos. Rojas las brasas que señalan la despedida.

Durante tres días, dos grupos de personas desconocidas físicamente lograron decir un “hasta pronto” familiar. De ese tipo de vínculos que se atesoran, se eligen y enriquecen mutuamente.

El horno ya está en comunidad, funcionando y permitiendo que se sigan contando historias. Seguramente vendrán nuevos proyectos. El humo que construye, junto con el viento, los pájaros y las semillas, son los encargados de esparcir esas palabras en sendas orillas. Palabras que, como botellas en el mar, esperan ser recogidas para dar su mensaje. Como dice Drexler:

Creo que he visto una luz

al otro lado del río.

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