Un presidente canario

Por Julio Cano

Desde Montevideo

Escribimos en medio de un tiempo acelerado, con las emociones todavía dominando los datos fríos de resultados y análisis. Difícil, entonces, poder decir algo que no se lo lleve el devenir inmediato de los hechos próximos, anhelando algo que quede como recaudo para los próximos movimientos del nuevo gobierno. Apuntemos lo ya sabido, que el Frente Amplio ganó las elecciones en el balotaje en Uruguay este pasado domingo 24 de noviembre, imponiéndose (51,1% / 47,8%) sobre la fórmula de la coalición hasta ahora gobernante. Yamandú Orsi será el nuevo presidente a partir del 1° de marzo del año próximo.

El moderado optimismo previo al cierre de la veda (20.30 h) se advertía por la masiva presencia de militantes en los alrededores del Hotel Columbia, en la Ciudad Vieja de Montevideo (sede de Yamandú Orsi), con un clima bastante más bullanguero que el que se observaba en la sede del candidato del Partido Nacional, Álvaro Delgado. En los micrófonos de los comunicadores, más allá de las repetidas arengas, empero, las palabras que mas aparecían, en uno u otro baluarte, eran “acuerdo” y “diálogo”, ante la posibilidad de resultados ajustados, perspectiva que ya venía cobrando forma más allá de las encuestas. (Lo cual fue desmentido por la realidad, como lo supimos rápidamente).

En el contexto político actual se dan algunas particularidades notorias; la primera probablemente sea el grado de popularidad y aprobación del presidente Luis Lacalle Pou. Es también significativo que los índices de esa aprobación (siempre orillando el 50%) no se trasladaron automáticamente a su partido. Enganchado a esa popularidad se encontraba, hasta el día de la elección, la notoria intención de Delgado de darle continuidad a esa tesitura. Pero en este contexto, popularidad y empatía no se cruzaron con intención de voto. Así, la permanencia de problemas públicos que siguen estando entre las principales preocupaciones de los uruguayos no han menguado ese rol central, lo mismo que “la inseguridad”, término que roza el eufemismo y que se refiere al rol fuerte de la delincuencia en la vida cotidiana, con muertes por ajustes de cuentas o control de zonas de influencia para la venta al menudeo de sustancias como la pasta base o la cocaína. Conclusión: hasta último momento la contradicción marcó la figura de Lacalle Pou como presidente.

Las encuestas que se conocieron antes de la veda daban cierto favoritismo a la fórmula del Frente Amplio, aunque enmarcado en un escenario muy competitivo. La atmósfera estaba dominada por una incertidumbre no aplacada ni aplacable con nada. La mortecina y típica tranquilidad de los uruguayos (rayana, como siempre, a la abulia mal disimulada) no podía ocultar la tensión de unos y otros. Existían, no obstante, algunos elementos más que inclinaban la balanza hacia la fórmula del FA, como el histórico comportamiento electoral  diferencial entre la primera y segunda vuelta. Para aclararlo, digamos que en todas las instancias en que tuvimos balotaje, a partir de 1999, y aun sin ganar la elección, el Frente Amplio siempre logró aumentar votos de octubre a noviembre, mientras que la suma de los partidos tradicionales Blanco y Colorado (ahora unidos como Coalición Republicana) los perdía.  Con este antecedente histórico a la vista, los desafíos para una y otra fórmula eran distintos. Para la Coalición, el principal desafío era evitar o frenar las fugas de votos ya visibles en la instancia del pasado octubre. Para el caso del FA, partiendo de un piso muy sólido en octubre, se trataba de crecer, como efectivamente sucedió, canalizando esas fugas a su electorado.

En las encuestas más serias, antes de este domingo, se observaba que tanto el FA como el Partido Nacional retenían casi la totalidad de los porcentajes de octubre, pero que no sucedía lo mismo con los otros partidos de la Coalición. A esto se agregó que el FA logró la adhesión de dirigentes de los partidos tradicionales, que no siendo figuras de primera línea igual eran señales de fisura en el conglomerado de la Coalición. Fueron fugas que pesaron simbólicamente, a pesar del esfuerzo por minimizarlas y hasta ridiculizarlas.

Un fenómeno que hacemos incidir aquí, y que puede servir para aclarar la particularidad de la historia electoral uruguaya, es el siempre creciente aumento de la votación frenteamplista en lo que se conoce como “el Uruguay profundo” (la campaña más alejada de las ciudades cabeza de Departamento, especialmente las más alejadas del sur que bordea el Rio de la Plata y el litoral del Rio Uruguay). Este crecimiento comenzó por ser mínimo, si exceptuamos el entorno más o menos urbanizado de Montevideo, pero en esta ocasión llegó a ser una verdadera eclosión. Al FA le fue muy bien en todos los Departamentos. Ese crecimiento deberá ser confrontado y, tal vez, corroborado, en las próximas elecciones departamentales del año próximo (mayo del 2025). Para analizar este crecimiento no existe una sola explicación, sino varios factores que se interrelacionan, como el proceso de autocrítica realizado luego de la derrota del 2019, que implicó una extensa recorrida por todos los puntos del país, que en su momento se conoció como “el Frente te escucha”.

A lo anterior no es ajeno el que, esta vez, el candidato frenteamplista no sea montevideano ni profesional universitario, sino profesor de historia egresado del Instituto de Profesores “Artigas” (un Instituto aun sin reconocimiento de institución universitaria) y, especialmente, oriundo de un pueblo de Canelones, San Jacinto. Además, Orsi fue Secretario de la Intendencia de Canelones y por dos veces consecutivas Intendente de Canelones. Será el primer presidente frenteamplista hijo del interior, un “canario”, como llaman aquí a los de Canelones.

Como se ha observado, esta dimensión territorial de nuevo tipo, abarcadora del Uruguay como un todo complejo, puede ofrecer pautas sobre la lógica de los acuerdos parlamentarios futuros. El FA parte, ya desde octubre, de un escenario de mejor gobernabilidad que la coalición, ya que cuenta con mayoría absoluta en el Senado desde octubre. Analizando con mayor holgura que la tradicional lógica de bloques, es posible que veamos negociaciones más puntuales. Asi, puede que las alianzas territoriales jueguen un papel crucial, más allá de las estrictamente partidarias.

Por otra parte, al menos en los discursos de sus principales referentes, existe una voluntad de dialogo: ¿para lograr acuerdos macro, de índole nacional, capaz de conseguir políticas de Estado?, ¿o, por el contrario, capaz de lograr acuerdos puntuales y solo eso? No lo sabemos, al menos al día de hoy, habiendo transcurrido tan poco de las elecciones.

Las repercusiones regionales de esta votación suponen un respiro para las izquierdas (Brasil, Colombia) tanto como para los progresismos no muy definidos (Chile) y un estímulo para la recomposición del peronismo en Argentina, ardua tarea plagada de dificultades. Sea como sea, este resultado no ha pasado desapercibido y lo tomamos como una esperanza colectiva a ser cumplida con la continuidad de los esfuerzos, en hombros de los militantes anónimos, uruguayos y de los demás territorios de esta siempre sufrida y peleadora Abya Yala, nuestra América del Sur.

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