

Por Gilles Rotillon*
Publicado originalmente el 8 de abril en Mediapart.
Traducción al castellano: Susana Sherar.
Las reacciones publicas a la decisión de Trump de aumentar los derechos de aduana movilizan un argumento principal: el de la desestabilización de la economía mundial que produce el comienzo de una guerra comercial que sería el signo del abandono del libre cambio. Esta posición opone una política proteccionista nefasta al libre-cambio del periodo precedente, suponiendo que «el mundo de antes», que Trump parece querer dejar atrás, era bastante mejor que el que trata de instalar.
Ese punto de vista, que retoma el refrán de una mundialización feliz que habría mejorado el bienestar colectivo, es no solamente simplista, sino completamente falso. Olvida que la globalización fue, primero, la respuesta a la búsqueda de rentabilidad del capital a base de deslocalización para bajar el costo del trabajo, de explosión de las cadenas de valor, trayendo aparejada una explosión de transportes que emiten gas de efecto invernadero que producen daños abismales.
Esta evolución del capitalismo durante la era neoliberal, que pone la competitividad en el centro del modelo económico, es además una forma de guerra que no es, hablando con propiedad, “comercial” (incluso si el objetivo sigue siendo de vender sus propias mercaderías en competencia con los otros), sino una guerra entre sistemas sociales diferentes que converge hacia la reducción de servicios públicos, el abandono de toda ambición ecológica, y la igualación fiscal hacia abajo. También creo que, por la explosión de las cadenas de valor, una interdependencia de los países cuya producción, sea de bienes o de servicios, está bajo el riesgo de quedar impedida por falta de un componente indispensable, como lo mostró la crisis del Covid.
Estas transformaciones del capitalismo vienen de una baja de ganancias de productividad que hace que la rentabilidad de los capitales sea cada vez mas difícil.
Como lo explica perfectamente Romaric Godin:
Las ganancias de productividad excluyeron de la industria una parte importante de la mano de obra que se vuelve rentable para las actividades de fuerte intensidad de trabajo y muy poco productivas. Estas se desarrollan con la mercantilización de la vida cotidiana y las necesidades de rentabilidad del capital. Son los servicios a la persona y a las empresas los que crean más empleos actualmente. Pero son también empleos poco productivos, donde el valor creado depende de la compresión salarial y de la degradación de las condiciones de trabajo.
Pero el hecho que la globalización, a base de un libre cambio erigido en norma económica virtuosa, nos condujo a la crisis económica mundial que conoce el capitalismo (sea occidental, chino o ruso), no implica que el retorno a un proteccionismo tal como Trump lo está fabricando sea una mejor solución. A esta altura, no hay solución en el marco del capitalismo. Y su regulación es una quimera.
La «solución Trump» es, en realidad, tan ineficaz dentro de las coordenadas de una gestión que pretendiera resolver las contradicciones como un retorno a una globalización libre-cambista. Los análisis que buscan mostrar la irracionalidad apoyándose en un tiempo pasado idealizado son también poco convincentes.
Se puede, sin embargo, comprender la política de Trump que aísla los EEUU como el signo de la pertinencia del diagnóstico realizado por Arnaud Orain en El mundo confiscado (1). Contrariamente a los nostálgicos de la globalización, él muestra que «la utopía neoliberal de una creencia global y continua de riquezas quedó, de ahora en mas, atrás». Hoy, lo que caracteriza el capitalismo, es:
El cierre y privatización de los mares con un «comercio» de convoys militarizados, constitución de depósitos imperiales en rivalidad armada unos contra otros para apropiarse de espacios físicos y cybers, conflictos de soberanía multiplicados entre Estados y compañías-Estado
Con su slogan MAGA (Make America Great Again), Donald Trump no hace más que seguir ese movimiento, que había comenzado antes de su llegada al poder, de un repliegue sobre su territorio donde «se trata menos de regular el mundo a su provecho que de replegarse sobre un sistema económico protector e incluso autártico focalizado sobre su depósito imperial».
Lo que se está armando es una nueva repartición del mundo en grandes bloques (EEUU, China, Europa y Rusia) (2), que buscan ser lo menos dependientes posible unos de otros, dominando los flujos esenciales de los que dependen (recursos, tecnologías, industrias juzgadas motores de crecimiento, transportes secularizados, etcétera)(3).
A lo que hay que agregar la importancia de las grandes firmas monopólicas, cuya existencia misma (que no data de ayer) contradice el aire encantado de una globalización pacifica. Y no es un azar que Musk esté estrechamente asociado a la política americana.
Un mundo así es, evidentemente, mucho menos pacífico que otro donde los países eran interdependientes (y aquí tampoco faltan los ejemplos). Pero lo que es seguro, en esta ocasión, es que los problemas globales como el cambio climático o la pérdida de la biodiversidad y la mejoría de las condiciones en las que la humanidad se humaniza, no tienen la menor chance de ser resueltos.
*Economista, profesor emérito de la Universidad de Nanterre.

Notas:
(1) Arnaud Orain : Le monde confisqué, Flammarion , 2025
(2) Los dos primeros , en punta de esta evolución, están claramente más avanzados que los otros
(3) Las « reivindicaciones » de Trump con respecto a Canadá y Groenlandia son buenas ilustraciones, como la guerra en Ucrania para Rusia, la influencia creciente de China en América del Sur o las luchas entre EEUU, Europa y China por el dominio de África.