

Por Lucía Sbardella
E do momento imóvel,
fez-se o drama
Tom Jobim & Elis Regina
Y si la sombra es la forma que equipara las cosas sobre el plano? Todo coexiste en el mismo nivel. Mientras escribo esto, veo que sobre la pared de la casa de enfrente se proyectan las sombras de personas, pájaros, autos. La cotidianidad misma. La imagen “en negativo” que imprime la sombra no tiene volumen. Todo se encuentra a la misma distancia.
Volví a pensar en la irreverencia de la sombra con las pinturas de Eleonore Koch. Não são coisas do cotidiano, só parecem es una exposición inédita de la obra de la pintora berlinesa en la Galería Paulo Kuczynski (São Paulo), que reúne algunas de sus primeras y últimas creaciones. Eleonore Koch (1926-2018) nació en la capital alemana y emigró a Brasil en la década de 1930. Allí se formó con Alfredo Volpi, por lo que se la conoce como la “única discípula” del artista ítalo-brasilero. Aunque también vivió temporadas en París y Londres, después retornó a Brasil, donde falleció en la ciudad de São Paulo.
Las pinturas que uno se encuentra primero, pertenecen a dos momentos significativos —y muy distantes—: una es del año 1949, Natureza-morta, y la otra de 2001, Despedida com tulipas. Se presume que la más antigua forma parte de la producción de pinturas que sufrió el trágico incendio de 1990 en la casa Alistar McAlpine, una mecenas de Koch que coleccionó varias de sus obras.

En la última pintura se muestran formas más estables, desde los contornos de las cosas hasta la solidez de los colores. La notoriedad del trazo nunca deja de existir. No son pinceladas uniformes, que piden permiso; sino de una leveza sucia y calculada. Tanto que hasta uno podría pensar que la artista recuerda el momento exacto de cada trazo.
La pintura de Koch se torna con los años más ¿limpia?, solitaria y silenciosa. Es como escribe Mário de Andrade en su libro Aspectos das Artes Plásticas no Brasil a propósito de un gran contemporáneo de Volpi, Lasar Segall:
“A sensação é de uma serenidade grave, de uma vida silenciosa”.
Koch construye escenas inquietantes, entre la mudez y la economía de formas, sobre el tiempo. Sí. Son pinturas atemporales. Nada indica una causalidad, antes ni después. Sólo la presencia en bruto de las cosas o, más bien, la ausencia latente. Inquieta su percepción del mundo, en un mundo que exprime imágenes, el que todo se impone y se exime de pausas, de intervalos.
La decisión cromática de la artista difumina el contraste violento de las formas. Como si cada uno hubiese encontrado una convivencia amable en el plano, todo se exhibe a la misma distancia, con la justicia que cada objeto merece.
Todo está a punto de suceder en las telas de Koch, “de repente, não mais que de repente”; así, con la calma dramática que Elis Regina y Tom Jobim cantan el Soneto de separação.
