
El viernes 30, a las 18 horas, en la Biblioteca Argentina de Rosario, Ciro Korol presenta Un árbol para John Berger y otras crónicas, libro publicado por Río Belbo Ediciones, que reúne 9 crónicas que el autor publicó en esta revista digital. A continuación, como adelanto, compartimos el prólogo de Juan Luis González (autor de El loco: la vida desconocida de Javier Milei).


Por Juan Luis González
En octubre de 1918 el soldado Charles Plumpick, parte del ejército de los Aliados que estaba recuperando Francia, recibió una orden. Tenía que ir hasta un pequeño pueblo en el norte a desactivar una bomba que habían dejado los alemanes en su retirada y que, si no se desactivaba a tiempo, podría destruir el lugar. Lo que Plumpick no sabía era que los habitantes, en verdad, ya habían abandonado sus hogares. Y quienes estaban ocupando las casas eran los pacientes del manicomio de ese pequeño pueblo que, al ver que nadie los vigilaba, habían escapado de la institución.
La aventura duró poco. En el transcurso de un día, un batallón de alemanes se enfrentó, ante las narices de Plumpick y de los pacientes psiquiátricos, con las tropas de los Aliados. Fue una batalla sangrienta que terminó con la muerte de absolutamente todos los soldados. Al ver semejante tragedia, los internos tomaron una decisión sorpresiva: volvieron a encerrarse voluntariamente en el manicomio. Plumpick, después de desactivar la peligrosa bomba, los imitó y se fue a vivir con ellos.
Esta historia, sin embargo, no es real. Es el argumento de Rey de corazones, un film francés de 1966 dirigido por Philippe de Broca y protagonizado por Alan Bates. Pero tiene algo que ver con la Argentina: tres años después de su estreno, en una calurosa noche porteña, Horacio Arturo Ferrer Azcurra y su amigo Astor Piazzolla la fueron a ver al cine. Y se quedaron impresionados por la película, sobre todo por su final. “Cuando los locos ven la realidad vuelven corriendo al asilo”, le explicó Ferrer a Piazzolla, como si este no hubiera entendido la película. Luego tomó una lapicera y esa noche empezaron a componer “Balada para un loco”. Al menos, lo intentaron. Piazzolla, en un momento, se largó a llorar sobre su piano y lo cerró.
La canción se estrenaría a fines de 1969, en un concurso organizado por la Municipalidad de Buenos Aires, en el Luna Park. Fue un punto de inflexión en la carrera de Piazzola, el tema que le dio la masividad que el hombre que revolucionó el tango, hasta entonces, no tenía.
La historia en la que se inspiraron Ferrer y Piazzolla –incluso agregando en la introducción de la canción un vals francés de fondo, en homenaje al film– no era verdadera. Pero eso, tal cual va a explorar este libro de Ciro Korol, parecería que importa cada vez menos. Tal vez nada. Los límites entre ficción y realidad son cada vez más estrechos. Lo que sucedió más de medio siglo después parece probarlo. Es que cuando se cumplió la profecía que Dios le había anticipado tres años antes –o al menos eso cree Javier Milei–, el nuevo presidente de Argentina, al que toda la vida lo había perseguido el apodo de Loco, pidió específicamente que se interpretara ese tema para la gala de su asunción.
Eso sucedió en el Teatro Colón el 10 de diciembre de 2023 a las 21.54. El célebre cantante Raúl Lavié subió al escenario y comenzó a recitar la historia de Plumpick y los internados en el manicomio de un pueblo francés, que genialmente lograron traducir Ferrer y Piazzolla. “Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa por Arenales, lo de siempre en la calle y en vos, cuando, de repente, de atrás de aquel árbol me aparezco yo”, arrancó Lavie.
Pero en ese punto exacto la transmisión se cortó, de repente, a diferencia de lo que había sucedido con todas las asunciones anteriores de mandatarios. Difícil saber lo que habrá experimentado Milei cuando Lavié llegó al clímax de la canción y gritó esa palabra que tanto lo había marcado desde niño. Igual de difícil que descubrir lo que en ese instante habrá pensado su padre, Norberto Milei, a quien Karina llevó ese día al acto de asunción y a la gala nocturna. Sabiendo que había sido él el primero en instalar, a fuerza de palizas y humillaciones, aquel mote en el corazón de su hijo.
Trece días después, el Presidente fue a cenar al programa de Mirtha Legrand. La diva, en un momento de la entrevista, le preguntó por qué se había cortado inesperadamente la transmisión de la gala en el Colón. Pero Milei derivó la respuesta hacia la elección del tema que había interpretado Lavié. Casi como si quisiera marcar un punto:
—Tanto que me acusan… el loco, el loco, loco. Dije okey: vamos con “Balada para un loco”. Era algo así como… ¿tanto el loco? Bueno, acá llegó el loco.
Mirtha, sin embargo, se quedó con una duda y le preguntó si le molestaba que le dijeran así. Ahí Milei ensayó la misma respuesta que da cuando en las entrevistas le consultan por ese apodo:
—La diferencia entre un genio y un loco es el éxito.
Sin embargo, a la casi centenaria conductora se le ocurrió que no era lo único que podía separar ambas categorías. Y se lo dijo:
—O la cordura.
***
La victoria electoral de Milei planteó cientos de desafíos. Hay uno que antecede a todos: el hecho de que casi 15 millones de argentinos hayan puesto el rostro de alguien que se dice admirador de Margaret Thatcher, que plantea que está bien vender órganos o niños, que cree que puede hablar con Dios a través de su perro muerto, que llegó a su cargo sin ninguna experiencia previa, cuyas ideas jamás fueron probadas en ninguna parte del mundo, que sostiene que su principal enemigo en el mundo es un régimen político extinto hace más de 30 años, que no puede esconder su inestabilidad emocional y personal, y que llevó de vicepresidenta a la informal secretaria de Jorge Rafael Videla. Esto evidenció que algo muy de fondo se había roto en Argentina. Mucho antes del 19 de noviembre del 2023: esa fue apenas la fecha en que tanto pus salió a la luz.
Por lo tanto, el triunfo de Milei evidenció que la brújula con la que hasta entonces se había movido una parte importante de la sociedad (en la que me incluyo) se había quebrado. Valores, costumbres e ideas que se pensaban escritos en piedra, perennes e inmortales, habían sido puestos en jaque. O directamente pasados por arriba. Esa, quizás, fue la peor de todas las derrotas: reconocer que había una gran parte del país quebrado por años y años de crisis económicas, políticas, y sociales. Y que este líder inestable que llegaba al poder no era más que la mejor representación de todos esos argentinos obligados a sobrevivir en tanta inestabilidad. La lacerante búsqueda, de ahí en adelante, giró sobre cómo reencontrarse con este peculiar momento histórico. Cómo, a contramano de lo que indicarían las fuerzas del cielo, volver a poner los pies sobre la tierra.
Y en el medio de todo ese caos apareció una buena noticia, que tiene nombre y apellido y cuyo libro están por empezar a leer. Para mí –y sé que para muchos más también– los textos de Ciro Korol, en el cierre de aquel 2023 tan traumático, fueron más que una aventura bien narrada de un mundo que desconocía. Fueron también más que un bálsamo, una caricia a un espíritu golpeado y una burla al exitismo individualista que rodeaba aquel cierre de año. Fueron todo eso, pero también algo más importante: una brújula, ese GPS que habíamos perdido.
Con una clarividencia que el grueso de los periodistas y analistas en aquel momento no tenían, desde su Rosario natal –ahí donde nació el Che Guevara, como le gusta recordar–, Korol llegó al corazón del fenómeno libertario. Cuando lean estas crónicas los invito a tener en cuenta que fueron escritas antes de que arranque este gobierno. La claridad con la que anticipa aspectos centrales del oficialismo –la elección de los jubilados como sus grandes enemigos, el ataque a todo lo público, la violencia como estandarte y la conexión que tiene esto con los peores regímenes del siglo pasado, por sólo nombrar algunas– prueban hasta dónde los entendió.

De todos los aspectos de este novedoso espacio político que Korol desarmó con maestría hay uno que destaca. Tiene que ver con el arranque de estas líneas, con el tema de Ferrer y Piazzolla y con el apodo que persiguió al Presidente toda la vida. Es que el autor de este libro entendió dónde estaba la sala de máquinas de todo este experimento: en la potencia política que tiene el delirio místico de Milei, alguien que literalmente cree que puede hablar con Dios a través de Conan, su perro muerto, y que se mueve y actúa como, dice Korol, “un salvador y un Mesías”. Estos temas son, hasta el día de hoy, asuntos que no penetran en la opinión pública ni en los especialistas, que toman cualquiera de estas cosas –el quinto perro inexistente en la Quinta de Olivos, por citar el caso más conocido– como una más de las “excentricidades” del libertario (o directamente eligen no prestarles atención).
Korol, en cambio, las desmenuza como el activo político que son, y entiende que atrás de esta idea tan extendida de que el Presidente es alguien que acelera en cada curva y que no teme pagar costos, hay un motor místico que lo hace creerse por arriba de los mortales. Y además, desde el Hospital de salud mental Dr. Agudo Ávila, da un paso más: explica por qué esa peculiar singularidad de Milei, lejos de complicarlo, lo ayudó a conectar tan bien con este momento histórico:
“La crisis que vivimos es desesperante. La realidad parece estar para enloquecer o deprimirse: yo lo viví en carne propia. La sociedad optó por las soluciones mágicas. Milei, como suele pasar con los locos, tiene mística, grita, tiene un look rockero, te habla de quemar el Banco Central y vende soluciones mágicas que conectan con la desazón de la crisis que están atravesando la Argentina y el mundo. Se propone como salvador y como mesías, con soluciones mágicas que enraízan en el inconsciente colectivo de un pueblo que sufre”.
La locura, dice Korol, lo ayudó a leer esta época delirante y a su figura central. Yo sólo le puedo agradecer por echar algo de luz en un momento de tanta oscuridad. Y desde acá, del barrio de Flores en la Ciudad de Buenos Aires, decirle a John Berger que se quede tranquilo: cuando le dijo a Ciro “creo en vos y en lo que vas a escribir” tenía razón.