De Charles Dickens a Juan Forn: los escritores, los diarios y los lectores que “rasgaron los velos del ninguneo y la mutua complacencia”. Segunda entrega del Diario Placebo.
Por Fidel Maguna
El país encerrado en una habitación tapiada
Ricardo Piglia contó la historia del público de Nueva York que hacia 1840 esperaba los barcos que llegaban con los capítulos de las novelas que Dickens publicaba en periódicos ingleses. “Eso es extraordinario –decía Piglia– porque se trataba de Dickens, es decir que había una relación entre el relato social y la novela: en general era la novela lo que cristalizaba la expectativa de esa narración, que en cierto sentido estaba en el centro del momento social”.1
Algo así de significativo pasaba en la Argentina de 1930 con las aguafuertes de Roberto Arlt: cuenta la historia que el diario El Mundo empezó publicándolas los martes, pero como los martes se duplicaron las ventas el director, Carlos Muzio Sáenz Peña, decidió alternar los días, así los lectores tenían que revisar a diario El Mundo para ver si había salido alguna de esas aguafuertes que en cierta forma hablaba de ellos mismos.
A pesar de la popularidad que tenían los textos de Roberto Arlt en sus contemporáneos, tuvo que pasar una década desde su muerte para que un grupo de intelectuales (nucleados alrededor de una revista, Contorno, y no de una universidad) lograran instalar su obra en eso que se conoce como canon. En el año 2008 la Biblioteca Nacional publicó una edición con los facsimilares de Contorno. En esa ocasión escribía Claudio Zeiger, en una nota:
Si, según caracterizó Marcha, en Contorno se había establecido una política literaria que alternaba “elogios y palos”, para ellos no se trataba de ejercer la violencia (“no al menos como garrotazos de ciego”) sino de rasgar los velos del ninguneo y la mutua complacencia. Según se lee en “Terrorismo y complicidad”, uno de los más lúcidos manifiestos de la revista: “No nos oponemos absolutamente a la violencia. Algo de ánimo guerrero puede ser saludable en nuestra alta cultura. Por 1930, Amorín se quejaba del pacifismo, de la tolerancia –que atribuía a desdén– con que nuestros escritores se ignoraban entre sí. En las letras –que reflejan el estado del país– esa situación persiste: razones de política –literaria y de la otra– ocasionan una mutua y general complacencia (…). Este juego generalizado encierra al país en una pieza tapiada”.
La imagen del país encerrado en una pieza tapiada puede ajustarse a una imagen actual de la Argentina, al estado imperante en la prensa escrita, a la polarizada discusión fijada en lugares comunes. Esa situación persiste. Pero si los lectores, veinte años antes de la fundación de Contorno, habían validado (simplemente comprando el diario, movidos por el placer del texto) la obra de Roberto Arlt, es de imaginar que los lectores, ahora, estén validando, en el anonimato para nada silencioso de sus lecturas, una serie de textos bien escritos, eso que damos en llamar obra.
Los lectores construyendo puertas
Un autor cuyas notas despiertan la pasión de los lectores es Juan Forn, el escritor nacido en Buenos Aires en 1959, fundador y director del suplemento Radar Libros hasta el año 2001, en que un burn out (“síndrome del quemado por estrés laboral”) desencadenó una pancreatitis que lo alejó del trabajo en la redacción, primero, y de su vida en Buenos Aires después.
Forn se fue a vivir al Villa Gesell, siguiendo el consejo médico de parar antes de estar cansado. Previo a quemarse, cuenta él, empezó a sentir lo que llama el efecto déjà vu (“de vuelta la Feria del Libro, hacer el suplemento de la Feria del Libro; de vuelta una película de Tarantino y hacer el combo de notas sobre películas de Tarantino; etcétera, etcétera…”). Puede decirse que un mal de prensa se hizo síntoma en el cuerpo del escritor, que pensó que sus posibilidades de relación con los diarios, estando lejos de las redacciones porteñas, habían disminuido. Pero pasó todo lo contrario y ahora sus contratapas en el Página/12 (que escribe, dice, como un poeta escribe sus poemas) son un clásico que mueve a los lectores, cada viernes, a esos puertos que pueden ser los quioscos de diarios y revistas. En una entrevista del 2019 Forn sitúa de esta forma el inicio de sus contratapas:
Quedé tan deprimido cuando la publiqué –se refiere a su novela “María Domecq”, publicada en 2007–, que me acuerdo que ni siquiera lo presenté ni vine a dar reportajes a Buenos Aires, simplemente me dejé hundir en la depresión en la que estaba y en Página me llamaron un día y me dijeron: “¿Sabés hace cuánto no escribís una nota para el diario? ¿Qué tal si te ponés media pila?”. Y agarré las contratapas, que era una zona que estaba bastante abandonada del diario, o que a nadie le parecía que tenía el brillo que supo tener en tiempos mejores, y la verdad es que me fui a esconder a la contratapa del diario. Miré la biblioteca de casa y como todo animal lector yo había acumulado libros a lo largo de los años con esa idea de “un día lo voy a leer, un día me voy a sentar a leer”, y finalmente el día llegó y lo que hice –a diferencia de lo que hacemos todos los escritores cuando nos ofrecen una columna semanal o periódica de alguna naturaleza que uno escribe rápido para ganarse sus pesitos y dedicarse a lo que le interesa, que generalmente es un libro de más largo aliento o un libro de ficción–, fue que puse toda, toda, la libido ahí. Y muy rápidamente me di cuenta de que hay una cosa que tenemos semimuerta en nuestro interior y es que cada vez que terminamos de leer un libro, que es cuando estamos completamente copados por ese libro, casi nunca tenemos un interlocutor con quien compartirlo. Entonces eso se pierde en nuestro interior, salvo que hagamos lecturas anotadas. E incluso cuando hacemos lecturas anotadas, el rescate de eso, meses o años, no tiene la intensidad que tiene el momento en el que uno termina de leer. Y lo que hice fue exactamente eso, ese fue mi gran combustible, la intensidad al terminar de leer un libro, la caminata por la playa para encontrar por qué lado entrarle y cómo contar la historia, y hacerlo una y otra vez, viernes tras viernes.
En otra lúcida entrevista (ver abajo), en la que se define como un hombre del siglo pasado, hablando sobre la idea del “fin de la vanguardia”, dice:
Hoy la única opción para hacer arte, para mí, es invadir la realidad. Me parece que lo que hay que conseguir es la atracción que podés ejercer por esta avidez permanente de novedad que tienen todos, es conseguir que esa persona reduzca su famoso attention spam de “¡ahí está la novedad! ¡ahí está la novedad!” y que diga “¿qué es la vida, en el fondo?”
Los autores atravesando puertas
La idea de invasión de la realidad que plantea y despliega Forn puede situarse también en la idea que Poe tenía del cuento y de los diarios. En la conferencia citada decía Piglia:
Uno podría decir que la teoría del cuento de Poe es un modo de reflexión sobre la noticia; convertir al cuento en una especie de noticia particular, donde el interés, el efecto y la sorpresa vienen a competir con lo que en ese momento está realizándose en el plano de la información de los nuevos periódicos que han aparecido, que son los periódicos populares (…) Yo, en ese sentido, creo que el género policial es un modo de mediar en el conflicto entre literatura y cultura de masas; es una de las primeras formas que aparecen en el intento de establecer un campo intermedio entre el mundo de la cultura de masas del periodismo moderno y la tradición de la literatura. Fíjense ustedes que dos de los tres primeros relatos que escribe Poe se fundan en el hecho de lo que Dupain lee en los periódicos; sólo con lo que lee en los periódicos descifra el crimen, como diciendo “hay que leer bien los periódicos”, como si tuviera también un sentido construyendo una figura literaria en relación a qué quiere decir leer en los periódicos ciertas noticias, qué tipo de funcionamientos se le puede dar a esta cuestión.
Sostiene Piglia que la limitada cantidad de palabras aceptada por un periódico para incluir un cuento influyó de forma directa en el origen de eso que damos en llamar el cuento moderno, el cuento corto. En otra nota, al recorrer los desplazamientos en los diarios argentinos de los últimos cincuenta años, nos encontramos con esta imagen que imaginaba Rodolfo Walsh para el futuro:
En un futuro, tal vez, inclusive se inviertan los términos: que lo que realmente se aprecie en cuanto a arte sea la elaboración del testimonio o del documento, que, como todo el mundo sabe, admite cualquier grado de perfección. Evidentemente en el montaje, la compaginación, la selección, en el trabajo de investigación se abren inmensas posibilidades artísticas.
Las contratapas de Forn invaden de ficción la realidad al tiempo que invaden de realidad las ficciones. Sus textos son indefinibles, incluso para él mismo, y sus caminatas por la playa pueden pensarse como un modo de resolver la forma que adoptará su montaje de los documentos y testimonios que rescata de su biblioteca y decide introducir en las nuestras. Esta manera de concebir el arte de la nota se ajusta a lo que Walsh imaginaba para el futuro. El amplio entusiasmo que Forn despierta en los lectores lo confirma: sus contratapas se aprecian como arte, enriquecen la discusión, influyen en otros autores, hacen que el diario se venda. No es casualidad que el síntoma de una enfermedad de prensa obligara al autor a ocupar un lugar que parecía abandonado. Tampoco es una casualidad que los lectores valoren su trabajo.
La terrible armonía
Tom Lupo, otro artista de la nota, en su caso radial, contaba que una vez recibió un extraño llamado en el que Luca Prodan le pedía que lo introduzca a la obra de Jacques Lacan. La explicación de Lupo fue simple, concisa, y a Luca le gustó tanto que lo impulsó a grabar su versión de la canción Años, de Pablo Milanés. En esta hermosa y explosiva versión, al inicio del tema, se escucha la voz de Lupo, su particular introducción a la obra lacaniana:
Coincide un poco con la noticia de que lo único que progresa con el paso del tiempo es la tecnología; el hombre no, siempre es el mismo…
Probablemente los lectores tampoco cambien y el paso del tiempo sólo influya en los avances tecnológicos de los formatos de lectura. Mientras la habitación, aparentemente, sigue tapiada, las lectoras y los lectores, muy parecidos a los que hace 180 años esperaban los folletines de Dickens y a los que hace 90 años esperaban las aguafuertes de Arlt, esperan, ahora también, textos en los que el placer de la escritura trascienda el deber de la escritura; textos que logren sobreponerse de los síntomas de eso que Forn llama el efecto déjà vu.
La terrible armonía que cantaba Prodan tal vez sea lo mismo que el attention spam y que la mutua y general complacencia de la que hablaba Contorno. Tal vez la terrible armonía en la habitación tapiada sea una constante de la historia, pero los lectores siempre respondieron a los textos que sin forzar un momento formaron parte de una verdad. Así pasó con Dickens y con Arlt, y nada impide suponer que eso sea lo que pase, entre otros ejemplos, con las contratapas de Juan Forn.
1 Esta cita y la siguiente de Ricardo Piglia se las debemos a Ciro Korol, quien en el año 2010 presenció, grabador en mano, cuatro conferencias que Piglia dictó en el MALBA. Tuve la oportunidad de colaborar en la desgrabación y edición de estas conferencias, que por motivos legales deberán permanecer inéditas. La cita, por lo tanto, representa la única forma de publicación.
Todo vino por casualidad. Conoci Río Belbo, porque me enviaron por correo electrónico una nota de Ciro Korol sobre John Berger
Quede fascinada !!! Que nota tan bella, cuando Berger pregunta: que ves cuando escribís, y cuenta que ve un Ciruelo en flor.
Desde ese momento recibo Río Belbo. En el envío de hoy hablan de Juan Forn, y sus contratapa de página 12. Las leo desde el primer día que fueron suyas las Contratapas, que puedo decir: Maravillosas !!! Gracias Río Belbo, todas las semanas los espero …
Nos alegra muchísimo su mensaje, nos alienta a seguir trabajando. ¡Gracias!