Un cuento inédito de Gian Marco Griffi

Griffi.

Presentamos «Pequeña historia de un narrador monferrino desconocido», de Gian Marco Griffi (Asti, Italia, 1976), autor de «Ferrovie del Messico» (Ferrocarriles de México), novela candidata del premio Strega y todavía inédita en castellano.

«Pequeña historia de un narrador monferrino desconocido»

Por Gian Marco Griffi

Se despertó temprano, como siempre. Antes de salir de la cama había pensado en Nina y en Ettore, como siempre. Llegó a la cocina todavía oscura y preparó café intentando recordar el sueño que había tenido.

Mientras bebía el café tuvo una iluminación, se apoyó en la mesa, tomó unas hojas y comenzó a escribir.

Querida Nina, esta noche he soñado con los vikingos.

Tuvo un mareo, se recostó en el sillón donde había leído centenares de libros, pensó en baterías para autos, en un bistró de París, en una mujer de nombre Adele, recitó mentalmente una poesía de Yves Bonnefoy, cerró los ojos, quedó muerto.

Lo encontraron tres días después. El miércoles dos testigos de Jehová telefonearon a su casa, no recibieron respuesta. Durante diez años se había abierto a decenas de testigos de Jehová, les había preparado café, les había pedido que le hablaran de la Biblia, habían discutido acerca de Dios. Él les hablaba de los Bibelforscher durante el nazismo, de los perros del cielo, de los triángulos púrpuras, ellos hablaban de Jesús y de la Causa Primera, de la separación del mundo.

Al no recibir respuesta uno de los testigos de Jehová había avisado a los carabineros, había dicho que pensaba que algo le había sucedido al viejo de la calle del Diablo, los carabineros se habían sonreído, habían hecho un par de chistes respecto de los testigos de Jehová. El viernes los testigos de Jehová fueron de nuevo a su casa, llamaron por celular, no recibieron respuesta.

Esta vez los carabineros fueron al lugar, derribaron la puerta, lo encontraron en el sillón.

Uno de los carabineros lo conocía de vista, dijo que se llamaba Ettore Barbolini y que llegó a Reggio un par de años atrás, proveniente de la Argentina. Buscaron los documentos, no los encontraron. Encontraron en cambio una caja llena de postales dirigidas a una tal Nina Apostolo, residente en Montemagno, en la provincia de Asti, y centenares de páginas escritas a máquina. El sargento preguntó de qué trataban, el cabo dijo no sé, hojeó las páginas amarillentas y aspiró el olor a rancio, el sargento dijo esta noche te tocará leerlo todo, el cabo dijo por supuesto sargento, el sargento dijo que estaba bromeando, De Giorgi, para qué puede servir leer todo esto, el cabo dijo que tal vez, entre esas páginas, pudiera haber alguna indicación sobre la identidad del muerto, el sargento dijo bien hecho, De Giorgi, llevá todo al cuartel.

En la tarde buscaron el nombre de Ettore Barbolini en el archivo, no lo encontraron. Preguntaron a los policías de servicio, todos lo conocían como Ettore Barbolini, nadie lo conocía verdaderamente. Alguno lo había visto tres o cuatro veces, alguno le había vendido el pan, la leche, los morrones, el vino, etcétera, pero ninguno había hablado con él más de diez minutos. En la Cantina Social no lo habían visto ni siquiera para tomar un vaso de vino, no estaba inscripto en las listas electorales, los del bar no tenían idea quién era, alguno sabía que había llegado de Argentina por lo que comenzaron a llamarlo El Argentino.

Retuvieron el cuerpo en la morgue en espera del reconocimiento, esperando encontrar por lo menos un pariente al que pudieran avisarle.

No encontraron a nadie.

Después de dos días el cabo De Giorgi propuso llamar a la mujer a quien estaban dirigidas las postales nunca enviadas, el sargento estuvo de acuerdo.

Respondió un hombre, dijo ser el hijo de la mujer. De Giorgi pensó que la mujer podría estar muerta, pero luego de un cuarto de hora escuchó una voz que decía hola, De Giorgi dijo buen día señora Nina, se presentó, la mujer no dijo nada, De Giorgi le preguntó si había conocido a un hombre llamado Ettore Barbolini, la mujer permaneció en silencio durante otros diez minutos, luego dijo no, y colgó.

*

Saverio Ferraro nació en Asti el veintitrés de diciembre de mil novecientos veintiuno y hasta los diecinueve años no había escrito una sola palabra que fuese innecesaria para su cotidianeidad. En 1943 se enroló en la Guardia Nacional Republicana, había empezado a escribir palabras innecesarias. Llevaba un diario en el que contaba los sucesos de una zona imaginaria que llamó Sabbione, un nombre que había encontrado en un verso del Infierno de Dante.

En un bar había conocido a Nina, como a menudo sucede entre jóvenes se enamoró perdidamente; en el mismo bar había conocido a Ettore y a otros pintores monferrinos, pese a ser un militar de la República Social Italiana había madurado la idea de que estaba bien escribir y ya, solamente por el hecho de hacerlo, sin posicionarse ni de una parte ni de la otra; había llegado a frecuentar a Ettore y a sus amigos, se contaban historias y pintaban, una noche Ettore y él habían matado a un oficial de la Gestapo en su huerta de Asti, el oficial los había sorprendido robando hortalizas, había reconocido a Saverio y Ettore lo había golpeado con una pala; después de una semana en el Hotel Nacional de Torino habían logrado rastrearlos, los localizaron durante una redada, él huyó. 

Tenía una tía lejana que vivía en Suiza, en Lugano (la había visto dos veces, la primera en el funeral de su abuelo, la segunda en el funeral de su abuela), después de cinco noches, durante las cuales soñó cinco veces que lo fusilaban, quemó sus documentos y resolvió cruzar la frontera escondido en un camión cargado de leña y arañas. Llevaba consigo una pequeña valija que contenía trescientos noventa carillas escritas a máquina y ninguna otra cosa.

Su tía no se acordaba de él, le preguntó quién era y qué quería, él le dijo tía, soy Saverio, el hijo de Arturo, tu sobrino. La tía se acordaba a duras penas de su sobrino Arturo, no obstante le permitió quedarse en su casa una noche; tenía marido y tres hijas, una de las cuales era una muchacha alta y flaca de ojos verdes, se llamaba Adele; aquella noche entró en la habitación de Saverio y le preguntó si creía que eran parientes, Saverio no entendió la pregunta, ella le explicó que estaba preguntándole por el grado de parentesco, Saverio le dijo que probablemente eran algo así como primos en tercer o cuarto grado, ella le preguntó si hacer el amor con un primo de tercer o cuarto grado era un pecado mortal, o si se podría considerar incestuoso, Saverio dijo no, hicieron el amor.

La mañana siguiente, durante el desayuno, Saverio dijo que daría un paseo, el marido de su tía le dirigió la palabra por primera vez en dos días para comunicarle que debía encontrar otro lugar para dormir.

Paseando con Adele, Saverio dijo que había estado reflexionando, hacer el amor con un primo de tercer o cuarto grado podría ser considerado incestuoso, que probablemente dependiera del cura, ella le dijo la cosa ya está hecha, no pensemos más en eso; por la tarde Saverio le pidió un mapa del Cantón del Tecino, Adele se lo consiguió, Saverio vio que a dos horas y media en auto desde Lugano había un sitio llamado Sabbione (era una aldea de Bignasco), le dijo entonces a Adele que iría allí, ella le dijo que en aquel lugar no había nada, Saverio dijo que allí estaría él.

Llegó a Cevio gracias a un amigo de Adele, de Cevio caminó hasta Bignasco y allí encontró dónde pasar la noche en lo de unos amigos de la familia del amigo de Adele.

El padre de familia se llamaba Hans y no era oriundo de Ticino, pero hablaba italiano perfectamente; le preguntó qué lo había llevado hasta allí, Saverio se presentó como Ettore Barbolini y respondió que motivaba ese viaje el nombre de la aldea llamada Sabbione. Hans no le hizo más preguntas (no se las hizo, aunque sabía perfectamente que no se llamaba Ettore Barbolini) y le dijo que podía quedarse a cambio de que lo ayudara en su bodega, Saverio le dijo que nunca había trabajado en su vida, Hans dijo que ya era hora de que empezara. Permaneció un año en Bignasco, en ese tiempo, además de trabajar, escribía y construía una pequeña casa en la aldea Sabbione con la ayuda de los amigos de Hans, que le habían tomado simpatía. El trabajo no le gustaba gran cosa, se sentía sofocado por las montañas, cada noche soñaba con Ettore y Nina, con las colinas, con el rostro del oficial de la Gestapo masacrado a palazos.

Se mudó a su nueva casa de Sabbione cuatro días después del fusilamiento de Mussolini. Hans le preguntó si tenía intenciones de volver a Monferrato, Saverio le contestó que tanto los partisanos como los nazis lo estaban buscando, Hans le dijo que los partisanos y los nazis no existían más, él le dijo: eso es lo que tú crees. Hans le había conseguido una máquina de escribir, de día trabajaba y de noche escribía, ya había reunido novecientos veinte páginas escritas a máquina.

Una mañana de julio Adele se presentó en la puerta de su casa y le dijo que lo amaba.

Saverio le dijo que tanto los partisanos como los nazis lo estaban persiguiendo, Adele lo acarició y le dijo Saverio, los partisanos y los nazis no existen más, él rechazó su caricia y le dijo: sí, eso es lo que tú crees.

Adele se fue a vivir con Saverio, cada tarde le preguntaba qué estaba escribiendo, Saverio respondía que estaba escribiendo sobre suicidas, Adele se preocupaba, decía cómo de suicidas, Saverio decía sí, de suicidas y de un sitio desolado, Adele decía tipo un desierto, Saverio decía no, tipo un sitio desolado, Adele no comprendía, le volvía a preguntar qué estaba escribiendo, Saverio le decía estoy escribiendo sobre un hombre que no puede llorar, Adele le preguntaba por qué no puede llorar, Saverio decía porque llorar es difícil,  Adele decía no, llorar es facilísimo, Saverio decía tal vez sí, hacían el amor, pasaban veintiún años, Adele le preguntaba a Saverio qué estaba escribiendo, Saverio respondía estoy escribiendo sobre una mujer decapitada, sobre poetas perdidos, sobre cadáveres que florecen, sobre esterilidad, Adele decía te arrepientes de no haber tenido hijos, Saverio decía no, no quiero traer hijos al mundo, Adele le preguntaba por qué, Saverio decía porque no, luego salía a caminar por la única calle de Sabbione e imaginaba su Sabbione, la escrita a máquina, se echaba a reír, Adele le decía por qué había llenado tres mil páginas con esas historias si no pensaba publicarlas, Saverio decía que se avergonzaba, pero en realidad el motivo no era la vergüenza, sino la sensación de no haber concluido nada, la sensación de no haber escrito nada relevante. Tal vez se trataba de eso.

En mil novecientos sesenta y siete tenía tres mil cuatrocientas páginas escritas a máquina. En ninguna de ellas aparecían las palabras Monferrato, Nina, Ettore. Estas palabras las escribía a mano, con una estilográfica que le había regalado Adele, sobre hojas que luego ocultaba en el cobertizo.

Un año después murió Hans, el hijo (se llamaba Andreas) le pidió a Saverio que lo acompañara a Francia para un negocio, Saverio aceptó; llegaron a París el miércoles cuatro de setiembre de 1968 y permanecieron allí diecisiete años. Saverio telefoneó a Adele, le dijo que era la oportunidad de adquirir un bistró y que se quedaba en Francia, Adele le dijo que muy pronto estaría con él, Saverio dijo que no, y colgó, Adele no se dio cuenta y continuó hablando, lloraba y decía ves que llorar es facilísimo, lloraba y decía no podés hacerme esto, lloraba y decía hola, Saverio, hola, se percató de que Saverio había colgado, ella también colgó.

En Francia encontró a un falsificador, le pagó para que le hiciera un pasaporte francés a nombre de Ettore Barbolini, nacido en Corcega el veintitrés de julio de 1921, nombró al bistró Café de la sable mauvais, le preguntaban por qué, respondía vagamente, diciendo que detestaba la playa, conoció escritores y editores, frecuentaban su bistró, pedían tragos, le comentaban las tramas de sus libros o le recitaban algún poema, él nunca dijo que había escrito miles de paginas, casi todos eran estrambóticos pero amables, él les ofrecía bebidas, a los escritores los invita la casa, decía, los editores en cambio pagan el doble, los escritores decían bueno, entonces los editores son los que invitan, no la casa, él contestaba voilà, précisément, los escritores decían oui, enfin, era hora que alguno les hiciera pagar, y brindaban por un nuevo libro o por una nueva idea.

Al contrario de Saverio, a Andreas le importaban un carajo los escritores y no veía con buenos ojos el despilfarro de Saverio, tuvieron algunas discusiones subidas de tono, en 1985 Saverio liquidó su parte, había leído sobre una empresa fabricante de baterías para automóviles que se llamaba Sabbione, tomó el primer vuelo París-Buenos Aires y tres días después estaba en Rosario, Argentina.

Durante el vuelo reflexionó sobre el hecho de que en los diecisiete años transcurridos en Francia no había pasado un día en que no hubiese pensado en retornar a Monferrato, que no había pasado un día en el que se dijera no, mi vida está aquí, en este bistró, y ahora que ya no poseía el bistró, en lugar de decidirse a volver a casa, estaba viajando hacia un lugar al otro lado del mundo.

La empresa se encontraba en San Jorge, a ciento ochenta kilómetros de Rosario, quinientos kilómetros al noroeste de Buenos Aires y ochocientos kilómetros al sureste de San Miguel de Tucumán, donde vivía un primo tercero suyo al que no tenía intención de conocer; el clima le parecía un poco húmedo, sin embargo había escuchado a un tipo decir que la provincia de Santa Fe era un buen lugar para vivir, por lo cual había decidido instalarse allí.

La primera vez que entró a Sabbione Baterías se presentó hablando en francés, dijo que se llamaba Ettore Barbolini y que estaba buscando trabajo; el tipo al que le dijo estas cosas no entendió nada, no hablaba francés, hizo llamar a otro tipo que apareció luego de media hora, Saverio repitió lo mismo que le dijo al primer tipo, el segundo tipo dijo qué clase de trabajo estás buscando, Saverio dijo cualquier trabajo, alcanza con que sea en Sabbione Baterías, el segundo tipo lo miró y le dijo que era demasiado viejo para ser operario y muy poco argentino para hacer cualquier otra tarea.

Después de un mes de tira y afloje, durante el cual todos los días dejó cartas de pedido en la casilla de correos de la empresa, escribió una oda a las baterías para coches y un cuento sobre la historia de un hombre que toda la vida había padecido terror a los nazis y que a los sesenta y cuatro años había abandonado París para ir al único sitio en la faz de la tierra donde aún podría ser, logró obtener el empleo en Sabbione Baterías de San Jorge, en la provincia de Santa Fe.

El jefe de Sabbione Baterías se llamaba Emeterio, se hizo traducir el cuento por su esposa (estaba escrito en francés), lo convocó a su oficina y le preguntó si él era el hombre de aquella historia, Saverio dijo sí, soy yo, Emeterio le dijo que conocía por lo menos a tres nazis, pero que no se encontraban en aquella provincia, en Santa Fe de esos asquerosos no había ninguno, luego le explicó que la empresa acababa de firmar un acuerdo con la Peugeot, su mujer Angélica era la única que conocía el francés en toda la empresa, estaba embarazada, y que por eso podía ofrecerle un trabajo temporal, como interlocutor con los de la Peugeot. Naturalmente Saverio aceptó, demostró poder vender baterías para autos y aconsejar a Emeterio en decisiones empresariales, el trabajo temporal duró catorce años, Emeterio había perdido a sus dos padres durante el régimen de Videla y veía en Saverio una figura paterna, Saverio veía en Emeterio a su patrón y nada más, sin embargo se encariñó con Angélica y con la pequeña Irupé, la vio crecer, le hizo de abuelo, la llevaba al parque y le contaba de la guerra, Irupé le preguntaba qué cosa es la guerra, Saverio decía el punto en el que cambiaba todo, Irupé preguntaba qué es el punto en el que cambia todo, Saverio decía que era una línea que recorría el tiempo, la línea estaba diseminada de puntos, y luego cada punto podía continuar en línea recta o tomar otra dirección, por ejemplo cuando tú naciste se formó un punto sobre la línea, le decía a Irupé tomándola de las manos, y esa línea era al principio una bella línea, pero después se volvió bellísima, Irupé no comprendía pero se reía, le gustaba llamarlo abuelo, a él le gustaba que lo llamase abuelo, una tarde de primavera del año 1999 Saverio se sintió mal mientras asistía a un concierto, lo trasladaron al hospital, infarto, dijeron; dos meses después estaban en la empresa, Saverio anunció que había decidido ir a morir a Italia, Angélica e Irupé irrumpieron en llanto, él les recitó una poesía de Alfonsina Storni, les dijo un par de palabras simples, cantó, dos palabras cansadas de ser dichas, oh, qué bella, la vida, cuatro días después estaba en Reggio Emilia, tenia setenta y ocho años, en Reggio Emilia hacía frío, en el aire se sentía el invierno y él era un viejo que le decía al taxista que lo conduzca a la aldea Sabbione, dos años antes a través de una agencia había comprado una casa abandonada en la calle del Diablo, la mejor calle que pudiera existir sobre la faz de la tierra, el taxista le preguntó si era italiano (había adquirido un acento extraño, medio francés y medio argentino, había mantenido el italiano solamente leyendo y escribiendo), él respondió que sí.

Cuando el taxi estacionó en la calle del Diablo, Saverio contempló su nueva casa, pensó que daba asco, pagó al taxista y permaneció al costado de la calle mirando alrededor, había un viñedo, un poste de teléfono, un perro que atravesaba un terreno sin cultivar, se sentía un perfume de campo y de árboles, de tierra arada y de invierno, alzó la mirada e inspiró el cielo de la última Sabbione de su vida.

Post navigation

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *