Cuatro textos, cuatro fotos y un audio no sobre sino en la “situación de Rosario”
Los siguientes textos y fotos se hicieron en Rosario entre el jueves 7 y el viernes 15 de marzo, durante la semana signada por la ola (una ola, por cierto, desprendida de un mar revuelto hace años) de asesinatos y atentados. ¿Cómo está Rosario? ¿Cómo definir la situación? Estas preguntas, con sus múltiples variantes, nos llegan día a día. Y este medio no tiene, no puede tener, una respuesta firme a una situación tan compleja y multicausal. Nos negamos, eso sí, a hablar de “guerra” contra esa entelequia en la que se transformaron las palabras “narco” y “terrorismo”, nos negamos -a diferencia de importantes canales televisivos y diarios capitalinos- a comparar la situación con cualquier serie de Netflix, nos negamos, por ahora, a intentar definir en rápidos adjetivos “lo que pasa en la ciudad”. Creemos que todo retrato, indefectiblemente, es exterior al objeto retratado. Y que, en este caso, el objeto necesita, más que ser retratado, ser oído: no definir a los protagonistas, sino escucharlos; no hablar del objeto, sino hablar en el objeto.
Muchos de nuestros colaboradores nos dijeron que últimamente no pueden escribir sobre la realidad. La propuesta, entonces, fue escribir en la realidad, por más que los hechos relevantes para la prensa permanezcan, en los siguientes textos y fotos, en un lugar marginal del escenario. El resultado tal vez no sea impactante en términos periodísticos, pero quizás logre acercarles, a las personas que nos leen fuera de Rosario, un tono más o menos fiel del aire que se respira en la ciudad, agravado con la situación securitaria, sí, pero extraño, anormal, desde antes, desde enero o febrero, cuando el Estado nacional comenzó a fustigar a los que más necesitan su presencia. Porque la “ciudad semivacía”, la “ciudad fantasma”, la “ciudad atemorizada” (tal como la definieron algunos cronistas) ya estaba extraña desde antes del primer crimen de esta ola. Prueba de esto es la siguiente grabación tomada por Adolfo Corts en el Mercado Zarpado (que en sus primeros meses de vida, allá a fines del año pasado, solía estar repleto), el mediodía del 6 de marzo, cuando todavía las cosas, sean lo que sean las cosas, no habían explotado: el microcentro de la ciudad ese miércoles 6 de marzo, con su transporte público funcionando y sus escuelas abiertas, sin olas de muertos y atentados, estaba semivacío, fantasmal, paralizado. Y la palabra “miedo” todavía no florecía en la boca de los rosarinos. Pero el silencio, todavía silenzio stampa, ya iba preparando la tierra para que así sucediera:
Natalia Perez
Domingo 10 de marzo
La ciudad está silenciosa
pero no como un feriado
se notan en el aire el miedo y las muertes.
Trato de entender, leo notas, libros,
escucho análisis,
parece que hay mucha plata en juego,
plata parasitaria, gaseosa, de esa que se desancla de las cosas
y eso siempre trae más oscuridad que otra cosa.
El jueves había salido con una amiga cuando balearon a un chofer
estaba esperándola en un bar
y veía la cara de las personas que miraban la tele
y en el reflejo del vidrio
una imagen terrible
de otra zona encintada.
Mi amiga que es periodista llegó muy tomada por la situación
recién al final de nuestro encuentro pudimos hablar de cosas más livianas, reírnos, tomar un helado.
Tengo en el cuerpo la sensación de que no quiero salir.
Ayer había una gran fiesta de cumbia, tenía entradas, fui.
Era un predio lleno de gente bailando, tomando, pasándola bien,
volví a tener la sensación que tuve en los festejos del mundial:
no pasó nada.
Mejor dicho: pasó de todo, de lo bueno.
Esto empezó a empeorar hace muchos años,
como si fuéramos viendo una serie
se empezaron a hacer públicas historias y palabras nuevas:
sicarios, disputas de territorios, narcopolicía, lavado de dinero.
Empezaron a aparecer unos edificios muy desproporcionados para esta ciudad.
Pienso que ese cambio de la fisonomía de la costa
(la parte más bella de Rosario)
iba mutando igual que los barrios donde daba clases
se iban deteriorando
y se iban picando.
Hoy leía algo que escribió una amiga,
decía que no podía asimilar cómo la ciudad se había transformado,
usó una imagen muy bella:
decía que esta Rosario había devorado a aquella.
Luis Alberto Steinmann
Oda a los cargadores
Observan desde lo alto de los camiones, con los brazos apoyados en las cajas, están sucios, sus caras son como las caras que cuenta Steinbeck en Las uvas de la ira, pareciera que acá no ha cambiado nada, son jornaleros, es ver si hoy se sube al camión o no, son cargadores de todo lo que pesa, incluso de este gobierno.
—¿Cómo le va señor? —trescientas bolsas de harina a hombro—. Gracias señor —cuatro mil kilos de papa negra.
Cuerpos como el bambú que se doblan y, milagrosamente, no se rompen. El chofer que a su lado parece un lord inglés y nosotros con ropa blanca y cofia, simplemente extraterrestres o, me atrevería a decir, argentinos de bien; hablamos con ellos como quien asiste a una feria de curiosidades. “Qué indiada esta”, dice una señora muy coqueta. Sin embargo, siento una nostalgia difícil de explicar. Se ven tan hermosos ahí arriba, hombres sin tiempo, ¿qué diferencia hay entre ellos y los que levantaron las pirámides?
El cansancio tiene un olor particular, y siempre es el mismo. Ellos, los cargadores de todo lo que pesa, de este gobierno y de todos los anteriores y también de los que vendrán, se despiden con una masculina mueca, o con un dedo que indica que todo está bien, o agarrándose la visera de la gorra, y el espectáculo termina hasta que llega un nuevo camión.
Félix Leonel Peralta
Crímenes perfectos
Cinco impactos se escucharon en total esa noche
cuatro llamadas costó el encargarte unas tristes
tres muertes tendidas como sábanas de hotel por
dos hombres que ensombrecerán la multitud
uno de los dos debe morir pronto y no lo sabe
cero testigos directos, la policía descarta el caso
porque la víctima no tiene huellas ni rostro alguno
para identificar. De esto se hablará por años
hasta que caiga en el más absoluto olvido.
11 de marzo
Finales perfectos
Una tarde incierta que no pude desglosar
me lleva muy rápido, más que el colectivo
en el que estoy, dos policías se suben
a censar a un chófer que no duda
y los echa por burócratas.
En la clase de hoy una chica
me dice que está embarazada,
que no va a poder dar el examen.
No te preocupes, le digo.
Esta noche soñaré con un bebé gigante
que no representará ningún peligro.
Es más, la ciudad se turnará para cuidarlo
todos querrán verlo crecer sin miedo,
pero con la certeza de que seremos
justamente devorados.
14 de marzo
Andrés Maguna
Carta a la hija después de la tormenta
Rosario, 15 de marzo del 2024.
Querida hija:
No fue como hubiéramos querido. Ni siquiera pudimos pensar cómo hubiera sido si no
ocurrían los imprevistos, los fenómenos climáticos impensados. Como cuarenta días de lluvias
tras cuatro años de sequía. Como estar en el candelero de las noticias nacionales durante
cuatro días, en el centro del eje del “narcoterrorismo”, siendo mirados, analizados, opinados,
desde afuera, desde las otras poblaciones que no son nuestra ciudad, la vieja Chicago
argentina, la cuna del che, la del Rosariazo, la que se prende fuego cada vez que su sensibilidad
se ve compelida a responder, cuando sus siempre erizados pelos transmiten la señal que
estimula las emociones, y las respuestas colectivas hechas carne y hueso aparecen como por
arte de magia: todos nos encerramos a la vez, nos mandamos guardar, despejamos las
veredas, o salimos todos al mismo tiempo a manifestarnos, a expresar la disconformidad o el
aliento, el apoyo irrestricto. Siempre sin términos medios: jugoso, casi crudo, frío, o bien
cocido, casi quemado, caliente. Nunca jamás tibio, término medio, ni seco ni húmedo. Porque
para nosotros tomar posición es una cuestión de vida o muerte.
No pensamos en la tormenta, en cómo la tormenta incidiría en nuestra realidad, en cómo
entender con qué nos enfrentamos ahora que la tormenta pasó, ahora que tenemos certezas
del advenimiento de nuevas tormentas, de lo que pasa cuando las tormentas son fuertes,
intensas, y mucho menos en qué pasa cuando la tormenta pasa.
Y ahora, hija mía, no sé bien qué responder a tu pregunta sobre cómo veo la ciudad, cómo
siento la ciudad tras la tormenta política, tras el temporal de lluvias, tras el huracán mediático
de la narcofama, las gallaretas agoreras y el corral de gallos eunucos.
Ya sé que vos querés y entendés a tu ciudad natal, en la vivimos casi toda tu familia, los que te
amamos y a los que amás. Que los ocho años que llevás viviendo en Roma no te convirtieron
tanto en romana como sos rosarina, como te sentís rosarina. Eso bien lo sé. Que no te fuiste
porque este es “un país de mierda”, que tal vez lo sea para algunos, que algunos así lo sientan.
Sino que lo tuyo fue más bien un exilio junto con tu compañero, con quien tuvieron hace
cuatro años a mi preciosa nieta, que sí es más romana que rosarina.
Ya sé que me estoy yendo de tema, pero se debe a que me cuesta grandes esfuerzos
centrarme en lo concreto de tu pregunta. Pero haré el intento:
A la ciudad la veo en las personas, en los desconocidos con los que me cruzo a diario. En las
miradas abstraídas cuando los ojos no están adormecidos sobre las pantallas reluctantes. En
un abatimiento sin resignación que campea en las conversaciones, en un tono anímico general
de indomable posición irónica, con tendencia a la socarronería. Si me preguntás por qué somos así, no lo sé, pero así somos. Tal vez podríamos estar hablando de una característica particular, identificable, del ser rosarino, y decir desde la antropología que somos un digno
exponente del homo habilis, que tan bien se adapta a los cambios de circunstancias, y desde la
sociología asumir que representamos al sujeto urbano que se reconoce como parte de una
individualidad colectiva que sigue los dictados de su propia conciencia. Y no quiero meterme con
la psicología social, que hablaría de neurosis extendida, narcisismo endémico y traumas
procesados a trompicones espamódicos.
Respecto de cómo siento la ciudad tras el rechazo en el Senado al DNU del Loco Mayor, puedo
decirte que percibo cierto alivio, incluso de parte de quienes lo votaron. Porque su plan era
demasiado violentador y autoritario (todavía lo es, porque ahora la tormenta será en
Diputados). Entonces veremos.
Las lluvias también fueron sin medias tintas, como lo fueron la sequía y las olas de calor del
verano pasado. Como lo son en la memoria (porque somos muy memoriosos y memoradores)
las lluvias, las olas de calor, las olas de humedad del pasado, mechadas con las tempestades
políticas y sociales, según lo atestiguan los muchos libros de la historia de Rosario.
En cuanto al explosivo ascenso a la categoría de “nueva capital del narcoterrorismo”, puedo
decirte que son puras palabras que lleva el viento, además de que “las palabras no matan”,
como decía mi vieja, tu abuela, cuando de niños nos peleábamos entre hermanos y alguno,
enfurecido, amenazaba: “¡Te voy a matar!”. En fin, que dan un poco de risa los enfoques con
anteojeras de “las autoridades” y el justificado miedo de los responsables políticos. Pero de
esto ya hablamos por teléfono. Ya te dije lo que pienso y de lo que va la cosa, para mí. Que no
creo que los criminales sean un poco los héroes o las verdaderas víctimas, aunque sí no tengo
dudas de que no son los verdaderos villanos. No es tan complejo el tema, ni tan linda la verdad
como la pintan. De cualquier manera, todos somos la ciudad, y la ciudad somo todos nosotros,
los que la habitamos afectivamente, con nuestros éxitos y fracasos, nuestros defectos y
nuestras virtudes.
Me encanta, hija, que me pidas que escriba. Tanto como me gusta leerte. Me quedo
esperando tu devolución.
Te quiero y te abrazo. Los quiero y los abrazo.
Tu papino.