Por Andrés Maguna
En 1888 pasaron cosas raras. Como en casi todos los años, pero durante 1888 ocurrieron unos cuantos sucesos inusitados en el terreno de lo extraordinario. Por empezar, fue muy distinto del 888, que se escribe con 12 letras/números romanos (DCCCLXXXVIII), mientras que 1888 tiene 13, que será el máximo histórico hasta el 2388, cuando llegará a 14 (si para entonces se siguen contando los años con números romanos).
Además, lo único llamativo del 888 fue que el 13 de enero se murió Carlos III, el Gordo, emperador carolingio del Occidente de 881 a 887, rey de Francia Orientalis desde 876 hasta 887 y de Francia Occidentalis desde 885 hasta 888. En realidad un pobre adicto a los hidratos de carbono, encima epiléptico, a quien se recuerda por enajenar toda la riqueza de París para zafar de una invasión vikinga, para luego ser depuesto por la Dieta de Tibur (¡lo mató la dieta!), con lo que se disolvió para siempre el Imperio Franco, siendo el Gordo su último emperador.
Transcurridos mil años el panorama de eventos singulares se ve más poblado: en 1888, en Londres, Helena Blavastky, a poco de estar al borde de la muerte, termina y publica La doctrina secreta, su opus magnum, asegurando que la escribió con la ayuda de los Mahatmas, quienes le transfirieron sus conciencias a su cuerpo físico, en un proceso llamado tulku. Mientras, no muy lejos de allí, en Weimar, Rudolf Steiner comieza a editar los archivos de Goethe, en un proceso de años de absorción y comprensión de conocimientos que desembocó en La filosofía de la libertad, su obra filosófica más grossa.
Del otro lado del Océano Atlántico, el 12 de enero una tormenta de nieve en Estados Unidos mata a 500 personas (se la llama La Gran Tormenta de Nieve de 1888). Poco después, pero ya en Minas de Riotinto (España), en la represión de marchas contra la megaminería la Guardia Civil mata a más de 200 persona, en el inicio de lo que se conoce como El Año de los Tiros, la primera manifestación ecológica de la historia. Y el 29 de abril, en la primera protesta masiva contra los aumentos de tarifas del transporte público, en Santiago de Chile se registra el llamado Incendio de los Tranvías de Santiago de 1888.
El 5 de junio ocurre el Terremoto del Río de la Plata (5,5 en la escala de Richter), que no mató a nadie pero asustó a muchos, y el 29 de ese mes, en el Palacio de Cristal de Londres, un vendedor enviado por Thomas Edison graba en un cilindro fonográfico la obra Israel en Egipto (de Handel) ejecutada por un coro de 4.000 voces, que resulta ser la grabación más antigua conservada. En la misma Londres, entre agosto y noviembre Jack el Destripador asesina y mutila a cinco mujeres.
El 28 de agosto en Sulaymaniyah (Kurdistán iraquí) un hombre muere tras ser golpeado por un meteorito, y es el único deceso por colisión de meteorito confirmado en la historia de la humanidad. El 14 de octubre en Londres el francés Louis Le Prince inventa el cine filmando la primera película de la historia, la cual dura 2 segundos y fracción, titulada La escena del jardín de Roundhay. En noviembre Friederich W. Nietzsche termina de escribir Ecce Homo, su última obra, antes de ingresar en un centro de salud mental, enloquecido por la sífilis. Y el 23 de diciembre, en Francia, a poco de pintar el cuadro La casa amarilla, el pintor neerlandés Vincent Van Gogh se corta una oreja.
El mil ochocientos ochenta y ocho también fue pródigo en inventos, descubrimientos y avances en la ciencia y la tecnología, pero en este campo otros años también lo fueron, y nacieron notables personalidades que habrían de marcar el Siglo XX con sus obras, pero en esto tampoco se diferencia de otros períodos de 12 meses.
Ahora, en este punto, un lector avezado que no acostumbra malgastar su tiempo leyendo tonterías podría preguntarse: ¿y a mí qué me importan unas cuantas cosas que pasaron en el tiempo de Ñaupa? A lo que le contestaría: nunca está de más saber qué pasaba en nuestro planeta en el tiempo de nuestros bisabuelos y tatarabuelos, por caso 1888, cuando sus oscuridades e iluminaciones tornasolaron los colores de nuestros días presentes y futuros.
Lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos como individuos en sociedad depende de las curiosas leyes de la impermanencia y de la aleatoriedad, que nunca fueron escritas pero sí pueden ser interpretadas por quien quiera deshacerse del pegamento con que fueron unidos los fragmentos y sonidos temporales con la intención de crear una continuidad que sólo puede ser aparente. Por eso, renunciar al control (tarea innecesaria de la policía) para ver, escuchar y comprender que todo es lo que es y no otra cosa, y no buscar el inútil sentido de un inexistente orden, puede permitirnos afirmar junto con Morton Feldman: “Ahora que las cosas son tan simples, hay mucho que hacer”.